Ella caminaba exultante por la elegante Av. Santa Fe y Maipú, su vestido blanco, casi ajustado, con atinado escote y un largo perfecto dejando lucir sus perfectas piernas.
Las miradas eran todas para ella, una diosa deslizándose por Buenos Aires, hasta la observación de unos sacerdotes no pudieron evitar sorprenderse y caer en pecado ante tanta belleza.
Al ingresar a Plaza San Martín un caballero giró su cabeza, le regalo la más bella y sugerente contemplación, como un águila en busca de su presa.
Ella seguía con su paso calmo que permitió que el hombre se pusiera a la par. Una frase ardiente salió de las fauces del cazador. Ella le regalo su mejor sonrisa erótica. Ambos se dirigieron a una cafetería muy elegante, toman asiento en una mesa bastante alejada del mundanal ruido de voces, risas y del ruido de la loza.
Un diálogo comienza entre ellos, las pulsaciones aumentan, la piel de ella se eriza de tal modo que viaja a los ojos del caballero. La conversación de alto voltaje, la sensualidad cruza el umbral hacia toda fantasía sexual, irreverente, desafiante y llena de adrenalina.
El mira su escote y ella con habilidad desprende dos botones del mismo acompañando con sus dedos un pequeño y sutil toque para elevar su falda junto a una mirada llena de sedienta excitación. Vamos dijo ella, vamos replicó él, la fiesta nos espera y será única.
En el automóvil no faltaron los besos ardientes y las libres manos en la arquitectura de ambos cuerpos.
De pronto, una pausa necesaria, la pregunta de ella, ¿Qué hora es? Él la mira y responde son 14:33. Perfecto, respondió ella, es el momento de liberar nuestros más locos impulsos y deseos, tenemos tiempo hasta las diez de la noche que nuestros hijos vuelven de la fiesta del club.