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El joven mecánico del aire acondicionado
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Tiempo de lectura: 6 minutos

La historia que les cuento es completamente real, y me sucedió hace no mucho tiempo. 

Por convenir a mi trabajo y a mí, hace pocos meses me cambié a vivir a otra ciudad, una más pequeña en el mismo estado donde vivo, al sur de México. Trabajo todo el día y aunque mis funciones no son tan esenciales, paso muchísimo tiempo dentro de la oficina, por lo que me ha costado un poco socializar.

He descubierto que aquí mayormente la gente se congrega en el parque, comen un helado, un esquite (granos de maíz cocido, con chile, limón, mayonesa, queso crema, entre otros), para platicar, hacer ejercicio y simplemente tomar el aire y despejar la mente. Ahí he llegado dos o tres veces, pero no he conseguido realmente entablar una plática real con nadie, no más allá de ¡Hola! ¡Adiós! ¡Cómo estás! Con gente que conozco por el trabajo.

Pero desde hace unos días el coche había comenzado a fallarme, a decir verdad, ha sido el aire acondicionado el que había comenzado a darme problemas; a la entrada del pueblo hay una calle dedicada para el mantenimiento y arreglo de vehículos, y desde el primer día que llegué, es una de las que más me da gusto pasar, pues encuentras todo tipo de hombres, grandes, pequeños, blancos, morenos, chacales, etc. Pero hay un lugar que desde el primer momento llamó mi atención. Yo creo que la ley de la atracción es muy canija, porque cuando vi al mecánico, lo que me pasó por la mente fue -ojalá se me descomponga el clima-, y bueno, no pasó mucho tiempo para que ese deseo se hiciera realidad.

En ese taller de reparación de aires acondicionados está un mecánico joven, es un chico no mayor de 22 años. Es de tez clara, delgado, 1.75, cabello corto y bien tonificado. El chico es quien maneja el taller, o eso fue lo que me dijo cuando por fin tuve que acudir para ser auxiliado por sus habilidades con el automóvil, yo soy un hombre de 39 años, 1.70 de estatura, moreno claro y delgado.

Después del interrogatorio de rutina que me hizo para dar un diagnóstico previo a la revisión, entró al auto y me dijo que le gustaba le olor de mi desodorante de coche, uno que compré en el Walmart con olor a menta y nuevo que huele muy bien. Ese día tenía una playera desmangada, como las que van por debajo de las camisas; unos jeans no tan limpios y tennis. Debo confesar que por el pantalón se le marcaba el paquete, no algo tan grande pero definitivamente se asomaba una cabecita rica. Físicamente se veía un poco cansado y renegrido por el aceite y el polvo al que seguramente está expuesto, las típicas manchas en la cara y las manos respectivas a un mecánico.

Me dijo después de inspeccionar la unidad que seguramente era el gas, luego de probar con sus herramientas, lo confirmó, pero me dijo que ese día debía recargar porque ya se había acabado. Le dije que por lo que iba a recorrer al día siguiente para irme a mi lugar de origen, necesitaba que el aire acondicionado quedara el día de hoy y yo estaba dispuesto a esperar, todo con tal de no sufrir las 4 horas que me esperaban al día siguiente. Yo hasta este punto no había notado nada, claro que desde el momento que lo vi pensé -ojalá le guste la mayateada-, pero creo que lo deseé con mucha fuerza.

Me dijo que lo más que podía hacer por mí era ver en su casa si tenía el gas que necesitaba, pero no quedaba cerca, por lo que tenía que esperarme al cierre (dos horas después). Yo no tenía nada que hacer, así que me quedé a esperar. El taller estaba vacío, no era día de quincena y ni las moscas se paraban, pero a mí me interesaba mucho que el coche quedara el mismo día.

Me senté a esperar e intenté en varias ocasiones sacarle un poco de plática. Cabe mencionar que en mi smartwatch puse de fondo de pantalla un tema de la bandera y sus colores “gays”. Hice lo posible para que lo notara, y en una de tantas veces que intenté generar plática, me dijo -¿Eres gay o solo apoyas a la comunidad?-, yo respondí que a mucha honra era gay, pero que no me metía con nadie y respetaba a todos, por lo que no se sintiera incómodo conmigo. Él se río y me dijo que no tenía por qué explicar, pues él sólo estaba preguntando, que no tenía nada contra “ellos” y que en realidad tenía algunos amigos con esas mañas.

Ahí me agarré y comenzamos a platicar del tema, que por qué ser gay, desde cuándo, etc. Entonces me dijo -morro me caíste bien, vamos a la casa y voy a cerrar porque no va a llegar más gente-, y me pidió que de ser posible lo regresara al taller por su coche. Cerró la cortina del lunar y le dijo al “vecino” que iba y regresaba, por lo que le pidió el favor de echarle un ojo al lugar y a su coche.

Íbamos de camino a su casa cuando noté que, a través de una abertura de su pantalón, cercana a la entrepierna, se notaba la trusa, era color vino. Ahí mismo se le hacía un bulto rico, con pocos pelos. No dije nada y seguí avanzando, él me iba diciendo que era muy noviero y que tenía y aun hijo de 5 años que tuvo antes de terminar la prepa y por el que ya no quiso seguir estudiando porque no había para mantenerlo.

Me dirigió a su casa, daba instrucciones, cosa que me prendía mucho más. Yo contestaba lo mínimo, porque no paraba de hablar. Llegado al tema de lo sexual, y me dijo que ya le había tocado tener que hacerles el paro a unos cuates que habían soltado varo, y que el varo era el varo y que no lo hacía maricón. No quise dejar lugar a dudas y le pregunté que si por cuanto les había hecho el favor a sus carnales, y me dijo que le caían bien y que habían sido 500 por cada uno. Me comentó que ya desde “su niño”, no le hacía a eso porque quiere dar un buen ejemplo como papá. Por fin llegamos, nos bajamos y yo esperé afuera mientras él entraba a buscar el gas que necesitábamos. Salió y me dijo que pasara que su esposa estaba donde sus papás y que lo esperara.

Aprovechó para darse un baño, porque venía sucio. Me dejó esperando en su sala, era una casa muy, muy pequeña, donde se escuchaba todo. No podía evitar pensar en cómo se vería desnudo, cómo se estaría bañando y lo que le haría si se me presentaba la oportunidad de darle una mamada.

Por fin salió, aunque ya vestido y sin lugar a darle una rica mamada. Me dijo que había encontrado el gas y ya nos podíamos regresar. Esta vez salió en un short de mezclilla, producto de un pantalón al que a leguas se veía había cortado la parte de las piernas para darle nuevamente uso. Llegamos al taller y no hablamos en el camino. Al llegar se dirigió directo al coche, hizo lo suyo, y créanme, se veía hermoso.

Al terminar me dijo -ya quedó llenito jefe, mañana ya no te vas a calentar en la carretera- y lanzó una carcajada. -Muchas gracias, de verdad me hiciste un gran paro, aunque lo de caliente lo dudo porque así paso gran parte del tiempo- y me reí también. Le dije bromeando si para el pago aceptaba cuerpomático, a lo que me contestó -son 600 varos, mano, esos van en efectivo pero la propina sí te la acepto en especie- y se carcajeó, yo también. Ni tarde ni perezoso le dije que a mí no me anduviera calentando porque le bajaba el short en el momento, que no me cucara, y sólo nos reímos. Pagué por medio de transferencia, porque no traía efectivo y después de pagar nos estábamos despidiendo y me dijo -la propina entonces, ¿o no das?-, -dime donde te la doy primo- y salió a mirar alrededor, bajó la cortina de aluminio del local y se bajó de un solo tajo los shorts, y se quedó con el pito a pelo.

Me hinqué, olía muy rico, a limpio, a jabón, un olor a limpio que se mezclaba un poco con su vello púbico que olía un poco a sudor. La besé un rato, besé los testículos y los lamía con mucha paciencia. – No tengo todo el día-, me dijo, y se jaló el prepucio hacia atrás dejando expuesta una hermosa cabecita rosa, limpia y grande. -Todo esto tenías entre las piernas y no querías compartirlo-, le dije al momento de tomar su pene con mi mano derecha, y besar la punta. -Ya me pusiste caliente, chúpala, ya-, y me la metí a la boca. No sé por qué tengo yo ese don de dar rico placer con mi boca. Continué mamando su pene de arriba abajo, intentaba que entrara todo en mi boca, pero con muy poco éxito. El rabo de ese chico medía unos 19 cm. El placer que sentía ahí hincado era indescriptible y sublime.

Seguí chupando su pene por largo rato, no me cansaba de llevarlo hasta mi garganta, y no sé si lo fingía pero cada que lo hacía, reproducía con su boca sonidos de placer muy extraños y sexis a la vez. El prepucio que rodeaba su cabeza peneana era encantador, era moreno claro, amplio, considerablemente vasto, y no me cansaba de morderlo con los labios. Creo que me hice adicto, porque desde ese día no he podido dejar de pensar en él.

Continué mamando por largo rato, porque no se venía hasta que me dijo que me iba a ayudar, que yo continuara con los “huérfanos” y él iba a hacer lo suyo mientras. No pasó mucho tiempo y escuchaba como jadeaba, eso me ponía muy caliente, en momentos seguí subiendo a chupar la cabeza, y morderle el pellejo. Cerca ya del momento cúspide, me dijo – me vengo carnal, ¡Aguas!- fijé mi boca en su verga y no la dejé salir hasta que me dejó toda la leche dentro de la boca. Era caliente, espesa, mucha, y tenía un sabor entre salado y rico. No podía creer lo que me había pasado.

En ese momento y después de comérmelo todo, no dudo y me dijo -ahora sí, mano, hay que seguirle chambeando, no tarda y viene mi niño y mi señora- después de eso no dije más, me levanté del suelo donde me había dejado, me limpié la boca y la cara, tomé mis llaves y mientras él se metía a su oficina, me subí a mi coche y me fui.

La sensación era rara, me había tratado como a una puta, y yo pagué. Pero reflexionando es una de las cosas más ricas que me han pasado. Sigo transitando por la misma avenida y lo veo, a veces tomando caguamas con los mecánicos vecinos, él me ignora y si cruzamos miradas no hace ni para saludar.

Yo sigo esperando que próximamente se descomponga mi aire acondicionado, para nuevamente ver que me depara la visita.

¡Hasta la próxima!

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