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El jefe de mi esposo me hizo trabajar como puta
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Mi relación con el jefe de mi esposo fue muy morbosa. Me encantaba ser “la esposa” de uno de sus subordinados y su amante. Eso me excitaba. Cuando me decía que enviaría a mi esposo de viaje para poder tener más tiempo juntos, me sentía importante. El morbo que tenía cuando mi esposo me hablaba en casa de su trabajo, de las coordinaciones con su jefe y de lo que hacía en la oficina era extrañamente excitante.

En algún momento, el jefe de mi esposo me dijo que quería ser “mi jefe”, que quería que trabajara como puta para él. Al principio le dije que estaba loco. Poco a poco la idea nos fue atrapando y avanzamos en cómo hacerla realidad. Se nos ocurrió publicar un anuncio en una web sexual y que mientras yo cogía con los clientes, él estaría cerca para cualquier emergencia.

Encontramos la habitación ideal en uno de los hostales a los que íbamos. Tenía una salita de estar al ingresar y una habitación separada por una puerta desde la salita. Entre ambas, un baño al que se podía ingresar por ambos lados, desde la salita de estar o desde la habitación. Algo raro el diseño, pero pensamos que era el lugar ideal. El jefe de mi esposo estaría en la habitación. Yo recibiría al “cliente” en la sala de estar y cuando pasara a la habitación, el jefe, mi caficho, pasaría a la sala de estar por el baño. Nos deleitábamos imaginando todo el procedimiento.

Me tomó fotos. Del cuello hacia abajo. Preparó el mismo unos anuncios sexys del tipo “señora casada y nueva” o “por necesidad económica ofrezco servicios”. Yo me excitaba mucho viendo todo lo que mostraba. Habilitó un celular viejo que él tenía con un chip que compró y todo listo. Finalmente, un miércoles que mi esposo estuvo de viaje, publicamos el anuncio en la web que habíamos encontrado y nos pusimos a esperar.

Como dos horas después de subir el anuncio, llamó alguien. Le contesté y le di los detalles del servicio. Habíamos acordado cobrar el equivalente a 50 dólares. Con el precio se desanimó. Llamaron varios más y todos se desanimaron con el precio. Lo bajamos a 40 dólares y hubo más interés. Las dos últimas llamadas aceptaron pagar 30 dólares, pero se nos había acabado el tiempo y él debía volver a su casa.

Chateamos como locos los días siguientes. La siguiente semana envió a mi esposo en un viaje full day a Trujillo. Mi esposo feliz pues le encanta esa ciudad, donde se come muy bien. Además, esos viajes “full day” lo hacen sentir importante. Yo estaba tan emocionada que no le presté atención.

Luego de almuerzo me recogió a unas cuadras de casa y fuimos al hostal. Desde el auto, en el camino, subió el anuncio a la web. Ni bien entramos a la habitación tuvimos la primera llamada. Ya sabía que el precio era 30 dólares. El tipo aceptó, pero me preguntó si “podía hacerme sexo oral”. Le dije que si obviamente. Le di los detalles del hostal y el número de la habitación y me dijo que en 20 minutos llegaría.

Le pregunté al jefe de mi esposo sobre eso del sexo oral. Me respondió que nunca se la hace eso a una puta, pues pasan por muchos. Que quizás el tipo era un sucio o un pervertido. Me dio un poco de miedo, pero él me tranquilizó. Me dijo que, si al llegar me parecía de poca confianza, lo hiciera salir de la habitación y que todo quedaría así.

Finalmente llegó. Me avisaron de recepción que subiría. Tocó la puerta. Le abrí. El jefe de mi esposo estaba en la habitación, atrás de la salita de estar. Quien llegó era un señor de poco más de 40 años, quizás 45. De saco y corbata, con unos lentes que se me hacían muy caros. Delgado y muy bien afeitado y peinado. Seguramente un funcionario de alguna empresa o del gobierno. Me saludó con todo respeto. Me trataba de señorita y de usted.

Como no sabía mucho que hacer, lo traté también de usted. Antes que se lo pida, me dio el dinero y el equivalente a 20 dólares más. En total casi 50. Le dije que era menos, pero me respondió que era “por el servicio especial”.

Pasamos a la habitación. Se desvistió sin que se lo pida. Hice lo mismo. Aunque sólo tenía un baby doll que le había pedido a mi esposo que me compre y que estrenaba ese día.

Cuando él estuvo desnudo me di cuenta que su pene era pequeñísimo, incluso más que el de mi esposo. No supe si alegrarme o entristecerme en ese momento. Mi primer “cliente” y me tocaba alguien así. Intenté no mostrar lo que sentía y creo que lo logré.

Me acosté en la cama y le pedí que se acostara a mi lado. Lo hizo. Me beso la mejilla y con temor en sus palabras me preguntó si “podía lamerme abajo”. Le dije que sí, que había pagado para eso.

No encuentro palabras para describir lo que me hizo. Ni antes ni después y seguro nunca alguien me hará el sexo oral como él. Que genio increíble. Usaba sus labios, su lengua, sus dientes. Desde que bajó sentí que todo iba a ser diferente. Me hizo llegar 4 veces en poco más de 30 interminables minutos, cada uno de ellos gimiendo de placer. El tipo era un genio. Paro un instante y me dijo “señorita si le doy el doble, ¿me deja lamerle el culo?”

Si me lo pedía gratis lo dejaba. Pero acepté. Se levantó. Sacó de su ropa el dinero y lo dejo sobre el velador. Mientras tanto, me puse boca abajo. Me deje hacer. No intervine para nada. Él separó mis nalgas y me hizo volar. Llegué tres veces más sólo con su lengua, sus dientes, sus labios, su nariz y sus resoplidos. Si bien se concentraba en mi culito, por instantes su lengua llegaba hasta mi vagina, haciéndome sentir realmente increíble.

Hasta ahora no entiendo cómo pude gozar tanto de esa manera. Fue para mí, increíble y perfecto. Era mi primer “cliente” y era yo quien gozaba. Creo que mejor imposible. Cuando se cumplió la hora, se levantó. Se lavó la cara en el baño. Salió se vistió y se fue. Me dijo al partir “muchas gracias señorita, estuvo todo muy agradable”.

Me quedé exhausta y tirada en la cama. Mi segundo (y último) “cliente” fue muy distinto.

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