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El jefe de mi esposo me coge en su auto
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Luego de coger en casa, mientras mi esposo había ido a comprar, su jefe me escribía cada día buscando un nuevo encuentro. Yo también lo quería y tenía el tiempo disponible pues no trabajo. Pero él siempre estaba ocupado o viajando.

Pasaron unas tres semanas y finalmente hizo un espacio en su agenda y coordinamos encontrarnos. Yo iría a un punto de encuentro, entre mi casa y la oficina y allí nos encontraríamos. Me calentaba saber que más de una vez el jefe me había escrito en medio de una reunión donde estaba presente mi esposo. Me daba morbo también imaginar que el jefe saldría a una “reunión de trabajo”, le diría a mi esposo que cualquier cosa importante lo llame nomás y que la reunión sea en un hostal conmigo. Lo habíamos imaginado así mientras hablábamos y me ponía mucho imaginar algo así.

El día acordado fijamos la hora de encuentro. Entre mi casa y la oficina hay poco más de una hora de camino. No es tan lejos, pero el tráfico en la zona es de infierno. Decidimos encontrarnos en un punto a unos 45minutos de casa y sólo 15 de la oficina. Como yo era quien tenía el tiempo holgado pensamos que era lo mejor. Además, en esa zona había un par de hostales que alguna vez había visto.

Salí en el momento justo. Tomé un taxi y fui al punto de encuentro. A mitad de camino el jefe de mi esposo me escribió diciéndome que se le había complicado una reunión y demoraría quizás unos 10 minutos. Llegué al café donde nos encontraríamos y al sentarme a pedir uno, volvió a llegarme otro mensaje pidiéndome 20 minutos.

Esperé. Pensé que sería plantada. Estaba furiosa. Tras casi una hora allí me llegó un mensaje diciéndome que ya estaba en camino. Pensé marcharme, pero al final decidí esperarlo. Me pidió que lo espere en la vereda, junto a la pista, que me recogería en su auto. Acepté.

Al subir al auto, lo vi tan atractivo, elegantemente vestido, con su traje de oficina, muy seductor (y él lo sabía). Me dijo “disculpa putita, el trabajo se me complicó”. Era la esposa de uno de sus ingenieros y que me trate así me pareció tan dominante que no me dio tiempo de molestarme. Le respondí “y ahora donde iremos”.

Me respondió que tenía una sorpresa para mí. Pensé que iríamos a un hostal mejor que los que había visto. Eso me hizo sentir bien. Finalmente, tras manejar unas pocas cuadras entramos a un estacionamiento subterráneo. Había muchos espacios libres y no nos estacionábamos. Le pregunté dónde estamos yendo y me dijo “a culearte al último sótano”. Me sentí tan dominada por él que me calenté muy rápido. Hacerlo en un auto me motivaba mucho. Desde mis épocas de soltera no hacía algo así y nunca en un estacionamiento.

Al llegar al cuarto y último sótano se estacionó. Se desabrochó el pantalón y sacó su verga. “Chupa puta” me ordenó. Y lo obedecí. Su verga grande me provocaba mucho. Mientras se la chupaba, disfrutándola toda, me di cuenta que sacaba su teléfono y marcaba. No le di importancia.

Cuando dijo “Hola Alonso” y en altavoz escuché la voz de mi esposo me quedé helada. Tras unas palabras con él, comenzaron a coordinar algo de su trabajo, que yo no entendía. Tras el escalofrío inicial la excitación me subió a mil. Comencé a chuparle la verga como creo nunca en la vida. Escuchar la voz de mi esposo explicando no sé qué cosa en el celular era demasiado afrodisiaco para mí.

Mientras mi esposo hablaba, puso silenciador a su celular y me dijo “ahora si puta, sácate el jean y la tanga”. Como hipnotizada lo obedecí. Mientras lo hacía, el retrocedió su asiento lo más que pudo. Quedaba mucho espacio libre. Y me monté sobre él mientras seguía hablando con mi esposo.

Estuve así un par de minutos, cabalgándolo. Siendo yo la que llevaba toda la iniciativa, subiendo y bajando sobre su verga, contrayendo mi vagina, moviéndome en todo sentido. Él impávido, hablando con mi esposo.

De pronto, con un gesto de sus dedos me indicó que me diera la vuelta. Lo volví a obedecer sin chistar. Cuando me senté sobre él, entregándole mi coño, sentí unas palmadas en la nalga que indicaban que me levanté un poco. Ya sin palabras nos entendíamos. Me empujó un poco hacía adelante y supe que quería mi culo.

No lo pensé. Solo me sometí a él. Con una mano acomodé su verga en la puerta de mi culito ansioso y muy lentamente, lentamente, suavemente, me fui dejando caer sobre él. En ningún momento dejó de hablar con mi esposo, que con su voz aburrida y su forma parsimoniosa le hablaba de cosas que yo no entendía.

Tras unas subidas y bajadas muy lentamente, fui acelerando. Estaba cada vez más frenética. El orgasmo me venía con una rapidez que pocas veces tuve. Estaba ya loca de placer. No podía ni gemir ni gritar, me mordía los labios.

Contraía y dilataba mi culo con ansías de venirme. Y cuando las contracciones me estaban volviendo loca escuche su voz diciéndome “perra de mierda que puta eres”. Llegué y gemí y lloré. Lo recuerdo bien. Se me vinieron unas lágrimas. Sentí como su semen empezaba a chorrearse de mi culo.

Con otras palmadas me mandó a limpiarme al asiento del copiloto. Me indicó la guantera del auto. Seguía hablando con mi esposo. Me limpié con unos pañitos húmedos. Antes que pudiera vestirme, se arregló el traje, arrancó el auto y salimos. Con los vidrios polarizados me terminé de vestir, ya en la calle.

En una esquina paró. Me dijo “baja mi amor”. Lo obedecí sin reclamar. Luego siguió conversando con mi esposo, quizás hasta la oficina.

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