Soy una mujer de 26 años que se considera muy diferente a las chicas del común. Tengo gustos peculiares que me llevan a buscar otro tipo de placer para sentir satisfacción sexual plena, los que me conocen siempre me ponen menos edad debido a que tengo un rostro de alguien que no mata ni una mosca.
Físicamente soy de piel trigueña, contextura delgada, poseo una cabellera larga que sobrepasa mi trasero, labios gruesos, caderas considerables, piernas largas y senos muy pequeños, pero con pezones pronunciados.
Soy una persona intelectual amante de la lectura, me gusta dejar volar mi imaginación y meterme en el papel de todo. Para no alargar más mi descripción les voy a contar la que fue mi experiencia más deliciosa y sufrida.
Mi padre era un hombre muy sobreprotector, no me dejaba tener amigos, cero salidas, me controlaba hasta mi forma de vestir y siempre se hacía lo que él quería.
A mis 18 años mis deseos y las ganas de descubrir lo que se sentía tener contacto físico con un hombre o mujer fueron aumentando cada vez más.
En las noches, sola en mi habitación me ponía deseosa, sentía como me mojaba solo con el roce que producía el cruce de mis piernas.
Era una inexperta en la práctica, pero en mi cabeza había mucha teoría porque leyendo me la pasaba.
Al ser noctámbula, una madrugada sentí como una brisa fuerte se entró a mi habitación, mi piel se erizó y tuve algo de miedo. Miré a todos lados aun en la oscuridad, pero nada raro vi, por lo cual cerré mis ojos y me quedé dormida.
Empecé a soñar en ese preciso instante. Era un sueño dentro de otro sueño, me vi en mi cama tal cual como me había acostado, estaba destapada y se podía apreciar mi cachetero negro de encajes.
De repente vi como un íncubo se trepaba en mi cama y con sus largas uñas rozaba mi silueta.
Los íncubos son demonios impúdicos y lascivos que cohabitan sexualmente con mujeres, sin distinción de estado ni edad, para arrebatarles su energía vital. Asociados por sus características, la apariencia de estos seres infernales es bastante variable, se les representa a veces como un enano, un hombre alto y delgado o incluso como un joven bien apuesto y bien parecido, que no busca la seducción, sino que despertar en su víctima femenina los instintos sexuales más bajos y primordiales.
Verme tendida en mi cama sin poder moverme me tenía perpleja, quería despertar y no podía, la apariencia de ese ser sobrenatural me atemorizaba. Era muy grande con apariencia de hombre lobo y con un pene gélido de un tamaño monumental.
Fue cuestión de minutos para que el temor se volviera placer. Sentí un lengüetazo por una de mis orejas y una mano tanteaba mi cuquita por encima de mi ropa interior.
Me deje llevar y el deleite me tenía chorreando fluidos abundantes como loca, el bajo con su lengua larga por todo mi abdomen, con la punta de sus dedos garrudos apachurraba mis pezones.
Se detuvo en mi ombligo y lo lamia con ligereza, estaba tan jodidamente arrecha que me palpitaba el clítoris ansiosa de que me incrustara toda su verga.
Intente agarrarlo para traerlo hacia mí, pero como toda una bestia me tenía sometida. No lograba mover mi cuerpo, solo él me acomodaba a su manera. De mi ombligo bajó a mi cuquita húmeda arrancando con sus dientes mi cachetero y viajando con su lengua en ella, me la pasaba en forma de ¨s¨, me hacía chupones en forma de succión y yo gemía fuerte y gritaba:
—ummmm
Empezó a meter su lengua por mi abertura apretadita, la lujuria en la que estábamos era infinita, me poseía por competo y cada nada me lamia mi culito introduciendo la puntica de su lengua en él.
Escuchaba el crujir de sus dientes y esa respiración excepcional que ni yo entendía porque me ponía más caliente. Se subió sobre mí y con tal furia abrió mis piernas, agarro su verga y la encestó en mi vagina. Fue un dolor inmenso pero satisfactorio.
Tomé aire y lo solté, pude darme cuenta como saco su verga cubierta de sangre y en ese trance supuse que Lucifer; ese era su nombre para mí, me había desvirgado.
Lucifer me embistió fuertemente por horas, sacaba y metía su miembro cada vez con más fuerza, me mordía las caderas y me daba cachetadas.
Giro mi cuerpo dejándome boca abajo y procedió a darme lengüetazos en mi culito, con sus garras rasgaba mi espalda, jalaba mi cabello y mordía mis glúteos, escupió un chorro de saliva en su empoderada verga y me la metió duro sin compasión.
Fue lacerante, me arremetía y me ardía, me estaba desgarrando. De la nada me encendió el placer de nuevo y me permitió acomodarme en cuatro, me daba por ambos lados hasta que sentí que me iba a correr.
Me agarró de la cintura con furia y se pegó de mi vagina tragando todos mis líquidos desbordantes sin dejar perder una gota.
Caí rendida en mi cama muerta del cansancio, me sentía confundida, anonadada, me temblaban las piernas y él había desaparecido por completo.
Me quedé dormida y al día siguiente desperté creyendo que todo había sido un sueño. Levanté mis cobijas para revisar mi entre piernas y tenía mi cuerpo con marcas extrañas, mi espalda me ardía, me dolía todo.
Fui al baño y noté que mi cuquita y mi culito estaban ensangrentados, me miré al espejo y me veía diferente, no me sentía como antes, me sentía mujer. Me reí y mordí mis labios carnosos mientras recordaba cada detalle de mi rico encuentro con Lucifer.
Me di una ducha, me vestí con ropa cubierta puesto que no quería que se percataran de las marcas en mi cuerpo.
Todo el día se vino a mi cabeza el momento en el que mi ser extraño metía su verga en mi vagina apretadita, estaba ansiosa porque llegara la noche y volver a encontrarme con él, pero nunca llegó.
Guardé esos recuerdos y pasaron dos años, me había ido de casa de mis padres, en todo ese tiempo no dejé que nadie tuviera intimidad conmigo.
Estando en mi apartamento una noche después de haber tomado unas cuantas copas, me quité mi ropa y me paré frente al espejo.
Estaba con lencería negra de encajes y me fascinaba admirar mi cuerpo, con una copa de vino en mi mano saboreaba su sabor exquisito y recordé esa madrugada.
Un escalofrío se apoderó de mi cuerpo erizando mi piel por completo, vi una sombra detrás de mí y supe que era él.
Estaba emocionada y caliente, me moría por ser penetrada, pero no fue así. Abrí mi boca sin razón alguna y esa sombra entró a mi cuerpo.
Ese día mi cuerpo fue poseído por un espíritu amante del sexo, reaccioné después de un momento con una mentalidad lujuriosa y amena preparada para ligar y revolcarme con la persona que quisiera.
Al día siguiente me fui a una discoteca y conocí a una dulce joven que me hizo recordar cómo era yo antes, me le acerqué y entablamos una conversación agradable, lo que estaba dentro de mi me daba todo el poder para seducir y ese día Emma; ese era su nombre, fue mi primer encuentro carnal con un humano.
Continuará…