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El extraño viajero (1)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Emilia llegó a la estación autobuses. Era viernes, y después de trabajar había decidido ir a ver a sus padres. Tenía veintiséis años y llevaba trabajando uno por su cuenta realizando programas informáticos para pequeñas empresas. Era buena con la informática, y los clientes apreciaban su trabajo, pero sus relaciones sociales en general no eran demasiado buenas.

Había vivido en un piso compartido con otras chicas durante la carrera, pero apenas se había relacionado con ellas. Su timidez y su introversión la superaban. Varias relaciones esporádicas con diferentes chicos no habían mejorado su sociabilidad, aunque si que había conocido el sexo pero sin demasiado éxito. Cuando lo había hecho con algún chico volvía a casa con una sensación de impotencia porque siempre le faltaba algo, pero no sabía qué.

Vio el autobús que le correspondía y accedió a él. Buscó el asiento grabado en su billete y cuando llegó a la fila correspondiente vio que había un hombre sentado en Uno de los dos asientos paralelos al suyo al otro lado del pasillo. Tendría cerca de los cincuenta, un poco calvo y con algo de barriga. En principio le recordó a su padre mientras se saludaban cordialmente con un gesto.

Emi, que así es como le gustaba que la llamasen, se sentó junto a la ventanilla y el autobús arrancó. Eran de los últimos asientos y la poca gente que viajaba iba dispersada. Era un viaje de un par de horas y Emi pensaba echarse un sueñecito. Se había puesto cómoda para el viaje, unos shorts algo elásticos que se ajustaban a su culazo, porque tenía un buen culazo perfectamente redondeado y algo respingón, del que estaba muy orgullosa y se lo admiraba a menudo ante el espejo. Pensaba que si ella misma no se quería, quién la iba a querer? Sus tetas, sin ser muy grandes, tenían un tamaño considerable, con unos pezones caprichosamente gorditos.

Nada más arrancar el autobús el señor que se sentaba al otro lado del estrecho pasillo comenzó a hablar contándole a donde iba, cuántas veces hacia ese viaje, por qué lo hacía… la voz le pareció agradable, y aunque no estaba interesada intentó mostrar atención para ser educada. También la hizo preguntas que contestó de mala gana.

–No te importa que me siente a tu lado? Es para no tener que levantar la voz! –dijo él a los quince minutos de viaje.

Sin darle más opciones ya se había levantado y prácticamente sentado en el asunto contiguo. Al hacerlo la rozó con una pierna por la estrechez, pero Emi no protestó. Al momento sintió el olor que desprendía a través de la camisa medio desabrochada. Era un olor fuerte y ligeramente desagradable. Emi pensó cuando habría sido su última ducha que se había dado.

Ya había anochecido y el conductor había apagado las luces generales del autobús, y tan solo se veían algunos pequeños focos que habían encendido algunos pasajeros para leer, y que tan solo iluminaban sobre ellos, además de las luces de emergencia.

Ni Emi, ni Vicente, que así es como dijo que se llamaba el hombretón calvo y barrigudo, encendieron los de sus asientos, pero las luces de emergencia dejaban ver a Emi alguna gota de sudor que caía por la despejada frente de Vicente. Él siguió hablando mientras Emi le dirigía miradas esporádicas para darle a entender que le escuchaba, hasta que en una de ellas se dio cuenta de cómo se le había abultado el pantalón.

El principio le dio algo de risa que intentó disimular, pero después de ver cómo se pasaba la mano sobre la bragueta varias veces se puso nerviosa y sintió algo de temor. Se pegó más a la ventanilla intentando pensar que iba en un autobús con más gente, y que aquel calvo con una verborrea incansable no se atrevería a hacerla nada.

Sin parar de hablar de cosas, que ya Emi ni escuchaba, se bajó la cremallera del pantalón y se metió la mano, y cambió la conversación para hablarle de su hija.

–Tengo una hija de tu edad, aunque no es tan guapa como tú, jejeje.

–Ah, si? –contestó Emi casi en automático mirándole con cierto nerviosismo a la cara.

El sudor se hacía más copioso por su frente, y los ojos, pequeños y separados por una ancha nariz aguileña le brillaban con intensidad.

–Si, tenemos mucha confianza y me cuenta muchas cosas de su vida cotidiana. Tú hablas con tus padres?

–Algo cuando voy a verlos. Aunque también me mantengo en contacto por teléfono.

–Pues mi hija habla mucho conmigo, y me cuenta lo bien que lo pasáis los jóvenes ahora!

Emi se quedó paralizada haciendo que miraba al frente, pero con las pupilas totalmente desviadas hacia la polla que se acababa de sacar bajo su barriga cervecera. Se puso tremendamente nerviosa, y no sabía si decirle algo o simplemente gritar, pero no conseguía articular nada con su boca semiabierta y la garganta reseca.

El calvo indecente (como acababa de denominarle en sus pensamientos), comenzó a sobarse el enorme miembro que estaba completamente erecto con lentitud mientras continuaba hablando.

–Mi hija me dice que ahora no es como antes, que si te apetece acostarte con alguien lo haces y al día siguiente si te he visto no me acuerdo, jajaja! –rio mostrando su dentadura desordenada y algo amarillenta.

Emi quería hacer algo, deseaba hacer algo para parar aquello, pero su mente se había bloqueado. No quería mirar la enorme verga con la piel totalmente estirada dejando el bálano con forma de flecha completamente a la vista, y la corona perfectamente marcada en su base, pero no podía evitar que sus ojos se clavaran como un imán. Los miembros de los chicos con los que había estado no se acercaban a ese tamaño ni por asomo. Solo había visto pollas así en algún vídeo porno en internet que a veces utilizaba para masturbarse.

–Seguro que a ti también te gusta pasártelo bien, como a mi hija! –dijo babeante a la vez que le agarraba la mano más cercana.

Emi, había entrado en un estado de mutismo total, como si se hubiese quedado sin voz, y tiraba de la mano que le había agarrado el calvo indecente, pero su fuerza era mucho menor que la de él y no pudo evitar que le llevará la mano hasta la enorme verga. La había abierto completamente con todos los dedos estirados en plena tensión, y toda la palma de la mano se pegó al tronco labrado de venas en plena actividad.

–Tócala bien! Ya verás como te gusta sentir este trozo de carne sin hueso en tu mano! –le dijo con voz gutural.

Emi sintió un estremecimiento en todo su cuerpo al sentir ese trozo de carne (como decía el calvo barrigudo) pegado a la palma de su mano. Hizo que lo tocara varias veces y después le soltó la mano para seguir pajeándose mientras la miraba como un felino al acecho de su presa.

El sudor y el olor aumentaban, y Emi sentía que la faltaba el aire en su garganta reseca por la alterada respiración.

–Se que te ha gustado, y que deseas tocarla otra vez, pero no te atreves! –Le susurró contra la oreja.

Emi sintió el susurro, el aliento, incluso las babas de su inmunda boca, y le dio algo de repugnancia, pero no contestó, no gritó, ni le abofeteó como había pensado hacer en algún momento. No quería mirarle de frente, pero sus pupilas se desviaban hasta casi salirse de los ojos para mirar la estaca que crecía desde su regazo.

–Venga, no seas tímida. Si sé que quieres hacerlo!

Volvió a tirar el calvo de su pequeña mano. Otra vez intentó evitarlo de forma inútil, y la palma impactó de nuevo varias veces contra el endurecido miembro. Ya no intentó gritar tan solo miraba con intensidad como aquel gordo asqueroso restregaba la mano contra su polla. Volvió a soltársela para manoseársela de nuevo.

–Te gusta resistirte, eh! –volvió a babear contra su oreja.

El hedor de su cuerpo se mezclaba con el olor a alcohol que desprendía su aliento. Llegó a sentir como la lengua tocaba su oreja, pero tenía la mente aturdida, confusa, intentando asimilar lo que estaba pasando sin saber cómo reaccionar.

Un tercer intento hizo que su mente turbada cediera. Cuando le cogió la mano apenas se opuso, y dejó que la pasara por todo el estirado miembro sin apenas oponer resistencia. Vicente, al notar que ya no tiraba, mantuvo más tiempo ese roce volviendo a susurrar a su oído.

–Ves como te va gustando! Sabía que eras tan putita como mi hija!

Su voz era más ronca, más gutural, y el aliento embalsamado de alcohol impregnó toda su cara. Quizás inconsciente, o quizás conscientemente, fue cerrando los dedos hasta abrazar el venoso tronco. Otro escalofrío recorrió su cuerpo al sentir esa pedazo de verga entre sus pequeños dedos. Vicente, que seguía aferrándole la muñeca, comenzó a moverla despacio.

–Mi hija también se resistió la primera vez, y ahora es ella la que pide tenerla entre sus manos y su boca!

Al ver que Emi ya no se oponía y la sujetaba con fuerza, le fue soltando de la muñeca.

–Así, sigue… despacio… ves como te va gustando! –seguía susurrándole al oído.

Emi tan solo movía su pequeña mano arriba y abajo con los ojos fijos en el agresivo capullo. Un par de gotas afloraron por la punta en el momento que el autobús hacia la primera parada. Las luces generales se encendieron y Vicente le sujetó la mano para que no la retirarse por el susto. Puso por encima la chaqueta que había doblado sobre el reposabrazos para ocultar la erección y la mano de Emi aferrada a ella ante un par de pasajeros que pasaron por el pasillo.

–Tranquila putita, esto solo durará unos segundos y después seguirás haciéndome esa deliciosa paja que has empezado!

Oía las palabras del asqueroso calvo como órdenes, órdenes que no quería aceptar, pero que sin saber por qué las cumplía. Las palabras del mal oliente acompañante se cumplieron, y a los pocos segundos se apagaron como había vaticinado a la vez que el autobús se volvía a poner en marcha.

–Ves, ya tenemos de nuevo intimidad! –dijo retirando la chaqueta mientras mantenía sujeta la muñeca de Emi.

Ella volvió a mirar el tirante capullo que destacaba por encima de la barriga. Las gotas de líquido preseminal lo habían impregnado por completo, y ahora brillaba a la tenue luz de emergencia. Emi miraba la enorme verga como si esa visión la hubiese hipnotizado y comenzó a mover la mano de nuevo de forma inconsciente. La piel tersa se deslizaba por el tronco ante el ensimismamiento de sus ojos, y el olor a polla ascendió por su nariz haciéndola estremecerse, pero no por miedo ni por asco, ella misma se sorprendió ante esa atracción sexual que la estaba produciendo.

Continuó subiendo y bajando la piel embargada por esa sensación y Vicente se desabrochó totalmente la camisa dejando su asquerosa barriga al aire.

–Te das cuenta como te gusta, putita! –volvió a susurrarle al oído, pero esta vez le pasó la lengua por la cara.

El olor a alcohol disipó el olor a polla, e inconscientemente le recriminó con algo de furia.

–No me chupes la cara, cerdo!

Se dio cuenta que no lo hizo por la chupada en sí, sino porque había dejado de percibir ese olor a polla que en el fondo la había excitado.

–Vaya, pero si eres una fierecilla! Eso me gusta, domar fierecillas!

Emi había parado de pajearle, pero seguía aferrada a la polla como si le hubiesen pegado la mano con pegamento. Vicente se había dado cuenta pero no la dijo que siguiera, tan solo la insinuó que si no le gustaría ver el final.

–No quieres ver salir la leche, putita? Se que eso os gusta a las putitas, y sobre todo saborearla! –le susurró sin chuparla la cara, pero esta vez le puso una de sus grandes manos sobre la pierna.

A Emi le dio una sacudida todo el cuerpo al sentir la zarpa, pero no sé entendía a si misma. Su mente luchaba por parar aquello, pero a la vez una tremenda excitación incomprensiblemente la dominaba.

–Tranquila pequeña, no te voy a hacer daño! Solo quiero comprobar si tú chochito ya rezuma!

Emi se sorprendió que el muy cabron supiera lo que le ocurría a su cuerpo. En el momento de decirlo se dio cuenta que las bragas se le habían humedecido bajo los elásticos shorts.

Sin llegar a entenderse ella misma, volvió a pajear la enorme verga mientras sentía los gruesos dedos del inmundo calvo tocar sobre su raja. Aumento el ritmo de la paja y sintió los jadeos guturales sobre su oreja. El olor a alcohol aumentaba por momentos, pero el inhiesto glande con forma de punta de flecha comenzó a soltar semen como si hubiesen abierto un grifo.

Los salpicones se pegaban contra el respaldo del asiento delantero mientras la barriga subía y bajaba a gran velocidad al ritmo de su alterada respiración. El olor a semen comenzó a luchar contra el olor a alcohol, mezclados con el olor que desprendía su asqueroso cuerpo. Vicente se recostó sobre el asiento retirando la mano de los muslos de Emi, pero ella, casi enajenada, continuó masturbándole hasta que dejó de manar leche de la enorme verga.

En ese momento la soltó como si le diese un calambrazo y comenzó a darse cuenta de lo que había pasado. Le acababa de hacer una paja en un autobús a un asqueroso barrigudo que podía tener la edad de su padre.

Vicente ya no habló más. Cuando se recuperó se guardó la polla, abrochó su camisa y se cambió a su asiento original. A Emi le latía el corazón a mil. Estaba nerviosa y a la vez furiosa por lo que había pasado.

Al rato el autobús se detuvo de nuevo y Vicente se levantó. Dejó una tarjeta sobre el asiento contiguo al de Emi y se inclinó un poco para decirle.

–Se que te has quedado con ganas de probar ese néctar que se ha desperdiciado entre los asientos. Te dejo mi número por si quieres probarlo otro día!

Las palabras del calvo cervecero hicieron que el olor a lefa que desprendían los chorretones colgantes volviera a llenar las vías respiratorias de Emi. Vicente se bajó y el autobús se puso en marcha de nuevo.

Emi pudo relajarse al sentirse sola, y empezó a darle vueltas a lo que había pasado. Como había podido llegar a eso? Ahora la parecía increíble, inaudito, imposible, pero la realidad es que había ocurrido.

Leyó la tarjeta. “Vicente Rufián –Venta de electrodomésticos”. También venía la dirección y dos números de teléfono. Uno debía de ser el de la tienda y el otro el del móvil.

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