Me encontraba cargando un enorme jarrón de miel, sosteniéndolo sobre mi hombro y sujetándolo con mi brazo izquierdo, mientras caminaba. Algunas personas se detenían y me miraban con deseo de poseerme. Lo cierto es que el peso del jarrón de barro resaltaba las formas de mis músculos, haciendo resaltar mis pectorales, que aunque no eran tan grandes como sandías, sí estaban marcados. Las gotas de miel caían sobre ellos y se deslizaban suavemente hasta mis abdominales. Aunque me excitaba, sabía que después tendría que quitar la miel de la tela blanca que cubría la mitad de mi torso.
Después de un rato caminando por el suelo de Piedra Blanca, los silbidos de excitación de la gente cesaron y solo se escuchaba el tic-tac producido por el contacto de mis sandalias de oro sobre la piedra. Finalmente, llegué a las enormes puertas de cobre, donde un joven y musculoso guardia vigilaba. El hombre extendió su mano hacia adelante para detener mi paso, se inclinó sobre un pequeño armario de madera y tomó una toalla blanca.
Bajé un momento el jarrón y comencé a desnudarme. Dejé mi ropa al cuidado del vigilante, quien me miró y dijo al observar mi pene: "Wow, está muy pequeño". No le hice caso, tomé la toalla y me cubrí, agarré el jarrón y continué mi camino. Mientras subía las escaleras de mármol, sentía el frío en mis pies descalzos.
Finalmente, llegué al estanque, donde el aroma a rosas cubría el lugar, adornado con cuatro columnas sobre las cuales había estatuas de hombres musculosos besando hermosas mujeres. La princesa Atenea entró en el recinto junto con su criada, desnudas quienes tomaron la miel y comenzaron a cubrir sus cuerpos deslizando sus dedos sobre sus enormes tetas. Yo estaba absorto observando a las princesas cuando unas risitas interrumpieron mis pensamientos al mirar abajo pude observar la toalla estaba desnudo y sostenía mi pene con la otra. Me puse rojo de vergüenza, moví mis alas y me fui de allí."
Fin