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El esposo de Lucía
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Mi esposa trabajaba en una institución de salud, donde compartía cotidianamente con médicos. Yo conocía sus amistades y, al parecer, las relaciones no pasaban de lo estrictamente laboral. Muchas veces salimos y compartimos momentos de esparcimiento y diversión, pero nunca se llegó a relaciones íntimas y contactos sexuales. Por decirlo de alguna manera, manteníamos las distancias.

En cierta ocasión mi esposa me presentó a una señora, Lucía, muy simpática y de buen ambiente, que, según dijo, era la esposa de uno de los visitadores médicos. Un señor elegante, muy inteligente y asiduo visitante de la institución donde mi esposa laboraba.

Tiempo después, en algún momento, aquella institución fue invitada a un congreso para promocionar nuevos medicamentos y familiarizar a los asistentes con técnicas de avanzada para el tratamiento de niños con problemas de aprendizaje. El evento se realizaba en otra ciudad, así que tuvimos que desplazarnos desde nuestro lugar de residencia al sitio de encuentro, una ciudad ubicada a 150 km de distancia.

Llegada la fecha, nos dirigimos a cumplir la actividad viajando en nuestro automóvil. Toda la logística estaba dispuesta, de manera que llegamos al hotel donde se realizaría el evento, nos registramos y nos acomodamos. En la noche fuimos citados a un coctel de bienvenida, donde se daría a conocer la programación y dinámica de las actividades previstas.

Llegamos al lugar, muy puntuales, a las 8 pm. El comité de recepción nos dio una cordial bienvenida y, poco a poco, los asistentes fueron llegando. A las 08:30 el salón ya estaba bastante concurrido y los anfitriones interrumpieron para iniciar formalmente la inducción al evento. Pasada la formalidad, los asistentes quedaron libres para continuar disfrutando del evento, así que unos tantos se quedaron el sitio y otros tantos abandonaron el lugar.

Nosotros nos quedamos y empezamos a presentarnos y departir con las personas que allí permanecían, muchas de las cuales conocidas. Entre ellas Lucía y su marido, que hasta ese momento lo llegué a conocer. Era un hombre muy elegante, de buena presencia y modales, varonilmente apuesto y gran conversador. Lucía y él nos acogieron en su círculo de amistades. Richard, el esposo de Lucía, era un excelente moderador y sabía mantenernos entretenidos y entusiasmados, tanto, que muy pronto se hizo tarde y fue Lucía, quien advirtió a su marido que ya era tiempo de retirarse, pensando en las actividades del día siguiente.

Las actividades iniciaban a las 08:30 am, de manera que coincidimos con Lucía y su marido en el desayuno. El y mi esposa asistirían a las actividades programadas, mientras que Lucía y yo quedábamos libres y desprogramados. Próxima al inicio del evento, ellos dos se despidieron dejándonos solos en el comedor, así que, sin tener nada en mente, seguimos conversando. Le pregunté a Lucía si conocía aquella ciudad y me contestó que era su primera vez allí. Bueno, si te parece, puedo averiguar qué atracciones se ofrecen y pudiéramos irnos de turismo. ¿Te animas? Sí, contestó.

Lo tradicional es averiguar si se dispone de algún recorrido para conocer la ciudad, como efectivamente lo había, así que, sin pensarlo, me apunté para el recorrido, que iniciaba a las 9 am. El bus nos recogía allí mismo, en la puerta del hotel, de modo que fuimos a arreglarnos a nuestras respectivas habitaciones, quedando de encontrarnos antes de las 9 am en la recepción del Hotel.

Lucía se vistió de manera muy casual para el recorrido, pero se le notaba muy entusiasmada y alegre. Llegado el transporte lo abordamos y emprendimos así un recorrido que tardaría poco más de cuatro (4) horas. La actividad, por la novedad de conocer nuevas cosas, estuvo bastante entretenida. Hubo cata de vinos, visita al mirador de la ciudad y diferentes sitios de interés, iglesias, teatros centros comerciales, museos. Muchas cosas en poco tiempo, pero el recorrido nos permitió ver sitios que llamaron nuestra atención. Uno de ellos, un restaurante ubicado en un sitio de construcción colonial española, muy bonito y con una vista espectacular, que quise visitar de inmediato.

No volvimos de regreso al hotel sino que bajamos del transporte en el centro de la ciudad y nos dirigimos al “Capricho Español”, que así se llamaba el restaurante. Llegamos allí pasadas las 2 pm, con bastante hambre y procedimos a almorzar y cambiar impresiones sobre lo que habíamos visto aquel día. Ciertamente nos llamó la atención visitar el museo de historia, el jardín botánico y playa del Carmen. Entre charla y charla nos dieron allí las cinco de la tarde, de manera que ya era hora de regresar al hotel. Lucía, sin embargo, me advirtió que el evento de aquel día remataba con una cena a la que estaban invitados tan solo los asistentes, dándome a entender que no había prisa.

En consecuencia, le propuse que hiciéramos una caminata por el centro de la ciudad y que, luego, si ella quería, podíamos cenar en algún lugar antes de volver al hotel. Y así lo hicimos. Estuvimos deambulando por allí, mirando aquí y allá, antes de volver. Llegaríamos a eso de las 8 pm, algo extenuados, encontrando que mi esposa y Richard estaban esperándonos en la recepción, según dijeron, para que nos tomáramos algo antes de irnos a dormir.

Nos acomodamos en una mesa, en el bar del hotel. Pedimos unos cóteles y charlamos sobre sus impresiones del día. Algo tedioso, dijo Richard, después de años de asistir a estos eventos, todo se hace predecible, comentó. Es la gente la que le da ambiente a estos eventos, porque de otro modo será muy aburrido. Siempre se escucha lo mismo, así que la parte social es la que establece la diferencia. Y ustedes, ¿qué hicieron? Preguntó. Lucía le hizo un recuento de las actividades y mencionó algunos sitios que consideró debían visitar al término del congreso, antes de regresar.

Richard y mi esposa estaban, sin embargo, bastante compenetrados con lo visto ese día en el congreso y la calidad de los expositores, según mencionaron, por lo cual, aunque estábamos juntos, parecía que hubiera dos grupos diferenciados; Richard y mi mujer, con su conversación sobre lo que les había traído el evento y sus actividades, y Lucía y yo, hablando de cosas menos importantes. Y ambas parejas parecíamos estar cómodas en el momento, cada una en su cuento.

Al rato decidimos que ya era hora de finalizar el día y descansar un rato. Al otro día ellos volvían a tener una agenda apretada y nosotros, claro está, tendríamos que buscar algo para hacer y disfrutar del sol, de la ciudad y de las atracciones que nos pudieran ofrecer. Richard, sin embargo, insistió en pasar un rato más juntos y propuso que nos tomáramos algo en la discoteca, antes de subir a las habitaciones. Mi mujer no puso objeción, Lucía pareció estar conforme, y yo, sin afán alguno, no pude menos que estar de acuerdo. Al fin y al cabo, de trasnochar, eran ellos quienes tenían compromisos.

Estuvimos allí un corto rato, sin embargo, lo justo para que aprovecháramos el ambiente, la música y bailáramos un rato. Richard, caballeroso, como siempre, y al parecer sin importarle mi presencia, tomó la iniciativa e invitó a mi mujer a la pista de baile. Yo, en contraprestación, no muy entusiasmado, hice lo mismo con Lucía. Así que juntos, los cuatro, salimos a la pista de baile a demostrar nuestras habilidades durante el tiempo que duró una tanda musical. Volvimos a nuestra mesa, apuramos unos tragos de ron, y decidimos de común acuerdo que ya era tiempo de descansar. Por lo que nos despedimos y procedimos hacia nuestras habitaciones.

Al día siguiente volvimos a coincidir con ellos en el desayuno. Era el último día de congreso y el evento remataba con una fiesta, así que la jornada presagiaba ser bastante larga y agitada. Le pregunté a Lucía si quería salir a turistear a algún lugar, pero me dijo preferir quedarse descansando en el hotel. ¿Quisieras hacer algo especial en particular? Nada especial, dijo. Me gustaría tomar el sol en la piscina, tal vez. Me parece bien, respondí. ¿Te puedo hacer compañía? ¡Claro! Comentó. Si no te molesta. Para nada, contesté. Voy a cambiarme, entonces, y nos vemos aquí abajo en un rato. ¿Te parece? ¿En media hora está bien? De acuerdo, dijo.

Tardamos más de media hora en reunirnos en la piscina, pero todo anduvo bien. Nos acomodamos en las sillas para asolearse dispuestas alrededor, pedimos bebidas y nos recostamos a tomar el sol y charlar. ¿Me imagino que estos viajes hacen parte de tu rutina de vida? Pregunté. Digamos que sí. No son muy frecuentes. Comparto con él cuando podemos, como en esta ocasión. Esta vez los hijos se quedaron en casa de los abuelos y pudimos disponer de un respiro. No siempre es fácil. Lo entiendo, respondí.

¿Richard lleva tiempo haciendo esto? Continué. Tal vez más de veinte años, contestó. Siempre ha sido así desde que lo conocí. Es la naturaleza de su trabajo, las relaciones, las visitas, los viajes, todo lo cual se traduce en ventas, utilidades y comisiones. No le va mal y de eso vivimos, al fin y al cabo. ¿No lo dices muy entusiasmada? Es que al principio una ve y solo aprecia las comodidades que el dinero puede comprar, pero después se valora otras cosas, la compañía, el trabajo en equipo para sacar adelante la familia, el apoyo para resolver dificultades. No todo lo que se valora es lo económico. Entiendo, respondí.

Pero, me atrevo a preguntarte, ¿tu relación es estable en todos los sentidos? Sí. No me puedo quejar. Al menos sé a qué atenerme en todos los casos. ¿Cómo así? Me perdí. Explícame. ¿Cómo es eso? A veces es complicado mantener una convivencia a distancia. Yo me he sentido sola y desprotegida muchas veces y hemos tenido nuestras crisis por ese motivo. He creído que él se fija en otras personas y que no le importo, y me costó trabajo aceptar que las relaciones sociales son parte esencial de su trabajo y que gracias a ello ha obtenido el éxito y reconocimiento que tiene en su trabajo. Y, por otra parte, que, estando separados, cada uno tenga la posibilidad de solventar sus necesidades físicas sin que ello afecte el vínculo con la pareja.

Otra vez me perdí, comenté. ¡Explícame! Bueno, dijo riendo, es un tanto complicado de explicar. Él es hombre y tiene sus necesidades. Yo soy mujer y tengo las mías. Y estando juntos resolvemos tales necesidades teniéndonos el uno al otro. Pero si no estamos juntos, cada quien tiene que resolver sus necesidades por su cuenta. ¿Estamos hablando de sexo? Pregunté. Sí, dijo. Creería entender, entonces, que han llegado al acuerdo de llevar una relación matrimonial abierta, no limitada sexualmente a la compañía que el otro miembro de la pareja le pueda proporcionar. ¿Es eso? Sí. Mas o menos. ¿Te parece extraño? No, respondí. Hoy en día eso parecer ser algo muy común. ¿No?

Y, ¿cómo empezó todo? Al principio, cuando regresaba de sus viajes, todo era pasión en el reencuentro, pero, pasado el tiempo, las cosas ya no eran lo mismo. Tuve la impresión de que ya no le gustaba y que no le entusiasmaba mi compañía lo mismo que antes. Me sentí afectada por un tiempo, hice pataletas, reclamos, escenas de celos, todo lo cual, al final, agravó más las cosas, porque él parecía querer quedarse eternamente en sus viajes y no volver a casa. La verdad, la cosa estuvo un tanto complicada. Acudí al apoyo de un terapeuta, quien me recomendó considerar las cosas desde diferentes ópticas y valorar los pros y contras de las decisiones que pasaban por mi cabeza en esos momentos.

El me propuso contemplar tres opciones para salvar la relación, si es que de verdad había voluntad de nuestra parte para hacerlo: La primera, tomar un respiro en la convivencia, darnos la libertad de experimentar lo que cada cual considerara conveniente y, después de un tiempo, seis meses a un año, retomar la relación, si es que esa era la opción. La segunda, compartir en pareja las experiencias que ayudaran a satisfacer las necesidades de uno y otro, y fortalecer la mutua confianza y el compromiso matrimonial. Y la tercera, si las dos anteriores no eran opciones, optar por la ruptura y la separación definitiva. Al final, si no hay propósito común, esto era lo mejor.

También me comentó que en una relación matrimonial debería existir un perfecto equilibrio para que las personas no se sintieran restringidas por el otro, por lo cual debería existir la presencia de las amistades de él, las amistades de ella y las amistades de ambos. Y también comentó que, hablando de amistades, incluso del vínculo en la relación formal, había personas con las que éramos compatibles para determinadas actividades; había compañeros perfectos para compartir pasatiempos, otros para divertirse, otros para trabajar, otros para formar un hogar y otros para tener sexo, y que muy difícilmente podríamos encontrar todo en uno, de allí la gran capacidad de adaptación que nos debería caracterizar.

Después de aquello, y no sin pasar dificultades, porque a veces es difícil hablar de esto en la pareja, estuvimos contemplando varias posibilidades para continuar como pareja y resolverlas dificultades. Para mí, el tema era entender que Richard pudiera tener sexo con otra mujer durante sus viajes, si el deseo le aparecía, y que ello no necesariamente significaba que me estuviera siendo infiel. Era, sin embargo, una manera de ver las cosas. Y, por otra parte, Richard debería entender que, si yo aceptaba tener sexo con un hombre, para satisfacer mis necesidades físicas, no era porque necesariamente estuviera comprometida con él y lo fuese a abandonar.

Llegar a un acuerdo no fue fácil. Estuvimos experimentando varias cosas para identificar qué nos gustaba y qué no, pero es que no todo en la vida es sexo. Lo cierto es que Richard, o ustedes los hombres, manejan eso mucho mejor. Hacen lo que tienen que hacer, pero no se comprometen. Nosotras, por el contrario, armamos toda una película en nuestra cabeza y nos comprometemos. No es fácil asumir que vamos a estar con un hombre por un rato y que aquello no va a pasar de ahí. Y esto resulta más fácil cuando la aventura es consentida en pareja. Al menos lo ha sido para mí. Me siento más segura de lo que hago y no siento que le esté faltando a nadie.

Y ¿qué has descubierto de esas experiencias? Pregunté. Me gusta ver, contestó. No entiendo, repliqué. Soy voyerista. Me gusta observar a Richard, o a otras personas, mientras tienen sexo con sus parejas. Es mi debilidad. ¿Has oído hablar de las “Hotwifes”? Sí, contesté. Es la esposa cuyo marido está de acuerdo en que ella tenga relaciones sexuales con varios hombres. Pudiera ser que él participe o no, directamente. Sí, así es, contestó. Pero en nuestro caso es al revés. Soy yo la que estoy de acuerdo en que él tenga relaciones con varias mujeres, solo con una condición. ¿Cuál? Pregunté curioso. Que lo haga en mi presencia. Yo quiero ver con quien lo hace. Quizá es una forma de controlarlo, comentó sonriendo pícaramente.

O sea, insistí preguntando, ¿él no puede hacer nada a tus espaldas? Exacto. Y ¿cómo hace cuando él está solo en sus viajes y tú no estás presente? Debe tener mi consentimiento y me cuenta en detalle lo que pasó. Generalmente me comparte sus conversaciones por whats up, me envía fotos o videos y hablamos de ello cuando nos comunicamos diariamente. No hay secretos. Y ¿tú no haces lo mismo? Pregunté. ¡No! Todas mis aventuras se han dado cuando estamos juntos. Algunas veces, no muchas, cuando lo noto sin ganas o algo distante, le digo que tengo urgencia para satisfacer mis necesidades y él, sin drama alguno, se ofrece a acompañarme para calmar mis calenturas. Entonces me lleva a algún lugar, me busca el candidato y yo procuro complacerme si el hombre es de mi gusto. Generalmente acierta. Me conoce bastante.

Vaya, vaya, manifesté sorprendido, si no me lo cuentas, no lo hubiese creído. Y, ¿te puedo preguntar algo más? Sí claro. ¿Por qué has compartido conmigo algo tan íntimo y personal de tu vida? Es que Richard quiere tener sexo con tu esposa y no me parece ético contigo que eso se de a tus espaldas. Vaya que me sorprendes de nuevo, comenté. Y ¿por qué no lo hicieron ustedes de manera reservada, como siempre lo han hecho? Me disculpo si fui imprudente, dijo, pero no quisiera sentir que te estamos engañando. Bueno, comenté, pero eso, de darse, sería un tema entre mi esposa y yo. O ¿no? Sí, tal vez, pero tendríamos que excluirte, buscar excusas y propiciar el espacio para estar solos y dar curso a la aventura. Y estamos tú y yo de por medio. Y, por otro lado, quería ver tu reacción.

Qué te digo, respondí. No sé. Mi esposa y yo hemos pasado por situaciones parecidas a las que me has comentado y por eso no ha sonado extraño lo que me has dicho. Ella tiene la libertad de elegir si desea hacer o no algo con la pareja de sus anhelos, y más aún si de temas sexuales se trata. Y yo, la mayoría de las veces, acolito sus caprichos. Encuentro que Richard es un hombre físicamente atractivo, de fino comportamiento y muy caballeroso en su trato con las mujeres. No dudo para nada que mi esposa lo haya considerado en su mente como una posible pareja sexual, pero no sé si en el contexto actual, en un vínculo laboral, estén dadas las condiciones para que eso se materialice. Ella no me ha mencionado nada al respecto.

¿Anoche, en la discoteca, no viste nada extraño, acaso? Me preguntó. Pues, no, la verdad no. Ella y él bailaron muy pegaditos, dijo Lucía. ¿Te pareció normal? Ella, siempre baila así con sus parejos. No descarto que el acercamiento haya sido para determinar si el contacto le generaba estímulo y excitación, porque eso es parte de juego sexual, y no sé qué tanto para palpar la masculinidad de tu marido. Pudiera ser, ¿por qué no? Pero he estado tan a acostumbrado a ver eso, que tal vez no reparo en esos detalles. Es ella quien vive y disfruta de sus momentos y experiencias. Pero me coges fuera de base al contarme esto, simplemente porque ella no lo ha mencionado.

Lucía me pasó su celular. Mira lo que escribe Richard. Tomé el teléfono y miré la conversación:

Lucía: Hola, amor, ¿cómo va el congreso?

Richard: Va bien. La gente ya quisiera que terminara y no prestan tanta atención a las exposiciones.

Lucía: Y ¿qué tienes pensado para la noche?

Richard: Muñequita, tengo un caprichito entre manos.

Lucía: ¿Travesuras de las que me gustan?

Richard: Sí. ¿Qué comes que adivinas?

Lucía: Anoche me pareció ver algo y lo supuse…

Richard: jejeje… ¿Y qué viste?

Lucía: Se te estaban yendo las manos más allá de lo debido.

Richard: ¿De verdad? ¿Se notó mucho?

Lucía: Me imagino que esa es tu conquista…

Richard: Bueno, sí… Esa es la idea.

Lucía: Y ¿cómo sabes que ella si está interesada?

Richard: Intuición. Pura intuición. No hemos acordado nada.

Lucía: Y ¿en qué momento lo van a acordar?

Richard: No sé. Ya llegará el momento…

Lucía: Ok. Me cuentas en que van tus andanzas.

Richard: Te voy contando. Chao amor.

Le devolví el teléfono a Lucía y, mirándola, le pregunté. Y ¿qué crees que va a suceder? Que Richard va a hacer hasta lo imposible por salirse con la suya. ¿Y tú qué quieres? Replique. Mirar, contestó, solo mirar. Me gusta tu mujer y tengo la curiosidad de ver cómo se comporta en la cama. Bueno, dije yo, sonriendo, ¿y no te parece que ambos se pudieran cohibir sintiéndose observados? Richard está costumbrado, contestó. Es más, pareciera que sentirse observado lo motiva para desempeñarse mejor. Al menos en frente de mí. Y sentirse orgulloso de mostrarme que otras mujeres se sienten complacidas por él. Bueno, válido, respondí, no lo había visto de esa manera.

Siempre he estado presente en las aventuras de mi esposa. Siempre he percibido que, si ella ha estado dispuesta y lo disfruta, se olvida completamente del entorno y prácticamente, aunque yo esté presente, pareciera que no existo. No repara para nada en mí. Pero esto superaría las expectativas. Una cosa es que yo esté presente, al fin y al cabo, soy su pareja, pero no sé cómo reaccionaría viéndose observada por la esposa de su pareja sexual. No lo hemos hecho antes. Siempre hemos estado ella, yo y su amante, hombre o mujer. La verdad, no sé si esto funcionaría. Pensaría que, si Richard hace bien su trabajo, ella podría estar dispuesta. Pero ella tendría que estar segura de que tú no te molestarías si él se muestra atrevido con ella. No sé. Tan solo hago suposiciones.

Pero, preguntó ella, ¿tu estarías de acuerdo? Por mí no hay inconveniente, respondí. Dejemos que todo fluya y vemos cómo se van dando las cosas. Yo no tengo inconveniente. Tal vez, pensaría yo, en algún momento tendrías que conversar con ella y darle a entender que no va a haber rollos ni malos entendidos. Mi mujer piensa más en ser la protagonista que en ser la espectadora, así que no sé cómo lo tome. De pronto llegaría a pensar que pudiera haber algo entre nosotros dos, tú y yo, y se muestre prevenida. Qué se yo. Generalmente las aventuras han sido para ella solamente. Como te dije, yo siempre quedo excluido.

Voy a chatear con Richard, a ver cómo se ven las cosas en este momento. ¿Te parece? Y acaso, ¿cómo crees tú que deberían ir? Pensando en lograr el objetivo, dijo ella, algo se le estará ocurriendo a estas alturas. Y quiero saber qué ha pensado. Ya te cuento. Así que estuvo concentrada en su teléfono por unos minutos. Finalmente, pasándome de nuevo el aparato, para que yo observara, comentó, ¿Qué te parece?

Lucía: Amor, ¿ya casi acaban las exposiciones?

Richard: Ya acabaron hace un rato.

Lucía: Bueno. ¿Y en que van tu travesura?

Richard: Nada aún.

Lucía: ¿Qué has pensado?

Richard: Le dije a Laura que se arreglara bien bonita para esta noche. Dijo que iba a tomar una ducha y luego bajaría al salón de belleza a peinarse, maquillarse y prepararse para el evento.

Lucía: ¿Solo eso?

Richard: Pasamos por las vitrinas de uno de los almacenes de ropa interior femenina que hay en el hotel y le dije que me la imaginaba usando ese tipo de ropa. Y me contestó que ella generalmente la usaba. Me gustaría vértela puesta. Y contestó: ¿por qué no?

Lucía: ¿Es un avance?

Richard: Creo que sí. ¿Dónde estás?

Lucía: En la piscina. ¿Vienes?

Richard: Sí. Ya voy para allá. Espérame…

Bueno, dije yo, creo que me voy y los dejo solos. Seguramente nos veremos más tarde, conforme se vayan dando las cosas. De pronto nos encontramos para cenar mientras ellos están en su evento de cierre. ¿Te parece? Sí respondió ella. Encontrémonos en el restaurante a las 8 pm. De acuerdo, contestó.

Mi esposa, como de costumbre, se esmeró en el arreglo y se dispuso elegantemente para su evento. ¿A qué horas crees que te desocupas? Yo creo que a media noche, contestó. ¿Por qué? Me preguntó. Nada especial. Para saber qué hacer. Pensé que podíamos hacer algo, pero a esa hora ya me da pereza. ¿Hacer algo? inquirió ella. ¿Cómo qué? Pues, la verdad, no sé. Dije eso sin pensar, porque, viendo la hora y después de tu actividad, lo mejor sería irnos a dormir y descansar. Voy a darme una vuelta por ahí y, si no aparece nada que hacer, pues me vengo para la habitación. Bueno, dio ella, pues aquí nos vemos.

Al rato salió para su evento y yo, como me había comprometido, baje al restaurante. Lucía estaba allí, esperándome. Hola, la saludé, ¿cómo va todo? Bien, me respondió. ¿Vas a comer algo? Puede ser, dije, pero algo ligero. Tal vez una sopa, una cremita de cebolla o algo así. Bueno, contestó, ordenemos. Y, conversando de todo y de nada, se nos fue pasando el tiempo. Después de comer, ordenamos unos cocteles y no quedamos allí, conversando.

Serían como las diez de la noche cuando recibí un mensaje en mi “whats up”. Esto está muy aburrido, comentaba mi esposa. ¿Y? le contesté. Pensé que podíamos hacer algo, respondió. ¿Cómo qué? Repliqué. No sé, respondió, después te cuento. Bueno, quedo atento. Yo estoy aquí, en el hotel. No he salido del restaurante. Ok… Y mostrándole a Lucía la conversación, pregunté. ¿Qué has sabido del Doctor Richard y sus caprichos? Nada, respondió sonriente.

Un rato después volví a recibir un mensaje en mi celular. Richard me invita a su habitación. ¿Qué dices? Preguntó. ¿Y cuál es la idea? Respondí. Estar allá con él y compartir un rato, contestó. Contesté con un emoticón…

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