La confesión de Raúl cayó como un jarro de agua fría sobre Iván, quien retrocedió un paso, rompiendo el contacto físico que aún compartían. Su mente intentaba procesar las palabras que acababa de escuchar mientras la adrenalina y el calor de lo que acababan de vivir seguían corriendo por su cuerpo.
—¿María? ¿Tu mujer? —preguntó Iván, incrédulo, mientras su respiración aún estaba agitada.
Raúl asintió, con su mirada llena de culpa y algo más profundo, quizás miedo a su reacción.
—Sí, Iván… Lo siento, pero tenía que decírtelo. Esto que siento por ti no lo había sentido nunca, pero tampoco puedo dejar de lado la vida que llevo. Ella no sabe nada y… —Raúl hizo una pausa, frotándose la frente como si quisiera borrar todo lo que acababa de pasar—. No sé qué hacer con esto.
Iván sintió cómo el cabreo comenzaba a crecer dentro de él, mezclado con el dolor y la traición. Había creído que lo que compartían era real, puro, pero ahora todo parecía teñido de una doble vida que no había imaginado.
—¿Y qué esperas que haga yo con esto, Raúl? —dijo con un tono más alto, casi chillando, mientras recogía su ropa del suelo y comenzaba a vestirse rápidamente—. ¿Qué acepte ser tu… tu diversión secreta mientras sigues con tu “vida perfecta” con María?
—No es eso, Iván. No quiero perderte, pero… Es complicado. Esto que siento por ti no lo puedo ignorar, pero tampoco sé cómo manejarlo —Raúl dio un paso hacia él, intentando calmarlo.
Iván lo miró, ahora completamente vestido, mientras Raúl seguía desnudo, vulnerable y perdido. Hubo un largo silencio en el que Iván respiró hondo, intentando no perder el control.
—¿Sabes qué, Raúl? Yo tampoco sé cómo manejarlo, pero no puedo ser tu escape, tu secreto. No soy eso, y no voy a permitírmelo. —Su voz temblaba ligeramente, pero había firmeza en sus palabras—. Si realmente me quieres, si de verdad esto significa algo para ti, tendrás que decidir. No voy a compartirte con nadie, y menos con una mujer.
Raúl quiso responder, pero las palabras no salieron. Su silencio fue más elocuente que cualquier excusa que pudiera dar. Iván negó con la cabeza, sintiéndose abrumado, y salió del cubículo, dejando a Raúl ahí, solo, con su dilema. Cuando volvió al bullicio del restaurante, se sintió ajeno al ambiente festivo. Buscó su abrigo, murmuró una excusa a sus compañeros, y salió al frío de la noche. Caminó sin rumbo durante un rato, intentando ordenar sus pensamientos, pero solo podía sentir un dolor agudo en el pecho.
Aquella noche, mientras se tumbaba en su cama, aún con el olor de Raúl impregnado en su piel, Iván tomó una decisión. No iba a permitir que lo que sentía por Raúl lo atrapara en una situación que lo hiriera más. Si Raúl quería algo real, tendría que demostrarlo, y eso significaba afrontar las consecuencias de sus elecciones. Por ahora, Iván sabía que merecía más. Y aunque doliera, tenía que protegerse, porque amar a alguien no siempre significaba quedarse.
Han pasado unos días, y tras las fiestas, todo volvía a la normalidad.
Raúl se apoyaba en la máquina de fotocopias, revisando su teléfono mientras esperaba que el ruido mecánico le devolviera los papeles que había solicitado. La oficina estaba inusualmente silenciosa para ser el primer día de trabajo, como si todos aún estuvieran arrastrando la resaca emocional y física de las celebraciones navideñas.
Iván se acercó desde el fondo del pasillo. Al principio, quiso dar media vuelta al reconocer la figura de Raúl, pero su orgullo, mezclado con la curiosidad, lo mantuvo en pie. Se ajustó la corbata con un gesto mecánico, buscando aparentar una calma que no sentía, y finalmente se plantó junto a él.
—Buenos días —dijo Iván, sin mirarlo.
—Buenos días, Iván. ¿Qué… tal las fiestas? —Raúl levantó la vista del móvil, visiblemente incómodo, pero esbozó una sonrisa educada.
Un silencio denso siguió a la pregunta, mientras ambos parecían medir cada palabra, como si cualquier frase pudiera desatar algo irreparable. Finalmente, Iván respondió.
—Tranquilas. Ya sabes, familia, cenas, lo típico.
—Sí, lo mismo por mi lado —Raúl asintió, apartando la mirada hacia la máquina, que aún vomitaba hojas lentamente.
El sonido de las fotocopias llenaba el espacio entre ellos, pero ninguno parecía capaz de llenar el vacío con algo más. Aunque con algo de valentía, Raúl fue el primero en romper ese silencio.
—Sobre lo que pasó…
—No hace falta, Raúl. De verdad —Iván lo interrumpió de inmediato, con tono cortante.
Raúl lo miró, sorprendido por la dureza en la voz de Iván.
—Pero sí hace falta. Lo que pasó aquella noche… no fue solo el alcohol.
Iván dejó escapar un suspiro, pasándose una mano por el cabello.
—¿Y qué quieres que diga? ¿Qué sí, que fue increíble y que me arrepiento al mismo tiempo? ¿Qué no sé si tocarte o pegarte un puñetazo? Porque eso es lo que siento, Raúl. Justamente eso.
Raúl se quedó en silencio, procesando las palabras. La máquina de fotocopias emitió un pitido al finalizar el trabajo, pero ninguno de los dos hizo el menor movimiento para recoger los papeles.
—María no sabe nada —confesó Raúl, finalmente. Sus palabras salieron rápidas, como si temiera que quedarse callado fuera peor.
—Ni lo sabrá —respondió Iván, con frialdad—. Porque esto… esto no tiene lugar, Raúl.
El peso de las palabras parecía más insoportable que cualquier cosa que hubieran dicho antes. Raúl inclinó la cabeza, derrotado.
—¿Ni siquiera una amistad?
Iván lo miró fijamente por primera vez desde que comenzó la conversación. Su mirada estaba cargada de algo que oscilaba entre el resentimiento y la nostalgia.
—¡Que te den!
Raúl asintió lentamente, como si entendiera que había cruzado una línea que no podía desdibujar. Dio un paso hacia la máquina, recogiendo los documentos, y, sin mirarlo, murmuró.
—Lo siento, Iván.
Y se fue, dejando a Iván solo, mirando fijamente las hojas que ahora salían para él. Su pecho se sentía vacío, pero también aliviado. La rutina, pensó, sería su refugio… aunque el eco de lo sucedido lo seguiría acechando, como una sombra que nunca desaparece del todo.
Iván llegó temprano a casa tras el trabajo, durmió un poco la siesta y se despertó con una gran empalmada. Se dijo a sí mismo que debía solucionarlo como sea, que esto que le había pasado no iba a derrotarlo. Así que salió de su casa con una mezcla de ansiedad y determinación. Se enfundó en una chaqueta negra y caminó con las manos en los bolsillos, notando como el frío de la noche se filtraba por los huecos de su ropa.
Sus pasos resonaban en las calles vacías mientras se dirigía al pub Corrientes, un lugar que conocía bien por sus escapadas solitarias, pero al que no había vuelto en meses. Esta noche, sin embargo, sentía la necesidad de liberar la tensión que llevaba acumulada desde Navidad, desde ese fatídico día con Raúl.
El letrero neón del pub brillaba en tonos rojos y azules, lanzando destellos que parecían latir como un corazón nervioso. Iván empujó la puerta y fue recibido por el calor sofocante del lugar y el sonido de risas, vasos chocando y música electrónica retumbando. Se acercó a la barra y pidió un cubata. Lo bebió rápido, demasiado rápido, como si necesitara que el alcohol nublara sus pensamientos de inmediato.
Bebió uno más y luego otro, y otro. Para el cuarto vaso, Iván sentía el calor del ron mezclarse con su sangre, relajando los nudos en su pecho, pero encendiendo otro tipo de necesidad, notando como su polla estaba morcillona dentro de sus bóxer apretados.
Cerró los ojos por un momento, respirando hondo, y luego giró sobre el taburete. Su mirada recorrió el lugar hasta detenerse en la puerta del fondo, donde un letrero discreto indicaba la entrada al cuarto oscuro. Era una noche como cualquier otra en el pub; nadie se fijaría en él ni haría preguntas.
Iván se levantó con cierta torpeza, con la cabeza ligeramente mareada pero el propósito claro. Empujó la puerta del cuarto oscuro y fue recibido por una penumbra cargada, un olor a cuero y sudor mezclado con el de los limpiadores industriales. Avanzó despacio, dejando que sus ojos se adaptaran a la falta de luz. El Glory Hole estaba al fondo, marcado por una luz tenue y roja que le daba un aire clandestino.
Se acercó y sintió su respiración acelerarse, más por el nerviosismo que por el alcohol. El espacio estaba diseñado para no revelar nada más que la esencia del anonimato, y eso era justo lo que Iván buscaba. Se sacó la polla del pantalón, se apoyó contra la pared y dejó que las sensaciones lo invadieran mientras esperaba una boca.
Aunque borracho, escuchó movimiento al otro lado del panel y llamó su atención. No podía ver a la persona, pero el sonido de una respiración contenida y un leve roce contra la madera lo hicieron consciente de su presencia. Por un momento, Iván dudó sacando el rabo del agujero, pero con un suspiro profundo, cerró los ojos y la metió de nuevo dejando que sucediera algo con suerte.
De repente, notó el calor de un alengua lamer su gran y gordo rabo y de una sentada, el anónimo hombre al otro lado, se la metió entera en la boca, hasta la garganta. Iván jadeó con fuerza, dejándose llevar por el alcohol y los secretos que solo suceden ahí. El anónimo hombre siguió mamando su rabo sin descanso durante un largo tiempo hasta que se detuvo en seco, como si algo hubiese roto el momento de intimidad.
—… ¿Iván? —dijo quién fuese al otro lado.
—¿Raúl? —preguntó con un hilo de voz, mientras el calor de la situación se transformaba en un frío aterrador.
El silencio al otro lado del panel fue la confirmación que necesitaba. Iván se retiró de inmediato, subiendo su pantalón de forma torpe y saliendo al pasillo oscuro como si el aire le faltara.
Raúl apareció al momento, empujando la puerta trasera con una expresión que oscilaba entre el desconcierto y la vergüenza. Su chaqueta estaba desordenada, y la tensión en sus hombros lo hacía parecer más pequeño.
—¡Iván! Espera, por favor… ¡No sabía que eras tú! —dijo Raúl, colocándose el paquete mientras intentaba alcanzarlo.
—¡Claro que no sabías! Porque esto no debería estar pasando, ¡nunca debió pasar! —Iván se giró, con los ojos inyectados de ira y el rostro encendido tanto por el alcohol como por lo absurdo del momento.
Raúl levantó las manos, intentando calmarlo.
—No vine aquí a buscarte, lo juro. Ni siquiera sé por qué estoy aquí. Solo… necesitaba algo, necesitaba… olvidar.
Iván soltó una carcajada seca, tan amarga que hizo eco en el pasillo vacío.
—¿Olvidar? ¿Es así como olvidas, Raúl? Saltando de un agujero a otro, buscando excusas para no enfrentar lo que has hecho.
Raúl se acercó, dando un paso tímido hacia él, pero Iván levantó la mano, frenándolo.
—¡No te acerques! Estoy borracho, Raúl, y si das un paso más, no respondo de mis actos —continuó diciendo.
—Iván, por favor… yo… —Raúl intentó hablar, pero las palabras parecían quedarse atascadas en su garganta.
—¡Tú nada! —espetó Iván, avanzando hacia él con los puños cerrados—. ¿Sabes lo que eres? Un cobarde, Raúl. Un maldito cobarde que no sabe lo que quiere, y mientras tanto, arrastras a todos los demás en tu mierda.
Raúl retrocedió un paso, pero algo en su interior parecía romperse.
—¡Tienes razón! —gritó de repente, su voz resonando en el pasillo oscuro—. ¡Soy un cobarde! Pero no porque no sepa lo que quiero. Sé exactamente lo que quiero, Iván… Te quiero a ti.
Las palabras dejaron a Iván congelado, como si un golpe invisible lo hubiera alcanzado. Pero la mezcla de emociones —dolor, ira, deseo— se desbordó.
—¡No digas eso! —chilló, lanzando un puñetazo que alcanzó a Raúl en la mandíbula.
Raúl cayó hacia atrás, golpeando contra la pared con un gemido ahogado. Pero en lugar de devolver el golpe, simplemente se quedó ahí, con la mirada fija en el suelo y los ojos brillando con lágrimas que no se atrevía a dejar caer.
—¿Te hace sentir mejor? —preguntó con voz quebrada.
Iván lo miró, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras intentaba recuperar el control. La rabia parecía desvanecerse lentamente, dejando solo un vacío insoportable.
—Ponte de rodillas —respondió finalmente, con la voz cargada de rabia—. ¿No es lo que querías? Abre la boca y cómeme el rabo.
Raúl se quedó en silencio, solo roto por el sonido lejano de la música del pub y sus respiraciones entrecortadas siendo lo único que se oía en la calma tensa. Finalmente, Iván se bajó los pantalones, se sacó la polla de los bóxer aún empalmada y se la puso en la cara.
—¿No dices que me quieres? ¡Pues chúpamela hasta que me corra!
Raúl abrió la boca con timidez, posando su lengua en el glande de Iván, hasta que este, con un movimiento duro de caderas, le metió el rabo de golpe provocándole arcadas. Y no hubo más palabras, solo la acción frenética de la cabeza de Raúl moviéndose adelante y atrás para chupar el rabo de Iván mientras que lo acompañaba con el ritmo de sus caderas.
Iván sentía cómo el peso de la situación lo excitaba a un nivel extremo, pero al mismo tiempo notaba que no podía aguantar mucho más, había algo que le ponía en todo esto, algo visceral que lo hacía sentir poderoso mandando sobre alguien, sobre alguien que sí le importaba.
Los jadeos borrachos de Iván continuaron sin medida, resonando entre las oscuras paredes del pasillo y al bajar la cabeza, vio como Raúl comenzaba a pajearse por lo extraño de la situación. Podía sentir al igual que a él, a Raúl, esto lo excitaba todavía más y, sin decir palabra alguna, y con la misma rapidez con que se había iniciado todo, comenzó a correrse sin avisar.
Iván podía notar como su rabo se dilataba dentro de la boca de Raúl con fuerza y como cada chorro de leche recorría el largo de su polla para acabar dentro. La corrida pareció interminable para Iván que en silencio se retorcía con cada espasmo que realizaba su cuerpo. Raúl, inmerso en cada disparo de Iván, apretaba con sus labios su rabo para que la sensación le fuese más y más placentera de lo que a primeras ya era mientras continuaba pajeándose.
Iván terminó de correrse, exhausto, notando como las últimas gotas eran escurridas gracias a la succión de Raúl. Y sin decir nada, se apartó, con la mente nublada y la sensación de haber cometido un error, un error del que ya no había vuelta atrás.
Raúl no dijo nada. Se quedó ahí, en silencio, respirando de forma agitada tragándose la leche de Iván, con su miembro entre las manos, como si hubiera sido arrastrado por una corriente que no podía controlar. Iván, sin mirarlo, se ajustó la ropa con prisa. Las emociones se agolpaban dentro de él, pero lo único que sabía con certeza era que no podía quedarse más tiempo allí, junto a él.
—Me voy —dijo Iván con voz fría, apenas audible, como si sus palabras no tuvieran peso alguno en el aire.
Sin esperar una respuesta, dio un paso hacia la puerta, la abrió sin volver la vista atrás y salió, dejando atrás el bullicio del pub, el calor, la confusión. El aire frío de la noche lo recibió como un alivio, un recordatorio de que la rutina seguía, aunque nada sería igual.
Caminó sin rumbo, sus pensamientos y emociones entrelazándose, pero su única certeza era que, por más que lo intentara, ya nada podría deshacer lo sucedido. Y, aunque el dolor lo acompañara, estaba decidido a continuar, a seguir con su vida con e recuerdo de Raúl. Al menos, por ahora.