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El deseo oculto (2)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Los días en la oficina continuaron llenos de miradas y sonrisas contenidas entre Raúl e Iván. Cada encuentro, por pequeño que fuera, parecía cargar el aire con una energía invisible, palpable solo para ellos. El roce de sus manos al pasarse documentos, las miradas prolongadas desde sus escritorios opuestos… todo contribuía a la creciente tensión.

Una tarde, después de unas semanas especialmente intensas después de lo ocurrido, Iván estaba en su apartamento, todavía pensando en Raúl, cuando su teléfono sonó. Era él. La pantalla brillaba con su nombre “Raúl compañero”, haciendo que el corazón de Iván latiera un poco más rápido.

—… ¿Hola? —contestó Iván, tratando de sonar relajado.

—Hola —respondió Raúl, con voz baja, algo contenida, pero con ese tono que Iván había aprendido a identificar—. ¿Te pillo en mal momento, distraído?

La conversación empezó con banalidades, charlando sobre trabajo y proyectos, pero ambos sabían que había algo más detrás de cada palabra.

La charla fue derivando lentamente hacia un terreno más personal. Raúl preguntó por la tarde de Iván, y este, medio en broma, confesó que estaba bien, “pensando en sus cosas” para relajarse. La risa de Raúl al otro lado de la línea fue suave, pero cargada de entendimiento.

—¿Distraído, eh? —preguntó Raúl en tono grave, bajando aún más la voz—. ¿Y qué es lo que te tiene así?

Iván sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se acomodó en el sofá, con una sonrisa jugando en sus labios, sabiendo perfectamente hacia dónde se dirigía todo esto, mientras se tocaba el paquete de su calzoncillo.

—Tú sabes muy bien lo que es… —respondió Iván, con voz ahora más seria, más baja, un gemido más bien.

El silencio entre ellos se prolongó un segundo, un instante cargado de electricidad. Raúl respiró hondo, y el sonido, aunque distante, pareció llenarlo todo.

—Dime —murmuró Raúl, su voz casi en un susurro—. ¿Estás pensando en lo que yo, verdad?

Iván cerró los ojos, dejando que la imaginación tomara las riendas y se mordió el labio inferior antes de responder.

—Estaba pensando cuando nos cruzamos en los aseos. En cómo me miraste allí… y en cómo me dejaste luego.

La respiración de Raúl se hizo más pesada al otro lado de la línea.

—¿Así que te afecta verme? —preguntó Raúl, con un tono ahora cargado de deseo—. ¿Se te pone igual de dura que a mí cuando estamos juntos?

—Sí, demasiado —respondió Iván, notando cómo su propia voz también había cambiado—. Me afecta más de lo que debería. Ahora estoy entre manos con algo más grande, literalmente entre manos…

La conversación continuó por ese camino, ambos lanzándose indirectas cada vez menos sutiles, hasta que Raúl propuso algo que hizo que el pulso de Iván se acelerara.

—¿Por qué no hacemos una videollamada? Quiero verte —dijo Raúl, con voz más firme, pero con una clara invitación.

Iván dudó solo un instante antes de aceptar. Al momento, la pantalla del teléfono se iluminó con la videollamada entrante. Iván la aceptó, y de pronto, ahí estaba Raúl, en la pantalla. Su rostro tenía esa misma intensidad que Iván había visto tantas veces en la oficina, pero ahora, sin el filtro de lo profesional, era mucho más cercano, más íntimo que cuando consumaron.

—¡Hola de nuevo! —dijo Raúl, recorriendo el rostro de Iván a través de la pantalla.

—Jajaja, ¡hola! —respondió Iván, con su voz ronca y con el corazón latiendo rápidamente.

La distancia física que los separaba se sentía insignificante en ese momento. Sus miradas eran todo lo que necesitaban para encender la chispa que había estado acumulándose durante semanas. Ninguno de los dos dijo mucho más después de eso. Simplemente, se quedaron mirándose, con un gran deseo palpable en el aire, atravesando la pantalla, dejando que el silencio hablara por ellos.

Iván no pudo evitar llevar una mano a su paquete, acariciándolo lentamente mientras sus ojos seguían fijos en Raúl, quien, del otro lado, imitó el gesto, recorriendo su propia piel con las yemas de los dedos, aumentando la intensidad del momento, mostrando en la pantalla lo abultado que tenía también su ropa interior.

Ambos sabían lo que estaba ocurriendo, pero ninguno necesitaba decirlo en voz alta. La conversación, ahora silenciosa, estaba cargada de una complicidad que solo ellos entendían. La tensión no solo era lo que crecía, y cada segundo que pasaba, parecía acercarlos más y más.

—¿Estás haciendo lo mismo que yo, verdad que sí?

—Sí —confirmó, volviendo su teléfono hacia lo que no se veía, revelando un gran rabo oculto en una fina tela de ropa.

Una gran polla se intuía, marcando el calzoncillo, manchado por la excitación de ver de nuevo a su compañero.

—Mira como me pones, Raúl —mientras se bajaba la ropa interior, saliendo de golpe y golpeando en su barriga un rabo duro.

—… Joder, Iván. Me van a reventar los huevos con solo verte así. Quiero… quiero correrme de nuevo dentro de ti, ¿lo sabes?

Lo que siguió después fue una explosión de deseo entre ellos. El calor de la pantalla se trasladaba directamente a sus cuerpos. Cada respiración, cada gemido no dicho intensificaba la conexión que compartían.

Iván, con la mirada encendida, deslizó su mano por la longitud de su rabo, acariciándolo con una mezcla de lentitud y desesperación. La mano temblaba ligeramente mientras su piel se tensaba con el deseo creciente. Sus ojos, fijos en Raúl, quien, al otro lado, también había dejado escapar su propia polla fuera de su calzoncillo. Estaban llenos de lujuria, esa misma lujuria que les había unido en el trabajo, aquel día.

Raúl no aguantaba más. La presión en sus huevos y la imagen de Iván hacían que todo en su interior explotara de gusto. Se pajeó con más fuerza, mordiéndose el labio al ver cómo Iván se movía, tocándose cada vez con más rapidez. El sonido de sus respiraciones pesadas llenaba el espacio vacío, sustituyendo cualquier palabra.

—Iván… —gimió Raúl, con voz ahogada por el placer—. No aguanto más, joder. Me tienes al límite.

Iván, con una sonrisa grande en los labios, aceleró el ritmo. Su cuerpo reaccionaba a cada palabra de Raúl, a cada mirada lasciva que compartían a través de la pantalla. El deseo mutuo era palpable, y aunque estaban separados físicamente, en ese momento, parecían estar más conectados que nunca.

—Córrete, Raúl —susurró Iván—. Hazlo conmigo… yo me voy a correr ya…

En ese instante sus mentes conectaron tras la pantalla. Sus rabos estaban duros, gordos y venosos por lo que iba a pasar, por lo que estaba pasando.

Con un gemido profundo, Raúl no pudo contenerse más. Su cuerpo se tensó, y con una serie de espasmos incontrolables, expulsó grandes chorros blancos y espesos sobre su pecho, salpicando todo a su alrededor, manchando su barba espesa. Iván le siguió casi al instante, dejando salir todo lo que llevaba dentro en un torrente lento que se deslizaba por su gruesa polla hasta llegar a sus huevos, dejando toda la leche espesa escurrirse con calma.

Ambos se quedaron unos segundos en silencio, jadeando con dificultad. Las imágenes en sus pantallas estaban aún cargadas de esa electricidad sexual, de deseo y manchadas un poco de su semen. Ninguno dijo nada, pero no hacía falta. Sabían que, aunque la distancia los separaba, lo que compartían iba mucho más allá de lo físico.

Y en ese momento de agotamiento y satisfacción, lo único que quedaba era el eco de sus respiraciones, la pantalla compartida y la promesa de que no sería la última vez que algo así ocurriría.

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