Los días marcharon como siempre, al menos a mi alrededor. Mi mente era un completo desorden; una parte de mí me sugería liberar al demonio, entregarme a él… Al fin y al cabo yo lo había provocado; la otra me animaba a luchar contra mí misma, a no volver a probar de dicho fruto. En mi mente redundaban las palabras de mi hijo: "Relájate mamá, sólo has atrapado a tu hijo mayor masturbándose."
Era verdad, le estaba dando más importancia de la que requería en aquél entonces. Con tres hijos varones en casa, encontrar a alguno de ellos dándose placer era de esperarse. Aun así, mi cuerpo, mente, y alma, reaccionaban ante memorias prohibidas.
Reflexioné y resolví ignorar este tipo de pensamientos y hacer como si nada. Noche tras noche experimenté lo complicado que era resistirme a mis propios deseos. La imagen de mi hombrecito mayor desnudo predominaban en mi mente cuando hacía el amor con mi esposo, incluso cuando, a escondidas, visitaba a mi amante para disfrutar un poco de lo peligroso que era.
Tener un orgasmo, tanto con el portador del mismo anillo de matrimonio que el mío; como con el hombre que termina de abastecer mis necesidades, no es un problema… Pero me aterraba pensar que desde hacían varios días, todas las veces que me corrí fueron inspiradas por mi hijo.
Dos semanas más tarde me encontraba sola en casa. Había quedado en ir a casa de mi amante y tener sexo salvaje, mi conyugue no llegaría hasta el comienzo de la siguiente semana así que no sería problema.
Después de un agradable momento de relajación en la piscina, subí para darme un buen baño.
El agua caía sobre mis cabello, cuales adheridos a mi espalda conducían el agua hasta mis nalgas. Mis manos; una de ellas estrujaba mis senos; la otra frotaba con ganas mi enrojecido coño, alimentando mi pecado mientras me imaginaba siendo follada por mi hijo; cuando de pronto…
—Buenas tardes mamá.
La voz del protagonista de aquella película porno que reproducía mi imaginación, tomó parte en la escena más allá de la fantasía.
Por poco y toco el techo con mis manos del brinco que di por el susto. Sorprendida, molesta, y confusa, después de reclamarle por invadir mi privacidad, le pregunté, ¿Qué hacía en mi baño?
Encontrar a tu hijo masturbándose es una cosa, que él te sorprenda a ti haciéndolo es otra muy diferente.
—Pagar con la misma moneda no es pecado; dijo del otro lado del panel de vidrio que nos separaba. A diferencia de ti.
—Complementó, yo sí admitiré que me ha gustado lo que he visto.
Una vez más su voz me sumía en un trance, sin poder pensar correctamente.
¿Cómo qué lo que has visto? —Le pregunté… ¿Cuánto llevas viéndome?
El pudor me arropó por completo. Sin embargo, era incapaz de pedirle que se marchara, en el fondo quería llegar hasta dónde él quisiera.
—¿! Qué haces!? Exclamé al ver, a través del cristal difuminado, su silueta desvistiéndose. Cuando terminó, caminó hasta deslizar lo único que nos separaba.
Aquél hormigueo que recorría mi cuerpo desde el momento en que escuché su voz, aumentó al verlo dentro de la ducha.
Hago de tu fantasía una realidad, —Contestó ante mi insistencia a la previa pregunta.
Todo mi cuerpo temblaba, dentro de mi cabeza las cosas estaban en completo desorden. La figura en frente de mí no mostraba aires dubitativos, era serenamente imponente. Mi corazón quería salirse del pecho, mi voz se quebraba, pereciendo en el intento de pronunciar alguna palabra.
Aún no había pasado a mayores, pero el solo hecho de estar desnuda frente a mi hijo, visto ahora como la ironía más cruel, hacía palpitar mi vagina.
Mi mirada ascendió del suelo, pasando por su endurecido miembro, al cielo reflejado en sus ojos cuando una de sus manos me tomo por el cuello.
No sé si él, pero yo me rendí de inmediato ante los mismos ojos que lo engendraron. Era como volver conectar con esa alma con la que no lo hacía desde hace mucho, la misma con la que muchas veces tuve encuentros como el que, por primera vez, estoy teniendo ahora con Sebastian, mi hijo.
En un solo movimiento sus labios encontraron los míos. Sentí como si los conociera de toda la vida, de hecho, suspiré con una enorme satisfacción.
«Después de tanto tiempo, —Pensé»
Desesperación, locura, pasión… Fueron muchas las emociones que reviví en ese profundo beso.
Sus manos extendieron las mías, cual ave en vuelo. Sus labios coqueteaban ahora con mi cuello en compañía de su lengua. Poco a poco descendió a mis pechos, chupando, lamiendo, estrujando.
No pude aguantar más, estaba muy caliente; cosa que por mis gemidos le hacía saber; y me corrí.
Cuando sus dedos tocaron mi caliente coño volví a suspirar profundamente; acción que fue pausada por el repentino atraco de sus labios, nuevamente a los míos; y reanudada con más intensidad al sentir como me penetraba el más largo de sus dedos.
Muchas veces intenté palpar su enorme pene, pero por alguna razón que desconocía nunca me dejó, él me detenía.
Los ruidos en aquella sala de baño pronosticaban el segundo orgasmo de mi panocha bien rasurada. Mis piernas se retorcían, la impotencia de no poder tocarlo me deba más placer… Aunque, sinceramente no creo que mis intenciones sirvieran de algo, ya que él era más que suficiente.
Su pulgar se encargaba de mi clítoris, al mismo tiempo uno de sus dedos entraba y salía de mi empapado coño, y no sé cómo… Pero juro que mi culo también estaba siendo penetrado por uno de sus dedos; eso sin mencionar que me chupaba las tetas con afán… Todo al mismo tiempo.
—¡Me corro! Exclamé.
Segundos después mi cuerpo se contraía, haciéndome difícil la tarea de mantenerme en pie.
Lo abracé, lo besé, lo toqué… Le pedí que me hiciera suya, que por favor metiera esa enorme cosa dentro de mí. La necesito, —Le confesé junto con mis deseos.
Terminó arrodillándose ante mí. Llevé una de mis piernas por encima de su hombro, dejándola caer en su espalda.
—Es increíble… Comentó mirando mi entrepierna. Cuatro hijos, toda una vida follando… Y mira como luce tu vagina; fueron sus palabras antes de empezar a comérsela.
Sus palabras me avergonzaron, pero no pasó mucho para que a gritos le pidiera que me regalara otro orgasmo.
Continuará…