El demonio con forma humana salió una vez más a rondar las calles de la ciudad. La tarde ardía con el color del deseo y las masas humanas se distribuían como fluidos en movimiento por las calles.
En uno de los vagones del metro el demonio encontró a su primera víctima, un hombre alto y bien parecido de cuerpo tosco y musculoso. El hombre iba cansado y el demonio lo siguió al salir del vagón e internarse en las calles que se oscurecían al paso lento de las sombras. Conforme se iba internando en las calles de un viejo barrio, el demonio comenzó a jugar su juego sutil: puso la semilla del erotismo en los pensamientos de aquel hombre. La semilla se presentó como una idea fugaz que al principio parecía pasajera, pero poco a poco, como un trastorno obsesivo, iba creciendo mientras se retroalimentaba.
En algún punto de su trayecto nocturno, el hombre solo pensaba en salvajes actos sexuales. Se veía a sí mismo en orgías con cientos de insaciables jóvenes, con sus vaginas mojadas y sus ojos trastornados por la lujuria. Él, con su pene perfectamente erecto, su glande pulsante y sensible, las penetraba insaciablemente, viniéndose a chorros en cada una de ellas. Su semen era inagotable al igual que sus orgasmos y los orgasmos de las chicas, quienes se retorcían de placer con cada embestida.
Los pensamientos del hombre habían tenido un efecto en su cuerpo y ahí, en la calle solitaria, su erección pulsaba aprisionada entre sus ropas. Así, embriagado por el deseo, perdiendo casi totalmente el uso de la razón, el hombre bajó su bragueta y comenzó a masturbarse. Se masturbó furiosamente perdido en sus pensamientos mientras el demonio se acercaba.
Cayeron varios chorros de semen sobre la banqueta y, para la sorpresa de aquel hombre, su erección no disminuyó. Fue entonces que el demonio se hizo presente y atacó: tomando la forma de un grupo de hombres de mala muerte, el demonio hizo uso de su magia para poseer a su víctima.
Cada una de las manifestaciones del demonio se desvistió dejando ver un cuerpo duro, sudoroso y con una erección formidable. La magia del demonio también poseyó el cuerpo de aquel hombre preparando su ano para la penetración.
El hombre, al verse rodeado sintió todas las respuestas psicológicas ante el peligro inminente, con una adición inesperada, la excitación sexual. Su erección no disminuyó, al contrario, su pene pulsaba y se sentía casi a reventar mientras que su ano se sentía de pronto sensible y erógeno. La idea cayó sobre su mente de golpe: sería violado por este grupo de extraños y la idea le causó una impresión tal que inició una reacción en cadena desde sus adentros. Sintió una potente y creciente emanación de placer desde sus testículos que creció hacia su ano, su pene y su glande. Poco después se vino sin siquiera tocarse.
El demonio violó a su víctima: siempre alguna de sus manifestaciones penetrándolo analmente mientras otro lo masturbaba y otro más le forzaba el pene en la boca. El hombre sentía una marea de sensaciones pero ninguna más poderosa que el ser penetrado analmente por estos monstruos. Una y otra vez uno u otro pene se movía incansable en su ano y la sensación lo saturaba, enloquecía y hacía llegar al éxtasis. Los demonios eyacularon incontables veces en su ano, su boca y sobre todo su cuerpo y el se vino más veces de las que podía contar.
Finalmente el demonio emprendió su retirada condensando su ser en un solo cuerpo el cual caminó lento por la calle oscura hasta que desapareció.