Hacía calor aquella tarde de verano.
Laura observó al tipo que había venido a arreglar el desagüe del fregadero. Un hombre de mediana edad, mediana estatura, ni guapo ni feo, ni alto ni bajo, ni grueso ni delgado. Un hombre con tripita. Un tipo, en definitiva, que no llamaba la atención. Llevaba puesta una camiseta de manga corta negra, pantalones vaqueros holgados y zapatos negros.
Sudaba, y eso que todo lo que había hecho era preguntar por los detalles de la avería y abrir y cerrar el grifo.
– Ves, se atranca. Esto es que hay algo metido. ¿Estás segura de que no se te ha colado nada?
Laura negó con la cabeza, aunque no estaba segura. De todas maneras aquel tipo estaba allí para arreglarlo ¿no? que más daba lo que ella dijera.
– Ya, bueno vamos a abrir y ver que nos encontramos. ¿Te parece?
Laura asintió. Aquel hombre la tuteaba. A alguna de sus amigas, sobre todo las que se lo tenían muy creído, les habría molestado. Pero a ella no. De hecho, le gustaba, le hacía sentirse más joven. No es que con cuarenta y seis se sintiese mayor, y menos en estos tiempos, pero siempre se agradecía el detalle.
Sonrió.
El hombre eligió la herramienta y poniéndose de cuclillas, observó los tubos durante un instante y luego se inclinó metiéndose en el estrecho hueco.
Laura le oyó resoplar, esforzarse tratando de desenroscar la tuerca. Se movió de nuevo, inclinándose más, sacando el culo. La camiseta, corta, no alcanzaba a taparle, los pantalones, poco ajustados, se deslizaron por debajo de la cintura arrastrando los calzoncillos.
Laura miró con atención, aquel tipo estaba enseñando su pálida espalda y parte de su culo, el vello parecía salir del nacimiento de la raja, las nalgas, con algún que otro granito, también tenían algo de pelo.
La mujer confió en que, en cuanto notase algo de brisa acariciando su trasero, aquel tipo se percatase del tema y se cubriese. Pero no hubo cambios, estaba tan enfrascado en su tarea que poco le importaba el detalle.
A Laura tampoco, de hecho, permanecía como hipnotizada mirando y haciéndose todo tipo de preguntas pueriles. "¿Se habría lavado el culo hoy? ¿Estaría sudado y pegajoso? ¿Olería a…? ¿Habría notado el aire en su piel y aun así seguiría a lo suyo sabedor de que ella le estaba viendo?"
Hacía calor y Laura empezaba a notarlo. El culo de aquel tipo a medio vestir la estaba empezando a poner cachonda. "Te he visto por detrás, puedes por favor darte la vuelta y enseñarme lo de delante." Pensó sorprendiéndose de su tontuna. Aun así, siguió imaginando, como si de un comic erótico se tratase. Imaginó su miembro , gordo, crecido, desproporcionado. Imaginó como sería tener eso dentro, activando cada terminación nerviosa en su vagina.
Gimió en voz alta y se llevó la mano a la boca rápidamente por miedo a emitir más sonidos. Luego cerró los ojos y deslizó la mano bajo la ropa, bajo las bragas.
Se tocó.
Exploró el lugar notando la corriente eléctrica.
– Perdone – dijo el fontanero.
Laura abrió los ojos y vio que el hombre había acabado y la miraba.
Se puso roja. En su vida había experimentado tanta vergüenza. Intentó decir algo.
– Esto, yo…
El tipo sonrió y tomo la palabra.
– No te preocupes. Estas cosas pasan.
Laura bajó la mirada avergonzada y vio el bulto que crecía en la entrepierna del hombre.
– ¡Qué grande! – exclamó sin poder contenerse.
El fontanero la miró con deseo y con voz profunda dijo.
– Si quieres podemos hacerlo.
– ¿Hacer el qué? – contestó la mujer.
Y sin esperar respuesta añadió.
– Vale venga. ¿Qué hago?
– Quítate la ropa, quiero verte los senos. – respondió el varón.
Laura tomo aire y se desnudó.
Minutos después, con las manos apoyadas en los azulejos de la cocina y el culo en pompa, disfrutaba de las envestidas del fontanero.
Fin