Bueno, en agosto de 2008 yo acababa de cumplir treinta años y hacía pocos meses que me había divorciado después de tres años de matrimonio. Como todos nuestros allegados pensaban estaba cantado y nos divorciamos sin estridencias. Aunque ella no llegó a enterarse, los últimos tiempo yo disfrutaba más masturbándome con lencería puesta que teniendo sexo con ella. Lo había descubierto quince meses antes en París.
Acompañé a la entonces mi esposa a un viaje a dicha ciudad en la que ella asistía a un congreso, uno de los días discutimos y a mitad de la tarde nos fuimos cada uno por un lado y en mi caso acabé en una de las calles adyacentes al bulevard Clichy y caminé hasta llegar cerca de la gare du Nord una zona no especialmente recomendable y fruto de la rabieta llegué a un acuerdo con una prostituta, tenía rasgos orientales y dijo llamarse Kioto y como yo la resultaba guapo no habría problema con el tiempo, tenía mis dudas, no tenía muy claro si realmente era una mujer pero también me resultaba atractiva y subí las escaleras hasta un ático en un portal cercano a donde la encontré.
Efectivamente era una travestí, bellísima y superfemenina pero con una polla similar a la mía, fue la primera vez que me comí una polla y además disfruté; Kioto elogiaba mi cuerpo. Por entonces yo era un hombre muy guapo y sin apenas vello en el cuerpo, insistió en vestirme con algo de su lencería, no puedo explicar la excitación que sentí al verme en el espejo casi como ella. Volví a comerme su polla y esta vez me preguntó si podía dejarse ir en mi boca, estaba tan excitado que no dudé ni un segundo y siempre recordaré aquella primera vez. Recuerdo como al sentir los primeros golpes de su esperma golpeando mi paladar no pude evitar correrme con una intensidad que nunca había tenido.
Cuando iba de regreso al hotel vi al menos media docena de llamadas perdidas de mi esposa, eran más de las diez y media de la noche y había experimentado dos orgasmos con una intensidad que nunca había sentido; la primera vez cuando se corrió en mi boca, después y en medio de la batalla y el calentón no dudé en decirle que me la metiera, si, utilicé esa misma expresión. Lo hizo con tal delicadeza que no sentí la más mínima molestia, una extraña sensación mezcla de querer expulsar aquello que entraba en mí y deseo que no parase.
Muy despacio, sin forzar nada, se fue moviendo acompasadamente hasta que grité que no podía contenerme más y Kioto se vació dentro de mí al tiempo que también yo lo hacía. Puede llevar a risa pero recuerdo que cuando caminaba de regreso al hotel sentía una sensación de vacío. Mi mujer estaba muy preocupada, yo me sentía culpable de algo y ella deseaba olvidar la discusión, me abrazó, no sé como volví a empalmarme como un burro y follamos como animales más de una hora.
Eran tan recientes mis dos corridas anteriores que me había empalmado contra todo pronóstico y no conseguía correrme, mi mujer decía que era el mejor y más intenso polvo que había echado conmigo.
De regreso a casa no tardaron en volver nuestras diferencias y en apenas un año nos divorciamos amigablemente.
Regresemos a agosto de 2008, últimos días de agosto concretamente, tomé un par de semanas de vacaciones y al sentirme libre y sin control de nadie no dudé en pasar una de esas dos semanas en París. Alquilé habitación en un hotel por la zona donde había encontrado a Kioto quince meses antes. Hotel du Bravant en el 18 de la Rue des Petit Hôtels justo al lado del mercado de Saint Quentin. Era un hotel más bien viejo, no acostumbraba a quedarme en ese tipo de hoteles, pero era limpio y si bien es difícil coincidir con alguien conocido en París era imposible hacerlo en un hotel así. Buscaba la libertad que te da el anonimato y pensé que era el lugar idóneo.
Mi avión había llegado a primera hora de la mañana y tras instalarme salí de compras y evidentemente a tratar de reencontrar a la antigua prostituta, labor imposible (aunque pregunté por ella a algunas colegas de profesión) de realizar. Había traído conmigo un par de conjuntos de ropa interior de mi ex mujer que la robé a última hora en el traslado, pero estaba tan decidido a todo que visité algunas tiendas especializadas para comenzar a componer un look para mis fantasías. Entraba en las tiendas con toda la timidez del mundo y a los pocos minutos me movía en ellas como si fuera un cliente habitual.
Lo más importante para mí era el calzado y una peluca. Deseché en principio la idea de comprar zapatos y opté por dos pares de botines con un tacón de entre 7 y 8 cm y que sujetaban firmemente mi pie al caminar evitándome dar traspiés, aunque me sorprendí a mí mismo por la facilidad con la que caminaba con esos tacones a los dos minutos de calzármelos. En cuanto a la peluca opté por una de pelo corto. En principio no estaba dispuesto a gastar excesivo dinero y la de pelo corto parecía menos sintética que una con melena o pelo más largo y realmente como pude comprobar después fue un acierto.
De regreso al hotel con mis compras estaba deseando probarme todas ellas. Mi habitación era la número 102 en el primer piso, a la izquierda de la amplia cama una gran ventana que daba a un patio al que se podía acceder por la misma ventana y a cuyo patio daban unas ventanas que estaban en el pasillo del hotel y enfrente una ventana idéntica a la mía supuse que de otra habitación similar.
Estaba caliente como un horno, utilicé casi media hora en maquillarme lo mejor que pude y tras colocarme unos ligueros que sujetaban unas medias de red junto con un sujetador y tanga a juego comencé a contonearme frente al espejo de la habitación subido en los tacones de siete cm de mis nuevos botines, pasaba mis manos acariciando mi cuerpo desde casi las axilas deslizándose por mi cintura y manoseando mis nalgas evitando tocarme la polla en exceso para no correrme demasiado pronto.
Había colocado mi cámara de fotos sobre el cabecero de la cama y con el disparador automático me hacía una foto cada treinta segundos. Volví el rostro hacia la ventana, creí recordar que cuando entré las cortinas de la habitación de enfrente estaban corridas, pero no le di importancia al estar la habitación a oscuras.
Continué con lo que estaba haciendo, ahora ya mi mano se deslizaba de vez en cuando a lo largo de mi polla y de nuevo me pareció ver una sombra en la otra habitación. Supongo que la persona que la ocupaba se desinhibió al verme actuar y se decidió a dar un paso al frente dejando que la escasa luz que llegaba del patio de luces me hiciera ver el cuerpo desnudo de un hombre maduro acariciándose la polla y mirándome.
Durante unos eternos segundos sentí terror al saberme descubierto en esa situación, pero de inmediato fui consciente de que esa persona a lo mejor buscaba lo mismo que yo. Ambos dimos un paso hacia la ventana y pudimos vernos perfectamente uno a otro. Desapareció un instante y volvió a la ventana mostrándome una botella de vino en su mano, sonreí asintiendo con la cabeza y no pensó en que podía tropezarse con nadie en el pasillo. Oí abrir y cerrar su puerta y cuando abrí la de mi habitación allí estaba el hombre desnudo, empalmado como un burro y con la botella de vino en la mano.
Siempre había pensado que me daría asco el que un hombre me besara en la boca, apenas tuve tiempo de pensar en ello y mucho menos de rechazar su beso, metió su lengua en mi boca y comenzó a moverla dentro. Cuando se separó bajó levemente una de las copas de mi sujetador y comenzó a lamer mi pezón. ¡Dios! Lamía, succionaba y cambiaba a suaves mordisco en el propio pezón y la aureola y me estaba volviendo loco con aquellas nuevas sensaciones. En cuanto tuve oportunidad fui yo quien metió la lengua en su boca para besarle apasionadamente mientras sus manos recorrían mi cuerpo y las mías sujetaban sus nalgas apretándole contra mí.
Me echó sobre la cama y rodeando mi polla con sus labios comenzó una mamada como mi ex mujer jamás habría soñado hacer tan bien, pero lo que estuvo a punto de hacerme ir fue cuando su lengua comenzó a recorrer mi falo, mis huevos, la aureola de mi ano hasta que alzando mis piernas y sujetándolas con sus manos logró meter en él la punta de su lengua moviéndola como las alas de una mariposa. Eran tantas las sensaciones que estaba sintiendo que me había descontrolado totalmente, entre susurros le pedí que me la metiera, así, con esas palabras.
No le dije fóllame, sodomízame o cosas por el estilo; en un susurro y mientras su lengua había pasado de mi ano a mis huevos le susurré. “entre en moi”. Procurando no perder el contacto físico buscamos entre mis cosas algo para lubricar sobre la mesilla había un tubo de Nivea Body Milk y embadurnó con ella mi vientre, mis nalgas ¡todo! Y tumbándose sobre mi comenzó a besarme y lamer mis pezones mientras sujetando su polla con una mano trataba de acertar con el lugar adecuado.
Ambos reíamos abiertamente porque resultaba imposible, había tanta leche hidratante que en cuanto su glande se aproximaba a cualquier parte de mi cuerpo resbalaba yéndose en cualquier dirección menos en la adecuada. Mis piernas estaban separadas, totalmente abierto y su cuerpo metido entre el mío cuando por azar su glande quedó encajado en el lugar adecuado, permanecimos inmóviles unos segundos tratando de evitar que volviera a resbalar y perdiera el lugar. Inclinó su cuerpo sobre el mío para besarme en la boca y sin pretenderlo se deslizó dentro de mi hasta la empuñadura.
Sin darme cuenta, sin sentir el más mínimo dolor o molestia después de más de una año de la primera y única vez que me habían penetrado lo tenía totalmente dentro de mí. Estuve a punto de correrme a medida que le sentí entrar, se mantuvo unos instantes inmóvil y rodeé su cuello con mis brazos al tiempo que mis piernas también rodearon su cintura sujetándole contra mí. Lentamente comenzó a moverse arriba y abajo y comencé a sentir como se deslizaba dentro de mi hacia fuera y hacia dentro.
Es imposible de describir, tenía unas enormes ganas de correrme, pero no podía. Lentamente, pero sin parar estuvo follándome unos diez o doce minutos mientras yo le susurraba que estaba a punto de correrme, que quería hacerlo, pero no podía. Volvió al vaivén del mete-saca y cuando su polla estaba casi totalmente fuera manteniendo dentro de punta del glande sentí un calambre a lo largo de mi espina dorsal y con un gemido comencé a eyacular.
Entonces volvió a empujar suavemente volviendo a entrar en mi dejándome sentir como su polla comenzaba a escupir dentro de mí. Todo fue en unos segundos, o quizá menos, comencé a sentir el orgasmo y al sentirle entrar y correrse dentro aquella sensación se multiplicó por mil y sentí un placer intenso como jamás lo había sentido, jamás mi polla había palpitado tanto y tantas veces escupiendo tanto esperma. Pocas veces he vuelto a sentir algo así, es difícil llegar al clímax y correrte sin tocarte, sin masturbarte, solamente sintiendo como una polla lima el interior de tu ano. Es indescriptible.