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Tiempo de lectura: 6 minutos

Hola, amigos.

¿Os acordáis de mi relato “La sangría”? Pues para los que lo siguieron, os diré, como escribí en él, que la profecía finalmente también se cumplió.

Como despedida al escrito comenté que, entre los tres, mi mujer, Mari y yo intentaríamos hacer entrar a su marido en nuestras “travesuras”, pues la verdad es que la experiencia vivida la noche en que los tres nos abandonamos al frenesí sexual, nos había dejado muy buen sabor de boca y como todo lo bueno, si pruebas y te gusta, es difícil no volver a repetir.

Así que como Mari no se atrevía a decirle a su marido lo que teníamos previsto por miedo a una reacción negativa por parte de él, dada su intachable moral de siempre, aprovechamos una noche en que nos propusieron ir al cine a ver una película de estreno para empezar a introducirlo en el tema de una manera sutil, y de eso se iba a encargar quien mejor que nadie, la zorrita de mi mujer.

Pues bien, llegó la noche de autos y tras encontrarnos en el vestíbulo del cine con ellos dos y después de los saludos de rigor, sacamos las cuatro entradas para seguidamente entrar y acomodarnos en la sala VIP donde aparte de cómodos, íbamos a estar más aislados para llevar a cabo nuestro plan.

No había apenas espectadores, era la última sesión y era un día entre semana, por lo que en el local apenas había diez personas repartidas por las butacas. Nosotros tuvimos la suerte de que en nuestra zona solo estábamos nosotros cuatro, razón de más para “atacar” directamente sin la preocupación de ser observados ni molestados por nadie.

Las dos mujeres se las ingeniaron para sentarse entre nosotros dos, Mari a mi lado y mi mujer al lado de su marido. Éste no tardó en hacer un comentario del por qué aquel cambio de posiciones, y ellas entre risas le comentaron que no tenía importancia y que era un “cambio de pareja”. Él lo aceptó lógicamente como una broma y ya no le dio más importancia, así que nos dispusimos a ver comenzar la película.

Comentar que las dos zorritas para la ocasión se habían vestido con faldas, no cortas, pero sí sugerentes, por encima de la rodilla, lo que evidentemente provocó que cuando se sentaron en las cómodas butacas la tela subiera dejando a la vista cuatro muslos preciosos y tentadores.

Observé como el marido de Mari, con todo su golpe moralista no pudo evitar echar una mirada a las preciosas piernas de mi mujer, de ello nos dimos cuenta las dos mujeres y yo, que permanecíamos a la espera de alguna reacción que viniera al caso para dar el siguiente paso en aquella trama, y ésta llegó o al menos así lo quisimos entender cuando en pocos instantes la mirada de él volvió a posarse sobre la suave piel de los muslos de mi mujer.

Por fin se apagaron las luces y comenzó la sesión (de cine). En la penumbra, Mari y yo observábamos disimuladamente la reacción de su marido ya que en cuanto la sala quedó a oscuras, éste no dudó en volver a echar un vistazo a mi zorra, esta vez, y amparado en la oscuridad se recreó más tiempo con el espectáculo de unas piernas femeninas que se habían cruzado a propósito, sin percatarse de que dos de nosotros, su mujer y yo seguíamos todos sus movimientos.

Así, mi esposa se dispuso a iniciar su misión, provocar y poner a prueba la integridad de nuestro amigo.

Fue más fácil de lo que nos imaginábamos, la verdad es que no hubo ninguna resistencia por parte de él cuando la puta de mi mujer agarró suavemente su mano y la posó sobre su muslo izquierdo, obligándolo a acariciárselo en silencio. Mari me pegó un suave codazo y vimos como él, sin dejar de acariciar la pierna de mi mujer, se asomaba disimuladamente para ver si nosotros nos habíamos dado cuenta de algo.

Por supuesto que nos hicimos los distraídos mirando la pantalla mientras nuestros labios esbozaban una sonrisa de satisfacción por el resultado que estaba obteniendo mi mujer con la “integridad” del amigo, es decir, la integridad se estaba yendo al garete ante el ofrecimiento de aquél sabroso pastel.

Mari, disimuladamente me cogió la mano y me la puso en su pecho, pero no para tocarla, sino para ver como su corazón estaba desbocado, estaba excitadísima; yo hice lo mismo con ella, estábamos los dos con las pulsaciones al máximo, pues creedme, una situación así no la aguanta cualquiera sin inmutarse.

El punto culminante de la iniciación de nuestro amigo fue la sorpresa que él se llevó cuando Mari, alargando la mano hacia las piernas de mi mujer, agarró la de su marido. Él, sintiéndose pillado in fraganti, lógicamente dio un respingo, haciendo el amago de retirar la mano inmediatamente, pero Mari y mi mujer se la sujetaron y la guiaron las dos a la vez subiéndola lentamente hasta que la falda quedó a la altura del vientre de mi zorrita.

Él miró a su mujer, incrédulo, no se creía lo que estaba pasando, pero al ver como ésta le sonreía y sin soltarle la mano le incitaba a acariciar por encima del tanga el coño de mi esposa, ya no dudó ni un momento y apartando la braga, fue directamente al grano, sus dedos acariciaron los labios del coño que ya estaba mojado y uno de ellos penetró hasta el fondo, iniciando un mete y saca acompasado, suave, masturbándola con total descaro, pues ya se había dado cuenta de todo, de la encerrona que le habíamos preparado, había abierto por fin los ojos, y para sorpresa nuestra, también descubrimos que le tenía ganas a mi mujer desde hacía tiempo, según nos confesó más tarde.

El hielo no sólo había quedado roto, sino que se estaba derritiendo precipitadamente. El ambiente que había en ese pequeño rincón del cine era tremendamente caliente, mi mujer permanecía con la cabeza apoyada en la butaca y con las piernas abiertas para facilitarle el trabajo a nuestro amigo, jadeaba y suspiraba entrecortadamente mientras “A” (llamaremos “A” a nuestro amigo) ahora ya tenía dos dedos metidos y en movimiento, procurándole un placer que saltaba a la vista, pues aparte de jadear, se retorcía de gusto en su butaca.

Mari, que no les quitaba ojo de encima, estaba girada hacia ellos, observándolo todo, de manera que por su posición me mostraba todo su trasero también engalanado con un diminuto tanga. Yo no perdí demasiado tiempo y le metí mano por detrás, acariciando su también húmedo coño desde la parte de detrás, mientras al mismo tiempo manoseaba sus prietas y apetecibles nalgas.

Pasados unos minutos con aquel juego, mi mujer tuvo un orgasmo brutal, Mari tuvo que taparle la boca mientras se corría, pero fue su marido quien apartó la mano de ella para taparle él la boca, pero no con la manos, sino con su boca misma, así que mientras la zorra de mi mujer se corría, “A” le propinó un morreo espectacular, atenuando los grititos de placer de la hembra caliente que estaba explotando de gusto.

Cuando mi esposa acabó de correrse, y después de unos instantes de respiro, se dispuso a obsequiar a nuestro querido amigo con algo que sabíamos los dos que nunca le había hecho su mujer, y era tan simple como una buena mamada.

Debo aclarar que Mari nunca le había comido la polla a su marido, no por asco, sino porque le producía arcadas cada vez que había intentado metérsela en la boca, era una simple reacción física, eso se lo había confesado con tristeza a mi mujer en más de una ocasión, y por parte de “A”, él también me había confesado alguna vez en confianza que lo único que deseaba con fervor era que su mujer algún día le hiciera una mamada.

Ya veis, nunca llueve a gusto de todos, pero esa noche sí que “llovió” y mucho para “A”, pues os aseguro que mi mujer, aparte de ser una buena folladora, si en algo es muy buena es en agarrar una polla, metérsela en la boca y hacer filigranas con ella, de eso doy fe.

Bueno, como iba diciendo, después de recomponerse un poco, mi zorrita se arrodilló entre las piernas de “A” y le desabrochó el pantalón, bajándoselo hasta los tobillos, dejando al descubierto una polla larga (confieso que más larga que la mía) e hinchada, apuntando hacia el techo de la oscura sala de cine. La agarró con la mano y la observó con devoción unos segundos para seguidamente llevársela a la boca y comenzar a mamársela lentamente, la introducía hasta casi perderse de vista en su boca y luego levantaba la cabeza descubriéndola de nuevo pero sin dejarla fuera del todo, de manera que cuando llegaba al capullo, lo mordisqueaba al tiempo que lo rodeaba hábilmente con la lengua.

No queráis ni imaginaros el placer que mi mujer le estaba dando a “A”, quien por fin veía cumplido su deseo, que alguien le comiera la polla de una puñetera vez.

Mi esposa movía la cabeza arriba y abajo, haciendo entrar y salir el miembro en su boca, mientras al mismo tiempo, con una mano se la meneaba también arriba y abajo y con la otra le masajeaba los huevos totalmente hinchados por la tensión de aquel momento.

No duró mucho nuestro amigo ante aquella demostración de “savoir faire” porque en pocos minutos, y con un bufido inevitable, su polla soltó un chorro de leche que quedó derramada por toda la cara de mi mujer, quien ante la inminente corrida de “A”, ya se había dispuesto para recibir la descarga de líquido caliente.

Quedó destrozado, jadeante y con las piernas abiertas mientras entre ellas y todavía de rodillas la zorra lamía la polla en toda su longitud limpiando hasta la última gota de leche que pudiera haber quedado en el miembro que lentamente se iba deshinchando después de la sesión a la que había estado sometido.

No he hablado de Mari mientras se producía todo aquello, pero la verdad es que se lo pasó en grande viendo como su marido disfrutaba con el regalo de mi mujer. Aquella noche me di cuenta de que a Mari, aparte de ser también una viciosilla, lo que le gusta mucho es “mirar”, faceta que a ella misma le sorprendió, pues luego nos contaba que observar como los demás follaban le producía un inmenso morbo.

El caso es que mientras mi esposa había estado machacando a “A” con su mamada, Mari y yo habíamos estado observándolo todo con verdadero placer mientras le metía mano por detrás y le acariciaba el clítoris, haciéndola correrse también casi al mismo tiempo que su marido.

Ella, Mari, viendo que allí solo quedaba yo por ser “correspondido”, también me desabrochó el pantalón y agarrándome la polla, me hizo una paja que no duró mucho, pues la excitación que yo llevaba en el cuerpo no permitía prolongar mucho nada, así que, en unos instantes, tapándome la boca también para no ser oído por las pocas personas que había en la sala, solté mi buen chorro de leche caliente que también dejó pringada la mano de mi amiga.

Mi zorrita, que estaba observando aquello, y aún de rodillas, se giró para repetir la misma operación que con “A”, se colocó entre mis piernas y me lamió hasta el último resquicio de semen, dejándome la polla limpia de todo resto.

La película tocaba a su fin y nos recompusimos cada uno en nuestro asiento. Cuando las luces se encendieron, no dimos la sensación de haber estado entretenidos con otra cosa que no fuera la película, que por cierto, luego hemos visto en DVD tranquilamente en casa para enterarnos de qué iba.

Salimos, y cuando llegamos a la calle, nos miramos los cuatro y nos dio por reír y comentar lo que había pasado. Mientras tomábamos un café, le contamos con pelos y señales a nuestro amigo “A” lo que había ocurrido la noche de la sangría mientras él estaba fuera de viaje, y la intención de seguir “jugando” si estábamos los cuatro de acuerdo, pues nos confesamos todos que el morbo era embriagador y valía la pena seguir con ello, respetando, por supuesto, la intimidad de cada hogar como habíamos hecho hasta ahora durante tantos años.

Eso es todo por el momento, pero hay más, ya os contaré

Saludos y hasta pronto.

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