back to top
InicioAmor filalEl chantaje de mi hermana mayor (I)

El chantaje de mi hermana mayor (I)
E

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 14 minutos

Mi nombre es Matías y tengo 25 años.  Vivo en una ciudad del interior de Buenos Aires y, a continuación, les voy a relatar una experiencia que sufrí, gocé y marcó mi vida para siempre, sobre todo en la forma de ver mis relaciones familiares.

Los hechos transcurren en un frío junio, mientras yo transitaba mis 23 años. En mi familia somos tres; Irene, mi madre, de 54 años; Rocío, mi hermana mayor que yo por dos años y quien les habla. Meses antes de lo sucedido, mis padres se habían divorciado durante un angustiante caso de infidelidad por parte de mi padre. Tanto mi hermana como mi madre se ocuparon de guardar muchísimo rencor hacia el hombre que había arruinado sus vidas, y por momentos, a todo el género masculino. Tras la partida de mi padre, quedé como el único hombre viviendo bajo ese techo, a veces sintiéndome como blanco del odio de las mujeres de la casa. Entendía que la ruptura de una familia de tantos años había sido traumática para todos, pero por momentos me enojaba al pensar que no debía soportar tanto maltrato por parte de mis convivientes, sobre todo de mi hermana Rocío.

Así como ellas decidieron expresar su dolor en maltratos hacia mí, yo también lo tuve que expresar de alguna forma. Desde que papá se fue de casa, comencé a fumar algún que otro cigarrillo de vez en cuando; siempre a escondidas de mamá y Rocío porque sabía que lo desaprobarían completamente. Sobre todo, teniendo en cuenta que mi abuelo, el padre de mi madre, había fallecido a causa del vicio del tabaco. Fumaba uno o dos cigarrillos por día, siempre procurando que no quede ni una pizca de olor en mi ropa o en el ambiente. Con la ayuda de chicles y perfumes pude canalizar mi dolor tranquilamente sin que nadie se enterara.

A pesar de que el rencor con mi padre se comenzó a volcar hacia mí, todos los episodios de hostilidad eran normales: típicas peleas de familia en las que yo terminaba siendo el culpable de todos los conflictos. Pero todo empeoró cuando mi hermana terminó con su novio definitivamente después de cinco años de relación. Cada vez que volvía a casa sus ojos estallaban de cólera y ni siquiera se la podía saludar porque su respuesta era un insulto. No se la veía por la casa, salvo para la cena, donde se sentaba a comer de forma voraz y no emitía palabra alguna. Y si lo hacía era para soltar algún agravio. Mientras tanto, mamá no le daba demasiada importancia al mal momento de su hija por su apretada agenda en el trabajo.

En ese entonces, Rocío tenía 25 años. La larga relación con su ex novio y la seguridad que sentía con él, había hecho que Rocío se dejara de preocupar por su cuerpo; por herencia de mamá, mi hermana ya tenía huesos anchos y baja estatura, pero el descuido de su cuerpo hizo que su rechonchez aumentara dando como resultado una chica de casi 1.60 de altura y varios kilos de más. Su aumento de peso se notaba en su enorme busto, su amplio culo y su cintura cada vez menos visible. Sin embargo, mi hermana aún conservaba sus delicados y bellos rasgos faciales; hermosos ojos celeste intenso, nariz respingada, pómulos perfectamente redondeados y su boca muy amplia y carnosa. Su cabello era otro de sus aspectos positivos ya que era uno de los pocos aspectos que cuidaba de su cuerpo; tenía un pelo extremadamente lacio color negro azabache brillante que le caía delicadamente un poco más debajo de sus hombros.

La pérdida de su padre, de su novio y de su figura generaron una crisis enorme en mi hermana, quien comenzaba a tener la autoestima por el piso, no salía de la casa y se le pasaba en su habitación haciendo quien sabe qué. En los únicos momentos que se la veía algo tranquila era mientras comía, mejor dicho, devoraba durante la cena. La situación de Roció era casi desesperante, pero desde mi lugar de hermano maltratado no podía hacer mucho así que dejé que las cosas sigan su curso, confiando que era solo una etapa y que todo iba a volver a la normalidad. Que equivocado que estaba.

Una fría tarde decidí ir al patio a fumar mi segundo cigarrillo del día aprovechando que mamá trabajaba hasta tarde y Rocío había decidido salir a tomar algo con una de sus amigas. Salí al patio trasero con mi campera más abrigada y encendí mi cigarrillo armado con rico sabor a vainilla. Cuando iba por la mitad del cigarrillo, escuché que se abría la puerta corrediza del patio trasero a mis espaldas, dejé caer la colilla de forma instintiva en el césped y giré rápidamente para ver quien había interrumpido mi ritual mientras expulsaba la poca cantidad de humo que quedaba en mis pulmones. Ahí estaba parada Rocío tapándose la boca con la palma de su mano y con su cara invadida de sorpresa y decepción.

-Matías! ¿Estas fumando? -preguntó ella con voz acusadora.

-N-no Rocío, no me molestes, déjame en paz –conteste con la adrenalina típica de alguien que había sido descubierto haciendo algo que no debía hacer.

-Sabes que si se entera mamá te echa a la calle, ¿no? -preguntó Roció con tono amenazante.

-¡No seas bocona Rocío! Vos te la pasas comiendo y yo no te digo nada – cuando escuché la frase de mis propios labios, me arrepentí al instante. La expresión en su rostro se llenó de furia y eso no era nada bueno para mí. Sabía perfectamente el odio que tenía mamá hacia los fumadores después de la experiencia con su padre y era perfectamente capaz de echarme a la calle si se enteraba que yo tenía el hábito del tabaco.

-¡¡Apenas vuelva mamá le cuento todo idiota!! -gritó ella y cerró de un fuerte golpe la puerta del patio.

El regreso anticipado de mi hermana y mi descuido me habían puesto entre la espada y la pared. Estaba aterrorizado, me imaginaba la cara de mi madre cuando Rocío le cuente mi rebeldía y eso era solo el comienzo de las consecuencias. Miré la hora y me di cuenta que aún faltaban dos horas para que mamá regrese a casa. Ese era el tiempo que tenía para improvisar y convencer a mi hermana para que guarde mi secreto. Mis esperanzas se diluían cuando repasaba la frase que le había dicho sobre su debilidad por la comida y cuando recordaba todo el rencor que venía acumulado hacia los hombres. Solo un milagro podía salvarme de semejante situación. Me acerqué a su habitación y golpeé la puerta casi con las manos temblando.

-¡Ro! ¿Podemos hablar? -pregunté con vos acongojada.

-¡No! ¡Salí! Anda a hacerte la valija y pensar en donde podés dormir esta -noche pelotudo.

Dale Ro, perdóname. No te quise decir eso. Yo también la estoy pasando mal con toda la mierda de papá. -dije intentando buscar algo de comprensión.

-Vos sos un mierda y un mentiroso igual que papá. Así que no te gastes porque mamá se va a enterar de todo –contestó casi gritando de furia.

-Dale Ro, abrime la puerta y hablemos. Pedime lo que quieras, cualquier cosa, pero por favor no le cuentes a mamá. Ella también esta angustiada por lo de papá y no está bueno sumarle un problema más.

-Lo hubieras pensado antes de prender un pucho idiota, ahí mamá no te importó nada. – contestó ella furiosa, pero con mucha razón – No pierdas tiempo Matías, no me vas a convencer.

Decidí encerrarme a mi habitación a esperar lo peor como un preso espera su condena a la silla. Mama llegaba en unas horas y mi intento por convencer a mi hermana de que guarde el secreto fue en vano. Imaginaba las peores reprimendas posibles y, lo que más me dolía, era imaginar el llanto de mamá por culpa de mi estupidez. Pasaron algunos minutos y escuché como se abría la puerta de la habitación de Rocío al otro lado del pasillo. Salí de la mía, todavía con alguna esperanza de que haya un poco de compasión en mi hermana. Pero a partir de ese momento fue cuando me di cuenta que no la conocía del todo y que yo iba a ser la victima principal de su odio hacía los hombres que tanto la habían lastimado y de sus perversiones más oscuras.

-Queres un puchito para calmar los nervios hermano? -dijo ella sonriente y con tono burlón.

-¡Dale Ro! No me jodas, por favor te lo pido -supliqué casi con lágrimas en los ojos.

-¡Ay! No me digas que vas a llorar, espera que traigo la cámara, jaja -soltó entre carcajadas mientras se veía el goce que le provocaba verme sufrir.

-¡No seas así Rocío! Pedime lo que quieras, por favor, pero no le digas nada a mamá.

-Mmm, no sé, puede que esté de buen humor y lo considere, pero vas a tener que hacer todo lo que te diga idiota! Porque a la primera que desobedezcas se va enterar todo el barrio de tu vicio. -dijo ella con el tono de una villana de películas.

-¡Si Ro! Te lo prometo –la sonrisa se me dibujo automáticamente en la cara sin saber los días que me esperaban por delante.

-¡Bueno boludito! Andá a la cocina y empezá a preparar la cena para cuando llegue mamá -Un precio bastante bajo en comparación a las reprimendas de mamá si descubría mi secreto.

Ya en la cocina y mucho más relajado ante la oportunidad que Rocío me había dado, me dispuse a hacer una rica cena para los tres. Abrí la heladera y encontré una bolsa con papas y un trozo de carne que quedarían muy bien al horno. Apoyé la carne en la mesada y me puse a pelar papas en la pileta de la cocina. Mientras estaba abocado a mi labor culinaria, oí los pasos de Ro que se acercaban por detrás.

-¿Y hermanito vicioso? ¿Cómo va la comida? -preguntó maliciosamente.

-Bien Ro, pero no me digas así, mira si se te escapa delante de mamá.

-Cállate la boca que acá los pedidos los hago yo, o no te quedo claro? – dijo con bronca.

-Está bien Ro –conteste con voz baja mientras por dentro deseaba que mi hermana no se vuelva loca de poder al tenerme comiendo de su mano.

-¿Y qué haces cocinando sin delantal? Te vas a manchar la ropita hermano. -soltó ella con tono burlón y con claras intenciones de ridiculizarme y someterme lo máximo posible.

-Ahí me lo pongo -accedí para no generar una excusa y que la reprimenda sea peor.

No me dio tiempo a ir a buscar el delantal y se paró a mi lado mientras yo cortaba cuidadosamente las papas. La miré de reojo para no hacer contacto visual directo y noté que estaba más producida de lo normal: se había puesto una blusa negra bien entallada al cuerpo y muy escotada que dejaban a la vista la mitad de sus carnosas tetas blancas. Nunca había notado que tenía un lunar decorando su pecho izquierdo que le quedaba muy bien. Para acompañar su sexy blusa se calzó una pollera negra por encima de las rodillas y unos borcegos del mismo color. Su pollera dejaba ver sus anchas piernas y, de vez en cuando, con el movimiento se podían ver sus anchos jamones que terminaban en su amplio culo. Varios meses habían pasado desde que había visto a Rocío medianamente decente en su vestimenta. Me di cuenta en un segundo que el hecho de tener el poder completamente sobre mí era considerado para ella una ocasión especial y debía vestirse acorde. Esto ya iba demasiado lejos y, lo peor de todo era que no sabía que tan lejos podía llegar en los próximos días. Muchas ideas se me pasaban por la cabeza mientras ella seguía parada a mi lado con una sonrisa perversa y mirando con atención cada uno de mis movimientos.

-¡Carne al horno con papas, que rico! -dijo ella con tono algo sarcástico- la primera vez que te veo hacer algo útil hermanito.

-Gracias -contesté masticando mi propia bronca.

-De nada, porque, al fin y al cabo, vos y los hombres en general no sirven para nada –dijo con tono perturbadoramente calmad – lo único que vale la pena en ustedes esta de la cintura para abajo. Así habría que tratarlos, como un pedazo de carne. Vos no vales más que este pedazo de carne –dijo mientras el cólera iba aumentando en su voz y apretaba violentamente la carne que había dejado en la mesada. Levantó el trozo de carne chorreante y lo estampó en mi cara y lo refregó por mi ropa manchándome todo. Luego de mirarme con toda mi ropa sucia soltó una vil carcajada– Te dije que te pongas delantal porque te podías manchar hermanito, jaja.

Estuve a punto de reaccionar y devolverle su agravio, pero de alguna manera logré contenerme y devolverle una sonrisa extremadamente falsa. Ella se regocijaba en su poder mientras me veía sucio y humillado. La felicidad se dibujaba en su rostro ante la posibilidad de volcar todo su rencor en su hermano menor. Luego de masticar y tragar rabia por el asqueroso acto de mi hermana, abrí uno de los cajones de la cocina y saqué un delantal de cuerina negra que mamá guardaba entre sus elementos de cocina. Antes de que pudiera embocar la cabeza en el orificio del delantal, mi hermana me frenó de golpe.

-Shh! ¿Qué haces hermanito? ¿Cómo te vas a poner el delantal arriba de la ropa toda sucia? -dijo ella manteniendo su malévola sonrisa mientras cruzaba los brazos bajo sus enormes ubres.

-Bueno, espera que me voy a cambiar –dije mientras me encaminaba a mi habitación a cambiarme la ropa toda manchada por la carne cruda. Ella hizo un paso para ponerse delante de mí y cortarme el paso.

-Nada de cambiarse, sacate la ropa sucia y ponete el delantal arriba.

-¿Pero Rocío, como voy a cocinar así en bolas? -dije intentando dar un poco de lástima.

-Se nota que no entendiste la charla que tuvimos hace un ratito. Sin cuestionamientos a todo lo que yo te pido era el trato. Salvo que quieras que mamá se entere que sos un pendejo vicioso. Y cambiame esa cara de enojado que te queda fea, pone una sonrisa para obedecerme.

No contesté porque sabía que era una batalla perdida así que con mi mejor sonrisa actuada me saqué toda la ropa sucia y quedé solo cubierto por mi bóxer blanco. Ella me veía gozando el poder que tenía sobre mí y no paraba de recorrerme con su mirada mientras su boca dibujaba una amplia sonrisa. Me puse el delantal que era de la talla de mi madre, por lo que me quedaba extremadamente apretado y ridículo. A través de la cuerina negra se podía ver la silueta de mi verga dormida que se inclinaba hacia un costado. Ella seguía riendo y gozando de la vista mientras yo seguía cortando las papas y poniendo la carne en el horno que mi hermana había usado para humillarme.

-Mati –dijo mientras yo estaba de espaldas. Cuando me di vuelta estaba apuntándome con su celular y sacando varias fotos– jaja, perdón, pero quería tener un recuerdo de tan hermoso momento.

-No Rocío, me parece que te estás pasando –dije sin poder contener más mi bronca.

-¡No te lo repito más Matías! Deja de cuestionarme porque vas a tener problemas más graves que una foto con un delantal. -dijo cambiando su tono al de una mamá que reta a su hijo.

Me di vuelta sin responder y seguí cocinando. Ella seguía a mis espaldas mirando las fotos vergonzosas que me había sacado mientras yo irradiaba bronca. En ese momento me di cuenta que Rocío se había embriagado de poder, un poder que yo le había concedido, y que sería capaz de cualquier cosa con tal de humillarme. Cuando saqué la cena del horno, escuché que el auto de mamá entraba al garaje. Yo aún seguía con el ridículo delantal que mi hermana me había obligado a ponerme así que junté la ropa manchada del suelo de la cocina y corrí apresuradamente a mi habitación a cambiarme.

-Hola chicos! Ya llegué –gritó mamá después de cerrar la puerta a sus espaldas– Que rico aroma a comida, ¿quién cocinó?

-Matías y yo ma, hicimos carne al horno con papas -mintió Rocío.

-Pero que sorpresa ustedes haciendo algo juntos. Siempre se están llevando como perro y gato y hoy cocinaron juntos –expreso mamá con tono alegre.

-Te queríamos dar una sorpresa ma, sabemos que volvés cansada de trabajar todo el día. -dijo Rocío en una impecable actuación.

Mientras escuchaba la conversación, por dentro explotaba de bronca. No solo mi hermana me había humillado y sometido a su voluntad, sino que también había quedado bien parada con mamá al decirle que ella había colaborado con la cena. Pero me tranquilice al recordar que no podía hacer nada al respecto, tenía las manos atadas al secreto que había descubierto Rocío e iba a estar a su merced mientras ella siga en sus planes de verme derrotado. Me tranquilicé al darme cuenta que el hecho de que mamá estuviese en casa me daba un respiro de los caprichos de mi perversa hermana.

Mientras comíamos tuvimos algunas de las banales charlas de familia. En algunas ocasiones, Rocío me miraba con su sonrisa perturbadora y me guiñaba uno de sus ojos azules, yo respondía con una sonrisa casi imperceptible mientras mamá disfrutaba la cena que había preparado con esfuerzo y humillación. Rocío se había dejado su atuendo de ocasión especial y, cuando no me veía, no podía evitar bajar la mirada a sus enormes tetas apretadas en ese escote. No podía creer que, después de toda su maldad, aún podía mirar las tetas de mi hermana con cierta lujuria.

Una vez que terminamos de cenar, mamá nos dijo que estaba muy cansada y que se iba a dormir. Yo dije lo mismo en un intento de escapar de las garras de Rocío antes que se le ocurra alguna otra exigencia. Pero ella ya tenía un as bajo la manga.

-Dijiste que ibas a lavar los platos Mati –dijo Rocío con su sonrisa macabra antes que pueda levantarme de la mesa.

-Cierto Ro, ahora los lavo –dije con esa sonrisa que ella exigía.

Junté los platos sucios de la mesa mientras mamá nos despedía con un beso a cada uno y caminaba rumbo a su habitación. Rocío se quedó sentada en su silla con la atención fijada en la pantalla de su celular. Al espiar vi que movía su dedo pulgar de derecha a izquierda mientras se regocijaba viendo mis ridículas fotos. Seguí lavando los platos mientras rogaba que se termine ese maldito día de una vez por, pero Rocío aún tenía algunos planes más. Se acercó caminando por atrás y me abrazó por los hombros juntando sus manos en mi pecho. Podía sentir como el peso de sus tetas caía en mi espalda. Era mi hermana y me estaba haciendo la vida imposible pero el contacto de ese enorme busto me generó una enorme erección que traté de ocultar.

-¿Viste que puedo guardar un secreto mientras te portes bien hermanito? – me susurró con su boca pegada a mi oído.

-Eh, si, gracias Ro –dije más preocupado por ocultar el bulto entre mis piernas que por lavar los platos.

-Hasta mañana hermanito, mañana a las 10 quiero el desayuno en la cama –dijo, me dio un beso entre la mejilla y el cuello y se fue saltando de alegría hacía su habitación.

Respiré profundo aliviado de que el día había terminado. Ese alivio duró poco al darme cuenta que no podía entender cómo podía sentir excitación sexual en un momento así. Mi verga seguía dura como una piedra bajo mi pantalón después de haber tenido un día horrible. Mi perturbación se incrementaba a cada momento así que decidí irme a la cama y desestresarme con una paja antes de dormir. Busqué un video porno de mi agrado en mi celular y empecé a acariciar mi barra de carne suavemente mientras iba aumentando la presión y la velocidad de mi mano. Tuve un orgasmo largo e intenso que produjo un volcán de leche espesa que fue a parar a mi ropa interior. Cuando acabé me di cuenta que no había estado mirando el video en mi celular, sino que había cerrado los ojos con la imagen de las tetas de Rocío en mi mente. La situación me estaba preocupando porque sabía que esto iba a seguir por varios días y, principalmente, porque la humillación de mi hermana despertaba una lujuria animal en mi cuerpo.

Dejé el celular en mi mesa de luz y me acosté deseando tener una noche de sueño reparadora para enfrentar el viernes que se venía. Pasaron diez minutos y mi celular vibró anunciando la llegada de un mensaje. Miré la pantalla implorando que no sea quien yo temía, pero el celular mostro el nombre “Rocío” con la alerta de un nuevo mensaje. “vení al baño que necesito algo” rezaba el imperativo texto de mi hermana. Le contesté que me estaba quedando dormido y si no podía esperar hasta mañana. Su respuesta fue una de las ridículas fotos que me había sacado en la situación de la cocina. De mala gana y cansado, me puse un viejo pantalón gris de entrecasa y fui al baño. Golpeé la puerta y desde adentro, ella susurró que entrara. Al entrar ella estaba parada con su sonrisa de jefa malévola y una tanga blanca en la mano.

-¿Que necesitas Ro? -le pregunté con vos de dormido y sin entender nada.

-Hermanito, me quedé sin tangas limpias. Y ahora que vos me debes algunos favores pensé que me podías lavar una –dijo mientras estiraba su brazo para darme su tanga. Resoplé a modo de fastidio, pero no contesté nada y agarré la tanga. Al contacto con mis manos noté que la tela de encaje estaba húmeda, casi mojada y con el característico olor agrio de la intimidad femenina. Arrugué la nariz para mostrar mi asco, aunque realmente la situación me generaba más adrenalina y excitación que rechazo. La tomé con la punta de mis dedos y abrí la canilla del baño para lavar la tanga de mi hermana.

-Con la lengua hermanito –dijo mostrando sus dientes y disfrutando de mi reacción.

-¡No seas asquerosa Rocío! -contesté sorprendido ante la depravada exigencia.

Se acercó de un salto, me agarró violentamente del pelo y empezó a hablar entre dientes con furia en su voz.

-¡Voy a ser todo lo asquerosa que quiera hijo de puta! Y vos te vas a tener que callar la boca y hacer lo que te digo, porque ya mismo la despierto a mamá y le muestro esto –dijo mientras con su mano libre me mostraba mi paquete de tabaco que, de alguna manera, había encontrado hurgando en mi habitación.- Así que junta mucha saliva y lávame la tanga con la lengua hermanito.

Con una mezcla de asco y excitación accedí al ver que no tenía opción. Junté toda la saliva que pude en mi boca y comencé a lamer la ropa interior de mi hermana mientras sentía como el sabor de sus jugos me llenaba la lengua. El gusto de mi hermana era una mezcla de transpiración y flujos que me parecía horrible, pero de alguna manera, el contacto de su ropa interior con mi boca me comenzó a excitar. Seguí lamiendo cada vez más acostumbrado al agrio sabor en mi boca y cuando volví a mirar a mi hermana, ella había metido su mano bajo su pollera negra y había empezado a masturbarse de forma silenciosa mientras miraba atentamente como mi lengua recorría lo amarillento de su tanga. Se mordía su labio inferior y el ritmo de su mano iba aumentado mientras metía sus dedos en la humedad de su vagina, se escuchaba de forma clara el chapoteo que producían sus dedos empapados de fluidos y unos segundos después sus piernas se comenzaron a aflojar en un orgasmo interminable que la hizo estremecerse entera. Yo seguía con la tanga en mi boca sin darme cuenta que la escena me había generado otra erección bajo mi pantalón y que Rocío ya había notado.

-Te das cuenta que tengo razón? ¡Son todos unos cerdos! Se te paró la pija mientras lames el flujo de tu hermana en un tanga, depravado –dijo mientras se acomodaba la ropa y recuperaba el aliento. Se acercó a mí, me agarró violentamente del mentón y metió sus dedos enchastrados de flujo en mi boca hasta mi garganta.- Así me gusta pajerito! A las órdenes de su hermana.

-Rocío, de verdad te digo. Tenemos que parar con esto, por lo menos mientras mamá está en casa. Nos llega a ver nos mata a los dos. -dije buscando un poco cordura.

-Sabes bien que mamá duerme como un tronco cuando vuelve de trabajar, así que no te quieras salvar de mí hermanito. Aparte tu pija no dice lo mismo –dijo mientras me pegaba un fuerte y doloroso manotazo en mi venosa y dura pija– ¡Apa! Pero que bien calza mi hermanito. Ahora te toca a vos, hacete una paja así te vas a dormir tranquilito para obedecerme mañana -dijo con la petulancia en su rostro mientras se sentaba en la tapa del inodoro.

Sabía que no iba a aceptar un “no” como respuesta así que acepté sin reclamos para irme a dormir lo antes posible. Bajé mis pantalones y mis 18 cm de verga saltaron como un resorte al liberarse de la presión de mi ropa. Pude ver la sorpresa y la depravación dibujados en el rostro de Rocío. Comencé a recorrer mi trozo de carne con la mano de arriba abajo cada vez más rápido y luego de unos minutos, un disparo abundante de leche fue a parar a uno de los azulejos del baño ante la atenta mirada de mi hermana. Mientras me volvía a vestir ella me miraba y hacía un gesto de aplausos.

-Muy bien hermanito, que obediente. Vas aprendiendo a obedecer a tu hermana mayor –me dijo mientras me acercaba la cara y olía sus propios olores íntimos en mi boca. Miró el manchón de leche en el azulejo, paso su dedo índice juntando gran parte del espeso líquido y lo metió en su boca seguido de un gesto de aprobación como haría un catador de vinos– Hasta mañana hermanito, acordate que mañana quiero el desayuno en la cama.

Me quede parado en el baño unos minutos sin poder comprender lo que había pasado durante todo el día. Acepté que mi hermana me pidiera lo que quiera a cambio de guardarme un secreto, sin saber que su rencor y su crisis la habían llevado a lugares extremadamente lujuriosos. Se estaba vengando de todos los hombres que la habían llevado a ese lugar y estaba aprovechando conmigo para satisfacer sus fantasías sexuales más ocultas. Yo demostraba que eso no me agradaba, aunque en el fondo me generaba una excitación inexplicable y mucho morbo. Pero ella quería humillarme, degradarme y maltratarme, por lo tanto, yo debía seguir demostrando rechazo para que ella sienta que me está maltratando.

Esa noche dormí de corrido, pero con muchos sueños muy vívidos y reales. Se me aparecieron las tetas de mi hermana, un montón de tangas sucias salían de mi boca, trozos de carne caían sobre mí mientras mi hermana se masturbaba frente a mí y muchas imágenes escabrosas más. Pero aún después de tantas imágenes perturbadoras, me desperté con las sábanas manchadas por mis sueños húmedos y bien descansado para obedecer las órdenes de Rocío.

Continúa.

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.