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El castigo de Claudia (capítulos 1 y 2)
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Introducción.

Manuel, un hombre maduro que superaba los 50 años, se encontraba vistiéndose para comenzar el día. Consumido por una profunda tristeza y una soledad aplastante, ansiaba desesperadamente aliviar su carga emocional. Habían pasado cinco interminables años desde que la enfermedad se llevó a su amada esposa, dejando su corazón árido y sediento de afecto femenino. Solo su pequeño negocio de frutas y verduras le permitía sobrellevar su vida.

En aquellos momentos oscuros, Manuel no buscaba el amor. El vínculo íntimo que compartió con su difunta esposa parecía haberle arrebatado cualquier posibilidad de entregar su corazón nuevamente. Sin embargo, el fuego de un deseo sexual ardía en su interior, esperando ser avivado. Anhelaba mitigar su soledad en los brazos de una mujer, aunque fuera de forma efímera y sin compromiso.

Una vez terminó de prepararse, cogió las llaves y se echó un último vistazo en el espejo de la entrada de su casa. Recordó los pedidos que tenía que entregar ese día.

Manuel había comenzado hacía algún tiempo una especie de labor social, llevando sus frutas y verduras a personas ancianas que tenían dificultades para moverse o desplazarse. Esta actividad le había servido como una distracción saludable para alejar su mente de la tristeza y sobrellevar su soledad.

Mientras tanto, a unas decenas de kilómetros de distancia, Claudia, una seductora joven de piel tostada de tan solo 18 años, emergía de la ducha. Su cuerpo desnudo parecía una obra maestra de la sensualidad. Sus generosos pechos, firmes y exuberantes, desafiaban la gravedad con cada movimiento que realizaba. Su redondo y apetecible culo, perfectamente esculpido, era una invitación irresistible para cualquier mirada atrevida.

Gotas de agua resbalaban por su suave y bronceada piel, realzando su belleza natural. Su cabello castaño y húmedo caía en cascada sobre sus hombros, creando un marco seductor para su rostro angelical y sus labios tentadores.

Rosa, una joven madre de 36 años, poseía un cuerpo con algunos kilos de más, pero perfectamente distribuidos en generosas curvas y atributos. Era una versión madura de su exuberante hija, Claudia. Mientras entregaba una toalla a Claudia, la regañaba enérgicamente por repetir curso y poner en riesgo sus posibilidades de ingresar a la universidad.

— ¡Claudia, no puedo creer que vayas a repetir el curso! — exclamó Rosa, su tono de voz mezclándose con la frustración y la preocupación. — Te lo advertí una y otra vez sobre la importancia de tus estudios. ¿Cómo esperas tener éxito en la vida si no te esfuerzas?

Claudia, envuelta en la toalla, miró a su madre con una mezcla de rebeldía y desafío.

— No es tan grave, mamá. Solo fue un mal año. Puedo recuperarlo — respondió con un tono desafiante.

Rosa suspiró, visiblemente molesta.

— No es solo un mal año, Claudia. Esto pone en peligro tu futuro. ¿Quieres desperdiciar las oportunidades que te he brindado? No puedo permitir que arruines tu vida de esta manera.

En busca de un castigo ejemplar para su hija por sus malos resultados en el instituto, Rosa tuvo una idea.

—Tendrás que pasar el verano en casa de tu abuela y cuidar de ella como una forma de aprender responsabilidad — dijo Rosa, con un tono que reflejaba determinación.

Claudia, enfadada y llena de frustración, salió de la habitación soltando palabras de rabia hacia su madre.

— ¡Qué bien, mamá! ¡Ojalá te consigas un novio y me dejes vivir mi vida! — exclamó con voz exasperada.

El enfado de Claudia radicaba en que pasar el verano en casa de su abuela arruinaba sus planes de conocer chicos, explorar y experimentar su sexualidad ahora que era mayor de edad.

Rosa intentó mantener la calma, pero sus palabras reflejaban su enfado.

— No es solo sobre tus planes, Claudia. Se trata de asumir responsabilidad y aprender de tus errores. Necesitas entender las consecuencias de tus acciones — respondió en tono firme.

Capítulo 1:

El verano había comenzado y Claudia llevaba ya varios días instalada en casa de su abuela. Mientras Claudia se esforzaba en limpiar el salón, lucía un top suelto y unos pantaloncitos cortos que realzaban sus curvas sensuales. El calor abrasador hacía que cada movimiento de su cuerpo provocara una leve danza hipnótica.

La abuela, sentada en el sillón, se dedicaba a doblar la ropa con manos temblorosas mientras le instaba repetidamente a su nieta a que limpiara bien. Su mirada se desvió hacia un tanga de Claudia que sostenía entre sus manos. Lo observó con curiosidad y cierta perplejidad. "Estas prendas diminutas que usan las jóvenes de hoy en día… ¡no entiendo cómo pueden ser cómodas!", pensó, mientras fruncía el ceño y sacudía la cabeza.

— Sí, abuela, lo entiendo. Estoy limpiando, ¿no ves? — respondió Claudia con impaciencia.

La abuela, insistente en su deseo de enseñar responsabilidad a su nieta, reafirmó su punto de vista.

— Aquí has venido a aprender a ser una persona responsable, Claudia. La limpieza es una parte importante de ello — dijo mientras se levantaba del sillón, apoyándose en su bastón.

En ese momento, el timbre de la puerta sonó de manera insistente, interrumpiendo la tensión que se había acumulado. La abuela le pidió a Claudia que siguiera limpiando mientras ella iría a abrir la puerta.

Se escuchó la voz de un hombre diciendo que venía a entregar un pedido. La abuela cruzó el salón seguida por un hombre maduro, quien llevaba una caja llena de verduras y frutas frescas en sus brazos.

— Claudia, déjame presentarte a Manuel — dijo la abuela con una sonrisa. — Es un señor muy amable que nos trae verduras y frutas.

Claudia, inclinada mientras realizaba sus tareas de limpieza, dejó al descubierto el inicio de su provocativo culo. Manuel, sin poder evitarlo, clavó su mirada en aquel tentador detalle. Claudia giró la cabeza y sus miradas se encontraron, creando un instante de tensión sexual en el aire.

— Mucho gusto, Manuel. Soy Claudia, su nieta — dijo con una sonrisa coqueta.

Rápidamente, Manuel apartó la mirada del redondo culo de la joven, sintiéndose avergonzado por su reacción. — El gusto es mío, Claudia.

Desde la cocina, la abuela llamó a Manuel para que dejara la caja encima de la encimera. Esa interrupción rompió el hechizo del momento y se dirigió a la cocina con las frutas y verduras.

Claudia siguió limpiando, pero aquel hecho la había dejado confundida y ligeramente excitada. El recuerdo de la mirada de Manuel sobre su jugoso culo le hizo sentir una mezcla de nerviosismo y excitación. Su mente se llenó de imágenes atrevidas y fantasías lascivas por unos instantes. Mientras pasaba la mano por su frente, sintió el calor de la excitación palpitar entre sus piernas sin saber muy bien por qué.

Manuel saliendo de la cocina sostenía la caja vacía en sus manos mientras la abuela salía de la cocina para despedirse cortésmente. Se dirigió hacia la puerta, listo para irse.

En ese momento, Claudia se adelantó con la excusa de abrirle la puerta, dejando a la vista una vez más parte de su provocativo culo, esta vez intencionadamente. La mirada lasciva de Manuel se clavó en aquel tentador espectáculo. Se despidieron mientras se cruzaban en la puerta, y con un poco de atrevimiento, Manuel posó los ojos un segundo en las turgentes pechos de Claudia, que asomaban por el escote del holgado top que llevaba puesto.

— Hasta otro día, Manuel— dijo con una sonrisa más que coqueta.

Manuel se giró deleitándose una última vez con aquel cuerpo color canela que invitaba a la lujuria.

— Ehh… Si hasta otro día…— dijo saliendo de la hipnosis que provocaba Claudia en él.

Finalmente, Manuel se marchó y Claudia cerró la puerta detrás de él. Se dirigió rápidamente al salón, diciéndole a su abuela que no se encontraba bien y que luego continuaría.

— Como de costumbre, poniendo excusas— le recriminó su abuela. Claudia, sin hacerle mucho caso, cerró la puerta de su habitación y se encerró en ella.

Claudia se tumbó en la cama, sintiéndose extrañamente alterada y con el recuerdo de las miradas lascivas del hombre maduro en su mente. Sin poder resistirse, metió la mano dentro de su short al encuentro de su coño que ya había comenzado a mojarse. Sus dedos se deslizaron sin pudor por su raja húmeda, mientras sus movimientos se volvían más frenéticos.

Con una mano ocupada en su coño caliente, la otra se dedicó a amasar y apretar sus tetas, pellizcando sus pezones duros y oscuros con lujuria desenfrenada. Un gemido ronco escapó de sus labios, mezclándose con el sonido de sus jugos empapando su entrepierna.

Claudia se masturbaba sin miramientos, arremetiendo contra su clítoris hinchado y sensible con furia y pasión desenfrenada. Los gemidos fueron apagados con la almohada, su abuela estaba al otro lado de la puerta. Sus finos dedos se adentraban más y más, llevándola al borde del abismo del placer.

Finalmente, en una explosión de puro éxtasis, su cuerpo se convulsionó en un orgasmo salvaje y liberador. Los espasmos del placer la sacudieron con fuerza, dejándola jadeante y temblando mientras el placer se extendía por cada fibra de su ser. Agotada pero completamente satisfecha, Claudia se dejó atrapar por la cama y se durmió con una leve sonrisa en su dulce cara.

Capítulo 2:

El verano continuó avanzando y con cada visita de Manuel a la casa de la abuela de Claudia, esta se mostraba más desinhibida y provocativa, deleitándose en llamar la atención de Manuel. Y este, a su vez, no podía evitar mirarla con descaro y deseo, sin preocuparse ya por ocultar su excitación.

En una ocasión, Manuel llevaba la caja de frutas en sus manos para dejarla en la cocina de la abuela. Claudia, con una sonrisa pícara en los labios, cogió un plátano de la caja y lo abrió lentamente, metiendo una buena parte en su boca. Sus ojos se encontraron directamente con los de Manuel, quien luchaba por mantener la calma. En su mente, anhelaba que fuera su polla dura la que entrara en la boca hambrienta de Claudia.

—Me encanta el plátano ¿a ti no Manuel? -preguntó Claudia con cierta impaciencia.

En ese momento, Manuel se dirigió a la cocina mientras asentía, tratando de disimular el abultamiento en su entrepierna causado por la excitación. La tensión sexual entre ambos era cada vez más palpable, y ambos ansiaban el momento en que sus deseos se hicieran realidad.

Manuel soltó la caja rápidamente, sacó las verduras y salió diciendo solo un adiós a la anciana. Iba directo a la puerta sin querer mirar a los lados para evitar la tentación y cuando estaba a punto de cruzar el salón, una voz desde el sofá llamó su atención.

—Adiós, Manuel, hasta otro día —con una voz que mezclaba inocencia y picardía.

El hombre que hacía un segundo se había armado de valor para salir rápidamente de allí, giró la cabeza y ante él apareció una imagen que recordaría durante días. Claudia tumbada en el sofá, con las piernas apoyadas en el respaldo, mostraba sin pudor la forma de su culo en el apretado short que llevaba y su abultado coño completamente marcado. Sentía que se correría allí mismo.

—Manuel, que te dejas la caja aquí —sonó la voz de la abuela, sacando a Manuel de su éxtasis.

Manuel volvió sobre sus pasos y, con brusquedad, le quitó la caja a la anciana. Esta vez, salió casi al trote de aquella casa del pecado. Subió a su furgoneta, la arrancó mientras resoplaba agobiado y, sintiendo su miembro empalmado, pensó que tenía que parar en casa antes de seguir con el reparto.

Un día, la abuela de Claudia le informó que al día siguiente su madre, Rosa, vendría a buscarla para llevarla al médico. Le pidió a Claudia que permaneciera en casa por la mañana, ya que Manuel vendría a traer verduras y le pidió que fuera amable con él.

Claudia, con una leve sonrisa lasciva en los labios, le respondió a su abuela.

—No te preocupes, abuela, me encargaré de él— En su mente, Claudia urdía un morboso y pecaminoso plan para poner a prueba a Manuel de una vez por todas.

Claudia se preparó para el plan que tenía en mente y decidió depilarse completamente su coño. Desnuda en el baño, sus manos se deslizaban suavemente por su piel sensible, sintiendo el roce mientras se acariciaba. Sus pensamientos lascivos sobre Manuel no podían ser contenidos, y un deseo ardiente la consumía.

En medio de su excitación, Claudia notó un mango de cepillo del pelo cerca de ella. Sin poder resistirse, tomó el objeto y lo acarició con lujuria, imaginando que era la polla dura de Manuel. Lentamente, comenzó a frotar su coño mojado con el mango, disfrutando de la sensación de llenura y placer que se apoderaba de ella. Cada movimiento hacia arriba y hacia abajo aumentaba su excitación, sintiendo cómo su clítoris se volvía más sensible e hinchado.

Sus gemidos apagados llenaron el baño mientras se entregaba al placer solitario, imaginando a Manuel frente a ella, observando cada uno de sus movimientos. Con cada roce del mango del cepillo, se acercaba más y más al precipicio del orgasmo. Finalmente, en un estallido de éxtasis, su cuerpo se sacudió con espasmos de placer mientras el clímax la envolvía por completo.

Claudia se apoyó contra la pared del baño, recuperándose del intenso momento. Sabía que estaba lista para poner en marcha su plan y desatar la pasión con Manuel.

A la mañana siguiente, Claudia se despidió de su madre y su abuela, quienes se marchaban al médico. Una vez que cerró la puerta, corrió excitada hacia su habitación.

Dentro de su cuarto, se despojó de su ropa lentamente, disfrutando del cosquilleo que recorría su cuerpo. Sus pezones se endurecieron y su coño se empapó mientras se preparaba para la llegada de Manuel. Decidida a provocarlo al máximo, eligió un pantalón diminuto de tela elástica que se ajustaba a la perfección a su cuerpo, marcando con claridad los labios de su coño. Cada pliegue y contorno se hacía visible a través de la tela, invitando a la mirada lasciva de cualquier hombre que tuviera la fortuna de verla.

Complementó su atuendo con un top ajustado y traslúcido que apenas cubría sus oscuros y erectos pezones, dejando ver sus pechos tentadores con total descaro. Cada movimiento que hacía, cada paso que daba, era una invitación sensual a la lujuria y al deseo desenfrenado.

Satisfecha con su elección, Claudia se sentó en el sofá, impaciente y ansiosa, sintiendo cómo el calor se acumulaba entre sus piernas. Cada minuto que pasaba se volvía más excitante y su coño palpitaba de deseo. Sabía que en cualquier momento Manuel llegaría.

El timbre sonó, y Claudia saltó del sofá como un resorte, apresurándose a abrir la puerta. Al hacerlo, se encontró con Manuel sosteniendo la caja de verduras en sus manos. Con una sonrisa pícara en los labios, lo invitó a pasar y juntos se dirigieron a la cocina. Claudia se movía de manera provocativa, contoneando su cuerpo delante de él, sabiendo que su mirada estaba fija en cada uno de sus movimientos.

—Vaya, Manuel, qué sorpresa verte aquí. Mi abuela no está en casa… parece que estamos solos —dijo Claudia con una sonrisa juguetona.

Manuel la miró intensamente y respondió—: Espero no ser una distracción, Claudia. Estás muy guapa hoy.

Claudia rio coquetamente y se giró sobre sí misma para que Manuel pudiera escanearla completamente.

—¿Tú crees, Manuel? Es que la temperatura ha subido un poco aquí —comentó Claudia con picardía.

La tensión sexual se hacía cada vez más evidente entre ellos. Cada mirada y gesto estaba cargado de deseo y provocación.

Mientras Manuel soltaba la caja en la mesa de la cocina, Claudia sacó una jarra de agua fría de la nevera con la intención de ofrecerle un vaso. Con una sonrisa provocativa, Claudia le tendió el vaso de agua.

—Toma, Manuel, seguro que estás sediento. Mi abuela siempre me ha dicho que te tratara bien —dijo Claudia con voz sugerente.

Justo cuando iba a darle el vaso, Claudia fingió tropezar y parte del agua se derramó sobre sus torso. El líquido empapó su top, volviéndolo transparente y revelando por completo sus tetas. Sin perder tiempo, Claudia comenzó a dar sacudidas a sus tetas, haciendo que rebotaran de manera tentadora.

Manuel llegó a su límite y en un acto impulsivo, le levanto el top a Claudia. Con una mirada de deseo, se abalanzó sobre sus grandes y firmes tetas, tomando sus pezones entre sus labios y chupándolos con avidez.

Claudia echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y soltando un gemido de placer.

— ¡Oh, sí, chúpalos más fuerte, Manuel! Hazme tuya… quiero sentir tu lengua en todo mi cuerpo —gimió Claudia con lujuria.

Manuel agarró fuertemente el culo de Claudia y la sentó en la mesa de la cocina. Sus lenguas húmedas se entrelazaron en un beso apasionado. Manuel descendió hacia sus tetas una vez más, chupándolas con dedicación mientras Claudia se retorcía de placer. Con maestría, Manuel le quitó el diminuto pantalón, dejando al descubierto el virginal coño de Claudia.

Manuel se tomó su tiempo para admirar aquel espectáculo, memorizando cada detalle. Los labios del coño de Claudia estaban hinchados por la excitación y comenzaban a emanar fluidos de él. Con suavidad, Manuel acarició el coño de Claudia con sus dedos, explorando cada rincón. Hundió su cabeza entre las piernas de la joven ardiente, comenzando a lamer y chupar su coño que cada vez se volvía más mojado y sensible. La lengua de Manuel se movía con destreza, recorriendo aquel manjar y provocando gemidos de placer en Claudia.

Los susurros de pasión llenaron el aire mientras Claudia se acercaba al clímax.

— ¡Sí, sí, sigue comiéndome el coño! ¡No pares, me estas volviendo loca! —jadeó Claudia intensamente.

La lengua de Manuel danzaba habilidosamente sobre los pliegues de Claudia, llevándola al borde del éxtasis. Cada lamida, cada succión, era una embestida de placer que la sumergía en un torbellino de sensaciones. Los gemidos de Claudia resonaban en la cocina, mezclándose con los sonidos húmedos su coño.

Manuel intensificó su arremetida con la lengua, aplicando una presión firme y rítmica en el clítoris de Claudia. Sus movimientos se sincronizaban con la creciente cadencia de los gemidos de ella. Los músculos de la joven se tensaron, su respiración se aceleró y su cuerpo se arqueó en respuesta al placer abrumador que la envolvía.

El clímax la arrastró en una ola de éxtasis, haciéndola temblar y convulsionarse en el clímax del placer. Sus gemidos se convirtieron en un grito ahogado mientras su cuerpo se rendía al orgasmo. Manuel siguió lamiendo y acariciando suavemente el coño de Claudia, prolongando el gozo de su orgasmo hasta que finalmente se relajó y recuperó el aliento.

Claudia se incorporó y no pudo evitar notar el enorme bulto que tenía Manuel en su pantalón. Su erección parecía desbordarse y amenazaba con romper el pantalón.

Manuel se abrió la bragueta y, sosteniendo su polla dura, se la ofreció a Claudia, preguntándole con una sonrisa lasciva:

— ¿Hoy te apetece comer plátano también, Claudia?

Claudia, sin apartar sus ojos completamente abiertos, se bajó de la mesa y se arrodilló, admirando aquella polla grande y dura que tenía delante. Con algo de miedo y torpeza debido a su falta de experiencia en el sexo, Claudia comenzó a masturbar a Manuel.

Manuel quitó la mano de Claudia de su polla, la agarró con su propia mano y la guio hacia la boca de Claudia, quien instintivamente abrió su boca para envolverla con sus labios. Comenzó a chupar torpemente al principio, pero rápido comenzó a hacerlo con más habilidad, moviendo su cabeza, aunque haciendo gestos de arcadas cada vez que el glande de Manuel se acercaba a su garganta.

— ¡Así, Claudia, sigue chupando mi polla, me encanta cómo lo haces! —exclamó Manuel complacido.

Motivada por las palabras de Manuel y guiada por su instinto, Claudia intensificó sus esfuerzos, aumentando el ritmo y la presión de sus succiones. Cada vez más confiada y cómoda, se dedicó a jugar con su lengua y sus labios, acariciando y envolviendo la polla de Manuel.

Manuel, completamente entregado entrelazo sus manos en el cabello de Claudia, proporcionando suaves guías mientras ella continuaba su exquisita tarea.

Claudia estaba decidida a darle a Manuel el máximo placer posible, estimulando su polla con dedicación y pasión.

— Sí, Claudia, sigue chupándomela así. Me encanta cómo juegas con tu lengua, cómo la envuelves con tus labios. Me estás llevando al límite.

Las frases de Manuel excitaban a Claudia aumentó el ritmo de la mamada, entregándose por completo al placer oral

Con un gemido gutural, Manuel sintió cómo el orgasmo se apoderaba de su cuerpo. Oleadas de placer recorrieron su ser, y su polla comenzó a palpitar en aquella boca caliente. La sacó, seguida de hilos de babas de la joven, y con rápidas sacudidas comenzó a cubrir la cara de Claudia con su semen caliente.

Ella intentaba atrapar cualquier chorro con su lengua para saborear la leche de Manuel, disfrutando cada gota que caía sobre su piel.

Mientras Manuel jadeaba de excitación, Claudia volvió a mamar su polla que comenzó a perder dureza, limpiando cualquier resto de semen que quedara. Manuel, la miraba con satisfacción.

— Me encanta cómo limpias mi polla con tu boca.

— Y a mí me encanta el sabor de tu leche —respondió Claudia con una sonrisa.

Claudia se dirigió al baño para limpiarse, mientras Manuel se recompuso la ropa. Poco después, Claudia regresó desnuda, con sus tetas botando por los saltitos de excitación que le provocaba lo sucedido. Pasó sus brazos por detrás de Manuel y comenzaron a besarse apasionadamente.

Claudia separó sus labios de los de Manuel por un momento y le dijo, con cierto pesar:

— Lamentándolo mucho, mi madre y mi abuela volverán pronto, así que sería mejor que te marcharas.

Se despidieron con más besos, disfrutando de los últimos momentos juntos antes de abrir la puerta.

Manuel bajó las escaleras con cuidado, sintiendo aún las secuelas del intenso orgasmo que Claudia le había brindado con su ardiente mamada, sabiendo que este encuentro en la cocina había sido solo el comienzo.

Claudia, por su parte, cerró la puerta detrás de Manuel y se apoyó en ella, su cuerpo temblando de excitación, con el sabor del deseo aún en sus labios y su mente llena de preguntas sin respuesta. El encuentro había despertado una pasión voraz en ella, una sed insaciable de explorar los límites del placer y la lujuria.

¿Volverían a encontrarse Claudia y Manuel en un nuevo y apasionado encuentro? ¿Se atreverían a explorar nuevas fronteras del placer juntos sin inhibiciones ni tabúes?

Continuará…

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