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El Caribe mexicano me dio más de lo que esperaba
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Tiempo de lectura: 16 minutos

Lo que estoy a punto de contarles sucedió hace algunos años. Yo tenía 23 en aquel momento, y con tres amigas muy cercanas decidimos viajar de vacaciones a México. Reservamos un alojamiento all inclusive en la zona hotelera de Cancún, sacamos un vuelo que conseguimos con descuento en un Cyber Monday y esperamos con muchas ansias a que llegara la fecha del viaje.

Era la primera vez que pisaba una playa que no fuera argentina o uruguaya, y la sensación que corría por mi cuerpo era como la de haber llegado al paraíso. Clima cálido todo el año, arena clara y suave, agua transparente y con una temperatura que invitaba a quedarse horas dentro del mar.

Habíamos elegido un hotel sin animadores ni actividades. La decisión de evitar llamados a participar de juegos, deportes o bailes constantemente fue unánime. Nosotras sólo buscábamos paz y disfrute.

Ese viaje fue maravilloso. Todas las mañanas desayunábamos en el buffet del hotel y nos íbamos tan rápido como podíamos a la playa privada para ubicar cuatro reposeras y aprovechar cada rayo de sol en nuestra piel. Pasábamos todo el día yendo del agua al sol, del sol a la barra de tragos, de allí al sol de nuevo, y de vuelta al agua. Cuando el sol empezaba a bajar ya entrada la noche, volvíamos a la habitación, nos duchábamos y bajábamos a cenar. Luego nos arreglábamos y salíamos a la noche mexicana como cuatro diosas bronceadas, jóvenes, alegres, seductoras. Ninguna de nosotras había viajado con hambre de conquistas, y eso (por alguna razón) llamaba doblemente la atención.

Una mañana bajamos a desayunar con una resaca especialmente memorable, luego de haber sobrevivido a los mil chupitos de Coco Bongo. Sin embargo, ni eso nos iba a impedir aprovechar la mañana de playa. Dormir estaba sobrevalorado en vacaciones, y sobre todo a esa edad. Aquella playa valía cada segundo, y si hacía falta dormiríamos una siesta a la sombra de la reposera.

Mientras desayunábamos en piloto automático, todavía tratando de despertarnos del todo, una de mis amigas reconoció a un conocido suyo en otra mesa.

– Yo conozco a ese chico de ahí. Es Manuel, mi compañero de la facultad. – dijo Martina.

Nosotras nos dimos vuelta sin entusiasmo ni intención de disimular, y lo vimos. Conocíamos a Manuel únicamente por fotos, y no nos interesaba demasiado su presencia allí.

Una vez que terminamos de comer, agarramos nuestras cosas y nos levantamos para salir finalmente a la ansiada luz del día.

Cuando estábamos llegando a la puerta, mi amiga no pudo evitar su impulso y le gritó a su amigo, que se encontraba del otro lado del comedor.

– Ey, ¡Manu! – exclamó levantando efusiva su mano derecha para que la viera.

El joven miró descolocado y tardó unos segundos en reconocerla, pero finalmente le devolvió el saludo a lo lejos.

Martina, en vez de dar por finalizada la secuencia, se desvió del camino hacia la salida y se acercó a la mesa donde estaba el muchacho en cuestión, acompañado de dos amigos.

– Martu, ¿cómo estás? ¡Qué loco encontrarnos acá! – le dijo amablemente mientras todos nos saludábamos con un beso en la mejilla.

Yo empezaba a sentirme de mal humor por haber visto interrumpida mi corrida hacia el mar, así que me quedé a un costado callada y esperando a que la conversación finalizara. El resto de mis amigas participaban de una charla banal con el resto de los chicos. Escuché que los acompañantes se llamaban Joaquín y Luciano, aunque no sabía bien cuál era cuál.

Al ver que la conversación no parecía terminar, interrumpí:

– Perdón… ¿ustedes no van a la playa? ¿Por qué no salimos juntos? – propuse.

Todos accedieron con gesto de “claro, tiene razón, ¿qué hacemos perdiendo tiempo acá?”.

Buscamos un espacio vacío y ubicamos siete reposeras, para poder seguir socializando. En cuanto me quité el vestido para quedarme en traje de baño y me puse protector solar, volvió mi buen humor. La vitamina D empezaba a recargar mi batería interna.

Me acomodé en la reposera, cerré los ojos y dejé que el calorcito del sol atravesara mi piel. De fondo escuchaba que el resto de los presentes hablaban, pero no sabía exactamente de qué, ni me interesaba. De repente, sentí unas gotas de agua salpicándome y abrí los ojos sobresaltada.

– Uh, perdón. Te mojé. – se disculpó Joaquín o Luciano (todavía seguía sin reconocerlos).

Lo miré unos segundos. Era alto, de tez oscura y pelo corto. Acababa de salir del mar y estaba empapado. Tenía un cuerpo firme y entrenado, pero no exageradamente musculoso. Me gustaba la gente que no se obsesionaba entrenando para lucir gigante. Al pedirme perdón me sonrió desde arriba (estaba parado) y sus dientes blancos combinados con sus ojos medio achinados me generaron cierta atracción.

– No pasa nada – respondí finalmente devolviéndole una leve sonrisa.

Se sentó en la reposera de al lado, y se secó un poco la cara con la toalla blanca del hotel.

– Soy Luciano… Lucho. No nos presentamos antes, no parecías muy contenta de que hubiéramos aparecido… – dijo simpático.

– Perdón, no era personal, pero no tenía ganas de quedarme en el buffet hablando con unos desconocidos – dije y le sonreí para no sonar brusca – Ah, me llamo Candela.

– Candela… -repitió como si tratara de descifrar algo en mi nombre – Bueno, me alegro de que no haya sido personal. Ahora se te ve mucho mejor.

– La playa lo cura todo.

Lucho se rio. Miré alrededor y vi al resto charlar, jugar a las cartas o tomar sol. Me sentí plena. Miré a mi acompañante recostado en la reposera, mirando hacia el mar. Noté que había algo en su despreocupación que me gustaba. Quizás fuera su simpleza o el hecho de que no parecía estar de “levante”, como le decimos los argentinos a estar en búsqueda de mujeres u hombres con fines sexuales o románticos.

– ¿Cuándo llegaron? – pregunté e inmediatamente me arrepentí de haber roto el silencio.

Me miró sin sobresaltarse y me respondió:

– Llegamos anoche. Nos quedamos cuatro días acá y después nos vamos para Playa del Carmen. ¿Y ustedes?

– Nosotras llegamos hace tres noches y nos quedamos una semana más.

– ¡¿Tres días y ya están así de bronceadas?! – dijo riendo.

– Nos gusta mucho el sol – dije devolviéndole la sonrisa mientras me levantaba de mi reposera – voy a buscar algo para tomar, ¿te traigo algo?

– Vamos, te acompaño – dijo mientras echaba una mirada a sus amigos que estaban dormidos bajo el sol caribeño.

Llegamos a la barra y un muchacho nos atendió muy amablemente.

– Una limonada, por favor – pedí.

– ¿Una limonada? – dijo Luciano riéndose de mí. – Estamos de vacaciones… ¡en Cancún!

– Sí, pero son las 11:30 de la mañana…

– Dos tequilas para mí – le dijo al bartender ignorándome.

– Yo no dije que quisiera tequila.

– Ni yo dije que fuera para vos. – dijo mirándome de costado.

Sonreí medio embriagada en su seducción. Volvimos a la playa y sus amigos seguían durmiendo. Mis amigas se habían ido al mar y podían visualizarse desde nuestra ubicación.

Me senté y comencé a tomar mi limonada.

– ¡Salud! – dijo él chocando su vasito de shot con el mío y luego bebiendo de un trago todo su contenido. Luego metió un gajo de lima en su boca.

Lo miré sin darle demasiada importancia a su show y seguí disfrutando de mi bebida. Un rato más tarde todavía no había tomado el segundo shot.

– ¿Qué pasó? ¿Era mucho tequila para la mañana de un jueves?

– Para nada, estoy esperando el momento correcto. Salvo que lo quieras vos…

– No, gracias.

– Bueno, vos te lo perdés – dijo y se tomó el segundo vasito.

Seguimos hablando de nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestras ex parejas, sin tener registro del tiempo. Estábamos aislados del grupo, en el que mis amigas habían vuelto del mar y jugaban a las cartas con los amigos de Luciano que se habían despertado de la siesta playera.

– ¿Quieren jugar? – dijo al rato una de mis amigas mirándonos, cuando estaban por empezar la segunda partida.

– No, gracias, yo me voy a ir un rato al agua. – le respondió él – ¿Me acompañás? – preguntó bajando la voz y dirigiéndose a mí.

– Dale, vamos.

Fuimos hasta la orilla caminando lento, sin apuro. Nos metimos al mar y a mí todavía me sorprendía la experiencia del mar Caribe en el que te podías meter sin necesidad de hacerlo gradualmente para no congelarte.

– Esto no es Mar del Plata, eh – me dijo riendo.

– No te metas con Mar del Plata porque vamos a terminar mal…- le dije bromeando.

– Amo Mar del Plata, pero ¡qué fría es el agua ahí! -hizo una pausa- Igual, si querés pelear peleamos. Contá conmigo.

– Cuando estemos en igualdad de condiciones. Vos estás con dos tequilas encima, no me quiero aprovechar.

– No me vas a creer, pero me siento un poco borracho…

– Qué flojo resultaste.

– Vayamos a la barra y compensás.

– Mmm… ¿Te parece?

– Dale – me pidió de nuevo, sabiéndose seductor.

– Bueno, vayamos antes de que me arrepienta

Fuimos a la barra y pedimos dos tequilas. Nos acomodamos en una punta vacía. Puse sal en mi mano de un salero que había sobre el mostrador, para hacer la experiencia completa. Chupé mi mano mirándolo de reojo, y tomé el primer shot. Después comí mi gajo de lima con tranquilidad. Notaba cómo mi acompañante me miraba la boca y los ojos, y luego de nuevo la boca. Era innegable la tensión que había entre nosotros. Me hacía sentir bien aquel juego de endorfinas.

– Te falta el segundo – me dijo casi inmediatamente después de apoyar la cáscara de la lima sobre una servilleta.

– Ya voy, ansioso.

Repetí el proceso, con determinación pero con cierta lentitud para que él pudiera admirarme. Me gustaba gustarle, y esperaba que él notara que me gustaba.

– Ahora sí, estamos a mano. – le dije.

– ¿Y ahora? ¿Peleamos?

– ¿Tenés ganas?

– Tengo ganas de comerte la boca. ¿Cuenta cómo pelear?

– Cuenta – le dije mientras lo agarraba con mi mano izquierda de la cintura y lo acercaba hacia mí.

Yo estaba apoyada sobre la barra y sentí cómo se aceleraba mi respiración cuando sentí su cuerpo caliente cerca mío. Estábamos los dos en traje de baño. Yo llevaba una bikini naranja que resaltaba mi bronceado, y él un short por encima de las rodillas rayado, azul y blanco.

Lucho pasó una de sus manos despacio por mi cuello y luego entre mi pelo mojado y revuelto, mientras se acercaba a besarme. Sentía el tequila haciendo efecto en mi cuerpo, y la cercanía de su piel me calentaba. Nos besamos lenta pero firmemente al principio, aumentando progresivamente la intensidad. Nuestras bocas se entendían a la perfección, y sentía que me estaba besando con alguien que conocía desde siempre. Luciano acariciaba mi pelo y mi cuello con una de sus manos, y con la otra bajaba por mi cintura mojada, para luego posarla en la parte superior de mi culo, sobre mi bikini llena de sal. Apretaba sutilmente mi carne voluptuosa y yo sentía una humedad caliente que contrastaba con el ya frío agua de mar de mi traje de baño. Moría de ganas de llevarlo a mi habitación pero también quería seguir disfrutando de ese juego casi adolescente.

– Vayamos a enfriarnos al mar que acá empezó a llegar público – le dije susurrando mientras separaba muy levemente mi boca de sus labios.

Me sonrió y me dio un beso corto antes de volver a la playa. Nos metimos al mar lejos de donde se encontraban nuestros amigos, para no sentirnos expuestos. Nos zambullimos entre las pequeñas olas y nos metimos hasta que el mar nos llegó arriba de la cintura.

Volvimos a besarnos desenfrenadamente aprovechando la lejanía y también que el agua nos tapaba. Sentía su erección contra mi cuerpo y me movía lentamente para frotarla. Él apretaba mis nalgas con fuerza, clavando sus yemas. Yo pasaba mi lengua suavemente por sus labios salados.

– Ay, Cande, Cande. Qué lindo que es Cancún… – me dijo bromeando mientras subía la mano lentamente por mi cadera, mi cintura, hasta llegar a mi pecho.

– Yo me reí y moví mi mano suavemente hasta tocar el bulto que sobresalía de su short.

– Más lindo de lo que creía. – le dije mientas acariciaba su pene por encima de la ropa y volvía a besarlo.

Él me devolvió la jugada y metió su mano por dentro de la colaless de mi bikini, acariciando muy suavemente el espacio entre mis labios vaginales, arrastrando mis fluidos con sus dedos. Yo emití un leve gemido.

– Vámonos de acá – dijo por fin.

Subimos al ascensor chorreando todavía, y él presionó el botón del piso 6, donde se encontraba la habitación que compartía con sus dos amigos. Estábamos tan calientes que no podíamos sacarnos las manos ni las bocas de encima durante el trayecto. Sabía que estábamos siendo filmados, y pensar en que alguien podría estar mirando me excitaba. Al bajar atravesamos casi corriendo el pasillo hasta su puesta. En ese instante pensé en que necesitaríamos la tarjeta de acceso para entrar, y supuse que no la tendría encima. Para mi sorpresa, la sacó del bolsillo trasero de su traje de baño, toda mojada.

– ¿En qué momento agarraste la tarjeta? – pregunté mientras abría la puerta.

– Cuando salimos del mar la primera vez a buscar tus tequilas. Soy un tipo optimista. – me respondió cerrando la puerta detrás nuestro y apoyándome contra ella, pegado a mí.

– ¡¿Ya en ese momento sabías que esto iba a pasar?! – dije haciéndome la ofendida, aunque yo también lo deseaba.

– No lo sabía, pero sí sabía que me encantabas. Tenía fe en que yo también podía gustarte – me dijo pasando su mano por el costado de mi cuerpo, desde mi cuello hasta mi cadera. – ¿Hice mal?

Le sonreí y sin responderle lo empujé despacio hasta una de las camas. En la habitación había una cama de dos plazas y dos individuales, ya que en realidad la habitación era para cuatro personas. Aparentemente Luciano y sus amigos se iban turnando para dormir en la grande.

Lo tiré sobre la cama y él se sostuvo con sus codos para no quedar acostado mientras me miraba. Yo, con mi pelo y mi malla chorreando, llevé mis manos a mi espalda y desabroché mi corpiño liberando mis redondos y firmes pechos que contrastaban con el bronceado del resto de mi cuerpo. Tenía los pezones erectos, un poco por estar mojada y otro poco por la excitación. Él me miraba con fuego en sus ojos y una media sonrisa divertida.

Veía su pija dura dentro de su short y yo sentía cómo se me hacía agua la boca. Acaricié mis pechos sensualmente mientras bajaba a la parte inferior de mi traje de baño. Comencé a jugar con ella y a bajarla lentamente, hasta que ante la mirada ardiente de mi acompañante me la quité. Quería volverlo loco. Me acaricié por todos lados y di la vuelta para que viera mi culo desnudo.

Él me tomó suavemente del brazo y me tiró hacia él. Me subí sobre su cuerpo arrodillándome alrededor suyo, a la altura de sus caderas y comencé a besarlo de nuevo mientras llevaba mi mano a su erección. Escuchaba su respiración agitada en mi boca y su verga poniéndose cada vez más firme. Desvié mi boca de la suya y comencé a besar su cuello, su pecho lampiño, su abdomen. Jugaba levemente con mi lengua en las zonas sensibles y notaba que le gustaba. Llegué a su traje de baño y comencé a bajarlo, con cierta dificultad por estar mojado. Se lo saqué y lo dejé caer al piso, al mismo tiempo que comencé a masturbarlo. Yo estaba sentada sobre él, dejándolo ver mi cuerpo desnudo mientras lo tocaba. Él acariciaba toda mi piel, mis tetas, apretaba mi culo con firmeza.

– Parate – le ordené.

– No me negaría a absolutamente nada que me pidas en este momento – dijo mientras me sonreía y se paraba.

Todo su cuerpo me encantaba, y su verga no era la excepción. Me arrodillé ante él, corrí el cabello de mi cara y pasé mi lengua muy lentamente por todo su miembro, empezando por sus testículos afeitados y prolijos (y salados, como todo él), y subiendo muy despacio por su tronco mirándolo a los ojos, escuchando su respiración y sus leves gemidos, hasta llegar a la cabeza. Dejé caer un hilo de saliva sobre el glande y empecé a chupar esa pija como si fuera un manjar (podría decirse que lo era). Empecé lentamente, acompañando los movimientos con mis manos, y luego incrementé la velocidad más y más. Me encantaba sentir todo su pene dentro de mi boca, dejarlo unos segundos tocando mi garganta y escuchar a Lucho gemir mientras me sostenía fuerte del pelo. Estuve unos largos minutos saboreando esa hermosura, y ya sentía la lubricación de mi vagina chorreando entre mis labios.

– No me podés gustar tanto. – me decía mientras me miraba respirar agitada por la falta de aire al sacar su pene de mi garganta. – Vení, parate.

– Yo tampoco me negaría a nada de lo que me pidas en este momento – le dije bromeando con sus propias palabras.

Él me sonrió y me tiró boca abajo en la cama y me abrió las piernas. Yo apoyé un poco las rodillas para ponerme en mejor posición, levantando levemente el culo hacia él mientras mi cara estaba pegada a la cama.

– Él tomó mi culo con las dos manos y lo apretó con fuerza.

– Este culo me lo llevaría de souvenir.

No pude evitar reírme ante el comentario inesperado. En las pocas horas que hacía que nos conocíamos, había llegado a la conclusión de que me encantaba su sentido del humor, medio irónico, tan parecido al mío.

Comenzó a pasar su lengua desde mi clitoris, por toda la ranura entre mis labios, bebiéndose todos mis fluidos. Yo gemí, había estado esperando el momento de tenerlo entre mis piernas y finalmente había llegado. Comenzó a comerme como poca gente lo había hecho antes, sabía perfectamente cómo hacerlo, dónde estimular y a qué velocidad. Yo me movía casi sin darme cuenta, y meneaba el culo sobre su cara. Acompañó su lengua con dos dedos dentro mío y empezó a aumentar la intensidad. Mis gemidos eran cada vez más fuertes y me había olvidado del mundo, de mis amigas, de sus amigos, de todo. Chupaba mi clítoris como un dios. De repente sentí el orgasmo cerca, mis gemidos se agitaron y él notó que estaba por acabar e intensificó también sus movimientos. Agarrandome fuerte de mis caderas, mientras yo prácticamente mordía y apretada las sábanas, Lucho continuaba con su doble estimulación hasta que finalmente con un grito ahogado en el colchón, me vine en su boca.

– Me podría acostumbrar a esto, eh – me dijo mientras se ponía sobre mí y me besaba el cuello por detrás.

– Me gustás mucho – le confesé mientras me daba vuelta para mirarlo a la cara y a la vez agarraba su pija para seguir.

A los pocos segundos tenía la verga como una piedra y yo quería sentirla adentro mío. Sin pensar lo recosté, me subí arriba suyo y me senté sobre su erección penetrándome. Era tal mi desesperación que no busqué un preservativo y, a pesar de que sabía que no era una buena decisión, decidí continuar.

– ¿Estás segura? – me preguntó.

– Sí, ¿vos?

– Si vos estás segura, yo también.

Comencé a saltar sobre él una y otra vez mientras mis tetas rebotaban hermosas ante su cara. Él las apretaba, pellizcaba mis pezones y hasta me pegaba suavemente en ellas, lo que me calentaba el doble. Después llevó sus dos manos a mi culo y comenzó a marcar mi ritmo. Los dos gemíamos sin pensar que del otro lado de la pared podía haber una pareja de ancianos tratando de dormir la siesta.

Él dejó de marcar el vaivén y con un ágil movimiento invirtió las posiciones quedando sobre mí. Llevó mis piernas a sus hombros y comenzó a darme con fuerza mientras estimulaba con sus dedos mi clítoris. Me sentía tan excitada que sabía que dentro de poco vendría mi segundo orgasmo.

Él acercó su mano a mi boca y yo chupé con devoción sus dedos. Me sonrió con placer y bajó mis piernas de sus hombros. Me tomó suavemente el cuello con su mano derecha y continuó penetrándome con fuerza.

– Me vas a hacer acabar de nuevo – le dije con mi mano sobre la suya indicandole que me ahorcara más fuerte.

Él apretó como le indicaba y eso fue el detalle que hizo que explotara en un segundo orgasmo monumental.

– Me volvés loco – dijo mientras seguía moviéndose con fuerza sobre mí.

De repente noté el cambio en sus gemidos, volviéndose rugidos, y vi cómo con un movimiento muy hábil, sacó su pene de mi cuerpo y eyaculó en todo mi abdomen y mis tetas.

Se dejó caer en la cama junto a mí y dijo:

– Me quedaría encerrado con vos toda la tarde.

– Yo también. ¿Qué hora será?

Ninguno de los dos tenía celular, ya que todo había quedado en la playa.

Luciano prendió el televisor con el control remoto y vimos que eran las 14:30 hs. Seguramente nuestros amigos se estarían preguntando dónde estábamos.

Sin siquiera darnos una ducha nos vestimos (únicamente con nuestras mallas) y salimos de la habitación. Un poco tímidos nos acercamos a nuestras reposeras y, como era de esperarse, no había nadie. Nuestras cosas tampoco estaban. Recorrimos los restaurantes del hotel buscando a nuestros amigos, hasta que los encontramos comiendo un postre en el buffet. Todos hablaron por lo bajo entre risas al vernos llegar. Como si nada hubiera pasado, nos pusimos rápidamente la ropa que ellos nos habían guardado, nos servimos comida y nos sentamos a almorzar.

Durante la tarde los grupos se separaron. Mis amigas y yo nos quedamos en la playa del hotel, mientras que los chicos se fueron a hacer turismo.

Mis amigas me interrogaron y yo conté lo justo y necesario, ya que nunca me sentí cómoda dando detalles de mi vida sexual o amorosa.

Cuando bajó el sol, como cada día fuimos a darnos una ducha, cenamos y luego planeamos la noche. Decidimos que iríamos a uno de los bares más famosos entre los turistas allí. Ya habíamos ido otras noches y nos había gustado mucho.

La noche mexicana era muy rara para nosotras, ya que en Argentina los horarios de todo son más tardíos: cenamos más tarde, salimos más tarde, nos acostamos más tarde. En Cancún todo arranca temprano, y es difícil para el turista acostumbrarse a que tiene que estar en el bar a la hora en la que usualmente se sentaría a cenar.

Luego de algunas corridas, llegamos finalmente al lugar. Cuando íbamos por el quinto trago de la noche, ya borrachas, vimos aparecer a Lucho y sus amigos. Vinieron a saludarnos y notamos que estaban igual de ebrios que nosotras. Nos unimos formando un gran grupo en el que nos divertimos mucho, mientras con Luciano nos mirábamos, coqueteábamos, bailábamos. En un momento me aparté para ir al baño, y cuando estaba por llegar hacia la puerta, sentí su mano en mi cintura. Me besó el cuello y me giré a corroborar que fuera él. Nos besamos apasionadamente, como dos adolescentes viviendo su amor de verano. Su boca tenía gusto a una mezcla de cerveza, tequila y menta. Inmediatamente quise irme de ese lugar con él.

– Vayamos al hotel – le dije – nadie va a volver a las habitaciones por varias horas.

– Me leés la mente.

Fui al baño mientras él me esperaba en la puerta. Al pasar por al lado de mis amigas les hice un gesto para que estuvieran al tanto de que me iba.

Al salir ahí estaba él, hermoso, sentado en el cordón de la vereda fumando. Estaba vestido con unas bermudas negras y una remera blanca que resaltaba su bronceado. Yo vestía un vestido corto negro y holgado que, humildemente, me quedaba muy bien. Llevaba mi pelo castaño suelto, llegando por debajo de los hombros.

– Tenía miedo de que te fueras sin mí – le dije acercándome mientras le sonreía.

Él se rio mientras se paraba, y tomándome de la cintura con la mano libre me respondió:

– ¿Y perderme de cogerte? Ni loco. – dijo y me besó.

Caminamos las diez cuadras hasta el hotel, con un clima agradable. No hacía ni frío ni mucho calor, estaba cálido pero corría un vientito que hacía que la noche fuera ideal. Miré al cielo y vi que no sólo estaba despejado, sino que había una luna llena grande y preciosa.

Volvimos conversando y riendo borrachos, hasta que llegamos por fin al hospedaje.

Esta vez fuimos a mi habitación. Todavía seguíamos en el pasillo cuando Luciano ya había bajado completamente el cierre de mi vestido.

Cerramos la puerta y comenzó a besarme desde la nuca, bajando por mi espalda lentamente mientras quitaba completamente mi prenda. Yo no llevaba corpiño, por lo que al instante quedé únicamente con la tanga de encaje negra que llevaba. Bajó besándome y jugando con su lengua por mi columna, hasta que llegó a mi culo. Se arrodilló frente a él y lo tomó con las dos manos mientras besaba mis nalgas.

Bajó mi ropa interior que comenzaba a humedecerse, hasta caer al piso. Abrió mis nalgas y empezó a chupar el orificio de mi culo. Lo hacía tan perfectamente que no tardé mucho en comenzar a respirar sonoramente y emitir algunos gemidos.

De repente vi la puerta del balcón que habíamos dejado abierta, y caminé hacia ella.

– Vení – le indiqué.

Nuestro balcón daba a la playa del hotel, y desde el piso cinco se veía el mar hermoso bajo la luna redonda y brillante. Quien pasara por la playa podría vernos, pero estaba prácticamente desierta en aquel horario, y además, tampoco me importaba mucho ser vista. Me apoyé sobre la baranda mirando hacia el mar, agachandome un poco para apuntar mi culo hacia Lucho.

Él volvió a su tarea, y empezó a meter sus dedos en mi vagina ya mojada.

– Mirá cómo estás. Te quiero coger toda.

Me di vuelta a mirarlo y lo besé con lujuria mientras quitaba su remera. La dejé caer en el piso y desabroché sus bermudas. Saqué su pene que ya estaba bastante duro y lo masturbé. Luego, mirándolo a los ojos le imploré:

– Cogeme.

Él sacó sus zapatillas, y quitó su bermuda y su bóxer que tenía todavía en las piernas. Con brusquedad dio vuelta mi cuerpo nuevamente para que quedara dándole la espalda.

Conmigo apoyada contra la baranda con ambos brazos, me penetró y comenzó a moverse de una manera que me hizo olvidar nuevamente que quizás hubiera gente durmiendo en las habitaciones contiguas.

Aumentó el ritmo de sus movimientos y con uno de sus pulgares comenzó a bordear mi ano. Al notar que yo gemía aún más profundamente, llevó su dedo a su boca, lo lamió, y luego comenzó a meter aquel dedo en mi culo bien despacio sin suspender sus embestidas. Yo sentía que iba a venirme pronto y él, que también lo percibía, me tomó del pelo bien fuerte con la mano que le sobraba y aceleró al máximo su penetración mientras movia su dedo en mi culo suavemente. Finalmente tuve un orgasmo intenso y espectacular en el que no pude ahogar un grito de placer.

Justo en aquel momento noté que en el balcón de al lado había alguien mirándonos silenciosamente. Era un hombre, no se veía demasiado pero parecía tener unos 35 o 40 años.

– Tenemos público – le dije sonriendo morbosa mientras recuperaba el aliento.

Ver que había gente mirando nos excitó mucho a los dos.

– Quiero que me des por el culo mientras nos miran.

Lucho me miró embelesado y sin decir nada, volvió a inclinarme sobre la baranda.

Con su mano izquierda se masturbaba lentamente, mientras con la otra masturbaba por detrás mi vagina para utilizar mis fluidos como lubricante. Yo gemía mientras sentía fuego en mi sexo, y me encantaba saber que el vecino se haría una paja pensando en nosotros.

Lucho llenó sus dedos de mis líquidos, y comenzó a masajear mi agujero anal. Primero metió un dedo suavemente, y luego dos. Yo me sentía extasiada.

– Metemela ya. – supliqué.

Él acomodó la punta de su pene en mi culo, y muy cuidadosamente comenzó a meterla. Yo gemía mientras él me tomaba de la cintura. Comenzó a moverse cada vez con más agilidad, hasta que su pene comenzó a entrar y salir sin problema. Continuó lubricando su pija con mis flujos, y me empezó a embestir con mayor ritmo.

Yo trataba (sin mucho éxito) de ahogar mis gritos, y escuchaba sus gemidos a mis espaldas. Él apretaba con fuerza mi cintura mientras me cogía el culo. Los dos sudábamos a la luz de la luna. Luego de unos minutos Lucho empezó a gemir más fuerza y percibí que estaba por venirse.

– Voy a acabarte muy fuerte – me dijo, o me advirtió.

– Llenamelo.

Inmediatamente sentí sus espasmos dentro mío y sentí también cómo por mi culo empezaba a rebalsar su semen caliente. El líquido bajaba por mis piernas mientras él dejaba caer su cuerpo sobre mi espalda, descansando y recuperando la respiración. Miré hacia el balcón del vecino, y noté cómo disimuladamente movía la mano sobre su pene. Lo miré y pareció gustarle el intercambio de miradas.

Lucho salió de mi interior y entramos nuevamente a la habitación. Eran las 2:30 am. En Argentina a esa hora todavía ni hubiéramos llegado a la fiesta o al boliche.

Con Luciano nos limpiamos y nos acostamos desnudos en mi cama, medio abrazados.

– ¿Vos decís que en tierras argentinas cogeríamos así de bien? – le pregunté.

– No sé, pero yo me ofrezco para averiguarlo. – me respondió sonriendo.

Caímos dormidos durante un rato. Cuando abrí los ojos, miré el reloj y muy cariñosamente lo sacudí para despertarlo.

– Che… en un rato van a llegar las chicas del bar.

Su cara de dormido y desconcertado me daba entre ternura y ganas de tirarme encima suyo de nuevo.

– Ah, sí, bueno. ¿Nos damos una ducha antes? – propuso.

Nos dimos una larga ducha con varias distracciones, y cuando estábamos terminando de vestirnos escuchamos la puerta abriéndose muy despacio, como esperando aprobación. Abrí la puerta y mis amigas entraron divertidas y muy borrachas.

– Quién pudiera pasar unas vacaciones como las de ustedes, eh. – dijo una de ellas.

Lucho le sonrió y encaró hacia la salida.

– Hasta mañana, chicas… – dijo entre risas y se fue para su habitación.

Durante los tres días que nos quedaban tuvimos todo el sexo que pudimos, como si viviéramos en continentes distintos y nunca más pudiéramos vernos.

Lo que pasó a la vuelta en Buenos Aires es un capítulo aparte.

[email protected] // instagram @damecandelarelatos

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