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El bañador rojo
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Eramos amigos desde niños, yo me sentía tan cómodo en su casa como él en la mía, inseparables. Mario y yo jugábamos, aprendíamos, y lo hacíamos todo juntos. Parecíamos hermanos mas que simples amigos.

Hasta que las cosas empezaron a torcerse. Sus padres empezaron a llevarse mal y llegó el divorcio. Su madre se lo llevó con su amante a otra ciudad y perdimos el contacto. Hubo momentos en que pensé que no lo volvería a ver.

Al que si veía de vez en cuando ya que seguíamos viviendo en el mismo barrio, a la vuelta de la esquina, era a su padre. Para entonces yo tenia diez y ocho años y Julio cuarenta y dos y se mantenía francamente bien. A veces nos cruzábamos por el parque cuando salíamos a correr. Nos encontramos una tarde calurosa de verano por la calle. Al reconocerme sonrió y me saludó.

Él tenía noticias de Mario y entramos en el bar mas cercano a charlar. Resultó ser un oscuro y discreto pub. A nuestro alrededor parejitas se morreaban y metían mano y no todas eran chico-chica. Todo ello no contribuía a mi tranquilidad.

Me contó que Mario iba a entrar en la universidad ese otoño. Nos alegrábamos ambos por él y charlando recuperaba la confianza que tenía antaño con su padre, Julio.

Él siempre me había gustado y ahora que me fijaba más veía que estaba muy bueno, muy atractivo. Me propuso ir a su casa y echarle un vistazo a viejas fotos. Pasaríamos un rato divertido recordando tiempos pasados.

No tenia otra cosa que hacer y me alegré de pasar un rato mas con él. Confiado y contento a su lado nos dirigimos a su piso. Hacía mucho calor, así que lo siguiente era algo natural. Al entrar se sacó la camiseta dejándome ver su cuidado y lo que para mi fue una sorpresa, depilado torso, se quedó solo con los vaqueros. Me dijo:

– Ponte cómodo.

Y me ofreció una bebida, una refresco, por el calor que hacía y que yo empezaba a tener no solo por la temperatura. La cosa se ponía interesante, con los vasos en la mesa veíamos álbumes con fotos de otros veranos, de vacaciones que pasamos juntos, las dos familias en la playa.

Parecía casualidad que en la mayoría de las fotos Mario y yo estábamos en bañador o sin camisa. Lucíamos nuestros jóvenes cuerpos delgados y por entonces ya sexys. Ya empezaba a tener mucho calor y no era solo la temperatura. En ese momento me quité la camiseta y la eche a un lado sentado junto a él en el sofá. Julio me miró de reojo con aprobación y una sonrisa.

Señalé una foto en la que él todavía tenía vello por el cuerpo y en la que él lucia un pequeñísimo bañador speedo. Recuerdo quien hizo esa foto… Fui yo cuando empezaban a gustarme los hombres.

Lo vi tan sexi en la playa con esa reducida prenda que no pude aguantarme cuando tenia la cámara en la mano. Pero nunca conseguí quedarme con una copia de esa foto. Le dije:

– ¿Cuando ha cambiado eso? Parecías un oso peludo.

– Hace tiempo. Se siente mas suave así ¿No te parece?

– Pues yo si estoy mas suave así… Pero contigo… Aún no lo sé. Jejeje ¿hasta donde llega?

– Es completo, a láser.

– ¡Vaya! No lo recordaba así. Me acordaba mas de ti como el de la foto. Más peludo.

Sonreímos los dos. Divertidos.

– ¿Todavía tienes ese bañador?.

– Ese mismo no, pero tengo algunos parecidos.

– Estaríamos mas cómodos con algo así. ¿No crees?.

– Puedo dejarte uno, ahora, ya te quedaría bien algo de mi talla. Lo que llevabais vosotros entonces no te valdría ahora.

– ¡Vale!,

Me limité a contestar, para ese entonces cachondo perdido.

Entró en su cuarto y cuando salió ya llevaba puesto el minúsculo bañador rojo y muy ajustado. En la mano traía otro para mí, idéntico. Parecía que los hubiera comprado adrede con la intención de dejármelo.

Nos conocíamos desde siempre y no seria la primera vez que me viera desnudo. Pero hacia años de la última vez. ¿Por qué no me iba a cambiar delante de él?. No me iba a dar vergüenza, mas bien podría salir mi vena exhibicionista.

Mirando su cuerpo casi destapado y gustándome lo que veía, su cuerpo sin vello. Dejé caer mis bermudas y el bóxer pegado a mi cuerpo que llevaba. Le dejé ver también mi piel depilada.

Julio podía ver mi polla pelada y ya morcillona penduleando entre mis muslos, por estar así con alguien que me gustaba. Me puse el pequeño bañador que me cubría lo justo. Acomodé el rabo hacia un lado y volvimos a sentarnos, esta vez aún mas juntos.

Para que se me pasaran los nervios le di un trago a mi bebida mientras él aprovechaba para coger otro álbum y poner una mano en mi rodilla. Me gustaba su tacto fuerte en mi pierna. Y le dejé hacer.

Que casualidad que en la primera foto salíamos su hijo y yo haciendo un calvo a la cámara. Había reservado esa foto para esa ocasión. Casi no recordaba cuando nos la hicimos. Pero allí estaban nuestros culos blancos por la marca del bañador duros, jóvenes, respingones y muy muy apetecibles en la imagen como prueba.

– Siempre tuve la duda. ¿Mario y tú os lo montabais en esa época?

– Experimentabamos y nos lo pasábamos bien. Llegamos a hacer algunas cosas bastante morbosas. Nadie me ha vuelto a chupar la polla cómo él.

Ahí por fin saltó.

– Ese día estuve a punto de abalanzarme sobre ti y comerte el culito. Me parecía lo mas bonito que había visto nunca.

Le mire a los ojos sorprendido y a la vez encantado de que por fin lo hubiera dicho. De que me hubiera confirmado que él también me deseaba.

– Hoy ya puedes hacerlo, soy mayor de edad. Creo que a los dos nos gustaría.

Y nos besamos. Su ansiosa lengua entró en mi boca mientras nos abrazábamos. Le metí la mía hasta la garganta buscando su saliva dentro de la boca. Éramos pura lujuria cambiando saliva de una boca a otra. Pellizcaba sus pezones excitándolo aún más mientras el se inclinaba sobre mi torso para lamer los míos.

Me fui recostando en el sofá tirando de él, dejándole mi cuerpo para que pasara la lengua y manos por donde quisiera. Levanté los brazos sobre la cabeza y aprovechó para lamer mis axilas. Largo, lento, pasando la húmeda por mi piel depilada haciéndome cosquillas.

Bajó mordisqueando mis pezones, chupando mi vientre, mientras por fin notaba sus manos librándome del pequeño bañador. Ya no paró hasta que sacarlo por mis pies.

Mi glande, durísimo a esas alturas, le rozaba el cuello. Dejó mi polla a un lado haciéndome esperar un poco mas. Se dedicó al pubis suave sin pelo, la base del pene y mis súper sensibles huevos. Yo gemía acariciando su pelo, su cabeza separando lo mas que podía los muslos. Un pie en el suelo y el otro sobre el respaldo tocando la pared.

Pasó la sin hueso por el perineo y una vez más me hizo esperar. Subió por la cara interna del muslo y la pantorrilla hasta meterse los dedos de mi pie, y no debían estar muy limpios, en la boca sin dejar de mirarme lascivo a los ojos.

Yo lo devoraba entero con la vista. Su polla asomaba entera fuera del bañador. Pero no podía alcanzarla aunque lo deseaba. Habría tiempo para todo. Ahora su lengua entre los dedos de los pies me volvía loco.

Cogí una de sus manos y chupé sus dedos con cara de vicio como lo hubiera hecho con su rabo. Aprovechó el tenerlos mojados para acariciar mi ano con ellos y empezar a dilatarme tierno y dulce y a acariciar mis testículos.

Ya notaba el índice abriendo mi ano cuando por fin se metió mi polla en la boca. La chupaba goloso tragando todo lo que podía, hasta la garganta. Esta vez situado a mi costado, perpendicular y no entre mis piernas podía acariciar su pecho y espalda. Su piel suave e incluso llegar hasta agarrar su culo duro por debajo del bañador que Julio aún tenía puesto.

Sobre la mesa baja de cristal el álbum había quedado abierto por esa foto. Lo ultimo en lo que podía pensar en ese momento era en Mario y su culito blanco teniendo a su padre así tan entregado.

Sin sacar mi polla de su boca hizo lo posible por acercarlo mas, girando su cuerpo y por fin deslicé un dedo por su ano. Se le escapó un gemido al notarlo. Ya no hacían falta palabras, nos entendíamos por telepatía. Mi dedo empezó a penetrarlo suave mientras el dejaba mi polla bien mojada con su saliva. Creo que aprovechó ese momento para bajar una mano y sacarse el bañador.

Cuando se sacaba mi nabo de la boca era solo para gemir y suspirar y preguntarme:

– ¿Lo hago tan bien como Mario?

– Aún mejor, pero ya diría que tienes más experiencia de la que nosotros teníamos entonces. Y las mismas ganas.

Hasta que mirándome a los ojos me pidió:

– ¡Fóllame!

Siempre pensé que con él sería yo el primero en ser penetrado, pero no iba a quejarme. Estaba deseando follar ese pétreo culo. Con una sonrisa lasciva le contesté:

– ¡Cabálgame!

Y lo hizo. Se montó sobre mi cadera apoyando mi glande en su entrada ensalivada y dilatada con mis dedos. Podía ver su poderoso torso suave y pellizcar sus oscuros pezones tan duros.

Julio también se apoyaba en mi pecho mirándome a los ojos con una increíble expresión de lujuria. Con su dura polla apuntando a mi cara se dejaba caer despacio dejando que ambos notáramos como entraba en su culo.

Mientras él subía y bajaba despacio por fin pude acariciar su rabo y los huevos tan suaves. La otra mano acariciando la piel de su muslo. No quería que se corriera sobre mi plano vientre así que solo lo acariciaba con suavidad. Evitaba pajearlo mientras Julio aceleraba el ritmo de la cabalgada. A la vez apretaba el esfínter como si quisiera arrancarme la polla.

El que al fin se corrió fui yo dentro de su recto gimiendo y suspirando, con los ojos en blanco. Se inclinó sobre mí para volver a besarme para recorrer mi boca con su lengua hasta llegar a la campanilla. Mientras mi polla perdía su dureza y salía sola del acogedor ano.

Quería que él me follara pero también quería saborear su lefa. Su sabor en mi lengua. Al final fue él quien lo decidió, sin bajarse de encima se movió hacia adelante. Hasta apoyar el culo en mi pecho dejándome así la polla al alcance de mi boca. No tuve más que separar los labios para que entrara el durísimo glande.

Me encantaba pasar la lengua por la piel suave casi pulida de la punta de su nabo. Mientras sus huevos se apoyaban en mi pecho o incluso a veces me rozaban la barbilla. Claro que tampoco los dejaba en paz acariciandolos con la mano.

Por fin me llenó la boca de semen, que no me tragué, lo retuve sobre la lengua esperando que me besara y poder compartirlo con él. No me defraudó, se bajó de encima sólo para tumbarse a mi lado.

Buscando de nuevo mi boca con el mismo ansia que había tenido toda la tarde al besarme. Jugamos con nuestras lenguas, con la lefa y la saliva. Mientras las manos seguían recorriendo nuestros cuerpos con suavidad ya mas relajados.

Tirados en el sofá, sin separarnos ni un milímetro seguíamos rememorando viejos tiempos y contándonos situaciones morbosas. Sobre todo estas últimas y de las que en su día no llegamos a enterarnos.

Él había estado a punto de pillarnos con los pantalones bajados y lamiéndonos varias veces. Cuando oíamos el ruido de la puerta apenas nos daba tiempo a subirnos la ropa y poner cara de circunstancias.

Me contó también cómo tuvo que contratar algún chapero que se pareciera a nosotros por lo cachondo que le poníamos. Y por fin me dijo que la causa de su divorcio fue el confesarle a su mujer su bisexualidad. Además de el amante que ella se beneficiaba por supuesto.

Con todo el morbo de la conversación nuestros miembros recuperaban la verticalidad. Yo estaba rabiando por que me follara, ni nos quedaba saliva para lubricar. Así que fue a la cocina a buscar aceite de oliva con el que untar su rabo y dilatar mi ano.

Lo esperaba de rodillas en el sofá apoyado en el respaldo y separandome las nalgas con las manos. Ya habíamos tenido juego previo, se limitó a pasar la lengua unos segundos por la raja, dejar caer el aceite desde mi espalda y entenderlo con dos dedos en mi ano. Mientras yo se lo ponía con generosidad en la polla.

Lo de que que entró en mí como un cuchillo caliente en mantequilla, en ese caso margarina, fue literal. También es verdad que mi culo estaba acostumbrado a semejante trato pero su penetración lenta y deliberada fue de lo más placentero.

Agarrando mi cintura empezó a moverse, suave, despacio, haciéndome notar como ser abría paso por mi carne que yo apretaba para exprimirlo. Mi polla estaba tan dura que me golpeaba el ombligo al mismo ritmo con que la suya me follaba. Solo gemíamos y disfrutábamos, suspirando y llenando el salón con nuestros gritos.

Cuando por fin se corrió se derrumbó sobre mí espalda bufando y riéndose. Mi semen se unió a las manchas anteriores del mismo material y aceite en los cojines del mueble. Había tenido mi orgasmo casi sin tocarme. Mientras su lefa rebosaba de mi ano me dijo:

– La próxima vez llegamos hasta la cama.

Mi carcajada debieron oírla los vecinos. Si no nos habían oído hasta ese momento.

– ¿Así que habrá una vez más?

– Todas las que quieras. Y si cuando venga Mario a visitarme si queréis recordar viejos tiempos solo tienes que venir aquí. Prometo avisaros antes de entrar en la habitación no os pille comiéndoos la polla.

– Supongo que ahora no nos importaría que entraras y puede que hasta nos gustaría te unieras.

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