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Tiempo de lectura: 3 minutos

Recuerdo la primera vez que te leí. Era un relato de masturbación y me invitabas a que jugáramos como si estuviéramos juntos. Me pareciste tan cálido y sensual, que me parecía imposible que unas letras en la pantalla pudieran provocar esas sensaciones en mí. Recorría tus líneas con la mirada y notaba cómo se agitaba mi respiración, cómo se aceleraba mi pulso y cómo se humedecía mi sexo, llegando al orgasmo con las caricias de mis manos que en mi imaginación eran las tuyas. Y te seguí leyendo…

Leía otros relatos, otros autores en mis ratos libres y aunque algunos me parecían realmente buenos, lo cierto es que siempre volvía a ti, a tu forma de jugar con las palabras, combinando lo delicado y lo morboso, lo sutil y lo explicito, pero sin caer en lo soez… y me hice adicta a ti. Te leí una y otra vez hasta que casi memoricé tus relatos y una noche, hallé el valor suficiente para contactar contigo, para enviarte un mail diciéndote lo bien que escribías y cómo me gustaría leer más relatos tuyos. No esperaba que me respondieras, ni mucho menos lo que vino después, porque a ese mail le siguió otro, preguntas, respuestas, confesiones… y finalmente me invitaste a hablar por chat. Nunca había hecho nada parecido, pero no pude resistir la tentación de hablar con la persona que había escrito esos relatos que tantas sensaciones me habían provocado.

Unas primeras conversaciones establecieron las normas: ser sinceros y discretos, nunca nos ocultamos que teníamos pareja, que nuestras charlas eran un entretenimiento que podría acabar en cuanto uno de los dos así lo deseara. Y rápidamente descubrimos que teníamos gustos similares, que nos encontrábamos cómodos el uno con el otro. Los sentimientos hacia nuestros cónyuges no habían cambiado, pero incluso después de una sesión de buen sexo deseaba hablar contigo, que me dijeras qué me habrías hecho tú y decirte qué te hubiera hecho yo. Eras mucho más que unas líneas en la pantalla, realmente podía notar tu aliento susurrando en mi oído, tus manos acariciando mi cuerpo, tus labios en mi piel…

El sonido que anunciaba que tenía un mensaje tuyo me hacía esbozar una sonrisa, los tres puntitos parpadeantes que indicaban que escribías me hacían tener contracciones en mi sexo. No sabíamos nuestros nombres ni apenas ningún dato el uno del otro, era nuestro acuerdo particular, no decir nada que pudiera hacernos identificables. Las descripciones vagas dieron paso a fotografías, algunas más sensuales, otras más explícitas y conocimos nuestros cuerpos. Ahora podía visualizar las manos que me habían recorrido centímetro a centímetro, el torso que había abrazado y apretado contra mí, el falo que me había llenado por completo.

Jugábamos a que tus manos eran las mías y acariciabas todos mis rincones con maestría… a veces suave, a veces intenso, pero siempre con calidez. Mis dedos índice y corazón en mi vagina, el meñique rozando mi ano y mi succionador en mi clítoris mientras seguía tus instrucciones me llevaron al éxtasis, imaginando que eran tus manos las que me tocaban, que eran tus labios y tu lengua los que me estimulaban de esa forma, que te cogía el cabello para hundirte en mi, para correrme en tu boca y que probaras el sabor de mi orgasmo. Exhausta, sudada, con el coño palpitante, me decías que descansara, que imaginara que estabas a mi lado, que me acariciarías el cabello hasta que me quedara dormida mientras yo jugaba con el vello de tu pecho.

Mis manos fueron las tuyas cuando te pedía que te quitaras la camiseta y los pantalones, que te acariciaras por encima de la ropa interior hasta notar cómo aumentaba la turgencia de tu falo, que te quitaras esos bóxers ajustados que tanto me gustaban para que tu polla erecta saliera disparada, para poder lamerla, besarla y saborearla hasta el fondo de mi garganta. Quería sentirla dentro de mí, con tus manos en mis pezones endurecidos, notar en mi oído tu aliento exhalando gemidos de placer, acariciar tu cabello y abrazar tu espalda mientras te pedía que siguieras y acabaras dentro de mí. Otras veces me daba la vuelta para que masajearas mi cuello, bajaras por mi espalda hasta llegar a mis nalgas y una vez allí jugaras con mi ano casi virgen, primero por fuera, lubricándolo con los fluidos de mi sexo, para introducir poco a poco un dedo y luego dos, hasta quedar preparada para ti, para recibirte sin prisa, sin pausa, disfrutando cada milímetro de ti. A cuatro patas, sofocando mis gritos contra la almohada, tu cuerpo abrazándome, tu polla en mi culo, tu mano en mi clítoris, me hicieron tener uno de los orgasmos de mi vida… Incluso jugamos a escribir juntos uno de tus sensuales relatos, propusiste una playa como escenario con un atardecer de fondo, aunque nunca llegamos a completarlo.

Pero llegó el día en el que tus mensajes dejaron de llegar y los que yo dejaba en el chat se esfumaban sin respuesta a las 24 horas, como si estuvieran escritos en arena y los borrara la marea. Nunca fuimos una obligación y siempre supimos que algún día terminaría el juego, pero no añoro los buenos ratos que pasamos y lo que me hacías sentir.

Mientras escribo estas líneas recordando nuestras charlas puedo notar cómo se moja mi ropa interior y cómo se humedecen mis ojos, luchando para no dejar escapar la lagrima que pugna por resbalar por mi mejilla, porque no puedo evitar echar de menos a mi compañero virtual.

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