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Duro y caliente. Sola en casa con un morenazo
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Eran las siete de la tarde. Estaba solita en casa con un morenazo.  Tenía las pulsaciones a mil. Iba por la casa con una minifalda muy cortita y un diminuto tanga, muy sexy, imaginando que las grandes manos de aquel moreno se deslizaban por mis muslos, por mis nalgas turgentes y firmes. Solo con recrear la imagen mental me volvía loca y daba rienda suelta a la imaginación.

Él estaba sentado en el sofá. Me puse a su lado y comenzó a tocarme los pechos ligeramente. Luego los besó como si fueran su postre favorito. Comenzó a bajar lentamente hasta que, sin previo aviso, me colocó en cuclillas sobre el sofá. Ese era mi momento, el más esperado. Deseaba tanto que me tocara, que lo viví con renovada euforia.

Deslizó sus dedos hasta mi vagina. Los metió suavemente, dándome un rico masaje. Mi excitación se disparó, y el disfrute de aquel momento. Mis fantasías alcanzaban un grado extremo. Aquel guapo moreno estaba a punto de llevarme al éxtasis.

Yo estaba muy agitada. Cada vez más caliente. Mi único deseo era ser penetrada una y otra vez. Entonces él, tan pasional como siempre, me bajó la tanguita, delgada como el hilo, y mis nalgas quedaron sobre su pene.

Ambos estábamos a mil. En mi excitación, chorreando sin control, deseaba que me la metiera rico. Notaba a pelo su pene, tan duro, tan rico, ummm… Me cogió fuertemente, me la metió y fue tan delicioso, tan duro. Me encantaba la idea de que me comiera así, con minifalda, y dimos rienda suelta a nuestros más bajos instintos.

En plena acción me quité el top, empapado en sudor y adrenalina, como mi piel. Disfrutaba aquella situación como nunca antes, con los pechos subiendo y bajando al ritmo del vaivén de las caricias y espasmos sexuales mutuos. No podía evitar los gemidos, mientras él se deleitaba con esos sonidos que expresaban todo lo que me hacía sentir. Mi culito subía y bajaba rebotando contra su cuerpo.

No tardó mucho tiempo en ponerme a cuatro patas sobre el sofá. ¡Madre mía, que rico sentirlo dentro de mí! Una y otra vez se deslizaba entre mis nalgas mientras me azotaba con la mano. Ese sonido era tan excitante para mí como para él. Yo deseaba que no dejase de hacerlo, que no dejara de acariciar mis muslos de aquella manera, de aquel modo que me removía toda por dentro. Era tan grandote mi moreno. Desprendía tanta testosterona. Le gustaba tanto lamerme y morderme el cuello lentamente que… ¡Ufff!

Finalmente la sacó y derramó su semen sobre mí. Resbalaba sobre mi culito, caliente y húmedo, al tiempo que lo rozaba con su miembro erecto y duro.

Yo deseaba con todas mis ganas repetir aquello, pero teníamos prisa. Así que nos vestimos y nos fuimos, impregnados de aquel olor que el sexo había dejado en nuestros cuerpos.

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