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Dulce Sara
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Era verano, uno de tantos, pero no para mí, era especial. Me encontraba en cuarto curso de la universidad. Habíamos acabado los exámenes y ya vendrían las notas y las lamentaciones. Ahora no tocaba pensar e ellas, tocaba desconectar y disfrutar.

Estaba eufórico, excitado, ligero como una pluma. Como si hubiera perdido un millón de kilos de peso. Todo el universo parecía estar a mi favor, me sentía inmensamente feliz. La felicidad propia de los inconscientes.

Por la noche iría con mis mejores amigos de “La Facu” a las fiestas de verano, de su ciudad, que estaban colindante con la mía, a tiro de piedra.

A pesar de que eran mis mejores amigos y nos llevábamos realmente bien, con ellos me sentía como el enanito del bosque. Yo, con mi estatura normal-incluso baja-y ellos, que jugaban al básquet, entre los dos metros y el uno noventa. No era muy prometedor para ligar, porque siempre, las miradas se las llevaban ellos.

Llegamos al centro neurálgico de las fiestas, el gran espacio de tierra, rodeado de árboles y vegetación, acondicionado para los diferentes grupos que tocaban ese verano.

Era una noche suavemente cálida. Extrañamente, no era bochornosa. El escaso aire que se desplazaba transportaba olor a cerveza, orines y polvo de arena en suspensión. En la bóveda del cielo oscuro retumbaba el sonido del último de la Fila: Me dices "good bye" en tu nota, tan ricamente…, creando una atmósfera de ensoñación mágica.

Llevábamos un buen rato de pie bailando y escuchando la música del concierto. Era hora de tomar algo y sentarnos para descansar un poco.

Nos alejamos de la música y fuimos hacia donde estaban las atracciones, bares y merenderos (en plan verbena). Por el camino, no encontramos a Sara y Rosa, dos conocidas de mis amigos, que me presentaron al instante, con un par de besos. Ambas eran de nuestra edad.

Rosa, era morena y bastante más alta que yo. Con una personalidad, vitalista y arrolladora. Cabello oscuro, largo y liso -hasta la cintura-, pechos magníficos y amenazantes, bajo su ligero y ajustado suéter blanco. Con tejanos ajustados, que marcaban unas preciosas caderas redondeadas, y zapatillas de deporte blancas. Estaba muy buena. Parecía que tenía muy buen rollo con mis amigos y estaba por ellos.

Desde un principio, me llamó la atención Sara. Era un pelín más bajita que yo, lo cual ya me atrajo, ante tantos gigantes. Rubia y con media melena ligeramente ondulada, piel clara, ojos azules y pechos más bien pequeños, bajo su ajustado polo azul marino. Vestía también con tejanos azul oscuro, no tan ajustados como Rosa y zapatillas de deporte blancas. Sus pantalones marcaban una preciosa cintura estrecha y unas piernas delgadas. Su personalidad era más reservada y comedida que la de Rosa. Hablaba poco, sonreía de vez en cuando y escuchaba mucho. Parecía una muñeca.

Cuando me la presentaron, lo primero que captó mi atención fue su aroma al besarla. Entorno a su cara flotaba una fragancia muy femenina, suave y delicada que se introdujo desde mi nariz hasta mi entrepierna. Se me erizó el bello del cuerpo y noté el suave y breve despertar de mi miembro. Lo segundo, fueron sus grandes ojos azules que parecían querer comerse el mundo con una curiosidad infinita.

Como éramos unos caballeros, las invitamos a sentarse con nosotros y tomar algo. Cosa que aceptaron al instante. Rosa con una enérgica aceptación -¡Venga Vamos! Y Rosa en su estilo, con una leve sonrisa, movimiento afirmativo de su cabeza y una mirada entre tímida y melosa, dirigida especialmente para mí.

Por supuesto, me moví rápido y me senté al lado de Sara en el alargado banco. Nos trajeron cervezas y algo para picar, distribuyéndolo en la larga mesa, típica de un merendero.

Sara estaba junto a mí. Nuestras piernas a escasos dos centímetros de distancia. Podía sentir el reconfortante calor que desprendía todo su cuerpo y el embriagador aroma suave y femenino de su perfume, combinado con el caleidoscopio aromático del ambiente: fritura, churros, cerveza y el inevitable polvo en suspensión de la arena del suelo. Parecía como si todos estos aromas, mezclados, se hubieran confabulado, creando una cápsula espacio-temporal que nos aislaba de los demás.

Mientras hablábamos y nos conocíamos, se mostraba más abierta y risueña, desplazando su arqueado cuerpo, sobre el banco, al compás de sus carcajadas. Sus brazos eran finos y delicados, con unas pequeñas y huesudas manos, que acompañaban sus palabras como alegres mariposas en el aire. Mientras hablaba, aprovechaba para mirarla con todo detalle y detenimiento, aislado de todo lo demás. Su nariz recta y pequeña, con los labios finos y una discreta barbilla. Su cara con forma de corazón.

Miraba como sus pequeños pechos, bajo su polo azul marino, marcaban sus pezones cuando se desplazaba, sobre el banco, hacia adelante y hacia atrás en sus sonoras carcajadas-parecía que se encontraba muy cómoda-. Observaba sus delgadas piernas, cruzadas una encima de la otra y esa preciosa “y griega” fruto de la intersección.

Me sentía en una burbuja de ensoñación placentera mientras la miraba y escuchaba su voz suave, alegre y más aguda cuando se reía. Mientras en mi cabeza seguía retumbando, de fondo, la canción del último de la fila, en un continuo sin fin.

Sin darme cuenta, me había tomado dos cervezas y sentía ganas de ir al lavabo. Le dije a Sara que iba al baño y que volvía enseguida.

Me levante notando un leve mareo conforme me incorporaba, que pasó nada más ponerme a andar en dirección a la barra, donde pregunté al camarero por el baño. Al fondo a la derecha, me dijo con una media sonrisa. ¿Qué fondo? Pregunté yo -si estábamos al aire libre-. Allí, me indicó con la mano y con un gesto más serio.

El lavabo estaba en un lateral del establecimiento. Era de uso común tanto para chicas como para chicos.

Me dirigí rápidamente para acabar cuanto antes y volver con Sara.

No estaba mal, pensé, para ser el baño de un chiringuito. Era relativamente espacioso y estaba limpio. Como iba a tardar poco no me molesté en cerrar del todo y dejé la puerta entreabierta.

Saqué mi pene del pantalón, que todavía seguía morcillón, fruto de la excitación que me había provocado Sara y dispuesto a rematar la faena.

Estaba a punto de iniciar mi descarga, cuando oigo:

-Se puedeee.

Era la voz de Sara. Giré la cabeza, un poco cortado y con mi pene en la mano.

-Si claro, es para chicos y chicas.

No sabía que decir.

-Me han entrado ganas a mí también.

Riéndose como una niña pequeña haciendo una travesura.

-Espérate un momento que enseguida acabo y te lo dejo.

Seguía cortado.

-Si quieres te ayudo.

Con voz solícita y de buena samaritana.

Sin esperar mi respuesta, se acercó y se puso detrás de mí apoyando sus pechos y su pelvis, sobre mi espalda y glúteos.

Mis ojos se abrieron como platos, mientras notaba el calor y la presión de sus pequeños pechos sobre mi espalda, y su pelvis acoplándose en mis glúteos.

Mi reacción fue inmediata. Mi pene dejó su estado morcillón. Se puso eufórico, encantado de sentir su contacto.

Su mano se introdujo en mi camiseta blanca, acarició mi pecho, pellizcándome con sus pequeños y delicados dedos, mis diminutos y oscuros pezones, totalmente erectos. Su palma se deslizó suavemente por mi abdomen, pasando por mi pubis, acariciando el ensortijado bello negro, recreándose en él.

Agarró mi polla, totalmente empalmada, mientras miraba como su mano la mecía con suavidad y su dedo acariciaba la pequeña sonrisa de mi glande.

Me giré totalmente, mirándola a los ojos. Esos preciosos ojos azules, que en principio me parecieron de infinita curiosidad y ahora contemplaba plenos de sabiduría y lujuria. Sus manos se dirigieron a mi culo, clavando sus dedos como garfios y acercándome hacia ella, presionando mi polla contra su cuerpo. Sus labios esbozaron una sonrisa pícara, mientras me miraba expectante, esperando mi reacción.

Sentí un torbellino de calor partiendo de mi entrepierna recorriendo todo mi cuerpo. Mis labios, encendidos de pasión, se incrustaron en los suyos, con desesperación. Nuestras lenguas luchaban para abrirse camino, buscando rincones húmedos desconocidos, en una apasionada y devoradora batalla.

Mis manos se posaron en su culo, agarrándolo con fuerza, situándose en su parte baja. Mis dedos recorrían la costura de su pantalón, en su entrepierna, adivinando el cálido tesoro que se ocultaba en su interior. Los músculos de todo su cuerpo estaban en tensión, estremeciéndose de placer. Su lengua, ahora, más cálida se retiraba del fragor de la batalla, concediéndome una tregua.

Retiré mis manos de su culo, sacándole el polo y alborotando su cabello al sacárselo.

Desabroché el botón de su pantalón, bajándoselo y retirándoselo. Mientras ella se dejaba hacer.

La tenía frente a mí con su liviano y trasparente sujetador blanco que mostraba parcialmente sus pequeños y preciosos pechos, con unos pezones más oscuros y tiesos de lo que imaginaba. Sus bragas, a juego con su sujetador, dibujaban la silueta de su sexo, con una pequeña y alargada mancha de humedad.

Bajé sus bragas y retiré su sujetador, poco a poco, con delicadeza, mientras miraba y memorizaba las partes, de su cuerpo, que iba descubriendo.

No estaba depilada pero si arreglada. Tenía el bello corto y rubio, con forma triangular, dejando al descubierto la preciosa línea vertical que dejaba paso al interior de su sexo.

Sus pechos, aunque pequeños, estaban totalmente erguidos, con sus oscuros pezones y una pequeña areola al su alrededor.

Allí esta yo, con la polla tiesa saliendo de mi bragueta y ella totalmente desnuda.

Me sacó la camiseta, desabrochándome, a continuación, mi pantalón que me quité yo mismo.

Los dos estábamos desnudos, uno frente a otro. Su mirada recorría mi cuerpo con lascivia, centrándose en mi polla erecta.

Se agachó, situando su cara frente a mí polla y con sus manos sobre mis caderas, se la introdujo ligeramente, hasta el glande. Lo lamió, con lametones circulares, deleitándose en la suavidad de su piel, mientras mis primeras gotas salían tímidamente y eran absorbidas por su cálida boca. Mis manos sobre su cabeza, la empujaban para iniciar un movimiento más profundo. Se la introdujo entera y comenzó un frenético movimiento hacia arriba y hacia abajo que era acompasado por mis manos. Su boca estaba totalmente llena de mi polla, con sus labios rodeándola y desplazándose a lo largo de ella.

Me encontraba tan excitado viendo como me la chupaba y el placer que me proporcionaba, que sentía estar a punto de correrme.

Retiré su cabeza, sacando su cálida boca de mi polla, dejando un hilillo de saliva que colgaba y unía su labio con mi capullo. Me miró a los ojos, con sorpresa y extrañada, como si le hubiera quitado su juguete preferido.

La incorporé, haciéndola girar sobre sí misma, desplazándola hacia la pila del lavabo, donde se inclinó, apoyando sus manos.

Tal como estaba, de espaldas a mí, inclinada y apoyada sobre el frio metal, me mostraba un culo prieto, precioso, con su coño ligeramente abierto. Introduje mis dedos en él, notando lo mojado que estaba, y en su vagina, masajeándola. Estaba encharcada.

No puede evitar saborear sus líquidos. Me llevé los dedos a la boca, cerré los ojos y me deleité con su aroma y sabor. Sabían a ella.

No aguantaba más, sentía un deseo irrefrenable de penetrarla, de introducirme en su coño, de sentir todo su calor alrededor de mi polla. De reventarlo, también.

De pronto un rayo de lucidez vino a mi mente. ¡No tengo preservativo!

-Sara, lo siento pero no tengo preservativo. No sabía que lo iba a necesitar. ¿Qué hacemos?

-No te preocupes, métemela igual, quiero sentirte sin él.

Y no me dijo más.

Introduje mi polla dentro de su coño, de golpe y con mucha facilidad, estaba muy lubricada. Al notarla entrar de golpe, no pudo evitar soltar un gemido de placer.

Abrió más sus piernas, favoreciendo que la follara en esa posición. Mi polla comenzó un frenético movimiento de entrada y salida, acompañado de sus gemidos y del chapoteo del interior de su coño en cada una de mis embestidas. Sus músculos internos presionaban mi polla, recogiéndola y estrujándola, acompañándola en su movimiento e incrementando el placer que sentía.

Me incliné más sobre ella, masajeando sus tetas con mis manos mientras seguía penetrándola, mordisqueando su cuello y lóbulos de su orejas. Se estremecía con estos suaves mordisquitos, especialmente en sus lóbulos.

Gemía a cada una de mis embestidas. Me pedía más, que no parara, que le diera más fuerte, más adentro. Había sacado su parte más salvaje y descontrolada, desconocida para mí, hasta ese momento y que me gustaba tanto o más que la que ya conocía. Las dos me encantaban, la delicada y la salvaje.

Los dos nos dejábamos llevar, desenfrenados, frenéticos, como animales salvajes, en nuestro deseo de follarnos y proporcionarnos el máximo placer, con entrega, sin egoísmo.

Después de largas y enormes embestidas, mezcladas con gemidos y gruñidos, por ambas partes, nos corrimos a la vez. Me pareció expulsar todo el semen del mundo y que este recorría todas sus entrañas, inundándola, ahogándola de placer. Mi polla notaba lo ardiente que estaba su coño y la humedad que la impregnaba con su desenfrenado orgasmo.

Me quedé apoyado encima de ella, totalmente relajado y feliz, besándole en el cuello, con cariñosos y apasionados besos, también, en su boca. Estábamos sudorosos y debíamos desprender un olor salvaje y a puro sexo. Sin embargo, su olor me siguió pareciendo delicado y embriagador.

No recompusimos y nos vestimos, saliendo del baño y en dirección a la mesa donde se encontraban nuestros amigos.

Al vernos llegar los dos juntos, como si no hubiera pasado nada:

-¿Pero dónde os habíais metido? ¡Estábamos a punto de llamar a la policía! y todos se echaron a reír a la vez, jajaja…

¡Qué cabrones!, pensé, y sonreí. Los apreciaba un montón.

Observé como Rosa, le dirigió una sonrisa y mirada cómplice a Sara.

Nos sentamos en el banco. Mis amigos continuaban con la animada conversación que mantenían antes de levantarnos.

Rosa, a diferencia, comenzó a conversar con Elena y mientras hablaban, yo la miraba embobado, embelesado, a la vez que por mi mente discurrían las imágenes de nosotros dos, proporcionándonos placer como animales salvajes, con pasión y al vez con ternura, unos instantes antes. En ese momento no podía ser más feliz.

En ese momento, fui consciente, me había enamorado de Sara.

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