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Dulce beso
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Tiene el pubis abultado, terso, bellamente sobresale del vientre, como un biscocho recién horneado, como un suculento biscocho que no puede dejar de comerse.

Lo mira, lo acaricia con los dedos; lo besa, lo olisquea, ese precioso y terso monte, esconde los tesoros del gozo que él descubre con la lengua, con suavidad, acariciando lentamente, tratando de encontrar sin verlo, el clítoris escondido en ese apretado surco tratando de adivinar como se pone rígido al contacto.

Hoy está decidido a no detener su caricia hasta que ella lo separe con ansia desesperada.

Le fascina su olor y su sabor; su textura y la sensación que sabe produce y que a él lo excita casi dolorosamente.

Ahora con los dedos, con cuidado, con cariño, separa los abultados labios y mira extasiado lo que ellos esconden, un botón rosado escondido en muy bellos pequeños pliegues y que parece desafiarlo.

Así descubierto es fácil presa de sus labios. Lo aprieta con ellos al momento que lo lame con fuerza. Lo succiona y lo mordisquea. Siente como ella ha puesto las manos sobre su cabeza y lo guía, a veces empujándolo hacia abajo a veces presionando para recibir caricias más fuertes, colocando a conveniencia la boca que la invade tan íntimamente.

En la lengua siente como el ansiado botón se erecta, sale de su escondite; siente como ella tiembla cada vez que con los labios lo succiona y recorre, apretando la lengua, sobre el surco de arriba abajo y de nuevo contra el clítoris ahora así dulcemente atormentado.

Siente su sabor, siente como cada vez más se humedece y se moja más y más, sin control.

Adora ese sabor y lo aspira y lo traga con devoción, sabiendo que ella está llegando a su clímax, deseando sentirlo y olerlo.

Ahora las manos se han vuelto las que mandan. Sin recato lo sujeta de la cabeza y la restriega en su pubis en el límite de su gozo, moviendo la cadera contra esa boca y esa lengua que la invade de maravillosas sensaciones para comenzar a murmurar y sus piernas a temblar.

La boca que la chupa y lame entonces se vuelve más y más exigente, succiona el clítoris con fuerza al tiempo que lo golpea y lame.

Finalmente con un: ¡ya! ¡ya! ¡Para! Ella trata de detenerlo intentando cerrar las temblorosas piernas. Pero él ha quedado estático, esperando, respetando, dando espacio… mantiene la succión, suavecita, pero definitiva, para reiniciar cuando siente que su chica ha tenido tiempo para respirar. Así una y otra y otra vez, hasta que ella de plano se rehúsa a seguir.

Entonces él se levanta, sin permitirle que se mueva de la posición en que la tiene, se acomoda y de un solo movimiento se hunde en ella hasta el fondo, sintiendo aún algunos espasmos de la vagina y toda su gloriosa humedad.

Y así empalada hasta el fondo, la sujeta fuertemente para besarla en la boca.

Adora tenerla así, gozando hasta el hartazgo y empalada sin escapatoria.

Adora sentir que pueda hacerla gozar hasta el paroxismo y verla feliz.

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