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Dulce Alexandra
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Fue aquel setiembre del 2017 que volví a Lima. Había estado en Alemania desde el 2010, dónde estudié. Estaba volviendo para tomar un puesto importante en la empresa familiar, por lo cual volvía lleno de ilusiones y planes, a mis cortos 23 años.

El recibimiento fue grato, tanto de parte de mi familia, como de viejos amigos. Pasaron unos días y se me asignó mi oficina personal. Estaba acostumbrado a vivir solo, así que decidí asentarme en un departamento. En las idas y vueltas de casa al trabajo, solía ver una señora que vendía dulces de manjar en una esquina, pero nunca me animaba a comprar… Hasta que un día, la vi acompañada de una joven muy guapa. La joven mujer era de tez canela, de cabello un tanto ondeado de color marrón oscuro. Llevaba puesto un vestido simple, no muy largo, que se le ajustaba a un cuerpo con cierta exuberancia, sin llegar a ser voluptuoso. Me llamó la atención pero solo fue eso.

Al día siguiente hice la misma ruta y volví a ver a la misma señora acompañada de la misma joven, la cual llevaba el mismo vestido. Esta vez decidí parar el auto guiado un tanto por el morbo y un tanto por el dulce antojo. Me bajé del auto y me acerqué a comprar aquel dulce, mientras buscaba hacer contacto visual con la joven, quien entregaba a otra señora el manjar. Esperé paciente y finalmente hicimos contacto visual, tenía unos ojos grandes de color caramelo, con pestañas curvadas y cejas pobladas; frente amplia, rostro fino, nariz un tanto larga y delgada, que se ensanchaba sinuosa, con delicadeza; labios rosados, carnosos, muy provocativos.

Me quedé prendido con el rostro tan bien configurado que tenía, con esa carita de niña traviesa y esa sonrisa tan linda que me mostró al saludarme. Fue un corto lapso en el que me mostré un tanto embobado por su belleza, pero además también me quedé sorprendido por el cuerpazo que se manejaba. Era una joven alta, calculaba yo entre 1.70 y 1.75, y sacaba ese cálculo debido a que yo mido 1.85, ambos éramos altos. Tenía un cuerpo como de una mujer de más de 20 años. Senos prominentes, sin llegar a ser grotescos, cintura marcada, caderas anchas, un trasero grande, que llamaba la atención a los transeúntes, piernas largas y gruesas… Ese rostro de niña traviesa y ese cuerpo de mujer caribeña, me estaba jalando el ojo como ninguna europea lo había podido lograr. Cabe indicar que era, tanto la señora como la joven, de origen venezolano. El dejo se notaba y ciertamente lo que vendían era un dulce de su país.

Terminé de comer, agradecí a la señora y le sonreí a la joven antes de irme.

Al llegar a casa me masturbé con el recuerdo del cuerpo de la joven. Fue una de las mejores pajas que me corrí en mi vida, decidiendo pasar al día siguiente por otro dulce, y quizá por algún intercambio más de sonrisas.

Tal cual, al día siguiente volví a pasar, y ahí estaba la guapa joven y la señora. Me acerqué, cuadré el auto y bajé a pedir un dulce. Esa vez pude conversar con ambas. La señora era la tía de la joven. Ambas vivían en un barrio un tanto lejano. La señora era ambulante, mientras que la joven recién había llegado de Venezuela, para trabajar con ella. Para mi sorpresa la joven tenía apenas 18 años, y tenía por nombre Alexandra.

Pasé los siguientes 7 días yendo diariamente por un dulce, y pude conocer más a la joven, la cual se mostraba alegre, sencilla, risueña, tierna y algo inocente. Conversábamos poco, pero hubo química, lo cual se notaba cuando venían otros compradores, los cuales buscaban también conversaré, pero ella no los atendía igual; quizá era mi educación y prudencia para con ella la cual le daba confianza; pero al llegar a casa después de las cortas charlas diarias, me metía al ducharme y ahí alucinaba que la tenía desnuda, volteada contra la pared, y me jalaba el pene fantaseando con que se la metía entre esas grandes nalgas.

Uno de esos días al ir a comprarles, no hallé a la joven, solo estaba la señora. Así que bajé igual a preguntar disimuladamente por Alexandra, a lo que su tía me dijo que la falta de la joven, tenía por motivo el haber ido a depositar dinero para su madre, la cual se hallaba enferma en Venezuela, y una postulación a un trabajo formal. Me contó también que la joven era una buena chica, que venía con la ilusión de progresar. La tía le había dado un cuarto pequeño en casa, pero no podría tenerla por mucho tiempo allí, debido a que pronto vendría su hijo también de Venezuela, y ella debía buscar otro espacio; por eso también la chica buscaba otro trabajo, ya que necesitaría el dinero.

De inmediato me preocupé, pronto la guapa mujer que me estaba calentando la cabeza todos los días se podría ir, y no era algo que quería. Sin darme cuenta la costumbre de buscarla cada día, había hecho que me den ganas de tratarla un poco más, y quizá cumplir mis fantasías con ella.

Solo tenía una salida. Así que esperé al día siguiente y volví a por el dulce. Ese día si la encontré, y le pregunté por su postulación al trabajo que me comentó su tía, y me dijo que no la habían aceptado por no tener todos sus papeles en orden. Así que ya con la idea premeditada y con las hormonas revueltas, le propuse que trabaje como recepcionista en un proyecto de venta de departamentos, que estaba a mi cargo. La tía y la joven se sorprendieron, pero no tardó Alexandra en aceptar.

La cité para el día siguiente para mostrarle el ambiente de trabajo y para explicarle lo que tenía que saber.

Si quieren saber cómo fue nuestro primer encuentro a solas, comenten y les contaré contando en esta serie diaria, todos los encuentros pasionales que tuve con la dulce Alexandra.

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