Fueron tus brazos de león indomable los que tomaron mis ancas de gacela.
Fue el filo de tus dientes en mi cuello mientras en un vaivén erótico y mortal te abrías paso entre la suavidad de mis nalgas.
Fue tu cuerpo de potro en celo donde me hiciste cabalgar hasta la última gota de tus fuerzas.
Esa noche la recuerdas cuando me diste a beber los secretos del placer fui tu pequeña y sumisa gatita.
Pasando mi lengua por la dureza de tu carne.
Fuiste mi hombre amante y grité tu nombre hasta que no supe si era amor o deseo lo que habías inyectado en mí.
Eres el dueño de los deseos de mi cuerpo solo pídelo y voy desnuda para complacerte.