Llevo tiempo soñando con ver cómo te ofreces a otro hombre, pero no he querido forzar la situación hasta que hace unos días, de rodillas, lamiendo mis pies me dijiste:
“Ama, por favor… te suplico que traigas a uno de tus juguetes que sea bisexual y que me dejes conquistarle para ti. Deseo coquetear con él, desejo excitarle y que tenga ganas de follarme… y deseo ponerme a cuatro patas, abrir mi culo y que me folle para ti. Por favor, te lo ruego”.
Recuerdo perfectamente aquella tarde de sábado. Nada más escucharte te coloqué en el suelo y me senté sobre tu cara, frotándome con tu nariz, tu lengua, tu mandíbula e impidiéndote respirar más allá de lo estrictamente necesario hasta que me corrí varias veces. Me había excitado tanto la forma en la que me pedías ser humillado por otro hombre, que no pude evitar demostrarte mi felicidad de esa forma tan particular, tan nuestra.
Hoy ha pasado una semana, y en apenas 1h llamará al timbre David, con quién llevamos semanas hablando y que está más que dispuesto a dejarse conquistar por ti. Es bisexual, y además ha manifestado que le gustas… y estoy deseando ver lo puta que eres para excitarle y ser follado por él.
Acabas de salir de la ducha y después de ponerte un tanga negro con sujetador a juego, medias de rejilla también negras, un vestido rojo suelto y tus zapatos de tacón negros me dispongo a maquillarte. Aplico tu colorete, te pinto los ojos y elijo un pintalabios rojo que te encanta y que “te hace sentir muy puta”, según tus propias palabras. Cuando termino de maquillarte, te dejo mi frasco de colonia para que huelas bien, y para tu sorpresa, saco del cajón la jaula de castidad y encierro tu ridícula polla.
“¿Por qué me encierras, mi amor?”
Nada más escuchar tu pregunta y ver tus ojos de desesperación suelto una carcajada natural y te digo:
“Porque me apetece, cariño. No necesito darte más explicaciones. Pero te diré algo. Quiero que seduzcas y te ofrezcas a David y puedas hacerlo concentrado, sin preocuparte de que, fruto de su excitación, intente tocarte la pollita (cosa que sabes que está prohibido). Ahora tendrás que usar otras armas, porque tu minúscula polla no será objeto de su interés ni de mi preocupación. ¿Lo entiendes, bonita?”.
Contestaste con un escueto “Claro Ama; como desees” y agachaste la mirada. En ese momento me acerqué a ti y mordiéndote la oreja, te dije mientras te agarraba la jaula y los huevos:
“Sé que estaré orgullosa de lo puta que eres, mi amor. No se te ocurra decepcionarme”.
Buscaste mis labios, pero te agarré el cuello con firmeza y te dije que guardaras toda tu excitación para David. Te ordené colocarte a cuatro patas y me senté sobre tu espalda mientras empecé a secarme el pelo y a maquillarme. Quería estar guapa para nuestro invitado, y también para ti, por supuesto.
Pasaste un rato siendo mi banqueta, y cuando estuve lista te pedí que te levantaras y me ayudaras a vestirme. Había elegido unos leggings de látex negros, unos zapatos de tacón rojo y un corsé también rojo. Me dijiste que estaba espectacular, y la verdad es que después de vestirme no pude evitar excitarme viendo lo sexy que estaba, y lo zorra que me parecías.
Bajamos al salón y nos sentamos en el sofá a esperar a David. Yo en el sofá, y tú en el suelo, con la correa negra de cuero al cuello y la cadena dorada atada en mi muñeca. Entonces, llamaron a la puerta y soltando la cadena del collar, te dije que fueras a abrir la puerta, mientras esperaba sentada en el sofá.
Te dirigiste a la puerta y saludaste a David. Me hizo sonreír tu primera reacción. Él quiso darte la mano y tú, sin embargo le diste dos besos en la mejilla de forma pausada, mientras notaba que te acercabas mucho a él y de forma disimulada, rozabas su entrepierna con el dorso de tu mano.
No pude evitar sonreír y pensar lo orgullosa que me hacías sentir siempre, pero a David le pilló de improviso, pues seguramente hubiera esperado otro tipo de bienvenida por mi parte y, desde luego, por la tuya. Además, al verte así vestido, con ese traje rojo suelto, esos tacones y pintado como una mujer, no pudo evitar exclamar:
“Joder con tu sumiso, Laila. Está buenísimo subido a esos tacones y así pintado, con ese color de labios…Incluso huele a mujer… y el muy zorrón me ha tocado el paquete al saludarme. De ti no tengo que decir nada nuevo. Estás espectacular, como siempre”.
Me reí y le dije que hoy no habría órdenes por mi parte… que quería ver cómo se desarrollaba la noche, y que podía hacer con mi sumiso lo que le apeteciera, pero que yo, de momento… estaría al margen de cualquier juego.
David sonrió y volvió a mirarte, pero no pudo decir nada, porque cuando iba a hacerlo te acercaste para ayudarle a quitarse el abrigo, mientras le decías que seguramente así estaría más cómodo, pero que si quería quitarse más ropa, sería un placer ayudarle.
¡Qué puta!, pensé. Realmente le está seduciendo… y no pude evitar sentir cómo un calambrazo de excitación recorría mi entrepierna.
Mientras guardabas el abrigo de David y te dirigías a la cocina para traer una botella de champagne, dos copas y la cubitera con hielos, le pedí a David que se sentara en el sofá a mi lado, lo que claramente interpretó como una invitación para disfrutar de mí. Ya lo habíamos usado varias veces como juguete, y en todas terminé disfrutando de su buena polla y follando con él durante mucho tiempo, pero en cuanto puso una mano sobre mi pierna, me reí y le dije:
“Si quieres follarme, vas a tener que cumplir primero con mi sumiso. Y a lo mejor, ni con esas. Pero ya lo sabías antes de venir, así que no me pongas caritas. Así es la vida”
Nada más terminar de decir estas palabras te vimos regresar al salón. Caminabas como una auténtica zorra y de hecho me arrepentí de no haberte puesto una peluca, así que después de que abrieras la botella y nos sirvieras el champagne a David y a mí, te ordené acercarte al baúl de los juguetes y ponerte la peluca negra de rizos que tan bien te sentaba.
Volviste al salón con la peluca puesta, y ahora sí que te habías convertido casi instantáneamente en una auténtica mujer. Movías tus caderas andando sobre unos tacones de la misma medida que tu polla en erección, aunque ese día no habría “bulto” que asomara en tu vestido gracias a la jaula de castidad que había decidido colocarte un rato antes.
No quise ponértelo fácil dándote órdenes y esperé en silencio tu siguiente movimiento, pero volviste a sorprenderme al colocarte de rodillas a los pies de David y pedirle si podías quitarle los zapatos para que pudiera estar más cómodo. David no puso ningún impedimento y le descalzaste de rodillas mientras le mirabas a los ojos fijamente. Enseguida me di cuenta que no te habías conformado con quitarle los zapatos, y te deshiciste también de sus calcetines para, sin consultar… empezar a lamer sus pies.
Sé perfectamente que adoras lamer mis pies, pero no te gusta nada hacer lo mismo con los de un hombre. No es lo mismo lamer mis bonitos y pequeños y cuidados pies que los pies peludos de un hombre… pero estabas decidido a excitarme con tu forma de ofrecerte a nuestro invitado, así que te dejé hacer mientras me descalzaba para ver tu respuesta.
Al verlo de reojo dejaste momentáneamente uno de los pies de David para dedicarte a mis dedos. Lamías con devoción, como si fuera a acabarse el mundo. Metías mi pie en tu boca hasta rozar con mis dedos tu campanilla, y sentía el dolor que con seguridad te estaba causando la jaula al no dejar que tu pequeña polla se empalmara. Solté un gemido al pensar en ello, y David no dejó pasar la oportunidad para meter su mano en mi entrepierna. Pero no hice ademán de quitarme los leggings. Precisamente por eso no me había puesto un vestido que dejase mi coño a su disposición… no tenía que ser yo su objetivo, así que le dejé rozarme por fuera del leggings mientras observé que mientras lamías mis pies con tu boca, con la otra mano subiste hasta la polla de David para empezar a manosear su miembro por encima del pantalón.
Te miraba y no daba crédito. Te estabas comportando como una auténtica zorra, y pude comprobar que tu técnica estaba dando frutos cuando escuché a nuestro invitado decirte que le quitaras los pantalones y los calzoncillos. Dejaste de lamer mis pies y, mirándole a los ojos le bajaste primero los pantalones y después de comprobar el enorme bulto en su pantalón, arrastraste los calzoncillos para que su polla saliera disparada en un “efecto catapulta” que te hizo exclamar.
“Mira lo que tienes aquí, David. ¿Esta polla es entera para mí?”
David contestó que por supuesto que sí, y que no sabía a qué estabas esperando para metértela en la boca. Metiste la mano en tus braguitas, sacaste un condón y me sonreíste. Pero antes de ponérselo, hiciste algo que me excitó muchísimo y que me arrancó una sonrisa.
Mientras le masturbabas con la derecha, y sin dejar de mirarle a los ojos, con tu mano izquierda te pasaste el carmín de los labios hacia tu mandíbula, dejándote la marca. Luego hiciste lo mismo con el rímel de tus ojos y, antes de colocarte el condón en la boca me dijiste:
“¿Te parezco suficientemente puta así, mi amor?”.
Estaba muy mojada. Sentía mi coño chorrear viéndote actuar para mí. Te comportabas como la zorra que eres. Como mi zorra perfecta y guiñándote un ojo, te dije:
“Vamos cariño. Cómete esa polla para mí. Haz que me sienta orgullosa de lo puta que puedes llegar a ser”.
Y sin dudar, colocaste el condón en tu boca y mientras seguías masturbándole, te acercaste muy despacio a su polla, colocaste el condón en su glande y poco a poco fuiste metiéndote su polla en la boca, mientras con la mano, y sin dejar de masturbarle, ibas bajando el condón hasta su base.
Cuando el condón cubría toda su polla empezaste a chupar como la puta viciosa que eres, y entonces empecé a escuchar los gemidos de David mientras te agarraba la peluca y empujaba tu cabeza contra él. Por suerte David había dejado de prestarme atención y se concentraba en la mamada que le estabas dedicando, así que en un movimiento rápido, me baje los leggings y comencé a masturbarme disfrutando de escuchar tus arcadas y los gemidos de David acompasarse con cada movimiento de tu cabeza y de sus caderas.
En un momento dado, noté cómo David aflojaba la presión de sus manos en tu cabeza y se quitaba la camiseta, para quedarse completamente desnudo. En ese momento dejaste de comerle la polla y, mirándole a los ojos le dijiste:
“Me muero de ganas de que me folles, David. ¿Te gustaría hacerlo?”
David me miró y comprobó que estaba masturbándome y que no se había dado ni cuenta, pero le dije que yo no era su target, y que le habías hecho una pregunta y era de mala educación no contestar a una señorita en una situación como esa.
Sin mediar palabra se levantó y poniéndose detrás de ti levantó tu vestido, bajó bruscamente tus medias, separó tu tanga y sin ningún tipo de miramiento, entró en ti. Tu primera reacción fue un respingo y un grito de dolor. David se quedó inmovil, asegurándose de que tu culito tragón se acostumbraba a sus medidas. Sobre todo a su grosor. Tenía una polla bastante gruesa, y lo digo con conocimiento de causa, ya que no hacía demasiado que había podido disfrutar esa polla centímetro a centímetro.
Cuando lo creyó conveniente, empezó a bombear sobre ti. Al principio de forma rítmica, pero poco a poco más y más rápido; más y más violento, hasta que sentí que tus ojos iban a salirse de sus órbitas y entonces, te dije:
“Pedro, mi amor… ¿Crees que si me comes el coño podrás aguantar mejor las embestidas de tu amiguito? Te noto muy tensa. ¿Acaso no te está gustando? No te oigo gemir como lo hacen las putas. Vamos, zorra. Gime para mí y si me gusta lo que veo, quizás puedas comerme el coño”.
Me miraste a los ojos con furia y apretando la mandíbula, pero inmediatamente empezaste a gemir y a pedirle a David si no sabía follarte más fuerte. Gemías con gritos de placer y dolor, porque a veces te follaba muy duro… pero no dejaste de mirarme a los ojos ni un segundo. Sentía tus mandíbulas apretadas. Sentía la humillación en tus ojos, pero también notaba que te estabas ofreciendo de verdad. Que estabas excitada como la puta que eras, y mientras David seguía follándote sin pausa, decidí acercar mi coño a tu cara, sin ninguna indicación”
Entonces, llevado por tu excitación, estiraste el cuello para comerme el coño. Te di una sonada bofetada y después otra. Y otra. Y otra. Y otra más, mientras te preguntaba quién coño eras para lamer sin una orden. Seguía pegándole mientras David no paraba de follarte, y entonces me di cuenta de que ya no gemías, y de que tus ojos estaban bañados en lágrimas.
Agarrándote del collar me acerqué a tu oído y te dije:
“Ladra para mí, perro. Ladra mientras David se corre en tu culito tragón”.
Sin dudar un segundo comenzaste a ladrar. Al principio era un ladrido casi imperceptible, pero poco a poco fue convirtiéndose en un ladrido más salvaje. Más desesperado. Más gutural. Cada vez ladrabas más fuerte. Cada vez ladrabas más intensamente… y me estaba poniendo tan cachonda comprobar tu obediencia…
Miré a David asintiendo con la mirada. El supo perfectamente que le estaba dando permiso para correrse, y escasamente en un minuto, se vació completamente dentro de ti. Cuando terminó apoyó su pecho sudado contra tu espalda e intentó meterte mano, pero sintió la jaula de castidad.
“Qué cabrona eres Laila… ni el placer de rozarse como una perra le has dejado. Ja ja ja”.
Te miré y vi alguna lágrima resbalar por tu mejilla. Entre el rimel, el carmín y tus lágrimas manchándolo todo, sentí que te había llevado al extremo, y entonces, agarrándote de la peluca te dije:
“Ven cariño. Quiero que me comas el coño hasta que me corra. Me has puesto muy cachonda y deseo correrme ahora mismo”.
Sin dudarlo te incorporaste, levantando tu torso del parqué del salón y a cuatro patas, con los tacones puestos, el vestido ya en la espalda, las medias en las rodillas y el tanga en un lado… comenzaste a comerme el coño durante diez deliciosos minutos en los que me corrí tres veces en tu boca. Después de cada uno de mis orgasmos limpiaste con avidez, dejándolo todo limpito, como te ordeno siempre.
Al terminar mi tercer orgasmo le dije a David que se vistiera y se fuera. Le di las gracias por humillarte y follarte, pero como habíamos acordado, hoy no podría disfrutarme. Hoy era entera para ti, así que una vez David salió de casa, liberé tu ridícula polla de la jaula de castidad y te ordené desnudarte y sentarte en el sofá.
Y así, los dos completamente desnudos, nos besamos apasionadamente. No faltaron los te quiero, te amo, te deseo, gracias… mientras la pasión se apoderaba de nuestros cuerpos. Me buscabas con la boca, con las manos, te rozabas con tu polla, hasta que levanté mis caderas, agarré tu pollita con la mano y te dejé entrar.
“Ohhh… gracias mi amor”.
Comenzamos a follar. Estabas duro y a pesar de tu tamaño, disfruté cabalgándote. Me agarraste del pelo, cogiendo mi nuca y me diste las gracias por pertenecerme. Y mientras volvíamos a besarnos, y después de pedirme permiso… te derramaste dentro de mí gritando de placer al hacerlo.
Al terminar, y después de besarnos un buen rato más, coloqué tu cabeza entre mis piernas e hice que te tragaras tu propio semen que, presionando mi coño, había retenido para ti. Me diste las gracias y, cuando me dejaste bien limpia, acercaste mi copa de champagne y brindaste por nosotros diciéndome:
“Por ti, preciosa. Por nosotros. Te quiero y soy feliz de pertenecerte. Para todo. Para siempre”.