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Dime que me vas a coger como a una puta (2)
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“Me gustan los hombres guapos y fuertes como tú. No hay un solo rastro de grasa en ti. Tienes la piel muy suave. ¡Voy a festejar! Sé que esta mañana no me negarás nada. Seguro que nos has oído hacer el amor esta noche. Y estoy segura de que tenías una erección y querías estar en el lugar de Carlos.”

“¡Sí! Incluso me puse celoso y no pude dormir en toda la noche. ¡No quiero que te toque más! ¡Quiero que seas mía! ¡Sólo mía!… ¡¿Qué estoy diciendo?! ¡Me estás volviendo loco!”

“Estás teniendo una erección. Me encanta producir ese efecto en un hombre. Desde hace diez años sólo he hecho el amor con mi marido. ¡Necesito otros hombres!”

“¡Hablas como una puta!”

“¿Una puta? ¡Dime que soy una puta! Me encanta esta palabra. ¡Tengo el alma de una puta! ¡Dime que me vas a coger como a una puta!”

Yo estaba perdido. No sabía qué pensar de esta mujer. ¡La deseaba tanto! Por otro lado, el lado de puta que me estaba mostrando me molestaba mucho. Quería que se acostara conmigo, pero me negaba a dejar que me dijera que quería a otros hombres (además de mí y posiblemente de mi hermano). Ella vio, en la cara severa que le mostré, que estaba muy molesto.

“No te gusta lo que te estoy diciendo ¡No quieres que actúe como una puta! Sabes que es solo una fantasía erótica conmigo. Esto no quiere decir que me entrego a diestra y siniestra. Nunca antes había engañado a Carlos. ¡Eres el primero y seguramente el último! Pero yo, como todas las mujeres, tengo fantasías. Y ser considerada y tratada como una puta es una de mis fantasías más fuertes. ¡Dime que me vas a tratar como a una puta! ¡Como a una perra! ¡Muéstrame tu hermoso pene! ¡Lo siento sacudirse en mi muslo! Quítate el pantalón pijama. ¡Qué grande es! ¡Es un monstruo! ¡Es como el de un burro! ¡Lo sentiré! ¡Lo quiero ahora mismo en mi vagina!”

Mientras hablaba, sintió y toqueteó el artilugio que seguía temblando en su mano. De hecho, tenía una buena máquina; las pocas mujeres que habían sido mis amantes lo habían apreciado mucho. Pero me pareció (ciertamente era sólo una visión de la mente) que ese día mi sexo había crecido y alcanzado medidas monstruosas. ¡No hace falta decir que estaba tan orgulloso como un gallo!

“Me gustaría que me hicieras una mamada primero.” -dije.

“Tenemos tiempo de sobra para hacer lo que quieras. ¡Y lo que me gustaría! ¡Pero ahora solo quiero empalarme en tu pene”! ¡Quiero montarlo como una amazona! ¡Quiero sentirlo penetrarme hasta el fondo y lastimarme! ¡Quiero que me haga daño!”

Y sin esperar respuesta, en su formidable desnudez, se montó a horcajadas sobre mis muslos y colocó su vagina reluciente de modo que ensamblara el glande hinchado de mi pene entre sus labios vaginales, que abrió moviendo el glande adelante y atrás a lo largo de su ranura. Producía un líquido abundante y viscoso que lubricaba la vulva y facilitaba el deslizamiento del pene a lo largo de la hendidura.

Anna gimió suavemente, preparándose así para la penetración. Tenía los ojos pegados a la vista de mi motor, que continuaba temblando, y su concha que se abría gradualmente. Tenía en la boca esa famosa sonrisa de lobo mostrando sus colmillos y babeando de antemano por cualquier placer que fuera a tomar. Y luego, de repente, cayó sobre mis muslos, soltando un “¡ahhh!” de placer, que salía de lo más profundo de su pecho.

Había colocado sus manos sobre mi pecho para tener una base más estable y comenzó un movimiento hacia arriba y hacia abajo, y a veces girando, penetrando mi aguijón profundamente en sus entrañas. Estaba subiendo muy alto, hasta que vio que el glande sobresalía por completo de entre sus labios vaginales y volvió a caer. El espectáculo que se me ofreció -yo un actor pasivo por el momento- fue sublime. Vi a una feroz amazona montando un orgulloso corcel, al que intentaba someter.

Ella movía sus caderas hacia arriba y hacia abajo a una velocidad cada vez mayor, lo cual comenzó a anunciar que llegaba el orgasmo. Yo no quería acabar antes de Anna. Traté, con dificultad, de resistir el torrente que estaba a punto de romper sobre mí.

Mi cuñada, mientras tanto, estaba encerrada en su placer. La vi gemir y torcer la boca, babeando sobre mí, tratando de retrasar el momento en que iba a ser abrumada por el orgasmo. Sus ojos se habían nublado y sus fosas nasales palpitaban. Me hubiera gustado guardar este espectáculo para la eternidad en un video, ¡era tan excitante! Entonces la vi que ya no podía contener más la cabeza, que movía de un lado a otro y de arriba a abajo, como si su cuello ya no pudiera sostenerla.

“¡Sí! ¡Sí! ¡Sííí! ¡Soy una puta! Dime: «¡Anna es una puta!» ¡Dime!: «¡quiero follar una puta!» ¡Voy a acabar! ¡Sííí!”

¡Y tuvo un orgasmo!, emitiendo un larguísimo jadeo de placer y llenando mi bajo vientre con todo el fluido caliente que su vagina ardiente había producido durante el acto. Se derrumbó, completamente sin aliento, sobre mi pecho y siguió produciendo una gran cantidad de saliva, que en su mayoría terminó en las sábanas de la cama. Estaba feliz de que tuviera un orgasmo antes que yo. Me habría avergonzado si hubiera sido al revés. Mi máquina aún estaba en su estado máximo de erección. Solo bastaron unos cuantos movimientos de ida y vuelta en su maravillosa cueva pegajosa, ardiendo y amoldándose como una mano que la masturbaba, para que yo también soltara toda una corrida en un estertor de felicidad.

Y eyaculé -en varias ráfagas sucesivas- en el fondo de su vagina una increíble cantidad de esperma espeso, ardiente y viscoso que salió casi de inmediato, expulsado al exterior por las idas y venidas de mi aguijón.

Sentí el semen brotar de la concha de mi cuñada que vino a mezclarse, en mi pubis, con el fluido que ella había derramado en su goce. Pensé para mis adentros que las sábanas de la cama merecerían una buena sesión de lavado con agua caliente. Anna había apoyado su cabeza en el hueco de mi hombro derecho y trataba de recuperar el aliento. Su cuerpo estaba completamente pegado al mío: su pecho contra el mío; su vientre contra el mío; su vagina seguía ocupada por mi verga que, aunque saciada, no había perdido su erección; y sus muslos contra los míos. Nuestros dos cuerpos entrelazados se convirtieron en uno.

Después de unos minutos, levantó la cabeza y me miró con sus hermosos ojos azules, con la sonrisa de una mujer satisfecha.

“No me juzgues mal. ¡Te quería tanto! ¡Y no estoy decepcionada! ¡Realmente eres un gran amante!”

“¡Pero si aún no he hecho nada! ¡Todo lo hiciste vos! ¡Fuiste vos quien me cogió! Y no al revés.”

“¿No te gustó?”

“¡Claro que sí! ¡Me encantó! Pero mi orgullo masculino me dice que no podemos detenernos ahí. Debo tomar las riendas de la lucha. ¡Que seas mi esclava y yo tu amo!”

“Entonces ordena a tu «puta» y ella obedece. Ella está esperando la continuación. ¿Quieres que te la chupe ahora?”

“¡Una mamada! ¡maravilloso! Con la boca, los labios y la lengua que tienes, ¡seguro que será una maravilla!”

Y me hizo una mamada infernal que acabó con una eyaculación en su boca. Así supe que Anna tenía un gusto desmesurado por el esperma. Le encantaba que la llenaran… Y en cuanto a esperma, yo le había proporcionado cantidades industriales, ese día y los siguientes que duraron las vacaciones.

Pero era una situación que más tarde o más temprano podría terminar con la excelente relación que tenía con mi hermano, y quizás, por añadidura, con la de mis padres. Por lo tanto, traté afanosamente de conseguir trabajo en el exterior. De esa forma pude ingresar en el staff de una importante empresa con sede en Viena. Hacia allí me trasladé y nunca más volví a mi querida Nueva Helvecia.

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