He de confesar que tenía mis dudas sobre si inaugurar mi diario con esta historia tan íntima, pero al final creo que esto también es parte de mí. Soy una chica que acaba de estrenar mayoría de edad y universidad. Soy tímida, rellenita, de pelo largo y negro y que usa gafas. No ando escasa de pecho, ni de muslos y mi trasero se podría describir como generoso. Me alojo, junto con otras compañeras en una residencia estudiantil. Comparto habitación con Marta, una veterana que cursa tercero de biología. Los primeros cinco días han transcurrido como me esperaba, rodeada de desconocidos y sin capacidad para hacer amigos.
Ayer fue diferente, me invitaron a una fiesta.
No fui.
Me quedé en la habitación, sola. Dediqué una hora a estudiar y luego me puse el pijama, me quité las gafas y me metí en cama. La oscuridad de la habitación era total y comencé a pensar en mi compañera de habitación y en los otros, de fiesta, bebiendo, hablando con chicos. Había echado el ojo a tres, uno de ellos, Mario, era gay, o eso me dijeron. Luego estaba Roberto, deportista y guapo. El último era Esteban, un tipo delgado que no hablaba mucho. Las chicas eran más numerosas, Blanca, Silvia con sus modelitos de barbie y una tal Susana, a la que sin querer, enfadé en clase al contradecir su opinión. Pronto aprendería que todo lo que pasa en este pequeño mundo tiene sus consecuencias.
Encendí la luz, consulté el reloj y empecé a pensar en los chicos. El culo de Mario estaba bien y Roberto, Roberto estaba bien bueno. Con ellos en mente, deslicé una mano bajo los pantalones del pijama y empecé a frotarme las partes íntimas. Gemí. Me quité la camiseta y el sujetador y con la otra mano pellizqué con suavidad los pezones. Estaba excitándome. Paré. "¿Y si volvía mi compañera?"… "no, era demasiado pronto para que eso ocurriese". Deslicé mi mano bajo las bragas y tiré de los pelos que protegían el coño acompañando la acción con un pequeño gritito. Enseguida me tapé la boca con la otra mano por temor a que alguien me oyera. Luego me incorporé, bajé mis bragas y me puse de rodillas.
Quería sentir.
Cogí la almohada, la "tumbé" a lo largo de la cama y me puse a horcajadas sobre ella. La abracé y comencé a frotar mi vagina contra ella, deslizándome y restregando mi cuerpo semidesnudo contra el cubre almohadas. Contraje las nalgas mientras apretaba con los muslos. Luego me relajé por completo dejándome ir. De nuevo haciendo uso de la mano me toqué y esta vez metí un dedo en mi sexo mojado estimulando el punto G. Imaginé que entraba alguien y comencé a meter y sacar el dedo cada vez a mayor ritmo. Una bolsa de gas acumulada en mis intestinos encontró el camino de salida a través de mi recto y ano, como estaba sola no impedí su salida. El pedo sonó como un pequeño trueno. Luego vino un momento en el que la vista se nubló, momento seguido de una corriente de placer que me recorrió de arriba a abajo y me hizo estremecer.
Un par de minutos después, algo más tranquila, me di cuenta de que tenía las bragas empapadas. Me las quité y las metí en una cesta de mimbre destinada a la ropa sucia. A continuación me puse el pantalón del pijama, coloqué la almohada en su posición original y me metí en la cama.
Una hora después o así oí voces y me desperté. Mi compañera acompañada de Roberto y Susana entraron en la habitación.
– ¿Qué hace la bella durmiente aquí solita? – dijo Marta sentándose en mi cama y haciendo chirriar los muelles.
– Ana… te llamas Ana no. Mi enemiga. – intervino Susana utilizando mi nombre con un tono entre achispado y amenazante.
– Mira, te traigo a Roberto. ¡Te gusta eh! – dijo Marta.
Me ruboricé con el comentario en presencia de aquel varón y reaccioné.
– Estáis borrachas. – espeté
– Un respeto. – respondió Susana apuntándome con su dedo.
– Seguro que no has hecho nada aquí solita sin que nadie te viera. – continuó Susana.
Marta echó un vistazo a su alrededor. Abrió el cajón de la mesita, apartó las sábanas de mi cama, las inspeccionó con sospecha y finalmente abrió la cesta de ropa sucia.
Susana cogió las bragas y se las enseñó a Roberto.
– Están mojadas. – anunció con una risa maliciosa.
– O te has hecho pipí o te has estado masturbando como una guarra. – dijo Marta.
– ¿Y si se lo contamos a todos? – propuso Susana.
Las miré alarmada y supliqué que no hicieran algo así. Susana propuso la idea de un castigo y pidió votar. Roberto y Marta votaron a favor. Después de discutir algunas opciones, decidieron que me darían unos azotes con el cinturón.
Marta buscó en el armario y sacó un cinturón de cuero ancho. Susana se lo quitó de las manos.
– Túmbate en la cama.
Obedecí acostándome boca abajo. Siguiendo las órdenes de Susana, Roberto se sentó sobre mis piernas atrapándolas con sus muslos y Marta me agarró las muñecas.
– Bájale los pantalones Roberto.
– No, eso no. – dije zafándome y llevándome las manos al trasero para protegerlo.
Todo fue en vano.
Marta me volvió a coger de las muñecas con más fuerza y Roberto me bajó pijama y bragas dejándome con el culo al aire.
Susana comenzó a azotarme al instante. En total me dió ocho latigazos marcando mis nalgas con la correa.
– Pobre. – dijo Susana con sorna riéndose.
Miré a Roberto y Susana hizo el comentario.
-Vaya vaya. El chico se ha empalmao con el culo de nuestra compi.
– Quizás puedes quedarte y echarle cremita o…
– O tirártela. Seguro que Ana quiere. Aquí tienes un preservativo. – añadió Marta sacando un condón del cajón y dejándolo sobre la mesa.
Me quedé de piedra. Tenía el culo caliente por la azotaina y, aunque estaba muerta de vergüenza, tuve que admitir que la idea de enrollarme con Roberto no me disgustaba… casi que lo estaba deseando. Entonces ocurrió algo que decantó la balanza.
– Oye, si quieres puedo mitigar el escozor de tus nalgas y algo más. Eso sí, necesitamos intimidad. Creo que con los azotes ya hemos llegado demasiado lejos.
Marta y Susana, esta última a regañadientes, capitularon y me dejaron a solas con Roberto. Mi corazón empezó a latir con fuerza.
– Y bien, depende de ti, te apetece…
No dejé que acabase la frase, me acerqué a él y tomando su rostro entre mis manos le besé. El respondió al ósculo mientras acariciaba mis nalgas. Al separarnos le miré a la cara. Luego miré su entrepierna crecida y mordí mi labio superior en un símbolo inequívoco de deseo.
– ¿Puedo? – pregunté mientras desabrochaba el botón de sus pantalones.
Roberto asintió.
Bajé la cremallera y tirando de la ropa interior le desnudé. El pene salió como un resorte quedándose en posición horizontal. Me pasé la lengua por los labios y poniéndome de cuclillas empecé a lamer el falo. Poco después me ocupé del escroto dando chupetones. Los ruiditos que hacía el chico con su boca, su respiración entrecortada, no hacían más que aumentar mi excitación. Me incorporé con un pequeño chasquido de articulaciones. Abrí la bolsa de plástico y vestí el palpitante y cálido miembro con la goma.
Rápidamente nos desnudamos quedándonos en pelotas.
Roberto me acarició las tetas, me besó y luego, de manera un tanto brusca, hizo que girase sobre mi misma y me empujó sobre la cama.
Los segundos parecieron pasar con extrema lentitud mientras aguardaba boca abajo sobre el catre notando como sus ojos se deleitaban con mi cuerpo desnudo.
De repente, algo cálido abriéndose paso en mi vagina con delicadeza. Podía notar el pene, su latido, su tamaño invadiendo la intimidad de mi ser. Aguanté la respiración y apreté el esfínter queriendo atrapar esa parte de su cuerpo. Una vez dentro, un último empujón, una pequeña retirada y una nueva envestida. Para entonces, sus atléticas manos sujetaban mi cadera y el ritmo se incrementaba tratando de ponerse al nivel de los jadeos que escapaban de nuestras gargantas.
Ya casi al final, su cuerpo cubriendo el mío por completo, las cosquillas de sus piernas enlazadas con las mías y el aliento sobre mi cuello. Uno, dos, tres empujones y la corriente de orgasmo recorriendo mi cuerpo, el doble de placentera que con la masturbación.
En medio del placer más absoluto, noté el líquido de su semen corriendo por mis nalgas. Imagine que lo había sacado antes de eyacular, se había quitado el condón y había explotado lanzando el líquido viscoso a ráfagas.
Recuperé poco a poco el control.
Entonces, Roberto comenzó a besar mis nalgas mientras besaba mi nuca y chupeteaba mi cuello.
De alguna manera nuestras bocas se encontraron y nos besamos de nuevo, usando la lengua. El sabor era adictivo.
Me incorporé sobre la cama y él se acercó por detrás. Mi mano, distraída, tomo su pene. Sus manos, con toda la intención del mundo, se hicieron dueñas de mis tetas, sus dedos pellizcaron con tiento mis pezones.
Mi corazón se aceleró de nuevo, arqueé la espalda, suspiré, gemí, jadeé, deseando que aquello durase para siempre.