Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas.
Claro que su devoción y espiritualidad no desapareció ni mermó. Yo no buscaba que fuera así, aunque no me dejaba de parecer extraño que una chica tan devota y tan creyente, saliera con alguien como yo, que era exactamente lo opuesto a eso: ateo y ciertamente irreverente a muchas de las enseñanzas de la iglesia, generalmente percibía al fiel creyente como un gran hipócrita, un impostor.
En ese tiempo, por respeto a Mafe dejé de ser blasfemo, aunque realmente me costaba porque no solo me divertía, sino que me apasionaba serlo. Me hacía mucha gracia reír con las creencias de la gente. Pero en ese entonces supe comportarme, adaptarme y quizás hasta someterme muchas veces para conservar la paz con Mafe.
Pasados unos seis meses, decidimos vivir juntos. Y como siempre la convivencia termina generando choques, por una u otra cosa, casi siempre intrascendentes. Aunque siempre logramos sobrellevarlos.
Posiblemente sus fervientes creencias fueron la principal causa de discusiones entre nosotros. Más que todo porque muchas veces no supe comprenderla, porque quizá era demasiado rígido en mi escepticismo, negándome a tolerarla en situaciones que quizá pedían algo más de comprensión, pero era demasiado inflexible para entenderlo. Y aunque esa devota personalidad podía irritarme, podía calentarme a la vez. No sé por qué, pero sentía un morbo excesivo de follar con una chica así. Ya no se trataba únicamente de su belleza, de sus piernas tersas y carnosas, de ese culo macizo, deforme pero a la vez grandioso, o de sus tiernitos senos, que eran como la frutilla del postre. Ya no era solo su físico lo que me atraía.
Era también su forma de ser, En muchos sentidos. Me generaba ternura esa chica piadosa, amaba que siempre pudiera dibujar una sonrisa para mí. Mafe era verdaderamente amable, cordial, y en cierta medida caritativa, la admiraba por ello, y a la vez me provocaba muchos pensamientos retorcidos; maliciosos, vulgares. Fantaseaba con que era como salir con una monja hermosa y complaciente, si es que eso existe. Además adoraba que Mafe había desarrollado y afianzado una especie de “sentido” de la mojigatería. Deliraba con eso. Con saber que esa misma chica de repetidos atuendos reservados, llena de convencionalismos, muchas veces prejuiciosa; podía ser a la vez tan caliente; saber que esa mujer de gestos elegantes e “incuestionables” valores, podía ser a la vez tan fulana.
La vi dedicar horas para pedir perdón por cosas como follar sin contar con la bendición de dios, al igual que la vi caer una y otra vez ante sus tentaciones. Ya no sabía qué creerme, no sabía si había auténtico arrepentimiento, si funcionaba como una quema de karma, si fingía para venderme la imagen de santa.
En un comienzo fue raro para mí ver a alguien tan ferviente, no podía creer que una persona tan joven dedicara tanto tiempo al rezo y la súplica; se me hacía hasta enfermizo el hecho de asistir a misa a diario, o esa constante necesidad de confesarse para sentirse aliviada; era toda una novedad para mí.
Pero fue en ese entonces que empecé a apreciar esa forma de ser. Fantaseaba con sorprenderla mientras rezaba, con pellizcarle el culo mientras permanecía arrodillada con la cabeza gacha, también con encontrarla arrodillada y agarrarla de sus cabellos dorados para conducir su rostro hacia mi falo, o pretendiendo ser el clérigo para darle como penitencia la entrega de su ojal; fantaseaba de mil maneras, Y no pasó mucho para que pasara de la fantasía a la práctica.
Al inicio ella fue permisiva, o tal vez no pudo reprimir sus instintos más primarios. No lo sé. Lo cierto es que pude satisfacer mi sed de perversión. Aunque luego Mafe fue siendo más prohibitiva, más recelosa con el respeto hacia su fe. Pudo ser también el rápido desencantamiento por su parte hacia esa situación, como si hubiese quemado la fantasía. La verdad no sé qué la llevó a terminar con estas calientes situaciones, fueron apenas un puñado, pero fueron oro puro.
Alguna vez llegué a casa y ella estaba orando, Estaba arrodillada, en silencio total, muy concentrada, repitiendo una y otra vez sus plegarias y contando pepitas de los tradicionales rosarios. La saludé sin obtener respuesta, pues su prioridad era continuar rezando. La rodee con mis brazos por la cintura, recosté mi cabeza sobre uno de sus hombros, para segundos más tarde empezar a besarla por detrás de una de sus orejas, por el cuello y por sus mejillas.
Ella me lo permitió, inclinando ligeramente su cabeza para darme el espacio suficiente de maniobra de mis labios sobre su cuello. Aunque más allá de eso no hizo nada, no se molestó por mi intromisión en su momento de oración, no pronunció palabra; ni siquiera me miró, solo continuó orando.
Ese día sentí muchas ganas de ser cariñoso con ella, así que continué por un largo rato con mis besos y caricias por los alrededores de su cuello, era mi apuesta a la fija para calentarla, aunque esa vez el apuro me venció en cierta medida. Más temprano que tarde terminé con mi cabeza bajo sus piernas. Mientras que ella seguía apoyada sobre sus rodillas en su clásica pose de sumisión, yo tumbé mi cuerpo en el suelo y arrastré mi cabeza hasta posarla debajo de sus piernas, quedando cara a cara una vez más con su coño, que para ese momento se ocultaba bajo una sexy braguita.
En esa tarde Mafe llevaba puesto uno de sus clásicos atuendos de entrenamiento: falda corta y fucsia, y top del mismo color. Y como ya mencioné, una encantadora braguita que poco y nada dejaba a la imaginación.
A Mafe le gustaba estar cómoda para ejercitarse. Ahora que había renunciado al trabajo, tenía más tiempo disponible para entrenar, y habiendo aprendido varias rutinas, no dependía de mí para hacerlo. Su cabello lucía impecable y su rostro estaba maquillado, era evidente que aún no había entrenado, posiblemente planeaba hacerlo después de su oración.
Ella continuó en su rezo, mientras yo, tumbado en el suelo me ponía una nueva cita con su entrepierna. Ella no opuso resistencia pero creo que no porque quisiera mezclar su momento de oración con una buena sesión de sexo oral, diría más bien que no se dio cuenta del momento en que mi cabeza terminó bajo su humanidad.
Lo notó apenas con el primer contacto de mi mano por sobre su tanga. La palpé suavemente, mientras que con mi otra mano acaricié suavemente su entrepierna. Ella sacudió bruscamente sus piernas, confirmando mi sensación de que no había notado el momento en que yo me había situado en esa posición de privilegio.
Fue ese el primer momento en que decidió interrumpir su oración para dirigirme la palabra.
– ¿Qué haces?, reclamo ella
– Nada, tú sigue en lo tuyo y déjate llevar.
Ella no quiso armar un drama de ello, así que continuó con su oración pero sin haberme dicho estar de acuerdo con mi plan. Lo más probable es que secretamente deseara continuar, y el reclamo habría sido su último intento de represión. Me sentí en libertad de continuar.
De nuevo empecé a frotar suavemente su entrepierna, a sentir la carne blanda de la cara interna de las piernas en cercanía al pubis. Me enloquecía acariciarle esta zona, especialmente porque era cuestión de segundos para empezar a sentirse el calor que emanaba su vagina.
Luego empecé a palparla, de nuevo por sobre su tanga. Suave y lentamente. Quería complacerla con una buena dosis de sexo oral, y sabía que para ello era necesario ser paciente y jamás precipitarme.
Después de seis meses juntos y de una infinidad de coitos, sabía que Mafe apreciaba una estimulación bien brindada, con la calma que requiere el caso, con la suficiente dedicación para pretender algún día terminar de conocer las 8.000 terminaciones nerviosas de su vagina, así que luego del tocamiento superficial por sobre su ropa interior, empecé a acariciar suavemente su vulva, especialmente con mis pulgares, como si quisiera darle un masaje.
Sabía que Mafe estaba disfrutando de la situación porque ocasionalmente la escuchaba interrumpir su oración para pasar saliva o simplemente para suspirar. El calor de su coño empezó a transformarse en humedad, la cual pude sentir por sobre su delgadita tanga.
Llegó el momento en que decidí correr ese pedacito de tela para un costado, para meterme de lleno en una buena estimulación de su clítoris. Me sentía inspirado para complacerla, sentía que era una tarde especial para mi lengua, que manejaba la situación a pesar de la ansiedad de volver a juntarse con la tierna vagina de Mafe.
Al comienzo utilicé solamente mi lengua, pero luego me vi en la necesidad de hacer uso de mis dedos para lograr que Mafe se retorciera del deleite. ¡Eso sí que era encontrar el regocijo!
Mafe dejó de apoyar su cuerpo sobre sus rodillas y dejó caer todo su peso sobre mi cara, como queriendo asfixiarme con el coño, pero yo estaba extasiado, aun hambriento de su sabor, de su ardor y de su evidente goce. Estaba pletórico atragantándome con su vagina.
No pasó mucho tiempo para que Mafe empezara a restregarse sobre mi cara, embadurnando todo mi rostro con sus fluidos. Para mí era todo un placer estar recubierto de ella, no tenía reparo alguno con eso, es más, eso me confirmaba que había logrado mi objetivo, pues era cuestión de tiempo para que Mafe se entregara a sus instintos más básicos.
Tanto así que ni siquiera fue capaz de terminar el rosario, pues llegó un momento en el que estaba desatada, completamente excitada, fuera de sí, dispuesta a rematar la jornada con un polvo frenético.
Mafe no dio tiempo a nada, se puso de pie, me miró con su rostro poseído por un gesto plenamente lujurioso, y de nuevo se agachó, pero esta vez para sentarse sobre mi pene.
La penetración fue relativamente rápida, pues su bien lubricada vagina permitió el fácil acceso de mi miembro. De ahí en adelante fue un festival de sentones, incluso con cierta sevicia y agresividad, como si quisiera desquitarse conmigo por haber interrumpido su ritual.
No hubo tiempo para quitarnos la ropa, yo andaba con mis pantalones a la mitad de las piernas, mientras que Mafe con su tanga apenas a un costado, aunque yo no dejaba de levantarle la falda para poder apreciar y acariciar sus siempre gloriosas piernas.
También llegó un momento en el que bajé su top para dejar sus senos al descubierto, lo hice con cierta agresividad, pues si ella se daba el lujo de agarrarme a sentones, no veía por qué no podía arrancar su top para deleitarme con sus pequeñitos pero muy provocativos senos.
Ocasionalmente Mafe se agachaba para ponerlos a la altura de mi boca. Yo mientras tanto la agarraba fuertemente de las nalgas para guiar sus movimientos y hacerlos todavía más contundentes, potentes y profundos.
Pero a pesar de que yo ayudaba con mis manos a guiar los movimientos de Mafe, el cansancio la derrotó, así que me pidió que cambiáramos de posición. En ese instante sentí un fuerte deseo de penetrarla contra la pared.
Nos pusimos de pie, le di vuelta y la penetré sin contemplación alguna. Me encantaba ver las carnes de sus nalgas temblar con cada uno de mis empellones.
No sé por qué esa tarde sentí deseo de agarrarla fuertemente del cuello, solo sé que pasó y que ella no opuso resistencia. Con mi otra mano apoyaba su rostro contra la pared, sometiéndola por completo, La estaba castigando por sus pecados. Esa era su penitencia por ser tan guarra.
Para ese entonces ya teníamos consensuado que una buena sesión de sexo debía terminar con mi semen recorriendo el interior de su coño. Tras varios meses de noviazgo eso ya no era problema, pues habíamos acordado nuestra planificación.
Mafe tenía una gran fijación, diría incluso que una obsesión con que se le corrieran dentro, pues según ella era todo un placer sentir el momento de la eyaculación, decía sentirse encantada desde que “el pene ‘convulsiona’ en mi interior, hasta el momento en que siento líquido caliente escurriendo en mí”.
De hecho era una obstinación ciertamente rara, pues en aquella época en que utilizábamos condón, Mafe lo revisaba al terminar, no precisamente para ver si estaba roto, sino para ver la cantidad de esperma que había en este; dibujando una gran sonrisa en su rostro cuando veía una gran cantidad allí depositada, era todo un festejo, como si de un tesoro preciado se tratara.
Esa tarde, con ella recostada sobre la pared y con una nueva descarga entre su vagina iba a terminar otro de tantos coitos memorables con mi mojigata adorada.
Capítulo 8: Quedando inmundo
Algo más de 500 años han pasado desde el fin de la Edad Media, precioso periodo para el afianzamiento de los ideales de la Iglesia, época de represión y castigo ante cualquier pensamiento libidinoso, pero a la vez de excesiva perversión ante tanta prohibición.