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Diario de Eva (episodio III): Krystal
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Cuando salí del portal de casa hacia la calle, no vi a Viktor tras echar un vistazo por los alrededores. En casa de Antonio, y tras hacerme chorrear de aquella forma, Viktor me había invitado a acabar la fiesta en una sala llamada Krystal. No estaba muy segura de si realmente esto era lo que debía hacer. Martín estaba convaleciente, y sabía de mi ubicación en casa del conserje. Si se le ocurría bajar y preguntar por mí, iba a ser toda una sorpresa. Para ambos. Apagué el móvil y me entregué a la incertidumbre.

Al rato escuché el claxon de un BMW en la esquina y pude otear a Viktor saludando con la mano. Me subí al coche y nos fuimos. Parecía un buen vehículo. No es que entienda de estas cosas, pero era elegante y parecía nuevo por dentro. No dije ni una palabra. La situación me pareció incómoda. En compañía de un extraño con aspecto de camello, en un coche de lujo. Él fue quien rompió el hielo.

-¿Conoces la sala Krystal?

-Suena más bien a casa de putas.

-Qué va. Está en el polígono Del Río.

-Ni idea…

-Claro, la niña bien no va a los polígonos, ¿verdad?

-Exacto.

Mis respuestas eran secas, casi monosilábicas. Todavía estaba incómoda por todo, pero especialmente bajo la falda. Haber empapado la ropa interior de aquella manera no podía resolverse con una toalla. Me sentía incómoda ahí abajo, y parecía que de momento no habría solución. Es entonces cuando Viktor sacó el tema.

-Vaya forma de esquirtear, ¿no? ¿Te pasa mucho?

-Nunca me había pasado…

-¿Entonces te he desvirgado “de chorreo”?

-Podrías llamarlo así. Sí.

-Creo que en realidad eres una tía muy sexual…

-No sé de dónde sacas eso.

-¿Alguna vez has hecho un trío?

-Nunca.

-bueno, creo que tampoco se habían corrido en tu cara antes…

-¿Cómo sabes eso?

Me enfadé. El imbécil de Antonio le había contado a este tío lo que ocurrió entre nosotros aquella madrugada. Y encima debió hacerlo mofándose de mí a costa de aquella circunstancia en la que era la primera vez que un tío me llenaba con su leche la cara.

-No importa. A él tampoco le habían hecho una mamada antes. Ambos os desvirgasteis en ese tema. Lo que no entiendo es porqué con él…

-Si no lo sabes, es que no te lo ha contado todo.

-No claro. Solo el resultado. Y muy abundante, según parece.

-Ya… bueno.

Sumado a la incomodidad física y lo irritante de la conversación, se añadía ahora el bajón que estaba sufriendo.

-Los efectos de la pastilla esa tuya han desaparecido. Me está entrando sueño y frío.

-A mí también. Tranquila, cuando lleguemos nos metemos otra. Es éxtasis muy puro, sube muy bien, pero baja enseguida.

La sala Krystal era una especie de nave industrial en el puto culo del mundo. Por fuera parecía un matadero, pero cuando cruzabas el umbral, flanqueado por una enorme puerta metálica, la cosa cambiaba radicalmente. Era un espacio diáfano enorme, con varios pisos. Uno por encima y otro por debajo de la pista principal. Un escenario un poco vertiginoso, pues el suelo era completamente de cristal, de forma que podías observar todo lo que ocurría en la planta inferior, mientras que los de abajo tenían el privilegio de disfrutar de las entrepiernas de todas aquellas que llevábamos falda. Ante mi asombro por aquello, Viktor se rió de mí.

-Tenías que haberte puesto pantalón hoy.

-Claro. Porque soy adivina…

-No te enfades. Voy a por un par de copas.

-Sí, por favor.

Estaba sedienta. Deshidratada más bien. Y encima tenía que expresarme a gritos entre aquella muchedumbre bailando a ritmo de trap. Llegó Viktor con dos tubos, y el contenido del mío casi desapareció de un solo trago.

-¡Calma!

-¡Estaba sedienta!

-Lo sé. Te quedaste sin líquidos hoy…

-Muy gracioso.

Él se bebió su combinado con la misma fruición que yo, dejó los vasos sobre una superficie cualquiera y estiró el brazo para llamar mi atención y cogerle de la mano. Me arrastró un buen rato a lo largo de toda la sala, entre gente ebria y colocada, bailando sin un criterio acompasado. Simplemente pasándolo bien el primer día del año.

-¡Por aquí!

-¿A dónde vamos?

Cuando llegamos a los lavabos parecían una extensión de la propia pista principal. La gente bailaba, gritaba, se manoseaba y se drogaba sobre cualquier superficie apta, sin tapujos, sin cortapisas. Ahí se estaba para eso. No para mear. Viktor prestó tanta atención a la multitud de puertas que formaban dos filas a cada lado, que al final consiguió robarle la tanda a alguien y se coló dentro de un box.

-¡Eva!

-Sí…

Antes de entrar ahí con él se me ocurrió que era poco apropiado meterse en un pequeño espacio como ese con un tipo al que llamaban “El Rumano”, y de cuya vida sabía bien poco. Pero cuando nos encerramos dentro, sacó la bolsita de éxtasis y varios artilugios que le permitirían machacar cada pastilla hasta hacerla polvo sobre una especie de espejo. El tío iba equipado, y estuvo un buen rato entretenido mientras yo esperaba sentada en la taza cerrada del retrete. No parecía un mal sitio para esnifar una raya y volver a la vida eterna.

-Tío, me estoy meando…

-Vale.

-¿Por qué no sales un momento, y luego te dejo entrar?

-¿Estás de coña? Mea tranquila. Yo estoy con esto…

Efectivamente, se le veía muy ocupado con lo suyo, que también sería lo mío. Así que, de forma muy sutil, y sin levantar la falda demasiado, me bajé las bragas justo por encima de las rodillas, abrí la tapa y me senté para descargar una buena meada de liberación.

-Dios… qué gusto.

-¿Sabes una cosa, Eva? Hace una hora tenía los dedos metidos en tu coño, pero aún no he podido verlo…

-Mira tú qué cosa… como si hiciera falta.

-Enséñame el coño, anda. Muéstramelo, solamente.

Está claro que Viktor había acabado con aquello que estaba haciendo, porque ahora se centró en lo que tenía delante. Y no me refiero a la cisterna. Se metió una raya de una sola aspiración, y me pasó el espejo para que yo hiciera lo propio. Se acercó lo suficiente como para usar un pie y separar los míos. Me resistí, pero cuando acabé de drogarme le devolví los artilugios y le regalé un panorama que llevaba rato demandando. Sin decir nada, separé un poco las rodillas para mostrarle mi entrepierna. Entonces se acercó más, arrancó un trozo de papel del rodillo y metió la mano en el hueco para secarme.

-Me encantan los coños sin depilar…

-Está depilado, idiota. Lo que no está es rasurado.

Ya empezaba a subirme la euforia. Me había puesto muy cachonda la situación y los comentarios del cerdo este. Y él estaba igual. No solo se notaba el bulto en la bragueta, sino que decidió ir tocándoselo mientras hablaba conmigo. Me levanté, me subí las bragas e hice finta de largarme. Pero en verdad no tenía ganas de eso. En absoluto.

-Mierda, Eva… estás muy buena, tía…

-Lo sé, capullo… ¿Qué vas a hacer?

-Te voy a follar ahora mismo. Date la vuelta y arrodíllate en la tapa.

Ahora mismo ambos estábamos temblando de puro apetito. Hice lo que me pidió, le regalé mi trasero para que hiciera con él lo que quisiera. Levantó la falda y la dejó descansando sobre mi espalda, me bajo las bragas lo justo para accederme y comenzó a usar sus dedos para acariciarme los labios e introducirme levemente uno en la vagina. Salté de gusto y emití el gemido que confirma la necesidad de más.

-Joder… ¿tienes el culo petado? No me lo creo…

-Calla… ¡Por el culo no!

Por alguna razón que no alcanzo a comprender, Viktor supo enseguida que alguna vez fui penetrada por la puerta de atrás. No pensaba darle explicación alguna, pero tampoco iba a consentirle que hiciera algo para lo que no estaba preparada. Entonces oí el sonido de la hebilla del cinturón y enseguida sentí claramente el calor de su carne apoyándose sobre una de mis nalgas. Estaba tan mojada que esparció mis líquidos con gran esmero por todo mi chocho, llegando a rozarme el clítoris varias veces. La situación, la postura, la calentura… estaba ya muy superada y a punto de correrme sin haber empezado siquiera.

-Me encanta cómo te mojas, tía…

Cuando noté su polla justo en mi entrada, empuje de forma certera hacia atrás e hice que todo aquello me entrara de golpe hasta el cérvix. Los dos expresamos a la vez, y casi de forma idéntica, el placer de aquel preciso instante, el momento exacto e irrepetible en que ambos sexos se fusionan en un abrazo indescriptible. Incluso en el fragor del entorno fuimos capaces de escuchar los chasquidos de nuestros genitales al chocar. Él comprendió que debía quedarse parado, dejando que fueran mis movimientos los que marcaran el ritmo y la profundidad. Mis vaivenes eran acompasados y armónicos. No tenía ninguna prisa, y Viktor parecía muy cómodo a juzgar por su absoluto silencio entre, quizás, algún suspiro. Cuando aceleré un poco el ritmo me agarró por las caderas y decidió tomar las riendas de la follada. Se acercó hacia mí y se apoyó como pudo sobre la espalda, de manera que su extensión de carne se hiciera más notoria y profunda. Ahora los dos suspirábamos impetuosos, con rapidez y extenuación. Menos mal que el ruido en el ambiente hacía imposible advertir lo que estaba pasando, no solo en el nuestro, pero también en el resto de boxes.

Cuando Viktor comprendió que ya estaba a punto de correrme, aceleró a toda prisa sus incursiones. El sonido de sus caderas golpeando con furia mis nalgas solo presagiaba lo inevitable. Sudando, y sin apenas aliento, sorteó mi jersey para agarrarme las tetas y pellizcarme los pezones, consiguiendo arrancarme un orgasmo tremendo que me paralizó durante varios segundos. Se me nubló la vista, y fui incapaz de controlar los espasmos de mi cuerpo. Viktor se detuvo de golpe y permaneció dentro de mí mientras me recuperaba de una pequeña muerte.

-Dios Eva, cómo te has corrido…

No me pareció que fuera una pregunta. Advertí tal sensibilidad en toda la zona de mi sexo, que le rogué que siguiera despacio. No se lo tomó mal, y comenzó de nuevo a joderme pero con más suavidad. Su dureza no se había reducido en absoluto. Impregnados ambos por el esplendor del éxtasis, creo que podríamos haber estado follando toda la noche, dentro de ese incómodo cuchitril con olor a meados. Cuando empecé a disfrutar de nuevo a Viktor, estaba segura de que podría hacer que me corriera al menos una vez más, pero eso solo fue un anhelo fugaz.

-¿Dónde quieres mi leche?

-En la cara.

No sé porqué respondí eso. Quizás porque era una pregunta que, francamente, no me esperaba. Me salió del alma, tal y como ocurriera con Antonio un mes antes. Percibí enseguida la inminencia de mi montador que, de repente, salió de mi coño, me orientó hacia él y se pajeó contra mi cara hasta soltar la primera descarga, a partir de cuyo momento la soltó libremente para que yo me encargara de ordeñarle el resto del engrudo, que ya cubría parte de mi cara y de mi pelo.

Antes de salir de aquel agujero, pensé que sería divertido deshacerme de mis maltrechas bragas de forma que ahora, la planta de abajo, podría regocijarse de verdad con la perspectiva de un coño bien hinchado por la lujuria, y empapado de obscenidad.

Ya estaba amaneciendo cuando llegué a casa y me tiré sobre el sofá, completamente desencajada y apestando a esperma y a indecencia.

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