21 añitos se repetía Diana para sí misma, auto censurándose, cada vez que se sorprendía pensando en el nuevo vecino que se había instalado en el tercer piso, justo arriba del suyo. Ella tenía 41, dos hijas, un marido y un trabajo a media jornada que le dejaba demasiado tiempo libre para pensar en la pícara sonrisa que le había dedicado el nuevo vecino el mismo día en el que estaba haciendo la mudanza, aun no sabía ni su nombre y ya había follado con él en mil y una situaciones inverosímiles, por supuesto todas ellas en su imaginación. Diana tenía mucha imaginación. Una de ellas había sido en una habitación esférica y blanca en completa ingravidez, otra en la orilla de una playa caribeña bañados por el Sol y por las suaves olas, que en su mente se movían a cámara lenta y su favorita, se lo montaban en su propia cama con su marido mirando, sentado en la silla donde habitualmente deja él la ropa antes de acostarse.
No se sentía para nada culpable, por qué iba a hacerlo? Ella la única dueña y señora de su imaginación y además no pasaba nada y aunque pasara, acaso no llevaban meses sin hacerlo ella y su marido? Acaso no le advirtió ella a él cuando se conocieron que la fidelidad no era su fuerte? Él sabía eso y más cosas, él sabía de sobra la necesidad de cariño y de sentirse deseada de ella y aun así no hacía nada al respecto. Eso la legitimaba para hacer e imaginar lo que le diera la gana, faltaría más.
Tal vez debería ser el nuevo vecino quien se sintiera culpable porque parecía haber adivinado a la perfección la situación sentimental de Diana con solo un vistazo a ella y su marido en el ascensor. Él ya estaba dentro cuando entraron en el ascensor y aprovechó para decir que era el nuevo vecino del tercero, pero no dijo su nombre. Toni, su marido, apenas levanto la mirada un segundo de su teléfono para asentir y decir con desgana un escueto “ah, qué bien…”A Diana le avergonzó un poco el descortés desinterés que había mostrado su marido y le dedicó una mirada que él no aprecio, pero su nuevo vecino sí a juzgar por su expresión, parecía hasta divertirse con la indiferencia que le había tratado su vecino y la incomodidad de su vecina. Entonces ella le miró como queriendo disculparse en nombre de su marido, él nuevo inquilino la miró de arriba abajo descaradamente como quien admira a una obra de arte en un museo, con media sonrisa asomando por la comisura de su boca, por cierto qué boca tenía, labios bien formados, enmarcados por una sombra de barba de dos días y dientes blancos y perfectos. La mirada de él la cogió desprevenida, había reconocido el deseo en sus ojos y eso la había trastornado más de lo que le gustaba admitir. Cuando se dio cuenta ella también le estaba mirando fijamente con la boca entreabierta, la cerró de golpe y las puertas del ascensor se abrieron.
Esa fue su primera toma de contacto, pero aun no sabía nada de él, joder era tan joven, que se sentía un poco pedófila. Seguro estaba más cerca de la edad de su hija de 14 que de la de ella misma. La siguiente vez que se encontraron ella bajaba a comprar vestida con un pantalón corto de punto y una camiseta de mercadillo, maldijo haber bajado de esa guisa en cuanto lo vio, pero ya nada se podía hacer. El llevaba una mochila y por un momento le recordó a la imagen de su hija mayor yendo al instituto y tuvo miedo de que ese chaval con el que estaba teniendo fantasías sexuales fuera menor de edad, entonces decidió coger al toro por los cuernos y preguntarle “y tú entonces eres estudiante, no? Él asintió con la cabeza sonriendo y ella preguntó intentando aparentar indiferencia “… y qué curso estudias?” A él le costó reprimir una sonrisa de satisfacción que ella no supo interpretar hasta que él contestó “estudio tercero… de psicología” y entonces ella entendió la sonrisa de él, se acababa de delatar ella solita y él se había dado cuenta antes que ella. Al preguntar por el curso que estaba haciendo, en vez de por la carrera que había elegido, acababa de mostrar sus cartas, le interesaba más la edad que tenía que sus intereses. Encima estudiaba psicología, la había calado pero bien, sintió que sus emociones eran un libro abierto en el que él podía leer perfectamente, Diana sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas de la vergüenza, cuando él le dedicó otra lasciva sonrisa y le dijo “tengo 21, por si te interesa, creo que no nos llevamos tanto…”se giró y se fue.
“Vale, este chaval o quiere tema conmigo o está jugando porque le gusta sentirse deseado por una cuarentona…”
“21 añazos pensaba ahora Diana, no es ningún crio, además parece bastante maduro para su edad. Y estudia psicología… y está tan bueno, seguro que va al gimnasio y es tan guapo, joder es guapísimo”
A la semana descubrió que se llamaba Miguel Pacheco, porque tuvo el detalle de poner su nombre en su buzón.
Entonces un día estaba tendiendo una lavadora de ropa blanca en la terraza comunal, hacía sol así que se subió en camiseta de tirantes y pantalones cortos otra vez. Ya había tendido las sábanas le quedaban un par de camisetas y la ropa interior cuando oyó la puerta detrás de ella se giró y vio a Miguel en pantalón corto y sin camiseta. Tenía un cuerpazo de quitar el hipo. Ni un gramo de grasa de sobra, definido, pero sin pasarse y todos los músculos en su sitio “seguro que hace natación” estaba pensando cuando advirtió que se habían quedado los dos mirándose como si el mundo se hubiese congelado, miró repentinamente a su cesto de ropa, cogió algo mientras mascullaba un escueto “hola” y siguió tendiendo.
– Bonitas bragas. – Dijo Miguel. – Diana no lo entendió porque lo que estaba tendiendo era una camiseta blanca no unas bragas, le miro y vio que su mirada no se dirigía a la prenda que tendía si no a su vientre, al levantar los brazos para tender su ombligo había quedado al descubierto y bajo su cadera asomaba un poco del encaje negro de sus bragas. La verdad, es que Diana sabía perfectamente lo sexi que resultaba en ese momento, eso la hizo sentir segura por primera vez frente a su vecino y le dijo medio sonriendo; – ¡serás descarado! Le dio la espalda y siguió tendiendo deseando que su vecino se acercara por detrás y empezaran a follar ahí mismo, pero solo le quedaban bragas y calcetines por tender y su vecino seguía sin empotrarla.
“tendré que tomar yo la iniciativa, al fin y al cabo soy la mayor, yo también puedo ser muy descarada”
– Miguel ¿tienes novia?
– No, la verdad es que no me interesan las chicas de mi edad… Me gusta un poco mayores que yo. Así como tú, maduritas y sexis.
– ¿En serio? Es un poco raro en chicos de tu edad.
– Los chicos de mi edad suelen ser imbéciles.
– Amén hermano, aunque los de mi edad tampoco son para tirar cohetes…
– Tienes razón, he visto a tu marido, está mas pendiente del móvil que de lo que pasa a su alrededor.
Y esto último lo dijo acercándose lenta, pero con paso decidido hacia Diana, apartó el cesto de ropa con el pie, situándose frente a ella, le cogió con delicadeza las manos y se las levantó formando un arco alrededor de su cuerpo, sus ojos se deseaban, sus bocas se devoraban mucho antes de tocarse y las manos de él empezaron a descender por los brazos de ella en una caricia lenta y cálida por la piel interna de los brazos, la más sensible. Diana sintió como los pezones se le endurecían y un escalofrío recorrió su cuerpo. Se quitó la camiseta antes de que la desgarraran sus duros pezones y la tiró al suelo, se quedaron desnudos de cintura para arriba y él le miró las tetas con devoción, pero no las tocó, se limitó a morderse el labio inferior como si tuviese prohibido tocar. En cambio le cogió las manos a ella y se acarició los pectorales con ellas, luego los abdominales, las caderas y el culo, ella disfrutó haciendo turismo por su cuerpo, pero no entendía por qué él parecía reprimir sus impulsos de tocarla a ella.
– ¿quieres venir a mi casa? La terraza está bien pero parece un poco incómoda para todo lo que me gustaría hacerte…
– Sí, quiero. – dijo ella como si lo que le acabase de pedir fuera matrimonio en vez de echar un polvo.
Y bajaron hasta el tercero.
– Antes de empezar me gustaría pedirte una cosa. Por favor, no te esfuerces en darme placer, por ahora solo me interesa tu placer. Es una especie de reto queme auto impuse hace un par de años, hasta que una mujer no tenga por lo menos cinco orgasmos provocados por mí yo no puedo tener ni uno solo. Ya te lo contaré…
Y se calló porque empezó a ocupar su boca en otros menesteres, como por ejemplo besarle el cuello y mordisquearle los lóbulos de las orejas.
Era la cosa más rara que le había dicho jamás un hombre, pero no se molestó mucho en averiguar qué le había llevado a imponerse semejante desafío y se limitó a disfrutar de una lengua recorriendo su cuerpo “joder, que suerte tengo”
Fue la experiencia sexual más satisfactoria de su vida, ella solo tenía que dejarse amar y gozar. El parecía intentar averiguar mediante el método ensayo y error qué cosas la hacían disfrutar más ella, sin límites, ni pudores, si tenía que meterle la lengua por el culo, se la metía, si el sentía que ella se deleitaba con algo en concreto lo repetía más y más, hacía combinaciones con las otras cosas que ya había averiguado que le gustaban. Diana se sintió como si su cuerpo fuera la última pantalla un videojuego muy difícil y Miguel estuviese obsesionado con superarlo, lo raro es que ella había estado a punto de correrse en varias ocasiones, pero justo antes de que no hubiese vuelta atrás el paraba e iba a otra cosa, parecía no tener ninguna prisa en que ella llegara el orgasmo y eso excitaba más aun a Diana. Llevaba ya tres cuartos de hora magreando su cuerpo y Diana empezaba a volverse loca de placer, deseaba que él la penetrara cuanto antes, lo deseaba con todo su ser, pero él no lo hizo ni siquiera llegó a verle la polla, en algún, momento la sintió, su dureza y calor pero él no dejaba siquiera que ella la tocara.
Entonces le levantó las piernas cogiéndole fuerte los pies, presionando en los puntos que más placer la provocaba, empezó a besarle y mordisquearle las piernas muy suavemente a todo esto no había dejado de presionar en los pies, pero rápidamente sus manos cambiaron a sus pechos, con cuidado retorcía sus pezones entre sus dedos cuando penetró con su lengua el ano, paso de ano a coño y de coño a clítoris y se quedó ahí, en solo 15 segundos mas de clítoris Diana estallo en el orgasmo más intenso y largo de su vida.
Fin de la primera parte.