En su último año de residencia, Valera empieza a trabajar en el mundo de la noche y la prostitución de lujo surfeando entre la delgada línea de la necesidad y el placer.
Valera miró la hora y se apresuró mientras se vestía. El hombre permanecía acostado contemplándola con verdadera fascinación.
—¿Cuándo vuelvo a verte? —preguntó.
—No lo sé. Tengo mucho lío esta semana, —respondió ella.
El ejecutivo se incorporó en la cama, se colocó los gayumbos y sacó su billetera.
—La próxima semana viajo a Londres de negocios y me gustaría que me acompañases.
—No sé si podré, —declaró ella.
—¿Y eso por qué? —quiso saber el hombre de negocios.
—Ya te he dicho que estoy un poco liada.
—Pero será a la semana que viene. Tienes tiempo para programarte.
—No sé. Ya veremos, —le dijo dándole largas. No deseaba que su doble vida se le fuese de las manos ni tampoco dejar de lado su carrera. Estaba en el último año de residencia y su idea era terminar y replantearse su situación y sus preferencias.
—Piénsalo y contéstame el fin de semana, —le dijo entregándole doce billetes de cincuenta euros.
Valera cogió el dinero y asintió sin demasiado interés, se colgó el bolso, le dio un beso, luego abandonó el hotel y un taxi la llevó a su casa.
Eran las siete de la mañana cuando llegó, se quitó sus prendas de noche, le dio de comer a su gato y se dio una ducha rápida. Después se puso los vaqueros, una camiseta blanca, sus botas y su chupa de cuero. Por último, colocó sus bártulos en la mochila, salió de casa y sin demora condujo su TMAX en dirección al hospital. El hecho de estar presente en la operación y aprender del más prestigioso cirujano cardiovascular del hospital era algo que no quería desaprovechar. Miró su reloj y comprobó que llegaba cinco minutos tarde. Abrió la puerta del quirófano y la auxiliar estaba ya colocándole los guantes al cirujano. Valera entró de forma precipitada pidiendo disculpas al equipo por el retraso, a continuación, pasó a lavarse las manos y se colocó los guantes de látex. El cirujano la miró molesto, ella se disculpó de nuevo y bajó la mirada entendiendo el mensaje: “tu cara bonita aquí no tiene crédito. A la próxima te mandaré a quitar forúnculos”.
Tras seis horas de operación quedó con Javi y bajaron a la cafetería a comer.
—¿Cómo ha ido? —se interesó.
—La operación bien. La que no ha quedado en muy buen lugar he sido yo.
—¿Qué ha pasado?
—He llegado tarde.
—¡Joder, Valera! Te van a quitar de cardio si sigues con tu actitud pasota. ¿Qué coño te pasa?
—Me he dormido, ¿qué quieres que haga?
—Es increíble. No estás en el instituto, ¡joder! Sé un poco más responsable.
—Pareces mi madre.
—Tú madre te habría dado dos collejas.
Mientras Javi le reprochaba su conducta irreflexiva, el móvil de Valera vibró encima de la mesa. Vio que era un número desconocido e imaginó lo que eso significaba.
—¿No vas a cogerlo? —le preguntó Javi.
—Ahora no, —respondió tajante ella.
—Podría ser algo importante, —insistió él.
—De ser así volverán a llamar, no te preocupes, —dijo, y el teléfono dejó de vibrar.
—Me gustas mucho Valera, pero no logro entenderte, —le dijo cogiéndole las manos.
—¿Qué es lo que no entiendes, que no quiera comprometerme? No es tan difícil. Ya lo hemos hablado. O lo digieres o tendrás indigestión, —respondió ella soltándose.
—La impecable y comedida Valera, tan encantadora como siempre… —dijo con sarcasmo. —No es sólo eso, —añadió. —Asumo que quieras una relación abierta…
—Si no te gusta mi forma de proceder, ¿por qué coño estás conmigo? –le cortó sin darle opción a terminar.
—¿Lo ves? Siempre a la defensiva. Sólo quiero que estés bien y que confíes en mí por una vez en tu vida. Me buscas sólo cuando necesitas algo. No es justo.
—Nadie dijo que lo fuera, pero es lo que hay.
—Eres consciente de que controlas la situación, ¿verdad? —se quejó apenado mientras el teléfono vibró de nuevo sobre la mesa. Valera miró la pantalla, comprobó que era otra vez el mismo número y se levantó.
—No seas niño, ¿quieres? —le recriminó. Dejó la bandeja sobre la mesa y lo dejó con la palabra en la boca.
—No has comido… —gritó al tiempo que Valera abandonaba la cafetería. Javi la miró obnubilado mientras se alejaba. Estaba loco por ella y sabía que su única elección era conformarse con las migajas que ella le dejaba y, aunque intentaba asumir esa relación como algo normal, en el fondo le incomodaba.
—¿Sí? —contestó.
—¿Eres Vali? —preguntó una voz al otro lado.
—Lo soy, —afirmó ella.
—He visto tu perfil. Estoy en la ciudad de paso y me gustaría verte.
—¿Cuándo?
—¿Esta noche te parece bien?
Por un momento se planteó si realmente deseaba hacer eso con tanta asiduidad. Empezó con esas prácticas a modo de costearse los estudios sin tener que recurrir a unos padres que bastante esfuerzo habían realizado durante toda su carrera.
Después de responder a varios mensajes, comprobó que era un dinero fácil, con el incentivo añadido del placer en la mayoría de las citas. Hasta el momento todo había sido relativamente sencillo con sus atributos como carta de presentación y sin ninguna complicación reseñable.
—¿Cuáles son tus honorarios?
—Depende de lo que quieras. La tarifa está en el perfil como habrás podido comprobar.
—Así es. Quiero buffet libre.
—Eso son seiscientos euros.
—¿Haces servicios dobles? —preguntó el cliente.
—¿A qué te refieres? —preguntó perpleja.
—Seremos dos. ¿Te supone un problema?
Valera dudó unos instantes. En su corta experiencia no se le había planteado semejante tesitura, por lo que lo valoró durante unos segundos.
—Eso será el doble, —remarcó ella.
—No hay problema, —aceptó, y con ello resultó evidente que su interlocutor era alguien adinerado. —¿Paso a recogerte por algún sitio?
—No. Dame una dirección.
El desconocido le facilitó la dirección del hotel y el número de habitación donde se hospedaban. Ella lo anotó y a continuación acudió a urgencias donde solicitaban su presencia.
Eran las diez de la noche. Eligió una falda corta, y para la parte superior, un suéter ajustado que dibujaba su silueta. Unos tacones de vértigo elevaban su horizonte doce centímetros y un abrigo negro ocultaba sus contornos con objeto de protegerse del frío de la noche.
Llamó a la puerta y un hombre maduro la recibió. El otro, unos pasos más atrás, se aproximó para presentarse. Rondaría los cincuenta. Se saludaron con un beso cordial y el más joven le cogió el abrigo. Ambos contemplaron con avidez la figura de la joven y ratificaron la calidad de la mercancía por la que iban a pagar.
—¿Te apetece un poco de cava? —le preguntó el hombre de mayor edad mientras lo servía en las copas.
La joven doctora asintió, cogió la copa y bebió un sorbo contemplando al de la perilla. Le echó poco más de cuarenta. Era apuesto, bien proporcionado y con cierto aire de galán.
El aspecto de su socio, en cambio era más ordinario. Mostraba más semejanza con un camionero al que le habían obligado a vestir con un traje de alquiler para ir a una boda, que con un ejecutivo. Lucía una barba tupida, y una incipiente panza que no ocultaba remataba el estereotipo de camionero chabacano.
Ambos varones se quitaron la americana e invadieron el espacio vital de Valera. Ésta retrocedió unos pasos a fin de reclamarles el dinero por adelantado. El galán de la perilla sonrió, cogió su billetera de la americana y le pagó la cantidad acordada mientras su socio se manoseaba la entrepierna contemplando a la joven y atractiva fulana. Valera guardó el dinero en su bolso, y como si hubiese dado el pistoletazo de salida, ambos individuos se abalanzaron sobre ella hambrientos de carne tierna. El suéter voló por encima de las cabezas y aterrizó en el suelo, al tiempo que cuatro manos se apresuraban en explorar cada centímetro de la anatomía de la joven. El sujetador tuvo el mismo sino y dos senos perfectos, adornados con unos pezones que apuntaban directamente al techo dieron la bienvenida a la fiesta. El fulano de aspecto tosco se situó por detrás y cogió ambos pechos con las manos como queriendo emborracharse con ellos. Su boca recorrió el cuello de la joven mientras ésta notaba como el rancio aliento de ginebra le provocaba cierto rechazo. La efusividad con la que el hombre rozaba su entrepierna en su trasero era aplastante, dado que una erección considerable pretendía perforarla a través de la prenda.
Valera percibió como la excitación empezaba a socavar sus bajos con unos dedos avanzando por dentro de la diminuta falda buscando hurgar en la humedad de su raja. Cerró los ojos y se dejó manosear por las inquietas manos de sus clientes. El chapoteo de los dedos incursionando en su sexo se hizo notar junto a los gemidos que iban escapando de su boca. Una mano condujo a la de Valera hasta el miembro del hombre tosco situado a su espalda. Valera lo cogió, lo palpó e hizo un análisis morfológico mental de la verga que meneaba. Era de notable tamaño, con una curvatura importante que le otorgaba una apariencia informe.
Con la otra mano agarró la otra verga e inició movimientos masturbatorios con ambas pollas, al mismo tiempo que recibía las caricias de los dos ejecutivos.
El hombre de la perilla se deshizo de su ropa, zarandeó su polla y se la ofreció a Valera.
—¡Cómeme la polla! —reclamó.
Valera se acuclilló e inició la tarea como la mejor de las profesionales. Su lengua iba y venía por toda la orografía de la verga mientras el hombre respiraba de forma desacompasada. Su socio se situó a su lado reclamando las atenciones de la joven, al tiempo que sacudía una verga informe que casi duplicaba en tamaño a la de su socio. Valera la contempló y su proximidad la hizo bizquear. Se hizo con ella a la par que mamaba la otra. Después cambió y su boca abrazó el pilón de carne desproporcionado sin dejar de masturbar la otra polla.
El hombre de la perilla la incorporó, se extasió de su cuerpo desnudo y olió su perfume.
—Quiero metértela, zorra, —le dijo mostrando su erección.
Valera hizo caso omiso al comentario soez y humillante. Sabía que en su condición, a veces tenía que tolerar determinada jerga con la que no se identificaba, pero no era el momento, ni la situación de andarse con remilgos, ni tampoco hacerse la puritana. Aunque no estuviese convencida del todo, en el fondo era consciente de cuál era su cometido en ese momento.
Se alejó un momento, abrió el bolso y extrajo una caja de preservativos, cogió uno y se lo colocó al galán. Éste la despojó de su tanga situándola a cuatro patas encima de la cama, miró embelesado los tesoros de la joven, pasó la mano por su humedad, luego posó el glande a la entrada y a continuación la penetró con un rotundo golpe de riñones. Valera gimió por lo bajo, abrió la boca para exhalar otro gemido y el rabo del hombre tosco se le incrustó en el gaznate provocándole repetidas arcadas hasta que pudo reducir el ímpetu del neandertal para posteriormente ser ella quien marcara el ritmo y la profundidad.
Ambos hombres jadeaban mientras la fulana les proporcionaba el placer por el cual habían invertido su dinero. El troglodita abandonó su ubicación, y con ella, el placer de la mamada para instarle a su compañero a intercambiar posiciones. Agarró las caderas con ambas manos, contempló un instante el prodigioso trasero de la joven y babeó como un niño ante un pastel de chocolate, de tal modo que, aunque fueran unas nalgas de pago, eran las mejores que había visto en su dilatada vida sexual.
Se colocó el condón, encaró el enfundado y torcido miembro en la raja mojada y fue hundiéndoselo de modo gradual. Valera liberó un elocuente gemido al tiempo que la tuneladora buscaba tocar fondo. Notó la diferencia de calibre con respecto a su compañero, y como éste la iba abriendo en canal. El hombre de las cavernas se agarró a sus ancas e inició reiteradas embestidas con firmes y certeros golpes de cadera, de tal modo que el placer se incrementó para ambos, sin embargo, la polla que ahora le follaba la boca le impedía gemir con total libertad.
Una sonora nalgada la pilló desprevenida y una segunda aplicada con más rotundidad le provocó un morbo y un placer añadido a la cópula. Era una polla sobredimensionada, la más grande que había visitado sus dominios hasta el momento y el placer que le estaba dando era proporcional al tamaño, muestra de ello era el clímax que empezaba a fraguarse en sus ingles para acabar arrancándole un agudo orgasmo en el que se vio obligada a liberarse de la verga que le follaba la boca para dejar escapar un grito de placer.
—La puta está corriéndose, joder, —gritó el energúmeno sin dejar de embestir, al mismo tiempo que notaba las convulsiones de la vagina presionándole la verga. El troglodita siguió arremetiendo con todo lo que tenía mientras se corría gritando y lanzando toda clase de improperios hacia su persona.
Al otro lado, el galán la cogió del pelo y siguió masturbándose sobre su cara. Por su parte, la joven cirujana seguía disfrutando del intenso orgasmo en el que jadeaba con cada embate al mismo tiempo que un chorro de semen se aventuró dentro de su boca, seguido de otros tres que se estrellaron en su cara. A continuación, el hombre le restregó la polla por la cara esparciendo su esencia como si quisiera pintársela, hasta que finalmente se dejó caer a fin de recuperar el resuello. Su socio lo imitó. Valera se levantó y buscó su bolso en busca de toallitas con las que limpiarse. Escupió la sustancia y se limpió la cara. Desde la cama los ejecutivos se felicitaron mutuamente, a continuación, contemplaron ensimismados la armoniosa figura de la joven. Nada sobresalía sobre lo demás. Nada sobraba, ni nada se echaba de menos. Su cabello descendía por mitad de la espalda como una cascada dorada. Sus ojos claros eran dos puntos suspensivos en el poema de su rostro. Unos ojos, —pensó el galán— que perfectamente podrían penetrar la oscuridad. Unos ojos de los que nadie nunca podría saciarse al contemplarlos. El ejecutivo adivinó que detrás del garbo y el refinamiento de aquella agraciada gatita se escondía también un bagaje intelectual que no mostraba, sin embargo, era evidente que estaba ahí y eso la hacía más interesante, si cabe.
La mirada de su socio se centró más en la longitud de sus piernas, embellecidas por unas medias negras que obligaban a orientar la vista hasta su trasero. Un trasero que ni la inspiración del mejor escultor habría podido imaginar.
Después de limpiarse la cara, Valera se dio la vuelta y los dos ejecutivos babearon ante semejante fémina. Ambos descolgaron su mirada desde los pechos hasta una vulva adornada con una diminuta tirilla de pelillos claros. Valera vio a los dos sementales zarandeando sus miembros casi dispuestos, prueba inequívoca de que la viagra previa estaba cumpliendo su función a la perfección.
—¡Ven aquí, guapa! —le ordenó el galán.
Valera se posicionó de rodillas entre ambos, cogió sus miembros y empezó a moverlos al unísono con lentitud. Unos cuantos meneos bastaron para que terminaran de endurecerse en sus manos. El cruce de miradas cómplices, la lascivia tácita y el morbo implícito hicieron sonar la campana del segundo asalto. El galán se colocó a la fulana encima de él y se emborrachó de su boca. Su lengua se enroscó en la de ella, cual tornillo engrasado. Valera cogió otro condón, asió la verga del galán y la enfundó, después se la encaró dejándose caer hasta que sus nalgas saludaron a las pelotas. Seguidamente inició la cabalgada sobre su montura, por consiguiente, cerró los ojos, sincronizó el movimiento y el placer regresó a su coño con renovado ímpetu. Cuando los abrió el cipote informe avanzaba hacia su boca como una saeta hacia su presa. La cirujana abrió sus fauces y el exaltado ejecutivo se la folló. Chupó, mamó y ensalivó el pilón de carne en aras de engullirlo por completo, sin embargo, le resultó una hazaña impracticable, por lo que desistió en el empeño dedicándose a mamar tan sólo lo que podía engullir. El hombre le sacaba su arma de tanto en tanto para propinarle sendos pollazos en la cara, después se la volvía a meter en la boca repitiendo el ritual mientras duró la mamada. Posteriormente abandonó la privilegiada posición para atender la retaguardia de la joven doctora.
Ensalivó su dedo corazón y se lo introdujo en el ano mientras ella saltaba sobre la verga del socio. Valera notó la extremidad abriéndose paso en su esfínter y como ésta entraba y salía buscando su dilatación. El placer se incrementó de forma sustancial y con él los gemidos, por tanto, cuando el ejecutivo lo consideró oportuno detuvo la práctica, envolvió su polla con el condón, se acomodó en cuclillas detrás de ella, posicionó el glande en el ojete y presionó con suavidad. Esta vez la joven se quejó, pero su empotrador no se detuvo y siguió presionando un poco más, por lo que un dolor agudo se instaló en el pequeño orificio atenuando el placer hasta desvanecerse por completo y convertirse poco después en un suplicio. El hombre de barba empujó con más fuerza y Valera gritó quejándose y pidiéndole al energúmeno que se detuviera, por el contrario, y haciendo caso omiso, éste la agarró del pelo a modo de riendas y siguió embistiendo con más fuerza.
—Vamos puta, no te quejes y mueve el culo, joder, —le ordenó mientras intentaba alojarla toda en el estrecho orificio.
Valera se encontraba aprisionada en un sándwich de carne sin posibilidad alguna de zafarse. Era algo que esperaba, pero con lo que no había contado era con el calibre desproporcionado del troglodita que ahora estaba ensartándola con determinación con el propósito de reventarle el culo.
Por segunda vez le suplicó que parara, pero de nuevo, el ejecutivo, —convertido ahora en su verdugo— aceleró el ritmo de las acometidas buscando únicamente su placer. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas formando riachuelos ennegrecidos a causa del rímel. Su radiante rostro se apagó empañando su dicha, pero también su arrogancia. Pensó por un momento en Javi, en lo mucho que le daba y en lo poco que recibía a cambio, sin embargo, ahí estaba siempre cuando ella lo necesitaba. Rogaba para que el suplicio terminase cuanto antes. No deseaba seguir allí, y desde luego tampoco seguir con el juego peligroso al que se había estado acostumbrando sin haber valorado consecuencias.
Los dos ejecutivos arremetían con fiereza, y ella, en mitad de aquel torbellino de pollazos gritaba, cuando no, apretaba los dientes deseando que el tormento finalizase. El exaltado ejecutivo bufaba como un toro enfurecido mientras pistoneaba sistemáticamente como un autómata sin voluntad propia. Después de diez interminables minutos se detuvo, saco la verga del ano, se quitó el preservativo, movió su verga con diligencia y eyaculó sobre las nalgas, espalda y el cabello dorado de la joven. A continuación, se tumbó a un lado extenuado y satisfecho. Su socio le dio la vuelta a Valera, abrió sus piernas todo lo que daban de sí y la volvió a encular en busca de su orgasmo.
Por su parte, ella aguantaba estoicamente los embates del galán, y aunque ya no le dolía tanto, tampoco lo estaba disfrutando. Varias lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras el follador la embestía, babeaba, bramaba y resoplaba cual astado embravecido. Ella, en cambio, permanecía ahora hierática centrándose en un punto fijo a la espera de que terminara. El galán aceleró la cadencia hasta que percibió la inminencia del clímax, extrajo su miembro del recto de la muchacha, se quitó el condón y disparó su leche en la tersa y aterciopelada piel de la joven. Acto seguido se tumbó exhausto al lado de su socio al tiempo que palmeaban su mano como dos triunfadores que acaban de cerrar un gran negocio.
Valera se levantó, se limpió someramente y se vistió con rapidez con la intención de abandonar el lugar a la mayor celeridad. El energúmeno se aproximó hasta ella.
—¿A dónde crees que vas? —le preguntó zarandeándose una polla enviagrada que ya empezaba a hincharse de nuevo.
—Ya hemos terminado, —manifestó ella.
—De eso nada. Te has embolsado una importante cantidad de dinero por dos polvos de mierda.
Valera sacó el fajo de billetes del bolso y lo miró.
—¡Toma tu dinero! —dijo lanzándolo a continuación en la cama.
El ejecutivo de la perilla que permanecía tumbado se percató de su congoja, cogió el dinero, se levantó, se aproximó a la joven y se lo volvió a dar disculpándose.
—Lo siento. No hemos sido muy caballerosos. Coge el dinero. Es tuyo. Te lo has ganado.
Valera lo miró contrita, tomó sus honorarios y desapareció, sin embargo, después de analizar esas palabras, se sintió más puta que nunca.