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Desvirgando a mi hija
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Soy padre soltero, siempre he sido la confidente de mi hija, pero al crecer se le hizo más difícil contarme sus cosas.

Mi hija Camila tiene 19 años, es una chica de 1.62 m, delgada, con cabello largo y ondulado de color negro azabache, piel trigueña y con lentes ovalados. Con un carácter muy alegre y jovial. Usando mucho el sarcasmo, con una voz muy tierna. Su hobbie favorito es patinar, por lo que tiene movimientos gráciles, con piernas torneadas y firmes.

No me había en ella como mujer hasta hace poco cuando la vi en una falda, en un trabajo como animadora infantil. Pude ver sus curvas perfectas y sus piernas fuertes.

Un día llegué a casa y la encontré llorando. Me dio mucha pena y fui a hablar con ella.

– Papá, no pasa nada.

– ¿Cómo que nada? Si estás hecha un mar de lágrimas.

– Es algo muy personal. Es sobre mi novio.

Me sorprendí porque no sabía que mi pequeña tuviera un novio, ni menos que le había hecho daño.

Le traje helado como cuando era muy pequeña y se puso a llorar en mi hombro a moco tendido sin decir palabra hasta quedarse dormida. La cargué y la llevé a su cama. Como cuando era pequeña. Me dio pena, pero ya me contaría cuando pueda.

Más tarde, por la noche, bajó al comedor.

– Hola papá, ¿Cómo llegué a mi cuarto?

– Yo te cargué.

Se sonrojó y me sonrió tímidamente.

– Ahora siéntate y come algo que te has deshidratado llorando. —le dije.

– Gracias, papi.

– Cuando estés de humor me cuentas. No hay nada que ocultar.

Comimos y vimos algo de televisión. Luego cada uno se fue a su cuarto.

A la hora Camila tocó la puerta.

– Papi, ¿puedo pasar?

– Sí, Cami. —Yo me encontraba leyendo unas noticias en mi Tablet.

Ya más tranquila, se sentó a los pies de la cama y comenzó a contarme:

– Papi, no te vayas a molestar. —dijo ella totalmente sonrojada.

– Cuéntame con confianza, hijita. —suspiré mentalmente sin tratar de darle importancia.

– Lo que pasa es que mi novio me pidió la prueba del amor. Pero yo nunca lo he hecho y sé que duele. Por eso me da miedo.

– Tu novio no debe forzarte, Cami. Hacer el amor debes hacerlo cuando estés en confianza contigo misma.

– Creí que estaba lista. Pero cuando él quiso penetrarme me dolió y lo aparté. Me vestí rápidamente y me fui. Ahora no quiero que me toque.

– Mira Cami, tu novio tiene que entender que tiene que ser tierno y estimularte de diversas maneras para queee… este… la penetración sea lo más fácil posible.

– ¿Cómo así, papi? —dijo mi Cami con los ojos totalmente abiertos y el rostro enrojecido.

– Él debe estimularte, besándote y acariándote. Tienes que estar lubricada para la penetración. —dije con algo de fastidio y vergüenza. Es un tema difícil de tocar con tu hija.

– ¿Podrías enseñarme, papi?

– ¡Ehhh! (tomando saliva)… Debes buscar tus lugares donde te dan mayor placer. ¿Alguna vez te has masturbado?

– ¡Nooo! -dijo Camila

– ¡Bueno! A tu madre le gustaba que le besara el cuello y bajara a su pecho.

– Papito, ¿podrías mostrarme? Por favor —dijo con voz melosa y suplicante.

Empecé besando tímidamente sus orejas bajando por sus mejillas hacia su cuello. Su respiración se hizo más intensa. Por lo que me animé a seguir, con una erección que se hacía cada más evidente. Mi mano se deslizó por su pecho, se metió a su brasier y empezó a masajear sus tetas. Sus pezones se pusieron erectos y su respiración se hizo más intensa.

– ¡Ahhh! Papito. ¡Para ya, por fa’!

Ella cayó rendida boca abajo en la cama. Yo también me puse caliente. Vi su culazo. Bajé su pantalón de pijama, la cogí de las nalgas abriéndolas ligeramente y empecé a lamerle la concha.

Mi hija bufaba y gemía, mordiendo la almohada, con los ojos en blanco.

– ¡Ohhh! ¡Papi! Para, por favor, siento que algo me sale.

Continué chupando, salían más de sus jugos y el olor de su sexo se hizo más embriagante. Su sabor una mezcla de salado-amargo me hizo continuar. Sus gemidos se hicieron más fuertes y rápidos.

– ¡Papito, lindo! ¡Sigue! ¡Sigue! ¡Dame más!

Hasta que se corrió en un abundante charco.

– ¡Lo siento! Creo que me oriné del gusto.

– ¡No, mi princesa! Te corriste. Las mujeres también se corren como los hombres.

Ella mirando mi pene y mi erección. Con una mirada amorosa me bajó el pantalón y se puso a acariciarme el bulto. Luego se agachó y empezó a hacerme una paja lenta mirando mi pene como hipnotizada.

– ¡Qué rico huele, papito!

Dándole un besito se lo metió a la boca besando la punta de mi pene.

– ¡Me corro, princesa! ¡Detente!

Se detuvo de besar, pero no de pajearme con su mano. Mi semen cayó en su mano y ella lo olió para luego probarlo.

Luego se echó en la cama boca arriba abriendo las piernas. Yo puse mi cabeza entre sus piernas viendo su coño cerrado con pelos abundantes. Me lo empecé a comer nuevamente. Luego, cambiando de posición. Puse mi pene a la altura de su cara sobándolo mientras continuaba con la comida de coño. Ella sacó mi verga y empezó a lamerla tiernamente. Luego de 20 minutos de placer nos corrimos en la cara de cada uno.

– ¿Papi, me puedo a quedar a dormir contigo?

– Sí, mi amor.

– Gracias, papito.

Ella primero se acomodó en mi pecho, pero luego fue bajando más hasta apoyar su cabeza en mi pelvis.

Al despertar vio mi verga con curiosidad. La sobó hasta que se fue parando.

Luego la guie hasta la cabecera de la cama. Con mi cabeza apoyada en la almohada hice bajar su pelvis lentamente para saborear con mi lengua todas las partes de su vagina mientras con mi dedo recorría su clítoris. Ella gemía fuerte y se retorcía.

– ¡Ya, papito! Toma mi virginidad.

Se soltó de mí y empezó a empalarse lentamente en mi verga. Unas gotitas de sangre se deslizaron hacia las sábanas.

Su cuerpo subía y bajaba al compás de sus gemidos. Yo intentaba de mover mi pelvis haciendo círculos para que sienta mi pene de lleno, mientras con mi mano le sobaba alternadamente las tetas y sus nalgas.

Luego cambiando en la posición del misionero se la clavé lentamente tomando sus tobillos con mis manos para hacerlo cada vez más rápido hasta correrme y terminar en su vientre.

– ¡Hay papito! Me has hecho muy feliz. He soñado con esto desde hace cinco años. Mi cuerpo y alma te pertenecen por siempre.

Desde ese día dormimos juntos. Ella apoyada en mi pecho. Pero como una pequeña traviesa mueve sus manos a mi verga para luego ponerla en la posición del 69.

A mi hija, al igual que a su difunta madre, su vagina se inflama y le duele las penetraciones que solo las podemos hacer una vez por semana. Por lo que siempre optamos por el sexo oral el resto de días.

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