Laura abrió los ojos y enseguida el olor de la colonia de su pareja inundó sus fosas nasales.
Estaba en cama, desnuda bajo unas finas sábanas color celeste. A su lado dormía su hombre, también en cueros. Un tipo algo rudo pero leal. Pelo en el pecho, en las piernas y en el culo. También vello ahí, rodeando el pene.
Con cuidado, la mujer levantó la sábana y echó un vistazo al miembro encogido. Laura era una de esas a las que le gustaba chuparlo. No lo consideraba humillante, de hecho la ponía bastante el oírle gemir mientras practicaba la felación. Luego le decía que se diera la vuelta y exploraba con su lengua la rajita de aquel trasero velludo. A veces metía la nariz y aspiraba.
Aquello hacía que Juan, que así se llamaba su compañero, se pusiese rojo y balbucease palabras que expresaban su vergüenza y disconformidad.
Varias veces había estado a punto de pedirle que se tirara un pedo en su cara. Pero viendo lo nervioso que se ponía con la exploración, siempre desistía de su empeño. La humillación tenía un límite. Quería a aquel hombre, deseaba ser respetada. Y por nada del mundo quería poner en peligro una relación que iba mucho más allá del sexo.
Sin embargo, todo aquel tema la preocupaba. Aunque hablaban abiertamente y había química entre ellos, intuía que Juan tampoco llevaba a cabo todas sus fantasías.
Por un lado era delicado en la cama, la llenaba de caricias y le chupaba los pechos hasta hacerla gemir. Luego estaba el coito, acompañado de adictivos besos en la boca llenos de saliva y ruiditos. La posición que más practicaban era la de misionero, pero, en un par de ocasiones, él la había tomado por detrás y había sido rudo. Bueno, solo un poco rudo. Era como si se contuviese por miedo a hacer daño.
Una vez le había pillado viendo videos de azotes. Incluso cuando en alguna película salía una escena de latigazos, notaba su desasosiego. Al principio pensó que le desagradaba esa violencia pero, el miembro haciéndose grande bajo sus pantalones mientras el cuero marcaba la espalda o los glúteos de la infortunada, decía otra cosa.
La verdad es que Laura no estaba segura de que eso de los azotes fuese placentero. Quizás si él se lo proponía accedería a presentar el pompis para una zurra, pero bueno, de todas maneras, algo le decía que eso nunca iba a pasar. Y tampoco es que fuese algo que la apeteciese así de primeras.
De repente tuvo miedo.
Miedo a que en el terreno sexual sus tabúes auto impuestos, sus deseos ocultos, nunca llegasen a materializarse y con eso, de algún modo, el deseo que tenían uno y otro desapareciese.
Juan abrió los ojos y se estiró mientras sonreía.
Antes de darse cuenta de lo que hacía, Laura se decidió a hablar con sinceridad.
– Oye Juan, ¿a ti hay algo que te gustaría hacerme en el terreno sexual y no lo haces por miedo a lo que pueda ocurrir?
El hombre la miró y respondió.
– No, yo creo que soy feliz. Eres tan atractiva en todos los sentidos.
Laura sonrió complacida, pero insistió.
– Ya, ya y te gusta mi culito de película. Pero no te escabullas y dime. ¿Te gusta algo? ¿tienes algún fetiche?
– ¿Fetiche? ¿cómo qué?
– Azotes por ejemplo.
El hombre tragó saliva, dudó un instante, y respondió sin salirse del guion.
– Bueno, pensar en poder hacerte daño cuando tu solo mereces…
– ¿Cómo sabes que no me gusta? ¿acaso me has preguntado?
– ¿Te gusta? – dijo Juan con un matiz de sorpresa en su voz.
– No… no estoy segura.
– ¿Y tú? Tienes algún… – preguntó el varón.
– Sí, pero… es vergonzoso y… y no sé si funcionaría y… bueno, siento curiosidad por saber que pasaría si te tiras un pedo mientras te como el culo.- confesó Laura enrojeciendo violentamente.
– ¿Una ventosidad? La verdad es que… así de primeras.
– No, no te preocupes… ni yo misma estoy segura de… bueno ya sabes el olor y eso y es humillante también y yo también…
– Ya, tú también querríais soltar gas.
– Ya… pero todo esto está en mi coco y bueno… no creo que sea una buena idea.
Se hizo el silencio durante unos minutos.
– Oye, y si… -dijo al fin Laura- Y si contratamos a alguien… algún voluntario… por ejemplo una chica. Yo creo que con una desconocida me atrevería.
– Ya… – dijo Juan con dudas.
– No, no me mal interpretes. Yo solo quiero hacerlo contigo… la idea sería compartirla… No sé, me gustaría verte azotar a otra en un juego de roles y yo podría, bueno, podría meterme en una habitación con ella e intercambiar gases…
– Podría funcionar… ¿por qué no? – concedió el hombre unos instantes después.
– Porque lo de la chica te excita ¿no?… sí, yo creo que nos vendrá bien… – reflexionó Laura en voz alta leyendo aceptación en los ojos de su hombre.
Aquella noche soñó con ella. Primero observó como la muchacha mostraba sus nalgas y recibía los azotes de Juan. Luego, en un cuarto privado, la invitada y ella, totalmente desnudas, por turnos, olfateaban sus anos y soltaban ventosidades mientras se masturbaban. Al principio el olor no era agradable, pero enseguida se acostumbraron y pronto los gemidos del placer que nace de la imaginación inundaron todo.
En la habitación de al lado, Juan, también imaginaba y disfrutaba jugando con su miembro duro camino a la eyaculación.