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Después de una cena medieval
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Habíamos salido a cenar una noche de fin de semana, sin que ninguno de nosotros imaginara que todo cambiaría entre nosotros.  Ella se convertiría en una fogosa mujer que yo debía montar hasta dejarme exhausto. Era guapa, sexy y llamaba la atención de todos los ejecutivos de la compañía donde yo trabajaba. Era una de las jefas más eficientes y enérgicas. Nadie pensaría que tras esa sonrisa se escondía una hembra insaciable que movía las caderas exprimiendo un miembro hasta dejarlo seco.

Cenamos en un lugar agradable, refinado y a la vieja usanza. Un hostal medieval escondido en el centro de la ciudad, con toda clase de atractivos. El vino calentó nuestros cuerpos hasta que ella me dijo mientras me mordía un labio: “¿Y si vamos a otro lado a seguir la fiesta?”. Así que nos fuimos a un hotel de los 5 elementos de la materia. Ella eligió “agua”. Al entrar a la habitación dejó ver su piel blanca y tersa, apenas cubierta por una lencería que me dejó impresionado, con el deseo de acercarme más. Ella y yo teníamos a nuestras respectivas parejas, así que no podíamos quedarnos toda la noche. Decidimos pasar a la acción de inmediato. A los abrazos y besos siguieron las caricias: la tomé de las nalgas y sentí sus caderas: anchas, firmes, grandes. Eran unas caderas de hembra que sabía montar a su marido. A leguas se veía que sabía complacer a un hombre y, en esta ocasión, quería hacerlo conmigo.

Comenzó a besarme. Recorrió mi cabello y barba, mientras abría mi camisa y metía la mano en el pecho: al sentir sus manos me excité más y la prendí de las nalgas, acercándola por completo y así sentir sus senos en mi pecho. Eran redondos, blancos y bien firmados. Se habían dilatado debajo del brassier y los solté en un movimiento rápido: brincaron y rebotaron, mostrando unas aureolas carmesí con pezones duros, firmes y erectos. Acerqué mis manos a esas tetas magníficas y las acaricié una y otra vez. Ella jadeaba. Sus manos agarraban mis nalgas y las jalaba hacia ella. Mi erección crecía con el ritmo de mi humedad. Y ella lo notó.

De un zarpazo tomó mi miembro mientras me miraba a los ojos y su lengua se metía en mi boca, yo hacía lo mismo. Con las tetas al aire y las nalgas sujetas la jalé hacia mí. Ambos jadeamos al encontrarnos frente a frente y cada uno estimulando al otro. Soltó mi cinturón. Tenía prisa por bajarme el pantalón. Se agachó un poco mientras yo me movía para quitarme el pantalón y quedarme en bóxer. Ella me tocó el miembro duro, ancho y húmedo sobre el bóxer y me dijo: “¡quiero sentirte!”. Se agachó y con los labios bajó el bóxer y encontró mi glande: “ah, está húmedo. Me gusta”. Comenzó a lamerlo, despacio, sin prisa, pero algo sintió. De pronto, todo cambió: sus labios besaban y su boca me daba una mamada deliciosa. Ella sabía hacerlo; le gustaba sentir una buena verga en la boca y la mía le agradó: la fue agrandando dentro y ensanchándola a puras mamadas. La tenía del pelo, jalándola, mientras ella me chupaba. “Ah, sí, sí, sigue, hazlo, chupámela, sí”. Y ella me decía: “Ah, ¡qué buena verga tienes! Su olor y su sabor son únicos. Déjame que te la chupe hasta que esté bien tiesa”.

Mientas más me la mamaba ella se transformaba y yo aprendía a disfrutarla. “¿Papi, te gusta cómo te la mamo?”, Ah me encantas: ¡Qué tiene tu verga que me encanta!”, Así me decía y yo le respondí: “siéntela, disfrútala, es para ti.”

Y ella me dijo: “es lo que quiero sentir, pero dentro”. La jalé hacia mi, la llevé a la cama y ella puso una pierna sobre mi pecho. La penetré de un golpe hasta que vi su mirada congelada, incapaz de creer hasta dónde había llegado. Mientras más me excitaba, más me obligaba a entender por qué razón estaba conmigo dándome las nalgas. Pero lo supe de inmediato: buscaba lo que no tenía. Y yo debía complacerla a toda costa. Ella no decía nada. Sus ojos claros se habían fijado en los míos mientras la penetraba una y mil veces. Su vagina chorreaba y me mojaba hasta las bolas. Decía: “Si, sí, así”, “ah, cariño dámela toda”. La temperatura fue subiendo. La monté sobre mí y ella movía esas nalgas tan ricas: “agárramelas, son para ti”. Era una experta moviendo el culo y yo la sentía cada vez más fuerte y rápido. Ella comenzó a venirse. No lo creía, pero se vino. La tomé de la espalda y la abracé mientras ella me miraba sin dar crédito.

Así fue donde pude sentirla mía. Ella quiso entregarse a mi y yo quería tenerla a ella. Así que siguió moviéndose mientras chorreaba “Ah, si si asiii. Cariño, métemela, toda, quiero sentirte maass. Síii hazme tuya!! Ah, cómo te mueves!!!”

Le di la vuelta, la puse en 4 y al ver el gran culo que se cargaba decidí cogérmela.

“Siiii ahhhggg siiii cógeme… cógeme duro… Papi, no te detengas. Dame tu verga, papiii”.

Yo bombeaba detrás de ella. Sonaba el agua de su panocha con mi verga. Ahhh movía el culo de tal manera que era cuestión de tiempo para que me viniera. “¿Así te gusta? ¿Querías sentirme más? Aquí está mi verga. Siéntela, siéntela…”

Ella jalaba las sábanas agarraba las almohadas y gritaba, reía, lloraba. Las mordía. Sus manos estaban prendidas del colchón sujetando mis embestidas. Pero no dejaba de mover el culo. Y eso me traía loco.

Ella sintió mi verga acrecentarse: “ah, siii se pone dura, firme. Es la más dura que me he comido. Ah, que rica verga tienes, Papi… nunca me habían cogido así de… rico… siii dámela toda. Quiero que sea mía. Es miaaa”.

Le abrí las nalgas. Quería metérsela con más fuerza y profundidad. Y ese culo estaba exquisito. Era el de una perra en celo que quería ser montada. Se la metí duro, duro, varias veces.

“Ah, que rica estás. Si, siénteme como tú hombre, satisfáceme. Mueve esas nalgas”.

A cada embestida venia un jadeo, un gemido un chorro de fluidos que corrían desde nuestros sexos hasta las piernas. Sentía una fiebre por ella. Deseaba penetrarla cada vez más. A cada embestida el deseo era mayor. Ella lo sentía. Me gritaba: “Ahh Siii síi hazme tuya, hazme tu hembra, móntame!!!”.

Yo estaba fuera de sí. Enervado. La deseaba tanto y cada vez más. Sentía las bolas golpear en sus nalgas y ese frío que precede todo…

“Papi, quiero que me des toda tu leche”. Dame tu leche y seré tu puta”. Así me dijo, volteando a verme, mirándome con esos ojos cafés que mostraban hasta lo más profundo de sus emociones y sentimientos. “¿Eso quieres?”, pregunté. “Báñame con la leche de mi machooo”. Gritó. Así que me hice un lado, me quité el condón y le solté los chorros en las nalgas y las caderas. Ella gemía, sudaba las piernas le temblaban y yo le echaba la leche encima, dejándole las nalgas brillosas, el culo pegajoso. Volteó a verme y me dijo: “voy a limpiarte la verga”. Eso hizo y un chorro más salió disparado hacia la boca y las tetas. Saboreó mi leche: “Es la leche de mi macho, de mi hombre. Es la mejor verga que he tenido.” Yo sentía los estertores. La respiración agitada y el sudor cayéndome por todo el pecho. Pero Amanecer siguió mamándomela y consiguió un último chorro que se tragó con el gusto de una perra en celo que había recibido lo que buscaba.

Nos acostamos un momento, entre besos y abrazos. Ella en mi pecho, desnuda y yo sintiéndome increíblemente satisfecho por esta mujer increíble, a quien tanto había disfrutado. Lo que pasó en el jacuzzi, es otra historia, pero me quedó claro que recibí lo que yo estaba buscando.

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