Habían pasado los días y Andrés, su amante preferido, viajaba para radicarse en otro país. Ella, ansiosa, quería estar con él una vez más. No hablábamos sobre nuestros gustos o preferencias sexuales, de manera que yo intuía por su comportamiento cuando ella estaba ansiosa de sexo. Y esta vez, cuando estaba experimentando esta urgencia, no hubo drama y fue directa en sus deseos: “quiero estar con él”, me dijo. Como siempre, cuando ella lo mencionó, yo supuse que ya todo estaba dispuesto con él y que sólo faltaba mi aprobación para que las cosas finalmente se dieran.
Algunas veces preferí que ella dispusiera sus encuentros y se viera a solas con sus parejas, porque en el momento que planteaba aquellas aventuras yo no estaba de ánimo o entendía que era un deseo de ella y no una aventura compartida en pareja. Debido a mis continuos viajes, por trabajo, oportunidades no le habían faltado para que ligara a quien quisiera durante mis ausencias. Pero ella decía sentirse más segura cuando yo estaba presente, así que, negarme a acompañarla en esta oportunidad era suspender la posibilidad de que retozara de nuevo con el macho de sus anhelos.
Como era asunto de ella, yo trataba de no entrar en detalle del porqué se le despertó la idea de volver a estar con él, de qué hablaban cuando conversaban, qué tenían planeado hacer y demás preguntas que revoloteaban en mi cabeza, pero prefería quedarme callado. Tuve la oportunidad de hablar con el muchacho y le pregunté sobre sus planes, y me dijo que mi esposa lo había llamado porque quería despedirse ya que, como era de conocimiento, muy pronto viajaría para radicarse en otro país. “Bueno, dije yo, espero que sea una despedida inolvidable”. “Yo creo que sí, me dijo, porque tengo unas ganas locas de darle verga a su señora”. “No lo dudo, le dije yo. Entonces, nos vemos más tarde”. “Sí”, me dijo, y nos despedimos.
Se oyó raro, pero excitante, aquello de que el muchacho estaba ansioso de darle verga a mi señora. Sonaba un poco atrevida aquella confesión, pero así es esto. Y ella, la interesada, quizá también estaba pensando en que aquello fuera especial, pues le noté mucha dedicación en su arreglo personal, el peinado, el maquillaje, el vestido, su ropa interior, su perfume. En fin, hubo mucha preparación para el encuentro y ella se arregló como toda una dama. Al verla, tal vez nadie pensaría que se iba de juerga para tener sexo con su macho preferido.
De ida al sitio de encuentro, recogimos por el camino a su corneador. Él, como siempre, vestido informalmente, quizá se sintió un poco fuera de tono al encontrarla a ella arreglada de manera muy elegante. Pero eso, quizá, despertó aún más el deseo de poseer a mi mujer y darle su debida despedida.
El sito escogido era muy especial, pues la habitación era grande y tenía tres ambientes. Una sala de recepción, un cuarto lleno de espejos y la habitación propiamente dicha, con una cama amplia, rodeada de decorados dorados que hacían ver aquello muy sofisticado.
No más llegar nos situamos en la sala de recepción y pedimos unas bebidas para entrar en calor. Yo me hacia el desentendido de lo que pudiera pasar entre ellos y solo me limitaba a tomar fotos del evento. Muy rápido, mientras esperábamos el servicio, ellos empezaron a conversar, tomándose de las manos. Que se dijeron, no sé, pero casi que enseguida ya estaban besuqueándose y aquel joven, sin perder tiempo, ya tenía sus manos acariciando los muslos de mi mujer por debajo de su falda.
Cuando llegó el servicio, prácticamente tuve que ser discreto para recibir el pedido sin que el botones pudiera mirar lo que estaba sucediendo detrás de mí, pues aquellos parecían estar en otro planeta, absortos en sus sensaciones y en la experiencia del momento, ignorando todo lo que pasara a su alrededor, incluso a mí. Tuve que servirme y beber yo solo, porque aquel joven ya disfrutaba a pleno de mi esposa, desvistiéndola no solo con la mirada sino también con sus propias manos. Tanta dedicación en el arreglo y ya él la tiene despelucada y casi empelota, pensé.
Muy rápido la había despojado a ella de su elegante vestido, dejándola cubierta únicamente por su ropa interior, que era una lencería bastante bonita. Mi esposa, en aquella circunstancia, frente a un hombre de color, con su torso desnudo, hacía recordar la escena que bien pudiera presentarse en una casa de citas muy distinguida, siendo ella una puta mu distinguida y de clase, complaciendo al hombre que solicitaba sus servicios.
Aquel muchacho se abstuvo de tomar el control y dejó que ella tomará la iniciativa, y que hiciera lo que le apeteciera con él. Ella, muy coqueta, desabrochó su cinturón, bajo sus pantalones y sin dudarlo un instante llevo su gran miembro a su boca y empezó a chuparlo con mucha delicadeza y pasión. Pareciera que no volviera a tener un miembro de esos a su alcance, de manera que no desaprovechaba cada mamada para saborearlo completamente desde los testículos hasta el glande. Y aquel solo la miraba y dejaba que se lo mamara, guiando la cabeza de ella con sus manos, para que el movimiento arriba y abajo sobre su pene fuera permanente. Mientras ella lo hacía, el aprovechaba para acariciar sus pechos y deslizar sus manos por el contorno de su silueta.
El muchacho se había depilado totalmente el pubis, de manera que su miembro estaba limpio, liso y suave al tacto de ella, que terminó de bajar su pantalón y con una mano acariciaba sus testículos y con la otra frotaba el tallo de su verga mientras su boca seguía chupando la punta de su pene. Andrés estaba a gusto. Me miraba como preguntando, y ahora ¿qué hago?, y yo le respondía frunciéndole los hombros; yo que sé.
Él se dirigió al cuarto de espejos y allí, ella siguió dedicada a mamar ese hermoso pene negro, que no perdía para nada su atención. Aquel permitió que se lo mamara hasta el punto de venirse en su boca y, una vez hecho, la besó. Ese beso debió tener un sabor y efecto especial en ambos, porque la pose que presentaron sugería una entrega total y compromiso del uno para con el otro. Ella estaba fascinada, disfrutando los sabores que aquel macho le prodigaba con cada beso, con cada caricia, con cada mamada.
Ya con sus pechos desnudos y solo sus pantis cubriendo su vagina, el moreno aquel la llevó al sofá de la sala de recepción, la recostó, abrió sus piernas y empujó, restregando su sexo contra su vagina, aún sin penetrarla, pues todavía llevaba puestos sus pantaloncillos. Ella estaba extasiada y encantada con aquella maniobra, pues seguía disfrutando de los besos de aquel hombre y de la suavidad de la piel de su pecho y brazos, que ella acariciaba con denotada intensidad y pasión. Así retozaron un rato más.
Al poco rato él se levantó, la tomó de la mano y la llevó hacia la gran cama. La recostó de espaldas, boca arriba, la despojó del body que aún tenía cubriéndole las caderas y se dispuso a devolverle favores, besando su sexo con inusitado vigor. Besaba su sexo como besaba su boca y bien pronto ella empezó a gemir. Al parecer la lengua de este muchacho hacía maravillas en el clítoris de mi esposa, ya que ella se veía desencajada, contorsionando su cuerpo y enrojeciendo su rostro con cada movimiento de la cara de aquel sobre el sexo de mi esposa.
Tal vez él intuyó que ella ya estaba lista, así que, sin dejarla incorporar, procedió a hundir su gran verga en la concha húmeda de mi mujer, que a ese punto ya lo estaba esperando. Sus cuerpos se acoplaron casi al instante, sin problema. Aquel pene, limpio y sin condón, de seguro entró suavemente en la cavidad humedecida y ansiosa de mi amada y consentida esposa, que esperaba ser llenada. Y él, poco a poco, empezó a empujar con ritmo y vigor dentro de ella, mientras sus piernas se movían arriba y abajo, rodeando los muslos de aquel hombre que irrumpió en su intimidad. Pero ella lo quería así y lo retenía con sus piernas para que no se apartara. Sus manos acariciaban las nalgas de él, insinuándole que empujara más y más dentro de ella.
La escena era excitante. El empujando sobre ella, ella contorneando su cuerpo debajo de él y moviendo sus piernas arriba y abajo, quizá para permitir que su miembro entrara aún más profundo dentro de ella, todo acompañado por sus gemidos que poco a poco aumentaban en volumen. Ella movía su cabeza, de un lado a otro, como poseída, dando a entender que está experimentando mucho, muchísimo placer. Una sensación suprema. Y él, bombeando con más y más fuerza para alcanzar su propio placer.
De pronto él paró de empujar, de repente, presionando el cuerpo de ella sin retirarse aún. Había llegado, había eyaculado y para ese momento su semen estaba llenando la concha de mi esposa. La sensación debió ser muy rica, porque ella fruncía sus hombros, como recogiéndose y fundiéndose dentro del pecho de aquel joven de hombros amplios y musculosos. Y su reacción fue besarlo. Sus piernas seguían agitándose debajo de aquel cuerpo y sus caderas se movían como queriendo prolongar el momento de placer que acababa de experimentar.
Se quedaron en esa posición, besándose, un rato más. El parecía estar a gusto teniendo a mi mujer, sometida bajo su cuerpo, y ella también, a gusto, sintiéndose llena por aquel hombre, objeto de su pasión. Se colocaron lado a lado y comenzaron a conversar. No sé de qué hablarían, pero se notaba intimidad y cercanía en sus poses. Ella acariciaba los muslos de aquel mulato y él no dejaba de amasar las nalgas de mi esposa.
Se oye raro describir que se trataba de mi esposa, cuando en este episodio era otro hombre quien la complacía y calmaba satisfactoriamente sus apetitos. Más que mi esposa, en ese momento ella era la hembra de ese macho que le proporcionaba placer y a cuál ella se sometía sin resistencia.
Parecieron relajarse un poco, así que les ofrecí las bebidas que habíamos pedido y que, debido al ímpetu con el que iniciaron su faena, aún no se habían consumido. Él empezó a contar de su viaje, sus planes, sus expectativas, las posibilidades que avizoraba hacia su futuro, los proyectos que pretendía llevar a cabo y otras cosas, así que el momento de pasión parecía haber quedado atrás. Era raro que él hablara de los proyectos con su esposa e hijo, a sabiendas que estaba allí para comerse a mi mujer. Como que no encajábamos en la situación, en ese momento. Sin embargo, mi mujer no dejaba de acariciar sus muslos y su entrepierna, de modo que, al rato y después de unos tragos, aquel miembro volvió a despertar.
Mi mujer, cuando vio que eso estaba pasando, no perdió el tiempo, y volvió a atender aquel miembro con su lengua, asegurándose que creciera y se pusiera duro, dentro de su boca, como a ella le gustaba. Él, ya con más ánimos y otra vez dispuesto, le dijo que se colocara en posición de perrito para penetrarla desde atrás, cosa que ella hizo sin resistirse. Andrés me miró, como pidiendo permiso, y volvió a la carga, introduciendo su verga erecta dentro de la cuca ansiosa de mi mujer, que deseaba ser poseída nuevamente. Él empujó y empujó, otra vez, con vigor. La excitación empezó a aumentar de nuevo y, al rato, ella se dejó caer sobre la cama, quedando boca abajo. Para ese instante, gemía nuevamente. Y él, encima, a sus espaldas, seguía bombeando dentro de ella hasta que llegó a su punto máximo, explotando de placer, sacando su pene y depositando su esperma en la espalda de mi mujer, que aún seguía contorsionándose después que él se hubo retirado.
Él se levantó y se dirigió al baño. Ella se había puesto boca arriba, mantenía sus piernas abiertas y se podía ver su vagina húmeda y aun congestionada. Ella aún estaba agitada y tardaba un poco en volver a la normalidad. Escuchamos el ruido de la ducha abierta y entendimos que ya todo había acabado. Al poco rato salió Andrés, ya vestido, excusándose por tener que ausentarse, justificándose por un compromiso familiar que tenía temprano en la mañana y que no podía aplazar. Bueno, espérese a que la Doña se arregle, porque usted la dejó bastante despelucada, y salimos los tres.
Ella, entonces, entró al baño, se duchó, se vistió y pronto estuvimos en camino a casa. Cuando subimos al automóvil, ella se acomodó en el asiento trasero, junto a él, y todo el trayecto hasta que lo despedimos lo pasaron besándose y acariciándose otra vez. El no perdió el tiempo y no dudó en casi desnudarla nuevamente y acariciarla hasta más no poder. Y ella, excitada, no dejó de acariciar hasta la saciedad aquel miembro que estaba al alcance de sus manos.
Me causaba un poco de morbo ver cómo, cuando me detenía en los semáforos, la gente que iba en otros vehículos se nos quedaba mirando. Creo que, si el viaje hubiese durado un poco más, ellos hubieran follado de nuevo dentro del carro. Lastimosamente el recorrido terminó pronto y él tuvo que dejarnos para llegar a su casa. Así terminó la despedida. Y nunca más volvimos a saber de él, pero sé que mi esposa lo llevará por siempre en sus recuerdos como algo de lo mejor que le ha pasado en su vida.