Te mereces algo mejor, Alba. Ahora mismo lo que más desearía es que conocieras a alguien que hiciera rebrotar en ti todas las cosas importantes que has perdido —no sé si por mi culpa o sin ser culpa de nadie— a mi lado.
Me encantaría que conozcas a un hombre en el que te fijes porque sea atractivo y agradable. Me encantaría saber que te sorprendes a ti misma pensando en él y/o en diferentes rasgos de su cuerpo. Como por ejemplo en sus manos grandes y suaves o su torso atlético. Me encantaría saber que tu coño se humedece al hacerlo, y que tú te avergüenzas con culpabilidad porque sientes que no deberías… pero al mismo tiempo no puedas evitar dejarte llevar por la visión de esas manos grandes sobre tu cuerpo, explorando tu piel… sin prisa, recorriéndote entera. Calentando, en fin, ese cuerpo frío, helado de tanto tiempo —años ya— sin ser acariciado sensualmente.
Me encantaría saber que antes de acostarte te asalta la imaginación de acerca de cómo será su miembro. Una curiosidad que es tan intensa que cierras los ojos fuerte y te imaginas acercándote al bulto de su pantalón para desabrocharlo y liberar del calzoncillo su polla dura y enhiesta. Me encantaría que comprendieses de ese modo que no sólo deseas ver esa polla en la vida real, tocarla, olerla, besarla, admirarla… sino que también necesitas probarla. De una forma en que jamás necesitaste la mía.
Me encantaría saber que te frotas el clítoris y te metes los dedos pensando en ser follada por esa polla. De forma tórrida y visceral. Casi violenta. En varias posturas y diferentes contextos. De hecho, me encantaría saber que esa imagen cruza la frontera de tus fantasías intimas para convertirse en un pensamiento consciente y deliberado. Algo que desearías intentar que se haga realidad, aunque algo te retenga de hacerlo. Algo que llega incluso a obsesionarte, secuestrando tu mente cada vez que le tienes delante; exactamente de la misma manera que lo sufría yo cada día, cada vez que veía tus pechos por el rabillo del ojo mientras salías de la ducha o te veía cambiarte de ropa para ir a trabajar.
Me gustaría imaginar que llegas a necesitarlo de un modo que hasta te provoca dolor físico no tenerlo, que incluso te lleva a saber que estarías dispuesta a hacer cualquier cosa por conseguirlo, incluso cosas que pensabas que jamás harías porque te parecían humillantes y te provocaban repulsión y que, en cambio ahora, harías gustosa con tal de que te dejasen mamar esa polla. Me gustaría que sintieses que ese deseo se está llevando tus principios, tu sensatez y sentido común con una corriente que es absorbida en espiral y te arrastra consigo hacia el fondo de algo oscuro y perverso.
Me gustaría saber que te corres con el juguete sexual que te regalé y nada más hacerlo (y volver a la realidad aun jadeando y con la respiración entrecortada) te asustas a ti misma del contenido tan extremo de tus propias fantasías, de las cosas que has llegado a imaginar con ese otro hombre opuesto a mí en todos los sentidos, incluida la capacidad para darte placer.
Me gustaría pensar que te gustaría poder volver a Madrid y que en vez de estar yo, sea él quien esté en casa. Que estés deseando pasar el confinamiento por la pandemia sola con él. Follando noche y día. Día tras día. Los 15 días. Y cuando se cumplan, desear que el Gobierno decrete la prolongación del estado de alarma otros 15 más. Me gustaría pensar que llegas al punto en que dejas de querer ducharte después del polvo, por la pereza de saber que no merece la pena, ya que el siguiente está demasiado cerca en el tiempo y que, de todos modos, empiezas a sentirte cómoda sudada y sucia tratando de recuperar la respiración tirada desnuda y con las piernas abiertas sobre la cama en una habitación que apesta al olor dulzón y denso del sexo.
De hecho, me encantaría saber que él es capaz de hacer que te olvides de tu eterna obsesión por el pudor y pulcritud. Que hace que el placer que sientas sea tan extremo que deje de importarte que los vecinos puedan escuchar tus gritos de éxtasis. Que haga incluso que te olvides de si la puta persiana está subida y la cortina sin correr, con el consiguiente riesgo de que podáis ser vistos. Me encantaría pensar que llega el punto en que todo te de exactamente igual con tal de volver a tener esa polla dentro de tu cuerpo, poseyéndote, embistiéndote con furia mientras te tira del pelo y haciéndote sentir llegar a tocas las estrellas con las puntas de los dedos. O que incluso comienza a darte morbo y pasas a ser tú quien busca ser follada asomada a la ventana e inclinada hacia delante, como cuando tendías la ropa, pero con las tetas al aire y mientras él te atrae hacia sí, aferrándote de las caderas y azotando tu precioso culo carnoso y respingón.
Pero sobre todo, me encantaría más que ninguna otra cosa saber que deseas sentir su semen caliente dentro de ti. O fuera de ti y en cada parte de tu cuerpo. Que seas capaz hasta de arrodillarte para suplicar que lo vierta sobre tu cara o entre tus nalgas mientras tú las separas ofrecida con las rodillas hincadas en la cama y la cabeza inmovilizada y presionada contra la almohada por su mano. Me encantaría saber que deseas sentirte su zorra y también que él te lo llame en voz alta. Oírselo pronunciar para poder recrearte en cómo eso te hace sentir. Que deseases complacerlo, dispuesta a decir sí obedientemente a cualquier cosa que él pueda pedirte… e incluso dispuesta a no esperar siquiera que lo exprese: proponiéndole tú cosas nuevas, provocando que sucedan con tu actitud juguetona y seductora. Como si, de algún modo, eso equilibrase el daño que nos causó todas las veces en que me rechazaste, y todas las ausencias posteriores en que tú tampoco hiciste nada por buscarme a mi cuando yo ya no tenía fuerzas para seguir intentándolo.
Me encantaría que le dijeses con un susurro en el oído aquello que me hubiera encantado escuchar de tus labios susurrado en el mío: “Quiero que desvirgues mi culo. Necesito tu polla penetrando lo más profundo de mi ser y sentir cómo va invadiendo mi cuerpo, tomando posesión de mi entera, llenándome de tu sexo hasta el fondo, como si quisieses atravesarme de lado a lado. Fóllame el culo ya, joder”. Me encantaría saber que él hace la única cosa que es posible hacer ante una proposición así y que tú me lo cuentas a mí luego con todo detalle. Que incluso me lo muestras en video para que contemple cómo te has convertido felizmente en la zorrita de otro tipo. Alguien mejor que yo.
Y me encanta pensar todo esto, porque significaría que aún puedes —tienes la capacidad— de sentir deseo y lujuria por alguien. Que tu pasión aún está viva, aunque aletargada y encerrada muy al fondo de ti misma. Que una parte de ti desea despertar y dejarse llevar, morder aquello que desea y recibir con agrado todo aquello de lo que has estado privándote demasiado tiempo.
Porque si aún eres capaz de sentir esas cosas por alguien, aunque ese alguien no sea yo, quizás —y sólo quizás— aún haya una posibilidad de salvar lo nuestro. Te quiero, Alba.