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Descubriendo la puta que hay en ti
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Tiempo de lectura: 26 minutos

Mi esposa trabajaba en una fundación dedicada a la atención de niños con dificultades de aprendizaje y, en razón de su trabajo, debía relacionarse con personal que laboraba en el área de la salud, médicos, psiquiatras, psicólogos, terapeutas, enfermeras y paramédicos, entre otros, así que su círculo social era bastante amplio y también la posibilidad de compartir diferentes tipos de experiencias, tanto propias como de sus compañeros de trabajo.

No era de extrañar que, por compartir actividades con miembros del sexo opuesto, no se diera uno que otro acercamiento que sugiriera intenciones más allá de lo estrictamente profesional, aunque, en el desempeño de su trabajo, se procuraba mantener las distancias convenientes entre todos para evitar situaciones que alteraran el ambiente laboral y afectaran las relaciones en el equipo de trabajo. Sin embargo, no faltaban las insinuaciones y los comentarios de doble sentido que en algún momento se pudieran considerar.

Marta era una enfermera, compañera de mi esposa en el trabajo, casada con un marino mercante, y madre de dos hijos; un niño de 10 años y una niña de 8 años. Además de su dedicación al hogar, el trabajo como enfermera le permitía, entre otras cosas, obtener unos ingresos que le hacían sentirse autónoma e independiente, satisfacer sus caprichitos personales y colaborar con su esposo en los gastos de la casa. Y, por otra parte, también le distraía de las largas ausencias de su pareja, haciéndole centrar su atención en otras cosas y no pensar en el tiempo que, estando sola, debía resolver muchas situaciones.

Ella era una mujer relativamente joven, unos treinta y ocho años quizá, guapa, de buen estado de ánimo, espontánea, alegre, sociable, servicial y, por lo tanto, de fácil trato con las personas que entraban en contacto con ella. Muchas veces compartimos con ella y su esposo en actividades sociales. En ocasiones sus papás le colaboraban quedándose en la casa con los niños, de manera que, en algunos momentos, podía disponer de tiempo para salir sola y atender compromisos sociales. Nosotros, considerando su situación, y procurando que la pasara lo mejor posible, regularmente la invitábamos a salir, a cenar, a disfrutar de un evento musical, a presenciar una obra de teatro, a cine y demás.

Sin embargo, agradecida con nosotros por tratar de distraerla, era claro que le hacía falta la compañía masculina en esos momentos y que quizá anhelaba poder desfogar todo su deseo y ganas que le despertaban aquellas salidas con su amiga, mi esposa, que casi siempre iba acompañada conmigo, pero ella, siempre acudía sola. Así que, en alguna ocasión le pregunté a mi esposa si ella se sentiría mal si la permitíamos que fuese acompañada por alguien, de modo que no se sintiera como un estorbo para nosotros. La verdad, dijo mi esposa, nunca hemos hablado en profundidad de aquello, pero le voy a proponer, a ver qué dice.

Pasaron los días y, acercándose un fin de semana, le propuse a mi esposa irnos de discoteca el fin de semana y, teniendo en mente a Marta, pregunté. ¿Al fin hablaste con ella? Sí, respondió, pero dijo no tener la suficiente confianza con nosotros para estar con otra persona diferente a su esposo y, le incomodaba un poco pensar en la impresión que ella nos pudiera dar. Bueno, dije en aquel momento, tocará ir de a poco. Si ella no quiere, pues, no se le puede presionar. La idea es que esté relajada y disfrute el momento, sin preocuparse del qué dirán. Sí, dijo mi esposa, pero ella anda un tanto prevenida. Y ¿será que tiene algún noviecito y no quiere que sepamos? No creo, dijo mi esposa. No que yo sepa. Bueno, pues invítala a ver que dice.

Efectivamente, mi esposa le comentó la idea de salir a divertirnos, a bailar, y ella aceptó. Así que nos fuimos de fiesta el fin de semana, un sábado en la noche, los tres únicamente. El lugar escogido estaba bastante concurrido, con un ambiente fenomenal, que invitaba a salir a la pista de baile y no descansar, y así lo hicimos. Yo tenía que multiplicarme para bailar con mi esposa y con Marta, procurando pasar la velada lo mejor posible y que ellas no se aburrieran.

Pasado el tiempo, y como siempre, en aquellos lugares, se veía hombres solos echando un vistazo a ver que pescaban. Decidí, de puro impulso, darme una vuelta por la barra y curiosear. Le dije a mi esposa que le iba a conseguir un parejo a Marta y que, cuando estuviera con él, si lograba convencer a alguien, lo iba a presentar como un amigo, de manera que necesitaba que me siguiera la corriente para darle a aquello un aire de causalidad. Y, de allí en adelante, ver qué pasaba.

Me fui de correría por la barra y pedí un trago, haciéndome pasar por uno más. Puse mis ojos en un hombre, tal vez de la misma edad de Marta, o un poco más, que correspondía más al prototipo de hombres que desvelan a mi mujer, como de mi estatura, de tez morena, de cuerpo armonioso, manos cuidadas, con vestimenta adecuada y bien arreglado. Hola ¿cómo estás? Me llamo Fernando. ¿Y tú? Jorge, respondió un tanto sorprendido. Bueno, viejo, le dije, voy sin rodeos. Estoy con dos hembras, comenté señalándoselas; una es mi esposa y la otra es una amiga. Ella también es casada y un tanto prevenida con el tema de conocer gente nueva, así que se me ocurrió contactar a alguien para que me haga el cuarto y terminar de pasar la noche. ¿Le interesa? Pues, sí, dijo, ¿por qué no?

Bueno, Jorge, ponga atención. Vamos a llegar a la mesa los dos y yo lo voy a presentar como un amigo, conocido de tiempo atrás, que encontré por causalidad y que invité para que nos acompañara, si a la dama en cuestión no le molesta. Mi esposa lo va a saludar como si lo conociera, así que tiene que tratarla como si hubiera confianza. Ella se llama Laura. ¿Ok? Perfecto, dijo. ¿Bailas? Si, respondió. Creo que lo hago bien. Excelente, comenté, porque a mi esposa le encanta bailar y yo trataría que ella y usted compartieran una ronda mientras yo entretengo a la otra señora y procuro que entre en confianza. Y después procuraré que usted haga pareja con ella. ¿Está bien? Sí, no hay problema, contestó. Bueno, ¡vamos! Dije.

Cuando llegamos a la mesa, Marta y mi esposa me miraron un tanto sorprendidas. Laura, dije, mira quién está aquí, Jorge, ¿lo recuerdas? Ummm musitó ella, viendo a ver qué respondía. ¿Jugando tenis, tal vez? Si, dijo él, en el Club Campestre. ¿Cómo estás, Laura? Bien gracias. Hacía rato que no te veíamos. Sí, dijo él, estuve por la capital un tiempo, pero ya estoy de nuevo aquí. ¡Qué bien! Dijo ella. Y ¿nos vas a acompañar? Pues… si no les molesta, dijo él. Para nada, dijo mi esposa, ¡siéntate! Mira, te relaciono con una amiga… Marta, él es Jorge, un compañero de juego de Fernando. Mucho gusto, respondió ella, mostrándose de acuerdo, Marta. Encantada de conocerle…

Empezamos una corta conversación, donde nuestro nuevo invitado, muy posicionado en su papel, nos contó que había estado finalizando un post-grado en mantenimiento mecánico y que volvía a su puesto como Jefe de la sección mecánica en una importante refinería. Le deseamos suerte en el retorno a sus actividades y, bueno, dije, señalándole a mi mujer, pero aquí lo importante no es hablar sino bailar. El, obediente, estiró su mano invitándola a salir a la pista y ella, sin dudarlo, aceptó. Yo, entonces, seguí el juego e invité a Marta a bailar.

Las dos parejas estuvimos en la pista, bailando por largo rato. Jorge, al parecer, llenaba las expectativas de mi esposa en cuanto a baile se refiere, porque se veía muy animada compartiendo con él. Marta, quien no les perdía el ojo, se atrevió a decirme… ¡Oye! Tu amigo baila muy bien. ¿Qué quieres decir? Acaso ¿Yo no? ¡No! respondió riendo, no he dicho eso. Tú también lo haces bien, pero parece que Laura lo está disfrutando. Sí, comenté, a ella le gusta mucho bailar. Y si el parejo le da la talla, mejor. Eso parece, dijo ella. Bueno, ya tendrás oportunidad, comenté.

Volvimos a la mesa para darnos un respiro. Ellas, ambas, decidieron ir al baño, así que nos quedamos Jorge y yo en la mesa, bebiéndonos unos tragos. Bueno, ¿cómo le fue? Bien, dijo. La señora baila muy bien. Gracias, contesté. Pero recuerde que lo contraté para que me haga el cuarto con la otra. No me diga que no está bonita la señora, afirmé. Si, dijo. Se nota muy alegre. Sí, es muy espontánea y alegre, comenté. Así que necesito que me la mantenga así el resto de la noche. ¿Se le mide? Descuide, dijo.

Ellas, al rato, volvieron a la mesa. Se habían dado un respiro y tal vez habían aprovechado para conversar cosas de mujeres y las impresiones que le producía el invitado. No más llegar, Jorge invitó a Marta a bailar y, como se dice coloquialmente, hasta ahí los vimos, porque conectaron de maravilla, no solo bailando sino también en otros aspectos. El hombre tal vez hizo que Marta se soltara, se desinhibiera y descargara toda la adrenalina que había mantenido reservada para un momento así, porque, pasado el tiempo, la vimos muy abrazada a su pareja, permitiéndole ciertas libertades que tal vez no hubiera consentido momentos antes. Sin embargo, además del baile y la coquetería, nada pasó. Y muy de madrugada dimos por terminada la velada, nos despedimos y volvimos a nuestras casas.

Aquel evento seguramente despertó deseos dormidos en ella y la hizo ver las situaciones de otra manera. Me contó mi esposa que las conversaciones durante la semana se refirieron a la posibilidad de repetir un evento así, más adelante. Pues, cuando quieras, le había dicho ella. Al fin y al cabo, eres tu quien ha sido muy reservada al respecto y nosotros para nada queremos que te sientas mal ni obligada a hacer algo que tú no quieras. ¿Cómo así? le había replicado ella.

¡Mira! fácil de entender, replicó mi esposa. Que por estar nosotros, mi marido y yo, presentes, te abstengas de hacer algo que tú quieres y que te nace hacer. No es otra cosa. No entiendo, había dicho ella. Marta, si estando en una actividad de esas, por ejemplo, tu quisieras vivir un instante de intimidad con tu pareja, puedes vernos a nosotros como impedimento y limitarte. Y eres libre para hacer lo que te parezca, si lo consideras que te hace bien en ese momento. Nosotros no somos quiénes para juzgarte, señalarte o criticarte. Lo que pase allí queda entre nosotros y ya. Eso te quería decir. Gracias, dijo ella, lo tendré en cuenta.

Pues claro que lo tuvo en cuenta, porque al poco tiempo, estando su marido y yo ausentes, Marta le propuso a mi esposa que salieran juntas un sábado en la noche, como en aquella ocasión. Uno de sus compañeros de trabajo le había mencionado la posibilidad de salir a divertirse un día cualquiera, y ella, habiendo visto que no había nada de malo en eso, había concretado con él tal oportunidad. Su compañero, por supuesto, estaba entusiasmado con la idea, pero no contaba que la condición era que ella fuera acompañada por otra amiga, en este caso mi esposa.

No obstante, aquello no era impedimento alguno, porque el muchacho ya sabía cuál de sus amigos podía secundarlo en la aventura. Y fue un médico, director del programa, quien complacido atendió la invitación. Así que las dos parejas se fueron de fiesta el fin de semana. Y, como cabe esperarse en un evento de personas adultas, la invitación comenzó con una cena donde, en medio de una conversación agradable, surgió la idea de extender la noche, ir a escuchar música o ir a bailar, escogiendo por unanimidad la segunda opción. De modo que fueron a seducirse y sacudir sus cuerpos un rato, pero, aparte de gozar de la proximidad de sus cuerpos durante el baile, tampoco nada pasó en aquella ocasión.

Poco a poco, no obstante, la curiosidad por ir más allá en tales encuentros se fue acrecentando más y más. Marta empezó a ser más intensa con la idea de salir con mayor frecuencia y fue así como en alguna ocasión la diversión abarcó todo el fin de semana, viernes, sábado y domingo, y era cuestión de tiempo que la aventura fuera subiendo de intensidad. Aquel fin de semana, los tres días, habían compartido con Oscar, su compañero de trabajo, pero, aparte de paseos, comidas y conversación, las cosas no habían ido más allá.

En algún momento acudimos a un concierto, un viernes en la noche. Marta, sin prevención alguna, acudió al evento con Oscar, quien al parecer ya era su compañero de reemplazo cuando su marido Antonio se encontraba ausente, así que ya nos habíamos acostumbrado a su constante y frecuente presencia. El tipo, para qué, era apuesto y bien coqueto, de modo que hacía pareja perfecta con la espontaneidad y desparpajo de Marta. Pero, según me contó mi esposa, él no había dado señas de ir más allá y ella, aunque lo deseaba, no sabía cómo proceder, porque le daba miedo actuar y, por impulsiva, dañar esa bonita amistad y que él pudiera pensar mal de ella.

Mi esposa, tratando de ser imparcial y coherente, y aconsejar bien a su amiga, si así pudiera decirse, le había preguntado a Marta, qué era lo que realmente quería dar a entender con ser impulsiva y dañar la bonita amistad. Pues que él se atreva a tener algo conmigo cuando estemos juntos, había respondido ella, porque, si eso pasa, yo le sabré responder. Y a qué te refieres con que él se atreva a tener algo contigo. Pues, ya tú sabes, le confesó, que quiera hacer el amor conmigo. Y tú, ¿tienes ganas? le había preguntado mi esposa, ¿lo quieres hacer? Sí, le había respondido ella. ¿Y qué te ha impedido hacerlo? Le preguntó. Me da miedo, fue su respuesta.

Bueno, le preguntaba yo a mi esposa, y ¿cómo crees que podrías ayudarla? No sé, de pronto acompañándola en alguna actividad, para que se sienta confiada y más segura. Pero, reflexionaba yo, ¿qué actividad sería esa? La verdad, decía mi esposa, ella cree que al tener sexo con alguien que no sea su marido estaría incurriendo en algo indebido y no quisiera cargar con eso. Jajaja, me reí. ¿Y cómo venciste tú eso, acaso no pensabas lo mismo? Sí. Aventurándome para verificar que esa idea no era tan cierta, pero, la verdad, conté con tu apoyo para que eso sucediera. Una cosa es el placer físico como parte de una experiencia y otra diferente el proyecto de vida, la profesión, los objetivos propios y en conjunto, la familia. Son muchas cosas, la verdad. Quizá la variedad en el disfrute sexual es tan solo un caprichito, que hay que vivirlo para poderlo comprender.

Seguramente tendrás que hablar con ella, largo y tendido, más allá de lo meramente profesional, de manera que se construya confianza y una sana compinchería. Eso, había dicho, mi esposa, creo que ya está; pero tal vez no lo hemos llevado más allá de algunas travesuras. Y si el miedo de ella es aventurarse, ¿porque no le ofreces recorrer el mismo camino que tú recorriste? ¿O es que ya te olvidaste de cómo empezó todo? ¡No sé! Tendría que hablar con ella y ver cómo reacciona. Veremos qué pasa y te contaré.

El tiempo fue pasando y aparentemente nada sucedía. Las salidas con Marta seguían siendo frecuentes, pero habían tomado un tinte familiar. Salíamos en familia, ella con sus hijos, nosotros con los nuestros, y todo se manejaba de manera formal. En algún momento, nuevamente, tuvimos la oportunidad de salir a bailar; ella, como ya estábamos acostumbrados, volvió a acudir al evento acompañada de Oscar, pero, igual que en otras oportunidades, nada extraño o fuera de lo común pasó. Pregunté a mi esposa el porqué de aquella aparente indiferencia, y me contó que las cosas entre ellos parecían haberse enfriado, ya que ella, aun cuando se moría de ganas por estar con él, había preferido evitarlo al máximo para evitar problemas.

Sin embargo, más tarde, me comentó que ella no podía sacarse de la cabeza la idea de tener relaciones sexuales con él, pero esperaba que Oscar fuera quien tomara la iniciativa y, desafortunadamente, él se mostraba muy prudente al respecto y ella no quería mostrarle el hambre, según sus palabras. Pero le había pedido consejo sobre cómo hacer para dejar atrás tantas prevenciones y ser más decidida con respecto a lo que quería. Laura, mi esposa, entonces, le comentó el camino que ella había recorrido y Marta, admirada y sorprendida, le había dicho: Si le propongo algo así a Antonio, me mata.

Mi esposa le comentó que todo empezó cuando, en algún momento de crisis en la relación, habíamos acudido a una psicóloga. El tema que nos indisponía, en el fondo, era el poder de decisión en la relación y utilizábamos el control y manejo del dinero como excusa para exteriorizar nuestras personales frustraciones.

¡Claro! En el fondo había muchas situaciones propias insatisfechas, entre ellas lo sexual, de modo que se nos plantearon tres alternativas de solución: en primer término, abordar las inquietudes de manera individual, dándonos un tiempo para andar cada uno por separado y resolver las propias necesidades; en segundo término, abordar en pareja la solución a las propias necesidades e inquietudes, considerando que cada uno tiene sus propios intereses y necesita experimentar una u otra cosa para adquirir mayores recursos y, esencialmente, confianza; y, en tercer término, tomar caminos diferentes y seguir cada uno por su lado, dando fin al compromiso matrimonial. Y ella le comentó que, sin hablar mucho, habíamos optado por la segunda opción, de allí que nos hubiéramos involucrado en diferentes situaciones para experimentar cómo lo gestionábamos y cómo lo íbamos resolviendo.

Mi esposa le compartió las fotos que tomamos con uno de sus amantes y le contó los detalles de cómo se había dado aquella aventura. Y también le comentó que, si ella o yo tuviéramos algún capricho sexual en este momento, por ejemplo, había toda la libertad y apertura para conversarlo y ponerse de acuerdo en cómo llevarlo a cabo si fuera el caso. Le indicó que muchas de esas aventuras se dieron de manera espontánea, sin ninguna programación y resultado de las circunstancias del momento. Las cosas surgieron en el momento y ya, le había dicho.

Además me contó que Marta se había mostrado interesada en aquello y le había pedido apoyo para aventurarse, aunque con mucho recelo sobre la manera de ponerlo en práctica. Y ¿cómo has pensado hacerlo? Pregunté. Pues, realmente, no sé. Bueno, dije yo, empieza por los bares swinger, tal como lo hicimos nosotros. Si, dijo ella, pero nosotros contactamos con quien hacerlo y gracias a eso las aventuras fluyeron. Entonces, dije, pues toca empezar de nuevo y volver a repetir, de algún modo, aquellas experiencias. Tal como en el pasado. ¡No sé! Dijo ella, porque, pensándolo bien, toca dedicarle tiempo al asunto. Tú, como siempre, dispones, mencioné. Entonces, ¡dime qué hacer!

Pasaron unas semanas antes de que mi esposa me comentara que, si echábamos a andar la idea de acudir a los bares swinger, teníamos que conseguir alguien de confianza con quien acudir allí. Y ¿Quién sería ese alguien de confianza? Hoy no hay ese alguien, contestó. Tendríamos que ponernos en el plan de conseguirlos. La idea de recurrir a las páginas de contactos no se consideró, porque se daban muchas sorpresas en el proceso y, como decía Laura, era mejor en vivo y en directo. Será, entonces, gastar unos fines de semana en plan de conquista y ver si se logra lo que queremos. ¿Y sabes cuál es el tipo de hombre que excita a Marta a primera vista? Tenemos gustos parecidos; los hombres morenos son su debilidad.

Entonces, con el pretexto de apoyar a Marta a decidirse, arrancamos el proyecto que denominamos, en broma, claro está, “Marta, descubriendo la puta que hay en ti”. Para ello, y con el propósito de ubicar a los muchachos más adecuados, volvimos a las andanzas. Nos fuimos de discoteca varios fines de semana, con el propósito de ubicar candidatos y probar, por qué no, si se prestaban para la aventura.

Después de varios intentos fallidos, una noche, por fin, apareció alguien del gusto de mi mujer. Un tipo joven, apuesto, mulato, de buen cuerpo, bonita sonrisa, al parecer educado y de buenos modales. El hombre estuvo en la barra, bebiendo cerveza y mirando aquí y allá, como buscando a alguien. Aproveché para acercármele y preguntarle si tenía alguna cita. No, me dijo. Bueno, me presenté, mi nombre es Fernando y quise conversar un rato. ¿Le importa? No dijo. Entonces, continué, ¿vino a ligar, si se da la oportunidad? Sí, contesto. Pero no es fácil. No hay muchas mujeres solas. Entiendo, dije. ¿Me aceptas que te invite una cerveza? Sí, claro. Y nos tomamos no una sino dos cervezas mientras conversábamos, por lo cual el encuentro duró varios minutos.

Pasado el tiempo y hablando de temas varios, le pregunté. ¿Y su radar ya captó a alguien a quien echarle el ojo? Sí, me contestó riendo, por allá hay una veterana que parece estar sola y pudiera ser. La veterana resultó ser mi esposa, quien, tal como estaba vestida, llamaba la atención. Ella, que sabía en las que yo andaba, buscando el macho adecuado, nos miraba a la distancia y, distraída con el agite del lugar, esperaba. Bueno, le dije al muchacho, la veterana que a usted le llama la atención es mi esposa. ¡Disculpe! Se apresuró a decir, no fue mi intención. Tranquilo. No se preocupe. Está usted de suerte, porque estoy buscando a alguien que esté interesado en follársela esta misma noche, ahora mismo, si se puede. ¿Estaría interesado?

El hombre, entre sorprendido e incrédulo, me respondió, pues un hombre como yo y en estas circunstancias no pierde oportunidades y, si a usted no le molesta, me gustaría probar, ¿por qué no? Eso sí, le dije, con una sola condición. ¿Cuál? Preguntó curioso. Que la tiene que poner a gemir como nunca. ¿Será capaz? Haré el intento, contestó. Y otra cosa. ¿Qué? Preguntó él. Tiene que bailar muy bien, porque ella lo calibra de esa manera. Si se mueve bien bailando, seguramente lo hará bien follando. Yo tengo lo mío, contestó. Cuente con eso. Bueno, dije, ¿cómo te llamas? Joaquín. Ok, Joaquín. ¡Acompáñeme y se la presento!

Llegados a la mesa, las presentaciones de siempre. Ella, haciéndose la sorprendida, y Joaquín, expectante, dispuesto a lo que fuera. Y, según nuestro ya trillado ritual, el baile definió lo que iba a pasar esa noche. Ella, tal como lo acostumbra, se quedó con él en la pista casi que una hora completa, después de lo cual, regresaron a la mesa para tomarse un descanso. Ella, como siempre, se disculpó para ir al baño, dándome tiempo para que le preguntara a nuestro nuevo amigo si estaría o no dispuesto a continuar.

Bueno, joven Joaquín, ¿cómo le fue? Estupendo. La señora es toda una fiera. ¿Eso qué significa? Pregunté. Nada raro, dijo riéndose, que se nota que tiene ganas. ¿Ganas de qué? Insistí. De comerse a un muchacho joven como yo, dijo. Entiendo. ¿Y usted? ¿También tiene ganas de ella? Por supuesto, contestó. ¡Bien! Ahora que llegue mi esposa, por favor, deme un tiempo a solas con ella, para preguntarle si ella también está dispuesta. Y, si así es, nos vamos a un sitio donde podamos estar más cómodos. ¿Le parece? Si, dijo, de acuerdo. Está bien.

Mi esposa regresó al rato, compuesta, nuevamente maquillada y arreglada. Y él, Joaquín, de acuerdo a lo concertado previamente, se disculpó para ir al baño. Mientras él se iba alejando me fijé en la mirada de mi mujer y de inmediato supe que le había gustado. No obstante, evitando equivocarme, pregunté. ¿Pasó el examen? Sí, dijo ella sonriendo. Está bien. Entiendo. ¿Quieres decir que tiene la verga como a ti te gusta? Yo no hablo así, me interpeló. Digamos que lo siento muy viril y que ciertamente me excitó. Y dejémoslo así. ¿Arrancamos, entonces? Sí. Bueno, dije, entregándole las llaves del carro, adelántate y nos vemos en el parqueadero. Voy a pagar la cuenta y allá te llego con la conquista.

Yo anduve hasta la barra y me dispuse a pagar. Nuestro amigo, mientras tanto, había vuelto a la mesa, encontrándola sola, y estaba un tanto extrañado. Lo llamé, entonces. ¡Hey, Joaquín! Por acá. Se tranquilizó cuando me vio y llegando al encuentro dijo; pensé que me habían plantado porque no los vi en la mesa. ¡Cómo se le ocurre! Protesté. Somos gente seria. ¿Qué dijo su esposa? Me preguntó. Que pasó la prueba, le contesté. Y, ¿ahora qué? Pues nos vamos a algún lado para que la pueda montar. ¿No era eso lo que quería? Sí, por supuesto, contestó.

Seguramente usted ya la habrá manoseado y besuqueado hasta la saciedad mientras bailaban ¿no es cierto? Bueno, sí, un poco. Y seguramente también le habrá arrimado la verga para que ella sienta lo que va a tener entre las piernas. ¿Me equivoco? No. Esta en lo cierto, contestó. Entonces no debiera demorar mucho las cosas y hacer lo que le llame la atención. ¿Hay alguna posición preferida? Me gusta penetrarlas en posición de perrito, dijo. Perfecto, comenté. A ella le gusta mucho esa posición, pero trate de hacerlo en diferentes posiciones. Ella le irá indicando dónde se siente más cómoda.

Como cosa anormal en estas circunstancias, Laura, mi esposa, se acomodó en el asiento delantero del vehículo, dejando a nuestro joven amigo atrás. No era lo acostumbrado, pero no dije nada. Nos asignaron la habitación en el motel y, mientras yo pedía un servicio de bebidas, les dije que se adelantaran, pero que no aseguraran la puerta, que yo les llegaba de inmediato. Lo cierto es que me demoraron unos minutos que se hicieron eternos, de modo que cuando llegué a la habitación, me encontré que aquellos no habían aguantado las ganas y ya habían empezado la faena. Cuando entré, Laura estaba medio desnuda, en posición de perrito, sobre la cama, y Joaquín, en cuclillas, detrás de ella, la taladraba con mucho vigor. No más entrar en la escena, ya mi mujer estaba empezando a gemir de lo lindo.

Joaquín, no se contuvo y, después de moverse como loco y acelerar sus embestidas, sacó su miembro y disparó su semen por el aire, carga que roció la espalda de mi mujer y alcanzó a humedecerle el cabello. Mmmm, pensé, fue demasiado rápido. Ella, sin decir nada, se giró hacia él y lo invitó a que se acercara, recibiéndole de frente, para acariciar su miembro mientras se besaban. La maniobra duró poco, porque, su miembro se puso erecto rápidamente. Y ella, para asegurarse que no fuera a decaer, decidió metérselo en la boca y regalarle una intensa mamada. Chupó y chupo el pene de Joaquín, quien disfrutaba de lo lindo, hasta que, ya dispuesta, se recostó de espaldas, abrió sus piernas y le guio para que la penetrara en esa posición.

El muchacho no perdió el tiempo y la atacó nuevamente, llenando su sexo con su negro y endurecido miembro. No había duda de que la polla de nuestro amigo obraba maravillas en la vagina de mi mujer, porque no más entrar en contacto los dos sexos, ya ella estaba contorsionándose de placer y gimiendo ante la emoción que tal penetración le producía. Y así, en posición de misionero, Joaquín hizo que ella alcanzara la cima del placer y acabara rindiéndose de excitación con sonoros y profundos gemidos. Ya no pudo más y, casi que, al mismo tiempo, él volvió a eyacular, quizá estimulado por los gritos que ella producía. La cosa quedó ahí. Un poco apresurado el hombre, comenté, pero, ¿te gusto? Ella asintió afirmativamente con la cabeza, porque todavía no se recuperaba del agite del momento.

Laura se dirigió al baño, saliendo vestida al rato, señal inequívoca de que aquello había sido suficiente. Así que, Joaquín, ante la situación, tuvo que hacer lo mismo. Al salir del baño y, teniendo bebidas disponibles, le invité a que nos acompañara para charlar un rato. Le comenté que estábamos buscando candidatos para servir de parejas a mi esposa y su amiga, a quien pretendíamos iniciar en relaciones swinger, pero que requeríamos a alguien de confianza, que entendiera la situación y nos acompañara en el proceso. Podría haber varias salidas en el futuro, pero no en todas existiría la posibilidad de tener sexo con las damas, ya que nuestra amiga no tenía experiencia y aun no se decidía a dar el paso. Nos tocaba ir con calma. Y, le preguntamos, si conocía alguien que, tal como él lo había hecho, nos hiciera el cuarto.

Joaquín dijo tener varios amigos, jóvenes y fogosos todos ellos, y que creía que cualquiera de ellos estaría interesado en participar. Pero, dije, hay una condición. ¿Cuál? Preguntó él. Sea quien fuere, el candidato, al igual que tú, tiene que tener su visto bueno, le dije, señalándole a ella. Mi esposa, muy atenta y despierta, comentó que, debido a que era una aventura entre cuatro personas, ella quería sentirse a gusto con los hombres que les acompañaran en los encuentros. Y que, al fin y al cabo, ella estaba decidiendo en ausencia de su amiga, de modo que procuraba que las cosas salieran bien y que la experiencia, tanto para ella, como para su amiga, fuera lo mejor de lo mejor. Y, preguntó él, ¿cómo le gustaría a usted que fuera el otro muchacho? Alguien como tú…

Intercambiamos números de teléfono y quedamos de conversarnos en el transcurso de la semana. La idea era que no pasara mucho tiempo para evitar que las cosas se enfriaran. Y así fue. A mediados de la semana Joaquín me contactó para comentarme que uno de sus amigos se había mostrado interesado y quería conocernos. Perfecto, pero ya le contó cómo es el juego. Sí, me dijo. Y sabe qué le espera si logramos concretar una cita para conocernos este fin de semana. Sí, dijo, follar con su esposa para ver si pasa la prueba. Okey, estamos claros entonces. El sábado, mismo sitio, a las 10:30 pm. ¿Usted va a acompañarlo? ¡No sé! De pronto me animo.

En la fecha y hora, como acordamos, estuvimos puntuales en el lugar. Al llegar, Joaquín y su amigo ya se encontraban allí. Y fueron ellos quienes, muy educados y atentos, nos recibieron y nos invitaron a una mesa. Rafael, su amigo, resulto ser todo un gentleman, de modo que mi mujer se sintió muy cómoda desde el principio. Bueno, le dije yo a Joaquín, parece que lo desbancaron. Esperemos que el hombrecito la calibre como a ella le gusta y cuente con su aprobación, porque, entre otras cosas, ella tendrá que vérselas con ustedes dos cuando estén con su amiga. Y, ya sabe, este primer round entre ella y él será de estudio. Sí, respondió él, Ya sé lo que le espera. Pero está bien…

Lo mismo que la semana anterior, después de una corta conversación Laura y Rafael se dirigieron a la pista de baile y hasta ahí supimos de ellos. Mientras tanto Joaquín y yo conversamos de todo un poco, entre otras cosas, de lo que podría suceder cuando finalmente definiéramos qué se iba a hacer con las dos hembras. Mi mujer, como ya se pudo dar cuenta, no tiene problemas en pasar el rato con los tipos que le gustan. El tema es que su amiga se deje llevar, se atreva y lo disfrute igual. La hembra tiene ganas de comerse a un amiguito, pero le da miedo y, por no dañar la amistad, dice, pues nada de nada.

Y, bueno, comenté, hoy la cosa va a ser diferente. ¿Por qué? Preguntó él. Pues porque no nos vamos a meter los cuatro en una habitación para verlos tener sexo a ella y él, que son los interesados. Sí, tiene razón. O a su amigo le gustaría disfrutar de mi mujer con público presente. ¡No lo sé! Dijo. Habría que preguntarle. Mejor que la cosa funcione entre ellos dos. Quizá en otra ocasión nos volvamos más civilizados y podamos compartir esa intimidad con tal apertura. Por ahora, dejemos las cosas así.

Y ciertamente, así fue. Después de bailar y bailar, mi mujer llegó bastante despelucada, señal de que aquel había hecho de las suyas y, esta vez, no hubo necesidad de preguntar. Tan pronto llegaron a la mesa, ella, con una pícara mirada, nos dijo, ¿vamos? Tal vez, comentó, ¿no sería mejor que nos esperaran? ¿Van a seguir bailando? Pregunté, haciéndome el bromista. Sí, dijo ella, pero en otra pista y en otro lugar. Mmmm, pensé yo, palabras mayores. Bueno, si quieres, los llevo. Sí, te agradezco, pero me gustaría que estuvieras por ahí, cerca. Tú sabes que no me gusta estar sola. Joaquín, al escuchar esto, entendió que su presencia era inoportuna, así que se apresuró a decir, tranquilos, vayan y diviértanse que yo los espero. Viejo Rafa, nos vemos aquí ¿vale? Sí, yo regreso, contestó su amigo.

Nuevamente, como la semana anterior, emprendimos el camino hacia el motel. Esta vez entramos los tres y mi esposa, asumiendo el control de la situación, decidió tomar la iniciativa, así que se acercó a Rafael, lo abrazó y empezaron a besarse y tocarse. Y, entre caricia y caricia, poco a poco, se fueron desnudando. Ella se esmeró por desabrochar el cinturón y bajar los pantalones de su macho, y, no era para menos su interés, porque bien pronto dejó al descubierto el pene endurecido de aquel muchacho. Si el pene de Joaquín era grande, debo decir que el miembro de Rafael era extragrande y, tal vez por eso, ella había decidido tomárselo con calma y disfrutar a plenitud de ese hombre.

Y ahora, desnudos, como estaban, ella invitó Rafael a que se tumbara de espaldas en la cama. Y así, en esta posición, ella empezó a besarlo de arriba abajo, hasta alcanzar su pene, concentrando su atención en él. Era evidente que aquel miembro le excitaba, de modo que empezó a chuparlo con especial dedicación y fuerza, frotando el tallo con sus manos, con gran intensidad, como si quisiera exprimirlo allí mismo y degustar su semen. Rafael estaba que no cabía de la dicha y se dejaba consentir de la señora, que extasiada estaba con su juguete. Más adelante ella se incorporó, se montó sobre el cuerpo de su hombre y se sentó sobre su pene, introduciéndoselo en su vagina.

Ella, ciertamente, tenía el control de sus movimientos y se contorsionaba a voluntad, acorde a la intensidad de las sensaciones. Rafael, excitado, también, ya empezaba a empujar, siguiendo el ritmo de los movimientos de ella, que, en un lento vaivén, se movía adelante y atrás, acompasadamente. Pero no había gemidos, tan solo expresiones de estar disfrutando del momento y querer extender al máximo aquellos momentos de placer. El hombre no pensaba lo mismo y, apurado, le dijo a mi mujer que si lo dejaba colocarse arriba y ella accedió. Cambiaron de posición y allí, Rafael, casi de inmediato, aceleró sus movimientos hasta que fue él, quien presa de la emoción, emitió un grito de placer cuando eyaculó. Sacó su miembro del cuerpo de mi mujer y en el condón se pudo ver la acumulación del semen extraído.

A Rafael le pareció muy rápida su faena, así que se escurrió hasta colocar su cara en frente del sexo de mi esposa, para dedicarse a chupar su sexo mientras su miembro volvía a recuperarse. Esta maniobra la excitó a ella a tal punto que gimió ante las sensaciones que estaba experimentando. El hombre, entrado en calor nuevamente, y con su miembro dispuesto, no perdió tiempo, se colocó un nuevo condón y volvió a penetrar a mi mujer, acomodando su cuerpo encima del de ella, pero ahora empujando delicadamente mientras sus manos inquietas se deleitaban acariciando a mi mujer por todo su cuerpo. No tardó en empezar a empujar más fuerte y, al cabo de un rato, entre gemidos y contorsiones de mi mujer, nuevamente eyaculó. La faena, entonces, llegó a su fin.

El encuentro, según palabras de mi mujer, estuvo intenso. El sexo de Rafael excita porque su penetración es muy profunda, dijo. Eso estuvo súper. Ambos se bañaron, se vistieron y se acicalaron para abandonar el lugar bien elegantes y acomodaditos. Regresamos a la disco para encontrar a Joaquín quien, al ver su compañero, le preguntó. ¿Cómo le fue? ¿Pasó la prueba? Creo que sí, contestó Rafael riendo. Y así, con el visto bueno de mi esposa, acordamos que ellos, si querían, iban ser las parejas de mi esposa y su amiga en lo que vendría, que aún no estaba muy claro. Por ahora se vislumbraba una reunión para charlar, bailar, conocerse y entrar en confianza. Y después, según como fueran las cosas, ya se vería que iría a suceder.

Efectivamente, esa reunión finalmente, después de varios ires y venires, se vino a concretar casi dos meses después. Laura, actuando como la coordinadora del evento, se encargó de convocar a Marta, Joaquín y Rafael. El encuentro tuvo lugar en un afamado restaurante de la ciudad y su propósito era conocerse, charlar, explorar si la relación podría funcionar y ver qué se podría hacer más adelante. El encuentro estuvo tranquilo y muy ameno. Los muchachos fueron del agrado de Marta, y Laura, quien ya conocía les conocía, se comportaba con ellos con total confianza y naturalidad, situación que infundió en su amiga el ánimo necesario para persistir en el propósito, porque estaba claro que la salida con estos hombres, tarde que temprano tendría que terminar con un encuentro sexual. ¡Claro! Si se daban las cosas y Marta finalmente se decidía.

El segundo encuentro se dio en una discoteca. Los cuatro se encontraron para cenar, reconocerse nuevamente, y salir a divertirse, bailando un rato. Marta entabló una conversación muy cercana con Joaquín, lo cual hizo suponer a mi mujer que esa sería su pareja de aventura. Además del baile, aquellos coquetearon y, de alguna manera, se insinuaron sexualmente, pero ellas estaban en plan de divertirse, relajarse y disfrutar de sus parejas, por lo cual aquello no pasó a mayores. Laura les recordó a los caballeros que la aventura se iba construyendo de a poco y que no había necesidad de forzar las cosas. Ella me contó que, sin embargo, durante la velada intercambiaron a menudo sus parejos de baile, de modo que no estuvo claro, finalmente, quién hacía pareja con quien.

Pasados los días, Laura, en respuesta a las conversaciones que tenía con su amiga, y su impresión de que aquello, de a poco, le estaba gustando, consideró que había necesidad de elevar el nivel de excitación en los encuentros y pensó qué, después de un rato de baile, bueno sería intentar algo en un club swinger. Al menos, como decía ella, para despertarle la curiosidad y las ganas. Y la ocasión, tal como ella lo había planteado, se dio a los pocos días. Concurrieron muy formales a su evento bailable en la discoteca y, entrada la noche, con la excusa de ir a conocer algún otro lugar, acudieron a un club swinger.

Para Marta, aquello fue toda una novedad y revelación, porque no había estado nunca en uno de esos lugares, y estuvo más concentrada en observar y ver cómo funcionaba aquello, que en pretender hacer algo en concreto. El momento, sin embargo, se aprovechó para interactuar entre los cuatro, algo soft, bailar medio desnudos, caricias, besitos, abrazos, cambiarse con otras parejas de baile, pero para ella, Marta, sobre todo, mirar. Los muchachos se desnudaron y prestaron para que ellas, muy pudorosas como parecían estar, les acariciaran sus cuerpos y frotaran con delicia sus penes. Mi esposa, según me relató, había tomado la iniciativa y le había proporcionado a Rafael una interminable mamada. Y Marta, sorprendida, aunque continuo frotando entretenida el pene de Joaquín, no se atrevió a ir más allá.

Y, presa de la excitación, como estaba mi mujer, invitó a su amiga a que les acompañaran a la sala de fantasías. Bueno, Marta, si tú no te animas, yo sí. Ya llegamos a este punto y para nada voy a desperdiciar la ocasión. Además, me parece injusto con los muchachos que, después de permitirnos los jueguitos previos, les salgamos con nada. Y Marta, a regañadientes, tomada de la mano de Joaquín, había aceptado acompañarlos, pero ciertamente, como expresó mi esposa, se encontraba bastante incómoda. El miedo se había apoderado de ella.

De modo que, para no echar a perder el momento, según comentó, decidió no hacerle caso. Y como Marta no daba pie con bola con Joaquín, ella decidió involucrarlo en la actividad y me confesó que empezó a mamarle su pene tan pronto él se había aproximado a ellos. Y que Rafael no había desaprovechado la oportunidad y que la había cogido desde atrás. Además, que, caliente, como estaba, lo había disfrutado muchísimo. Marta, según me dijo, simplemente se había quedado viendo lo que pasaba entre los tres. Y que, como yo podía suponer, la cosa no había terminado ahí, porque los muchachos se habían turnado para penetrarla.

Al final ella, muy excitada, se había tumbado de espaldas con sus piernas abiertas y Rafael la había penetrado en esa posición, haciéndola llegar varias veces al orgasmo. Pero que después de aquello se levantaron, sin comentarios, para no incomodar a Marta y se quedaron mirando un rato más lo que pasaba con otras parejas. Después se tomaron unos tragos, bailaron un poco más y, finalmente, dieron por terminada la velada. No puedo creer lo que hiciste, había exclamado su amiga. Tú me llevas ventaja en esto. Ciertamente, me tengo que soltar.

En la semana siguiente, según me contó mi esposa, tuvo la oportunidad de hablar con Marta sobre el tema y preguntarle. Bueno, cuéntame, ¿Qué pasó? ¿Acaso no estabas excitada y con ganas de probar? Sí, le había dicho ella, pero no me sentí cómoda estando en presencia de tanta gente. Pues, lo hubieras dicho antes y hubiéramos hecho otra cosa, le reclamó mi esposa, pero, entonces, ¿qué te gustaría hacer? Bueno, realmente no sé. Tal vez algo más íntimo ¿no? Contestó. Entonces, indagó Laura, ¿quisieras verte con uno de ellos a solas? No sé, tal vez, pero quisiera que me acompañaras, respondió. No me refiero a que estés ahí cuando lo hagamos sino a que me acompañes cuando me vea con él. ¡Intentémoslo! Bueno, había dicho mi esposa. ¿Y con quien te quieres ver? Con Rafael, le había contestado.

Pasaron varias semanas, sin embargo, antes de que Marta, en algún momento, buscara a mi esposa para buscarle conversación. ¡Oye! Laura, ¿Cuándo lo vamos a hacer? ¿A qué te refieres? Le había respondido mi mujer haciéndose la desentendida. Bueno, ya sabes, creo que ya estoy lista para Rafael. Solo dime cómo enfrentarlo y qué debo hacer. Tú sabrás lo que te gusta y lo que, en medio de la excitación, te hace sentir mejor, le había dicho mí esposa. Que sea lo que tú quieras. Vive el momento, disfruta la experiencia y olvídate del resto. Si eso es así, para nada importa si hay o no alguien presente. De hecho, en mi experiencia, varias veces mi esposo ha estado presente cuando he tenido encuentros con alguno de esos hombres, y yo me concentro en lo que estoy haciendo y prácticamente me olvido que él está ahí. ¡Increíble! Había comentado su amiga.

Y a ti, ¿qué es lo que más te excita? Había preguntado Marta. Pues, solo pensar que el miembro de un hombre, el que me gusta, va a estar dentro de mí, me dispara el deseo y la excitación. Por eso el baile es importante para mí cuando tengo el deseo de darme un caprichito con alguien. Es allí cuando puedo sentir si el cuerpo de ese hombre me atrae, y, ciertamente, el tamaño y la dureza de su miembro es definitiva para que me decida a estar con él. Alguna vez, Fernando, concertó un encuentro con un mulato que habíamos contactado por internet. En principio, la verdad, no me llamó la atención, pero, una vez, que palpé su pene, no me pude resistir. Y, después de haber estado dudosa, tuve sexo con él. Y fue una experiencia super. Al escuchar eso, Marta dijo. ¡Hagámoslo!

Y se llegó el momento. Mi esposa se las arregló para verse con Rafael unos días antes, encuentro durante el cual le comentó los deseos de su amiga de verse a solas con él, pero querer estar acompañada por ella durante la aventura. En consecuencia, le había dicho, la prioridad era que se concentrara en estar con Marta y olvidarse que ella estuviese presente durante el encuentro. Él se mostró de acuerdo en hacer que aquello funcionara lo mejor posible y que ellas no se fueran a defraudar. Bueno, Rafael, le había dicho mi esposa, esperemos que todo salga bien.

Como venía sucediendo recientemente, acordaron encontrarse en una discoteca, situada frente al motel donde todo se iría a consumar. Ese primer contacto entre los tres, según me había relatado mi mujer, después de varias semanas sin verse, fue muy cordial y emotivo. Era evidente la atracción que Rafael ejercía sobre su amiga y, preparada para la ocasión, Marta se había vestido de manera sexy y sugestiva. Nos veíamos muy zorras ambas, me confesó Laura.

Rafael, desde el principio, se mostró muy atento y especial, de modo que ella estuviera cómoda y se sintiera a gusto durante la velada. Se acomodaron en una mesa y, tal cual lo acordado con mi esposa previamente, él se concentró en estar con ella y prácticamente ignoraron a mi mujer, a tal punto que ella, para estar distraída y no desentonar, se había procurado una compañía masculina casual. Un hombre, Gustavo, que los acompañó por largo tiempo. Rafael estuvo coqueteando con Marta todo el tiempo y, durante el baile, se dio sus mañas para prepararla, excitarla y ponerla a punto. Y pasadas unas dos horas, estimó mi mujer, su amiga se acercó a mi mujer para decirle, bueno, creo que ya es hora. ¿Nos vamos? Sí, había dicho mi mujer.

Se despidieron de Gustavo, pagaron la cuenta y, sin musitar palabra alguna, se dirigieron directamente al motel. Mi papel, contó mi esposa, fue el mismo que tú haces cuando vamos a esos sitios. Yo me adelanté para rentar la habitación mientras ellos, esperándome, se besaban y acariciaban en la recepción. Consíguete unos condones le había encargado Rafael, de modo que ella les dijo, bueno, subamos, nos acomodamos y vuelvo a buscar lo que se necesite. ¿Les parece? Y, estando de acuerdo, los tres habían subido a la habitación. Ella les abrió y ellos, acaramelados, como estaban, ingresaron. Bueno, bajo y ya vuelvo, les había dicho mi mujer. Espero no demorarme.

Eso fue rápido, me confesó mi mujer. Ambos estaban que se comían. Tal vez me habré tardado de diez a quince minutos en regresar, porque, además de los condones, pregunté y compré un aceite lubricante por si fuera necesario. Cuando llegué a la habitación y abrí la puerta, muy discreta y silenciosamente, encontré a Rafael desnudo de la cintura para abajo, sentado en un sillón, y Marta, de rodillas frente a él, chupándole la verga y acariciándole los testículos con sus manos. Estaba muy tragona y excitada mi amiga, fascinada, porque parecía que nunca iba a parar. Pero, después de un rato, se detuvo.

¿Trajiste los condones? Dijo mirándome. Sí, le respondí, alcanzándoselos de inmediato. Ella tomó uno, lo colocó sobre el pene de Rafael y, dejándolo listo, se incorporó, se levantó la falda, se bajó las bragas y se sentó sobre su pene. Y ahí sí, de verdad, Marta se volvió como loca, porque cerró sus ojos y empezó a moverse como endiablada encima de él. Había que ver cómo movía sus caderas, manteniendo los brazos apoyados en los hombros de él.

Rafael solo contemplaba lo que Marta hacía y, lo único novedoso, es que la fue desnudando poco a poco. E incluso él mismo terminó de desnudarse. Pero Marta estaba tan ensimismada en lo suyo que creo que ni se dio cuenta a qué hora le habían quitado la ropa. Me llamó la atención que no pronunció palabra, ni gimió. En los movimientos de su cuerpo y los gestos de su casa se veía que lo estaba pasando de maravilla. De repente volvió a levantarse, se volteó de espaldas a él, y muy rápido se volvió a acomodar sobre su pene. Rafael la tomó por las caderas y empezó a empujar dentro de su vagina.

Ella, en algún momento, abrió sus ojos un tanto, y quedamos viéndonos unos instantes. Sonrió y me pico el ojo. La verdad es que no parecía tan mojigata como creíamos que era. Estaba realmente posicionada en su papel y totalmente transformada. No debería yo decirlo, pero se veía realmente bonita. Y, además, el contraste del color de su piel con la de Rafael hacía muy llamativo ese cuadro. Imagino, dijo riendo, que es lo mismo que tú ves cuando presencias mis encuentros. Sí, no lo dudes, así es, respondí.

Y, luego, de un momento a otro, Rafael, empujando más rápido, dijo, Marta, ¡apúrate, que yo ya me vengo! Dale tranquilo, respondió ella, que yo ya llegué. Más bien apúrate y termina tú. Así que Rafael subió la velocidad de sus embestidas hasta que, de un momento a otro, paró en seco, presionando su cuerpo contra el de ella. Marta se separó de él y viniendo hacia mí, dijo riéndose, bueno, gracias a ti, misión cumplida. Por fin me gradué. Oficialmente me he convertido en una puta convencida. Me está haciendo falta el cartón.

Para nada, le había dicho mi mujer. No hables así. Lo único es que has dejado atrás ideas y creencias que te llevaban a comportarte diferente. De ahora en adelante tú eres quien decide como vives y expresas tu sexualidad, si haces o dejas de hacer, pero no hay lío si decides una u otra cosa. Y no necesitas cartones. El que tú te sientas bien será suficiente para comprobar que haces lo que te gusta, sin el consentimiento u opinión de otros, y sin culpas ni rollos. Y, si puedes compartir estas aventuras con tu marido, mejor. Ahí va a estar el problema, dijo, no es fácil cambiar la imagen de señora educada y con valores al de puta pervertida, afirmó con una sonora carcajada.

Y Rafael, para terminar, después que nos dimos un descansito, tendidos los tres en la cama, charlando y recordando lo que habíamos hecho hasta ese día, nos consintió a las dos. ¿Cómo así? pregunté. Pues que, con dos mujeres a su disposición, muy educado, mirándome a mí y tomando su pene entre sus manos, le dijo a Marta, ¿no te importa? ¡No! para nada, había respondido ella. Seguramente Laura está que se muere de ganas, como estaba yo hace un rato. Entonces, dirigiéndose hacia mí, apartó mis piernas y tuvimos nuestro retozón. Y después de aquello, volviendo a Marta, le dijo, ¿la despedida? ¿Por qué no? Dijo ella. Así que el la montó de nuevo y tuvieron su jaleo hasta que aquello terminó.

Nos vestimos, salimos y volvimos a la discoteca. Estuvimos allí otro rato, charlando y bailando, ya descargadas las tensiones. Rafael estuvo muy atento con las dos. Marta me agradeció, porque dijo que yo la había ayudado a abrir los ojos. Y mi esposa, bromeando, le había dicho, los ojos no tanto, más bien te ayudé a que aprendieras a abrir las piernas. Bueno, también, había dicho ella, riéndose. Después de aquello, me contó mi esposa, había sabido que Marta se había pegado sus escapaditas con Rafael, a escondidas de su marido. Y ¿por qué? Pregunté. ¿Acaso no podría contar contigo para secundarla? No. Ella lo ha preferido, porque dice que así se excita y disfruta mucho más el encuentro. La llamada, la cita, la escogida de lugar, su alistamiento, el encuentro y todo lo demás. En fin. Cosas de cada uno. Así somos las mujeres.

Poco tiempo después pudimos compartir una cena las dos parejas, mi esposa y yo, Marta y su marido. Y haciendo gala de madurez y confianza, y hablando de todo un poco, atrevidamente pregunté, bueno, Antonio, y ¿puede saberse cuál es el patrón erótico sexual de Marta? Pues, dijo él, mirando a su esposa, a ella se le mojan los calzones cada vez que ve un negrito simpático. ¡Oye! Le reclamó ella, golpeándolo en un brazo. No seas así. Ahhh, dije yo, rápidamente. Igual que a Laura, les gusta el chocolate. ¿Por qué será? Adivinen, dijo mi esposa, y los cuatro no echamos a reír. Después de aquello las cosas parecieron fluir para ellos en todo sentido. Y es seguro que Marta ahora se procura sus gustos de vez en cuando, sin remordimientos, esté o no esté acompañada de su marido, porque, gracias a nuestro patrocinio, pudo descubrir y disfrutar la puta que había en ella.

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