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Del odio a la envidia (3)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

A medida que leía, me fui metiendo cada vez más dentro de la historia, empecé a imaginarme siendo manoseado por aquel desconocido o masturbándome en la ducha con el agua cayéndome por el cuerpo. Me puse tremendamente caliente y en aquel momento me entraron unas enormes ganas de tocarme.

Dejé el diario a un lado, desabroché el pantalón con rapidez y metí la mano por debajo de mis bragas directa a mi clítoris; estaba tan húmeda que mis dedos se mojaron al instante resbalando con facilidad entre mis labios vaginales, el simple roce me produjo un placer que me hizo gemir y alteró mi respiración. Lo mejor era tomármelo con calma si no quería correrme rápidamente, así que abrí de nuevo el diario en la página siguiente para seguir leyendo mientras movía mis dedos, aunque esta vez con movimientos mucho más lentos…

Querido diario:

Hoy era un día importante, ayer comiendo con Sandra hablamos del juicio de divorcio que tenía esta tarde, le conté mi fuerte deseo de vengarme de mi marido, de como disfrutaría arrebatándole la casa de la playa que tanto amaba y lo único a lo que él nunca renunciaría.

Para mi sorpresa ella conocía bien al juez, uno de los más importantes de la ciudad y me había conseguido una cita para hoy en su despacho, sabía que mi amiga conocía a mucha gente importante pero nunca imaginé las influencias y poder que tenía dentro de la ciudad, algo que me asustaba realmente. Me imaginé que no sería gratuito salir de allí con todo solucionado, aunque no me importaba tener una nueva experiencia, sobre todo si era idea de Sandra.

Me vestí elegantemente tal y como me había dicho, me puse una de las bragas transparentes nuevas con unas medias de seda color negro, saqué del armario un traje de chaqueta y falda de color crema que se ajustaba a mi figura y guardaba de cuando trabajaba como secretaria en una empresa, antes de salir me perfumé el cuerpo con un suave aroma afrutado y recordé sus palabras: “haz lo que te pida sin protestar y todo saldrá de maravilla, querida.”

Llegué a la hora exacta, la puntualidad era algo obligatorio para ese tipo de personas. En la entrada me esperaba su secretaria, me extrañó que no fuera una joven atractiva y deslumbrante, sino una amable anciana que me recibió con una sonrisa. Me acompañó por un largo pasillo lleno de puertas que parecía interminable, nos detuvimos en la última, llamó y una voz seria nos permitió entrar.

El despacho me pareció muy pequeño para un juez de su nivel, en la pared me llamó la atención un gran cuadro de una amazona sobre su caballo con su voluminoso torso desnudo, giré la vista, a un lado había otra figura ecuestre de un hombre azotando a su caballo y al otro una mesa con un pequeño minibar junto a una vela que le daba al despacho un rico olor. En el medio se encontraba la mesa extrañamente vacía de papeles y con una copa recién puesta de coñac, delante dos sillones modernos y detrás una imponente figura de un hombre mayor nos miraba fijamente sentado. La secretaria me cogió el abrigo y se marchó cerrando la puerta.

-Por favor, siéntese y cuénteme cual es su problema.- volví a escucharle.

Me senté en uno de los sillones y empecé a explicarle la infidelidad de mi marido con nuestra asistenta delante de mis ojos y que lo único que quería en el divorcio era una casa que teníamos en la playa. Mientras hablaba notaba su mirada clavada en mí y eso me ponía nerviosa. Cuando acabé se mantuvo un buen rato en silencio antes de empezar a hablar:

-Antes de tomar una decisión, me gustaría ver a que ha renunciado su marido.

El plan se ponía en marcha, debía complacerlo al máximo si quería lograr mis objetivos así que me puse de pie, lo miré de la forma más lasciva que pude mordiéndome los labios y con mucha calma comencé a desabrocharme los botones de la chaqueta uno a uno, al acabar la quité lentamente dejando mis pechos al descubierto; llevé mis manos hacia espalda y bajé la cremallera de la falda que cayó al suelo, el juez no dejaba de mirarme sin hacer un gesto, eso me desconcertaba un poco pero debía darlo todo.

Sin apartar mi mirada de sus fríos ojos, puse mi pierna sobre la mesa, me acaricié el muslo y con los dedos comencé a bajarme la media dejándola a la vista, haciendo lo mismo con la otra parte, después separé las piernas y con lentitud fui bajándome las bragas hasta quedarme completamente desnuda delante de aquel hombre. Permaneció en silencio mirándome de arriba a abajo, me quedé inmóvil esperando su respuesta.

Me pareció eterno hasta que por fin se levantó, tendría unos 60 años y era un hombre imponente, muy alto y corpulento pero carente de estado de forma. Salió de detrás de su mesa y se acercó a mí; cogió una de mis medias y la olió sutilmente, empezó a dar vuelta a mi alrededor mientras hablaba con una voz cálida que me tranquilizaba:

-Es usted impresionante, su marido debe estar loco, pero debe entender que un hombre de mi posición se juega mucho. Además, todo en la vida exige un gran sacrificio, ¿no cree?

Aquello significaba que había logrado llamar su atención y todo iba bien.

-Estoy de acuerdo Señoría. -respondí tímidamente.

En ese momento utilizó mi media para taparme los ojos. La sala se oscureció, lo agradecí porque me sentía intimidada por aquella mirada. Sin tiempo una leve presión en mi cuello, era mi otra media, la estaba utilizando como si fuera un collar con correa, se me acercó al oído:

-Eso le pasa por no conocer a las mujeres como tú, ponte a cuatro patas perra .- me susurró.

Su tono y actitud habían cambiado radicalmente, mucho más agresiva. Obedecí sin protestar, aquello no era lo que me había imaginado y desde luego no me lo esperaba, intenté disimular mi miedo, apenas me podía mantener sin temblar. Tiró de la media y esta se apretó aún más sobre mi cuello, empecé a andar por la habitación como si realmente fuera una perra con su amo, me sentía humillada, pero por más que lo deseara, no podía parar, ahora no. Nos detuvimos un breve momento y seguimos con nuestro paseo hasta llegar al punto del que habíamos partido.

-Así me gusta, eres una buena perra.- dijo a la vez que tiraba del collar hacia arriba.

Me levanté inmediatamente, sentí algo liso en mi nuca, por la forma me di cuenta de que se trataba de la fusta que había visto anteriormente en la estatua ecuestre, empezó a bajar por mi espalda provocando un sensual cosquilleo y siguió hasta mis nalgas, el roce me excitaba y aumentó cuando acarició mis muslo, me estaba humedeciendo, quizás estuviera equivocada al pensar mal. De repente un golpe en mis nalgas me hizo dar un grito ahogado, a los pocos segundos otro más fuerte, esta vez grité sin pudor, de vez en cuando seguía rozando mi piel antes de darme el siguiente azote, lo hacía como si de un reloj se tratase.

-Seguro que tu marido no ha sabido domesticarte.- repetía en voz alta.

Aguanté las lágrimas como pude, en aquel momento le hubiera metido la fusta por el culo al muy sádico, continuó azotándome sin piedad hasta que dejé de gritar, al final ya no sentía dolor, solo un calor intenso en mis nalgas que ardían como si me hubiera sentado sobre unas brasas.

Me giró y escuché sus pasos a mis espaldas, tiró fuertemente del improvisado collar llevándome hacia atrás, choqué con la mesa, seguía tirando y no me quedó más remedio que subirme encima, me dejó tumbada boca arriba, estaba fría, pero era un alivio para mi maltratado trasero.

Me agarró las muñecas y las maniató con una cuerda, ahora si estaba indefensa y eso me puso en tensión. Sentí mi cuello en tensión antes de notar como me acariciaba los pechos con la fusta, mis pezones que se pusieron duros por el tacto, esta vez los azotes eran más suaves intercambiando un golpe en cada uno, al principio no reaccioné, pero mis pezones era una zona que me ponía a cien y no tardé en sentir las descargas de placer que me daba.

Ahora si empezaba a disfrutar, bajó por mi vientre saltando mi sexo en dirección a mis muslos, mi respiración se agitó, estaba impaciente, a que esperaba para llevarlo a mi sexo, se hacía de rogar hasta que por fin lo sentí en mi coño, la movía entre mis labios vaginales dejando al aire mi clítoris, momento que aprovechaba para golpearlo levemente, mi cuerpo temblaba, aquello si me hacía gozar aumentado mis flujos rápidamente, haciendo salir de mi boca unos tímidos sonidos.

Al poco paró, estuve tentada de quejarme, quería seguir. Mis pensamientos fueron interrumpidos por un frío intenso, recordé el vaso de coñac. El hielo hacía que mis pezones se endurecieran al máximo, parecían explotar, contuve la respiración por el cambio de temperatura, pero un delicioso placer llegó al sentirlo en mi clítoris, se derritió rápidamente con el calor de mi coño al igual que toda mi tensión desapareció, repitió el mismo ritual con otro, pero esta vez justo antes de que se derritiera me lo metió en la vagina, estaba tan mojada que el líquido salió resbalando por mi entrepierna.

Mientras me revolvía aún en el placer, noté como mis pezones me quemaban, no sabía de donde venía esa sensación hasta que caí en la cuenta de la vela aromática, no dejaba de sentir gotas que ardían por unos segundos, el frío del hielo con el calor de la cera era una experiencia nueva que aumentaba mi excitación a unos límites desconocidos. El pequeño dolor se transformaba en ganas de más y más, hasta que dejé de sentir la cera.

-Yo sé lo que quieres zorra.- dijo mientras podía escuchar el sonido de su cremallera.

-No lo sabes bien, cabrón.- pensé sin llegar a responder.

Me cogió las piernas por los muslos, su glande entró en mi ano furioso sin detenerse, no me importó solo deseaba que me follara. Para mi gusto era algo pequeña, pero eso eliminó el dolor dándome sólo placer. Si quería que fuera una perra lo estaba consiguiendo porque empecé a jadear como una salvaje mientras me enculaba con violencia.

En ese momento movió la mano que sujetaba la media para llevar el pulgar a mi clítoris, me dejó casi sin respiración, empecé a marearme, pero era una sensación tan maravillosa que no quería que dejara de hacerlo. Fue demasiado como para resistir, me sobrevino un orgasmo tan brutal que por primera vez mis flujos salieron disparados como si hubiera eyaculado. Me encontraba tan ida de placer que ni prestaba atención a sus palabras:

-No me equivocaba, eres una buena puta.- reía.

Pude escuchar como se acercaba, rápidamente me metió la polla llenándola de semen a la vez que gemía como una búfalo, me limité a mover la lengua sobre su glande mientras se empapaba de su líquido algo espeso.

-Ahora traga.- ordenó en cuanto la sacó.

Nunca lo había hecho, me parecía repulsivo pero no me quedó más remedio, aguanté las arcadas como pude y lo hice.

Finalmente me desató, mientras me recuperaba de la experiencia y me arreglaba para salir de allí dijo:

-Tu marido se arrepentirá no solo de perderte, sino de perder su casa de la playa.

Su voz volvía a ser dulce y cariñosa, le di las gracias y me marché, por el pasillo me sentía una mujer libre y feliz por lograr vengarme y pensaba en la cara de imbécil que pondría mi marido al oír la sentencia. Al pasar delante de una puerta entreabierta vi un enorme despacho, comprendí que aquella pequeña sala solo era para un tipo especial de visitas y que dijera lo que dijera estaba todo preparado, realmente sentirme dominada por aquel hombre me había dado uno de los mejores polvos de mi vida pero no tenía intención de repetirlo, por ahora no.

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