Frente al estanco, haciendo cola, vi a Raquel. Vestía informal, como siempre; llevaba puestos una sudadera rosa con cremallera, un pantalón vaquero ceñido que no le llegaba a los tobillos y unos calcetines negros tobilleros, y calzaba unas chanclas playeras blancas de una tira. Mis días con Raquel terminaron hace tiempo, sin embargo la tengo muy presente en mi pensamiento, es decir, me hago montones de pajas rememorando nuestras vivencias sexuales. Follaba bien Raquel, la chupaba bien Raquel, gritaba fuerte Raquel cuando se corría. No se me va de la mente esa imagen suya, de su bonita cara, de sus finos labios rodeando mi polla dura y venosa, ese vaivén de su cabecita mientras me hacia la mamada, aquella mamada. Ah, Raquel.
"Hola, Isma". Vaya, alguien interrumpió el hilo de mis pensamientos. Es Ada. "Ah, hola, Ada"; "Oye, qué te pasa": "Oh, no es nada; "Te noto despistado, habíamos quedado, ¿recuerdas?"; "Sí, sí".
Ada. Ada es una mujer metidita en carnes, con unas tetas y un culo de campeonato, simpatiquísima, que, a diferencia de Raquel, le gusta que me corra dentro de su boca, lo cual sucede a menudo.
Acompañé a Ada a comprarse unas prendas a un centro comercial. Después fuimos a su casa. Nos bebimos unas coca colas y luego nos acostamos. "Aahh, sigue, Isma, sigue, aahh, oohh"; "Ada, Ada, A-a-a-da-ahh". Esta vez follamos.