La cena de aquella noche transcurría con una batalla en mi mente para dejar de pensar en los zapatos de tacón destapados que ella llevaba puestos, donde se podían apreciar sus uñas perfectamente pintadas, y la curva que se formaba en su empeine me tenían loco! Mientras hablábamos, mi mente divagaba imaginando, sintiendo cómo el roce de uno de sus zapatos de tacón empezaba a subir lentamente por mi pierna y de inmediato mi erección no se hizo esperar.
Vuelvo a la charla, tomo un largo sorbo de vino, y extrañamente mis manos están sudando pero, ¿cómo es posible?… Mis pensamientos me dominan y vuelvo a la situación: Ahora siento tu pie desnudo merodeando por mi entre pierna y mi piel se eriza causando que mi pulso se acelere sin control.
Vuelvo a la charla y apenas entiendo lo que ella me dice, el calor que siento es abrazador y por más que intento no puedo evitar que mis pensamientos regresen a ese momento, y ahora siento tu pie sobre mi erección y se me escapa un leve jadeo… ahhhh, recorres lentamente mi erección y mi respiración se agita cada vez más, es una tortura exquisita que quiero que se prolongue. Al instante escucho: “Oye, oye, ¿estás bien?…”. Sonrojado reacciono ofreciéndole mis disculpas y retomo la charla ahora sí tratando de controlarme.
Continuamos cenando y para mí era inevitable desviar mi mirada hacia su escote, que aunque no era muy pronunciado, se le veía tan sensual. Sin duda ella ya había percibido que me traía loco, y con disimulo me lanzaba miradas coquetas e insinuantes. De a poco ella fue tomando el control de la situación, y llevó la conversación a un escenario más candente, las preguntas iban y venían con respuestas cada vez más cargadas de tensión y ansiedad.
De repente ella se pone de pie, y lanzándome una mirada insinuante se dirigió hacia el baño. Enseguida capté el mensaje y con mesura aguardé por unos minutos para no ser tan evidente, ya que el restaurante no se encontraba lleno, apenas y había cuatro o cinco mesas ocupadas.
Me puse de pie y de forma muy natural caminé hacia donde estaban los baños. Entre al de mujeres, y como si se tratara de una emboscada, ella me tomó de la cintura por sorpresa y sentí sus labios a un lado de mi cuello.
Cerré la puerta con pasador, y con desenfreno empezamos a besarnos. En ese momento toda la lujuria se apoderó de nosotros, y en seguida la lleve boca abajo sobre el lavabo. Me agaché y levante su vestido hasta la cintura y proseguí a besar sus nalgas, luego mi lengua se deslizó por uno de sus muslos hasta la parte trasera de su rodilla, lamia mientras mis manos apretaban sus nalgas con fuerza y clavaba mis uñas. Sabía que no podíamos demorarnos demasiado, pero quería disfrutarlo al máximo.
Luego volví a sus nalgas, hice a un lado sus bragas y mi lengua se refugió en su sexo deslizándose en todas direcciones, mientras escuchaba el esfuerzo que hacía para que sus gemidos no nos delataran.
Con mis dedos separe sus labios mayores y con mi lengua la penetraba una y otra vez, y luego fui en busca de su clítoris y allí me detuve lamiendo y succionando, y sentía cómo sus piernas iban flaqueando por el placer que sentía.
Al momento me puse de pie, la senté sobre el lavabo, baje el cierre de mi pantalón sacando mi miembro, y llevándolo a la entrada de su sexo, y sin contemplación alguna, lo hundí todo hasta el fondo. Empecé a envestirla y mientras lo hacía, desnude sus pechos y devore sus pezones uno a uno. Los lamía, los chupaba, succionaba y mordía (suave), mientras mi miembro entraba y salía.
Un gemido fuerte se le escapó y de inmediato con mi mano tape su boca, y simultáneamente le di una serie de embestidas violentas una tras otra, y escuchaba como sus gemidos se ahogaban en mi mano. Su respiración se agitaba cada vez más, su rostro empezó a ruborizarse, cada vez la embestía más fuerte, sus dedos se hundieron en mi pelo y a instante entro en delirio.
Con fuerza tapaba su boca mientras sus gemidos se ahogaban en mi mano, sus caderas se impulsaban hacia mi miembro con desespero, una de sus piernas temblaba, y sentía sus fluidos brotar sobre mi miembro. El orgasmo era intenso, yo no paraba de embestirla, sentía que ya no resistía más, y enseguida fui yo el que terminó delirando. Llevé mi cara a un lado de su cuello e intentando ahogar mis gemidos me corrí dentro de ella, sin detenernos hasta quedar totalmente saciados.
Nos arreglamos y fui yo quien salió primero. Me senté en la mesa y todo parecía estar normal. A los minutos llegó ella, serví vino en nuestras copas y brindamos por una velada que jamás imaginé que fuera a concluir de esta forma.