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De sobrina a sumisa (parte 1)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Después de lamentarme tres meses por mi separación con Lucía, decidí hacer algo para sacudirme y recomenzar mi vida y lo primero fue aceptar las reiteradas invitaciones de mi cuñada para que la visite. Ir a pasear por Traslasierra y de paso ver a mis sobrinas (que hacía casi cinco años que no veía) parecía un buen proyecto. Mi hermano murió hace diez años y la familia se fue al campo de los padres de Ester (mi cuñada).

En su tiempo habían trabajado bastante cultivando alfalfa, pero ahora lo alquilaban para los pools de soja. Los padres se habían instalado en la casa de Villa Las Rosas y mi cuñada con las dos nenas se fue a la casa del campo. Pasear a caballo, despejar la mente y volver renovado, esas eran mis expectativas cuando salí para allá.

Cuando logré ubicar el lugar (con las detalladas instrucciones de mi cuñada) y pasé la tranquera, hice unos doscientos metros por una frondosa alameda y llegué a la casa tipo colonial. Muy linda y muy grande, rodeada de parque y montes de eucaliptos. Toqué la bocina y bajé, mientras Lucía salía a recibirme. Pese a tener mi misma edad (55), se la veía alegre pero desgastada por la vida y un poco avejentada. Me saludo cariñosamente y nos fuimos a la galería a tomar unos mates y ponernos al día.

Entre todas las cuestiones, me comentó que Anahí y Cecilia (sus hijas de 24 y 19 años) habían ido al pueblo, pero llegarían enseguida y que tenían muchas ganas de ver al “tío piola” (según dijo Lucía que me decían) y que les cuente de la ciudad. Cuando estábamos terminando de bajar mis cosas y ubicarme en la pieza que me dieron, llegaron las dos en una camioneta, se bajaron y corrieron a abrazarme, llevarme del brazo de nuevo a la galería y acribillarme a preguntas.

Anahí (una linda morocha de cuerpo exuberante) era más locuaz, resuelta y charlatana. A los diez minutos ya sabía de su novio, de sus estudios, de sus inquietudes, al mismo tiempo que me acribilló a preguntas sobre Buenos Aires. Cecilia (pelirroja, menuda, flaquita y apocada) casi ni habló. Era evidente que la hermana la avasallaba en todo. Pero le vi una mirada inteligente y curiosa dentro de su timidez y cortedad.

Me llevaron a pasear en la camioneta para mostrarme el lugar. Anahí manejaba y me iba relatando todo mientras Cecilia se quedaba quieta, mirando y remitiéndose a contestar mis preguntas. Volvimos a la casa, cenamos y Anahí avisó que se iba con el novio mientras Lucía se iba a dormir. Yo avisé que me iba a quedar mateando y quizá paseando un poco. Cuando estaba preparando los amargos en la galería, vino Cecilia y se sentó a mi lado.

-“No hablas mucho vos, ¿no?”, le dije.

-“Mi hermana habla por las dos”, contestó. “¿Te puedo acompañar con los mates, tío?”.

-“Si Ceci, me encantaría. Contame algo de vos. ¿Estudias? ¿Tenés novio?”.

-“¡¡No!! no tengo novio”, dijo, medio sonrojada. “Terminé la secundaria y no sé bien que seguir”.

-“Sobre el estudio, no sé qué ofertas hay por acá”, le dije mientras le alcanzaba un mate, “y sobre los novios, me extraña, sos muy linda”.

-“Dale tío, no jodas. Además, todos los pibes están detrás de mi hermana”.

-“Mira Ceci, no voy a negar que tu hermana es linda y desenvuelta, pero si me preguntás a mí, vos me parecés más linda”, le dije en parte cierto (me gustan más las mujeres no tan exuberantes) y en parte porque me dio pena escuchar lo que dijo con un dejo de tristeza.

-“Si, y te voy a creer todavía”

-“En serio Ceci, sos una piba muy linda y no entiendo como ningún pibe te encara”.

-Bueno, algunos si, pero a mí los pibes de acá me resultan tontos, están en la pavada”.

-Ah, no creas que los de Buenos Aires a tu edad leen a Sartre o a Foucault”, le contesté riendo.

-“¿Los leíste?”, preguntó con interés.

Nunca me imaginé que iba a terminar así, pero al rato estábamos metidos en una discusión sobre la otredad y el individualismo. ¡¡Claro que los pibes de ahí les iban a resultar tontos!! Hasta los porteños le iban a parecer así también. La cuestión es que la charla resultó increíblemente interesante para mí y una maravilla para ella que no encontraba con quien debatir todo eso. Cuando vi que eran las dos de la mañana la corté y nos fuimos a dormir.

Desde ese día, Cecilia se pegó a mí y me acompañaba a todos lados mientras hablábamos de todo. Cuando supo que era un estudioso de la lógica, me pidió y suplicó que le enseñara. La cuestión es que casi no había momento en el cual no estuviera con ella. Y de a poco le fui preguntando más y metiéndome más en su vida y se fue abriendo más en las confidencias.

-“No salgo con ningún pibe porque no me interesan. Son torpes hasta para besar, tío. Cuando salí con alguno lo que sentí es que estaban con mi cuerpo, no conmigo.”, me confesó. “Tengo ganas de ir a estudiar en la Facultad de Letras a Buenos Aires. Creo que me voy a sentir más a gusto ahí, pero mi mamá no se anima a dejarme”.

Los días siguieron de charlas y paseos hasta que se terminó la semana y tuve que volverme. Me despedí de las tres y Cecilia me dio un fuerte abrazo mientras decía:

-“Te voy a extrañar un montón tío”.

Lucía me acompañó hasta la tranquera insistiéndole a las hijas que se queden en la casa (sobre todo a Ceci) y al llegar me dijo que Ceci le insistía en ir a estudiar a Buenos Aires y que ella se daba cuenta que el lugar le quedaba chico, pero tenía muchas dudas.

-“Mira, nunca nos tratamos mucho, pero te tengo que preguntar algo porque sos el único al cual se lo puedo preguntar, ¿serías capaz de cuidarla a Ceci si va para allá?. Yo sé que es una gran responsabilidad y no quiero que me contestes ahora. Pensalo y contestame. O no me digas nada si no querés. Pero no puedo no preguntártelo”.

-“Lucía, no necesito pensarlo. Con todo gusto. Me encantaría ayudarla”

-“¡¡¡Ayyy!!! Ni te imaginás la alegría que le va a dar. ¿Puedo decirle que se anote para el año próximo?”.

-“Dale, sin problema. Yo me voy a ocupar de conseguirle un lugar piola y económico para que se quede. No tengo hijos, de modo que voy a disfrutar ser padre postizo”, le contesté.

Y así fue que Cecilia entró en mi vida. Le conseguí una pensión llena de pibas del interior que venían para la UBA y que estaba a quince cuadras de mi casa. La fui a buscar a Retiro cuando Lucía me avisó que venía, la llevé a conocer algo de la ciudad, cenamos pizza y la dejé para que se acomode en su pieza. Al otro día a la mañana me llamó para dar el parte y avisarme que se iba a Puan a su primer día de universitaria. Estaba más que alegre. Le dije que a la tardecita viniera a casa, que la invitaba a comer.

Así pasaron dos meses en los cuales nos fuimos familiarizando más. Todos los días o me llamaba o venía a casa (cenaba seguido conmigo), pero siempre me hacía saber qué hacía. Pensé que era una orden de la madre o para que esté tranquilo. Hasta que un día me pidió de venir a casa. Llegó seria y preocupada.

-”Qué te pasa?”.

-“Me tengo que ir de esa pensión. Hay una piba camorrera, ya una vez me amenazó, después me robó plata (no te dije para no preocuparte) y ayer me dio un sopapo porque no quise prestarle la notebook. Es una sobrina de la dueña, de modo que no le va a hacer nada y la deja hacer.”.

-“¡Uyyy, que macana! Ni te imaginás lo que me costó encontrarte esa pensión. Las que veía eran de mala calaña, o caras o muy inseguras”.

-“Ya sé tío y no quiero traerte problemas. Pero no me puedo quedar. ¿Puedo dormir acá hoy? Me tiro en el sofá.”.

-“Por supuesto. Es más, vamos ahora a buscar tus cosas y te quedas acá hasta conseguir otro lugar”.

Y, desde ese día, Ceci fue parte de mi casa. Se levantaba temprano y me tenía listo el desayuno, limpiaba la casa y hacía todo para que su presencia no me incomode. Pero no hacía falta. Me encontraba a gusto con ella en casa. Buscamos lugar, pero no encontrábamos ninguno piola y, la verdad, creo que ninguno de los dos le ponía muchas ganas a encontrarlo. Pasé lo poco que tenía en mi oficina al living y le armé una pieza para ella, hasta le compré un futón para que durmiera.

Un día vino triste porque tuvo un mal encuentro con un pibe (era la primera vez que me enteraba de una cita suya) y me dijo si no me molestaba que tomara vino en la cena. Por primera vez me contó sus frustraciones, opacada por la hermana, metida para dentro, desubicada con los pibes. Tomó bastante vino en la comida (cosa que no hacía nunca) y después me pidió un whisky. Nos sentamos en el sillón y le escuché todas sus quejas con la vida. Conmigo y en mi casa, me dijo, era la primera vez que se encontraba a gusto y cómoda.

La abracé mientras lloraba quedamente y cuando se calmó un poco se fue a acostar. Yo hice lo mismo y estaba durmiendo plácidamente cuando sentí que algo abría las cobijas y al rato un cuerpo se acostó al lado mío.

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