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De prácticas con Leonardo
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Después de graduarnos, tomamos un mes de vacaciones para al fin embarcarnos en viajes como Pilotos de Altura agregados, para completar nuestra formación. Cuál no sería mi sorpresa al enterarme por el propio Leo, que nos habían enrolado en el mismo buque. En definitiva habíamos compartido habitación en el último semestre y nos llevábamos bien, el único incidente, aparentemente sin importancia y sin mayor transcendencia, ocurrió una semana antes de graduarnos.

Después del último examen estatal, que ya nos sabíamos graduados, la Academia nos ofreció un brindis a todos, un total de 18. En el salón de oficiales se realizó la actividad. La mesa bufet de lujo: una selección de mariscos exquisitos: vieiras, percebes, centollos de Alaska, langostinos y hasta abulones. Los camareros pasaban con las bandejas con copas de champagne para el brindis y en las mesas una selección de whiskys, brandy, cognac, ginebra, vodka. Aquél ágape duró cerca de dos horas y todos salimos bastante entonados.

Yo llegué a la habitación y me lancé a la cama adormilado y medio borracho. Al poco rato llegó Leo que se desnudó y me balbuceó algo pero no le entendí nada, se metió en la ducha, mientras yo me desnudaba y lo agitaba para que terminara pronto:

–Dale Leo, abrevia que quiero ducharme. –Él no ha corrido la cortina del baño y observo que tiene la cabeza enjabonada y se enjuaga sus genitales. Como no puede verme por el jabón en los ojos, me fijo cómo lo hace y no puedo evitar un escalofrío al detallar aquella bonita verga a mitad de erección. Se me antoja como un poco cónica, el glande no muy grande y el tronco engordando hasta la base. Nunca me había fijado bien en sus partes, pues sabiéndolo hatero ni siquiera tuve curiosidad, ni había prestado atención a su magnífico cuerpo atlético, pero sin exageraciones.

–No me jodas Alex, tú llegaste primero y te echaste a dormir como una cerda en lugar de bañarte. Ahora te tienes que esperar a que yo termine.

–Bueno, espero que la emoción no te dé por hacerte una paja –nos reímos.

–No te preocupes que si me entran ganas ya te avisaré para que me tires un cabo. –Se ríe malicioso.

–Olvídate, que no eres mi tipo –le digo y nos reímos.

–Recuerda que cuando no hay pan, se come casabe y el mío es de yuca.

–Mira, no resingues más y acaba. Me despiertas cuando termines, que tengo sueño.

Me giré de lado en la cama, ocultando mi incipiente erección y dejo en exhibición mis nalgas blancas, lampiñas y redondas. Siento que me están tocando las nalgas y me despierto un poco sobresaltado, es Leo que me avisa que ya terminó, está de pie junto a la cama, como Dios lo trajo al mundo, se tapa apenas con la toalla su evidente erección. Me levanto y me meto en la ducha, me siento un poco anonadado, no se me sale del pensamiento aquella excitante imagen de la verga tiesa de Leo dejándose admirar entre los pliegues de la toalla. No me lo puedo creer, trato de impedirlo pero no logro apartar de mi mente la sensación de placer que me provoca aquello y comienzo a fantasear lujuriosamente.

Cuando salgo del baño, ya Leo se ha marchado, me estoy terminando de secar y detecto que ha dejado su toalla húmeda sobre mi cama.

–Me cago en la madre de este maricón que me ha dejado la toalla mojada sobre mi cama. –hablo solo pero en alta voz.

Recojo la toalla para extenderla en el tubo de la cortina pero siento un olor a sexo, a macho, a semen y le pego la nariz y efectivamente, no me cabe la menor duda que Leo se ha masturbado y me ha dejado aquel regalo. Huelo una y otra vez aquella toalla y mi excitación es ya incontenible, le paso la lengua y la restriego sobre mi cuerpo, en fin que termino masturbándome en la misma toalla.

Al mes siguiente me reencuentro con Leo en el barco el día del zarpe. Él estaba en el portalón cuando yo subí por la escala real. Me recibió muy efusivamente, me dio un abrazo:

–Pensé que se te iba el barco.

–No, qué va. Estoy en tiempo. –él me ayuda con un maletín de mano mientras yo llevo mi maleta nueva.

–Ven, que te voy a mostrar el camarote que nos han asignado para los dos, seguiremos siendo compañeros de cabina. –Leo saca la llave y abre el camarote y saca otra llave y me la entrega:

–Mira Alex, ésta es la tuya. Yo escogí esta cama más a crujía, por si me mareo y te dejé a ti la de la banda, pero si tú no quieres nos cambiamos, por mí no hay problema.

Nosotros nos llevamos bien durante todo el curso, pero ahora nos llevamos mejor, siento que me trata con deferencia y se me antoja que hasta con cariño, a lo mejor son imaginaciones mías, no sé, lo veo con buenos ojos y me atrevo a decir que hasta me estoy enamorando. No deseo hacerme ilusiones. Siendo hetero, no me explico bien este cambio de actitud tan repentino hacia mi. Aunque no olvido lo acontecido el último día en la Academia, a pesar de que ninguno de los dos hemos insinuado nada y ni siquiera hemos tocado el tema, como si no hubiese ocurrido.

Estamos navegando en el Atlántico Norte, a mí me han asignado al turno de guardia del Primer Oficial que cubre de 04:00 a 08:00 (4:00 am a 8:00 am) y de 16:00 a 20:00 (4:00 pm a 8:00 pm). Por su parte Leo cubre la guardia de 08:00 a 12:00 (de 8:00 am a 12:00 m) y de 20:00 h. a 24:00 h. (de 8:00 pm a 12:00 pm).

Por los horarios de guardia que tenemos, nunca coincidimos en el comedor de oficiales. Cuando él llega al camarote después de almorzar, yo o estoy durmiendo la siesta o haciendo algún trabajo que me haya encomendado el Primer Oficial. Por la noche él llega al camarote pasadas las 12 de la noche cuando ya yo duermo para subir al puente a la guardia de las 4:00 de la madrugada.

Un día que él llegó al camarote pasada la medianoche y yo estaba despierto, me comenta:

–¡De pinga Alex! Ya casi ni nos vemos y apenas hablamos.

–Es verdad mi hermanito, nos vemos todos los días pero durmiendo –Ambos nos reímos.

–Vamos a ver mañana que es Nochebuena, voy a guardar mi bebida para brindar contigo cuando termine la guardia.

–Yo también voy a guardarla y así festejamos juntos la Navidad Leo.

–¡Bárbaro! Mañana nos vamos a desquitar Alex, ya tú verás.

Al día siguiente hay ambiente de fiesta, pero se mantiene la disciplina. Se bebe moderadamente, la cena es especial: coctel de cangrejo con salsa rusa, bisque de cangrejo, chuletas de cerdo a la plancha, ensalada de vegetales con la salsa de su preferencia, congrí cubano con chicharrones y bacon frito y mesa libre de postres: helados haagen dazs, flan de leche y selva negra.

A las 6:30 pm somos relevados los oficiales en el puente por el Tercer Oficial y Leo, entonces bajamos el Primer Oficial y yo.

–¿Qué tal la cena Leonardo? –Pregunta el Primer Oficial dirigiéndose a Leo.

–Uff ¡está estupenda!

–¡Qué bueno! Pues allá vamos. Mucho ojo y recuerden: no le den la espalda a la proa nunca.

–Si, primero. Vaya y cene tranquilo, no se preocupe –le dice el Tercer Oficial.

Cuando termino mi guardia a las 8:00 pm me reúno con el resto de oficiales que están en el Salón de descanso. Unos juegan dominó y otros a las cartas o simplemente conversan. Me bebo varios tragos y antes de la medianoche ya queda el salón desierto. Me marcho al camarote y me cambio de ropa, poniéndome un chándal deportivo azul Prusia con cintas blancas. Sobre el escritorio coloco una hielera y dos vasos, estoy en esos trajines cuando se abre la puerta y entra Leo. Por la alegría que lo acompaña me percato que ha bebido un poco de más.

–Leo, tienes que tener cuidado, no puedes beber tanto para hacer la guardia.

–No te preocupes que lo que estoy es sabroso. –Acto seguido se me acerca por la espalda y abrazándome por la cintura me estrecha su rabo tieso contra la raja de mis nalgas. Yo no protesto pero le digo:

–Leo, por favor, que alguien puede entrar y vernos y ¿qué van a pensar?

–Lo único que pueden pensar es que somos pareja y que nos amamos. ¿Quieres entonces que cierre la puerta?

–Sí, cierra la puerta. Y recuerda que nosotros no somos pareja –Él va a la puerta y cierra con el seguro.

–Puedes estar seguro que hoy tu y yo vamos a ser pareja. Yo sé que te gusto y tú me gustas mucho. Y vamos a hacer lo que hace tiempo debimos haber hecho y no hicimos por pendejos que hemos sido, recuerda el dicho de: «perro pendejo, no singa» –me abraza y me besa en la boca. Yo no hago la menor resistencia, me entrego sin chistar, mientras él me gira y me coloca de nuevo el rabo cónico y duro entre mis nalgas y me lo restriega.

–¿Te acuerdas del regalito que te dejé en la habitación, encima de la cama?¿Te gustó?

–Sí, me gustó mucho, me tomó por sorpresa, la verdad.

–A partir de ahora tu vas a ser quién se ocupe del mantenimiento de mi fusil,  las pajas me las haces tú. Mi maricón, ¿Sientes bien cómo la tengo?

–Si, está que echa leche –y sonrío con nerviosismo.

–Pues desnúdate y acuéstate bocabajo y con las nalgas empinadas, ponte mejor una almohada debajo, así –me colocó una y mientras me decía eso, se quitó la ropa y se acostó encima de mí.

–Pásame el gel anda – yo lo había dejado a mano en la cabecera, por si acaso. Tomó el frasco y sentándose sobre mis piernas se untó gel en su rabo.

–Ábrete bien las nalgas – echó un chorrito de gel directamente en mi ano y me metió un dedo dilatador que me supo a gloria. Suspiré y gemí.

–No te adelantes, que ya vas a tener oportunidad de suspirar y gemir, llorar y gritar, todo lo que quieras. –Se agarró el tolete con la mano derecha y me lo puso en el hoyo de entrada de mi culo. Con la otra mano me tenía cogido por la cadera. Me tensionó mientras me empujaba aquel trozo de carne por el recto. Me preparé para sentir tremendo dolor, pero nada, no fue para tanto, aquello entró tan suave y tan placenteramente que ni que fuera su escondite de siempre.

–¿Te gusta?

–Si, me gusta mucho.

–¿No te duele mucho?

–No, no me duele.

–Ese es el objetivo, esto es para gozar y disfrutar y no para torturar – Me parece estar escuchando a un experto en el tema, mi experiencia me dice que no es más que una mentira piadosa.

Aquello fue algo maravilloso. Uno no es adivino, pero si lo hubiera sabido, hace mucho tiempo que me hubiera entregado a Leo.

Me estaba dando tremendos culetazos, jadeaba de placer.

–¿Quieres que te preñe?

–No papi, prefiero que me la descargues en mi espalda y en las nalgas y me embarres bien.

–¿Y cuándo te la vas a tragar toda?

–Otro día, no sé.

–¿Que no sabes? Eso va a ser mañana mismo. De eso yo me encargo. Ya verás. – Por supuesto que ya supe que al día siguiente me tocaba mamar y tragarme toda la leche que diera mi toro.

Sentí un frenético mete y saca de Leo y una descarga de semen dentro de mí culo. En realidad sentí más su morrongona convulsionando dentro de mí. Nos quedamos un rato inmóviles. Él me la sacó y se fue al baño, yo me masturbé sin esperar por él. Tremenda bronca que me echó por hacer eso.

–¿Por qué no me esperaste? –Leo estaba serio.

–Es que pensé que tú no querías hacer nada más.

–Mal pensado, fuiste egoísta. Nuestra relación es cosa de dos, no de uno solo. Ambos tenemos derecho a sentir placer con el otro.

–Perdóname Leo, te juro que no va a volver a pasar.

–No hay nada que perdonarte Alex, no olvides que amar es no tener que pedir perdón nunca –acto seguido se inclina sobre mí y me besa en la boca, en la comisura de los labios. Siento un temblorcillo en mi cuerpo. Él mete su lengua y siento el dulce sabor de su saliva.

–Cuando quieras hacerlo tu solo, me lo dices, igual haré yo.

A partir de esa noche loca Leo y yo fuimos una pareja de amantes felices.

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