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De mis vacaciones con la tía Bertha (Parte VII)
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Yo me encontraba muy tomada cuando subí al auto de Ricardo, así que no alcancé a distinguir hacia adónde conducía hasta que se detuvo frente a un establecimiento que parecía un gran garaje. Aún no había entendido que se trataba de un motel cuando me preguntó:

-¿Quieres entrar princesa?

Yo le dije que si, porque en mi borrachera, pensé que era la entrada para un antro. Pero al introducirnos hacia uno de los apartados y después de que el cerró la cortina que cubría el acceso al auto, comprendí de que era ese lugar. Ricardo entonces me abrió la portezuela del copiloto en que viajaba y me dio la mano para ayudarme a descender. Aún estaba confundida cuando le pregunté:

-¿Qué sitio es este Ricardo?

El me abrazo delicadamente pero con fuerza para que pudiera sentir su paquete, a la vez que me decía:

-Aquí lo vamos a pasar bien princesa. No te fijes en nada, solo déjate llevar.

-Pero… este es un motel Ricardo -proteste débilmente, pues sentir su hombría a través del pantalón me daba curiosidad.

-Si nena. ¿Tiene algo de malo?

-Es nunca he estado en uno…y es que soy virgen- le rebatí, pensando que eso conseguiría disuadirlo. Pero él me miró con mayor deseo y solo alcanzó a argumentar, en lo que me cargaba y llevaba hacia adentro de la habitación:

-Por eso no te preocupes princesa. Eso ya mismo lo corregimos.

Puedo asegurar que no sabía cómo actuar en ese momento. Tenía miedo, a que se diera cuenta de que no era realmente una chica, a que quisiera golpearme. Miedo a que de cualquier forma quisiera poseerme, a que me lastimara, y sobre todo, temor por lo nuevo del asunto, porque no pudiera comportarme como se supone que lo haga una mujer. Estaba temblando cuando me depositó con cuidado sobre la cama y salió un momento por algo que habría dejado en el coche. Y cuando regresó, me encontró sentada, con mis manos entrelazadas en medio de mis rodillas y mi cara viendo mis zapatillas negras. Se sentó junto a mi y me abrazó de lado al tiempo que decía:

-Mira, Danny. No soy un acosador, y no voy a hacerte nada que tú no quieras o que no me permitas. Pero solo dame la oportunidad de intentarlo, de mostrarte lo bien que te vas a sentir cuando te haga mujer.

-Es que… ese es uno de los problemas.

-¿El que Danny? ¿Que no eres una mujer? Sobre eso ya me había hablado tu tía y no me molesta. Yo veo frente a mi a toda una señorita, hermosa por cierto, que pide a gritos ser tratada como tal. Y es lo que voy a hacer, tratarte con delicadeza, en esta noche en qué acabaré por conquistarte.

-¿De verdad?- pregunté en lo que volteaba a verlo con cariño.

-Desde luego princesa- contestó en lo que ponía un suave beso en mis labios.- ahora mira, que te he traído esto.- agregó en lo que me mostraba una caja cubierta por un bonito moño rojo.- puedes verlo y cambiarte en el tocador.

Yo le obedecí después de plantarle a mi vez un largo beso. Y al abrir el paquete en el baño, me encontré con un hermoso baby doll transparente de color morado que hacía juego con una tanga del mismo color. Ese detalle me encantó, así que me desvestí con cuidado y me atavié con esas prendas que hacían lucir bellísimas mis piernas, caderas y nalgas. Revisé mi maquillaje, que el peinado aún estuviera en su lugar y me di un ligero toque de perfume en mis zonas estratégicas. Cuando volví a la habitación, ésta se hallaba iluminada con un tono de luz más tenue, y pude apreciar que mi hombre me esperaba acostado, en calzones, y con una botella de whisky en la mano, de la que se servía en un vaso de vidrio del motel.

Cuando me vio dejó lo que estaba haciendo, se incorporó de la cama y de tres zancadas me alcanzó. Volvió a abrazarme fuertemente en lo que me decía lo hermosa que estaba, lo sexy que le parecía y lo agradecido que estaba por permitirme ser el primero en poseerme. Me besó despacio, y fue subiendo poco a poco la efusividad de sus besos, en lo que sus manos recorrían con ansiedad mi espalda, se detenían en el nacimiento de mis glúteos, y acariciaban mis pechos. Yo me sentía en las nubes, y sin que mis labios se separaran de los suyos, fui explorando su vientre bien formado, los hombros infinitos y su pene que a cada momento se apreciaba más grande y fuerte. Entonces no pude contenerme, tenía que ver la clase de monstruo con la que me enfrentaría. Me puse en cuclillas y le baje el calzoncillo: ahí pude notar que la imaginación se adecuaba a la realidad.

Una enorme tranca de por lo menos 19 centímetros se encontraba erecta frente a mis ojos. La tomé con mis manos y empecé a besarla por todas partes. Luego me la metí a la boca, intentando succionar de ese manjar salado y robusto por primera vez. Ricardo dio un ligero traspiés y acabó sentado en la cama, pero su miembro ya era mío y no acabaría de serlo hasta conseguir ordeñarlo del todo. Mame al principio con delicadeza, pero al parecer mi hombre tenía mucha resistencia, por lo que acabé por hacerlo con avidez. Realmente quería tener su sabor en mi boca, entender si su fruto sería dulce o amargo. Y Ricardo tomaba mi cabeza y de cuando en cuando me la estrellaba contra su pelvis, intentando no ser brusco pero saliéndole el instinto primitivo del macho en celo.

No recuerdo cuanto tiempo estuvimos así, hasta que mis piernas se cansaron y mi boca dolió de tanto procurar sacarle el precioso néctar. Entonces él me levantó, me colocó de espaldas encima de la cama y dijo:

-Gracias princesa, ahora es mi turno.

Tomó un frasco de crema que no sé de dónde sacó y empezó a frotarme la espalda baja. Concentró sus esfuerzos en mis piernas, en las nalgas y en mi inexplorado hoyito. Con sus fuertes brazos rodeó mi cintura y la elevó, de tal suerte que mi trasero quedó firmemente a su disposición. Contempló el milagro de mi anito, el marco que mis delicadas pero grandes nalgas hacían de él y dijo:

-Eres hermosísima amor.

Quiso tomar mi pene -que en ese momento ya se encontraba erecto-pero al sentir su primer jalón, recordé lo que la tía me había dicho sobre la masturbación y, mientras le quitaba sus manos de ahí, alcancé a decirle:

-Por ahí no amor.

El entendió, en lo que me iba frotando con el ungüento la entrada de mi recto. Metió uno, dos y hasta tres dedos, en lo que no paraba de acariciar con la otra mano mi espalda. Y yo ya empezaba a sentir rico, pues era como la sensación de los tampones, cuando Ricardo se detuvo de pronto. Y en ese momento sucedió. Sentí como de pronto un objeto más firme y grueso empezaba a procurar entrar dentro de mis piernas, y comprendí que era su pene por el inclemente grosor y longitud que deseaba ingresar por ahí. Me sentía muy caliente cuando los primeros centímetros ocuparon el espacio que les había sido permitido por mi culo, pero cuando la presión aumentó pude experimentar un dolor agudo que literalmente me hizo mover mis brazos buscando la manera de zafarme del intruso que empezaba a entrar en mi cavidad.

Empecé a llorar cuando le pedí que la sacara, que era muy grande y que no iba a alcanzar caber en tan pequeño agujerito. Pero él ya no podía contenerse, su sexo exigía llegar hasta el fondo y conquistar ese territorio que le estaba perteneciendo a cada milímetro que iba ingresando. Dijo que sí, y se detuvo un poco, intentando que mi anito se acostumbrara, pero un momento después siguió entrando, destrozando a su paso lentamente las barreras que mi intimidad le proporcionaban. El empezó a jadear, mientras yo lloraba, sabiendo que ser mujer era difícil, que era muy doloroso, y que en adelante no haría nada para inclinarme por algún género, a la vez que su miembro se hundía cada vez más dentro de mí.

De pronto noté que había entrado todo, porque sus testículos ya chocaban contra mis nalgas. Y cuando lo peor hubo pasado, Ricardo empezó a meterla y sacarla lentamente. Y cuando ya llevaba ritmo en su actuar, súbitamente comencé a sentir rico, cada vez más, hasta que el dolor inicial se convirtió en unas tremendas olas de placer que me inundaban desde mi recién descubierto clítoris hasta todo el resto de mi cuerpo. Me retorcía de goce, en tanto él se encargaba de demostrarme su virilidad a cada embestida que me daba. Y de mi boca salieron gemidos, quejiditos y jadeos que no dejaban duda de que era una mujer, su mujer, y que estaba disfrutando de lo lindo con su ejemplar masculinidad que había hecho despertar a la hembra que vivía en mí.

-Más rápido amor. Más fuerte- pidió una voz que salió de mis labios, sin que yo pudiera reconocer el mensaje que decía. Y Ricardo obedeció, dándome con aún más ímpetu, hasta que de mi pene salió disparado mi semen femenino.

-Me vengo amor. Que me vengo- dijo el mientras su bombeo se intensificaba. Y yo supe que ese era mi hombre, el primero y quién me había desflorado al fin. Y de quien quería mucho más que un solo recuerdo.

-¿Traes puesto el condón amor?- le pregunté.

-Si- respondió él, al tiempo que supe que se estaba conteniendo de eyacular.

-Quítatelo.

-Pero… -quiso ahora protestar él

-Quítatelo por favor. Que los quiero adentro de mí.

Ricardo salió un momento de mí, y supe que se había quitado ese plástico por la textura de su piel al entrar de nuevo en ese lugar que ya no ofrecía resistencia. Y me dio duro otra vez, hasta que su tranca se puso aún más rígida y sentí como se removía en mi interior, al mismo tiempo en qué su tibia leche inundaba todo mi recto, hasta que de su musculoso falo salieron ríos de líquido viscoso con olor a cloro, a macho, a hombre.

Así estuvimos un rato abrazados, sin que el saliera de mí, y yo aprecié cómo su pene se iba poniendo flácido nuevamente, hasta que hubo alcanzado su tamaño normal y Ricardo lo sacó de mi interior.

-¿Y ahora que le diré a mi tía?- le dije, mientras mi mano se posaba en el viril pecho de mi semental.

El me dio un beso y dijo:

-Nena. No tienes de que preocuparte. Si la idea de traerte aquí fue de ella. De hecho, el baby doll fue su regalo para ti.

-¿De verdad?- pregunté entre confundida y contenta.

-Si, desde luego. Hace rato, en su casa, ella me dijo que lo que todo lo que te hacía falta para ser una verdadera mujer, era -así me dijo- una buena cogida.

-Ahh- le dije en lo que me incorporaba de la cama.- por favor, llévame con ella ahora mismo.

-Pero nena- quiso insistir él

-Por favor Ricardo- le pedí, en lo que buscaba la ropa que se había perdido entre el piso alfombrado de la habitación.

El entendió. Nos vestimos apresuradamente y, en silencio, condujo de regreso hasta la casa de la tía. Al llegar ahí, lo besé con cariño una sola vez en lo que le decía:

-Gracias amor. Mi primera vez fue fantástica y estoy contenta de haberla compartido contigo. Ahora llevo algo tuyo adentro y eso me hace sentir muy femenina y feliz.

-Gracias a ti Danny. ¿Volveré a verte?

-Tal vez- le dije mientras le guiñaba un ojo y corría apresurada a casa. Al entrar, la tía me aguardaba en el sillón de su sala, y yo recorrí despacio los metros que me separaban de ella. Al hallarme apenas a centímetros de su corpulenta efigie, Bertha se dirigió a mí y, sin soltar las agujas con que tejía su estambre, dijo:

-¿Y bien Danny, eres ya una mujer?

-Ya tía. Lo soy- contesté radiante y orgullosa.

-¿Te gustó?

-Si tía. Me gustó.

-Ven pequeña- me dijo, en lo que tiraba su hilado al suelo y me ofrecía sus brazos. La abracé con cariño, en lo que ella me decía:

-Ahora Danny, quiero que luches por ti, por ser quien realmente quieres ser. Yo te ayudaré en algunas batallas, pero la guerra es solo tuya. ¿Me has entendido?

-Si tía. Así lo haré- le respondí, en lo que de mis ojos se escurrían un par de lágrimas. Y así fue como todo inició.

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