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De mis vacaciones con la tía Bertha (Parte VI)
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Pasaron un par de semanas en la casa de mi tía Bertha,  tiempo que ella aprovechó para conseguirme unas inyecciones de no recuerdo que clase de sustancia que inhibía mi de por sí escaso desarrollo masculino. Y esto llegó a provocar en mí cambios hormonales que se empezaron a sentir en mi estado de ánimo y en la forma de entender el mundo. Por ratos me sentía muy contenta, eufórica y feliz, pero había días en qué el bajón me llevaba hasta el piso.

Con todo, ella me instruyó en todo momento, asegurándome que esa era la manera en que las muchachas sienten el llamado de sus cuerpos a la progesterona, al desenvolvimiento de sus caracteres sexuales y a su despertar a la femineidad. Cuando me veía triste, solo me abrazaba, acariciaba mi cabello y decía que era normal, a la vez que me decía cosas como mi pequeña, mi Danny, mi princesa querida. La verdad es que, ahora a la distancia, sé que la tía no era mala, y que realmente se esforzaba en conseguir de mi toda una señorita.

Durante los primeros días, ella solía supervisar que mi edema, los tampones en mi colita y el dispositivo de castidad o la conchita del calzón estuvieran bien colocados. Pero conforme pasó el tiempo, yo misma sentía la necesidad de tener mi agujerito relleno con algo, así que finalmente era yo quién se los pedía. Y también acabé por acostumbrarme a ocultar mi pene entre mis calzones favoritos. Creo que al aparato de castidad nunca me acostumbré, porque a veces las erecciones si venían con mucha intensidad y dolían, pero al final, ella acabó por reconocer que mi pene era tan pequeño que el simulador de vagina era suficiente para esconderlo.

Recuerdo que una mañana- que me había citado con Ricardo para salir a dar una vuelta- me estaba dando una ducha, cuando sentí tan rico sacarme el tampón -que cada vez eran más grande- que de inmediato tuve una erección. Comencé a jalarme el pene, despacio primero y después con velocidad y desenfreno, hasta que estaba a punto de eyacular bajo el agua que caía de la regadera. En eso llegó ella. Vio mi mano empuñando mi verga erecta y solo acertó a darme una gran cachetada que me tumbó.

Empezó a gritarme que esa no era la forma en que se masturban las mujeres, que mi pito solo servía para orinar, y que mi sitio de goce se hallaba en el ano. Me golpeó en la cabeza un par de veces más, en lo que yo le pedía disculpas llorando avergonzada como una magdalena. Entonces me sacó a empellones del baño, puso una toalla en mi cuerpo y otra en mi cabeza, y mientras me frotaba con energía para secarme, decía cosas como "debí haberte dado ya un consolador, si la culpa es mía por no estar atenta de lo que mi niña requiere" y otras cosas por el estilo. Me pasó unas bragas cacheteras de encaje, mi sujetador con relleno del mismo color que los calzones, una minifalda tableada de color azul marino, pantyblusa blanca y zapatillas del mismo tono que la falda. Me ayudó a peinarme, a poner un ligero maquillaje a mi rostro y me miró como Miguel Ángel a su Capilla Sixtina. Entonces me dijo:

-Danny, lo siento. Es que así no se hacen las cosas. O vas a querer ser una mujer o un hombre, pero medias tintas no van con tu tía.

-Si tía. Perdóname- le dije mientras veía en el espejo a una chica increíblemente guapa- aún tengo mucho que aprender de ti. Pero si, si quiero ser una mujer.

-¿Estás segura?- preguntó con ese aire desconfiado que poseen las personas a cierta edad- mira que esto de la belleza, de ser atractiva tiene que ver con la reacción que provocas en los hombres. Y por eso he estado entrenándote tanto, porque apenas has tocado la superficie de lo que es la relación con ellos, pero en definitiva muy pronto lo sabrás. Por eso te vuelvo a preguntar: ¿Estás totalmente segura? Porque de no estarlo, podemos dejar hasta aquí esto.

-Si tía. Estoy segura.-respondí sin entender aún a qué me estaba metiendo con esa afirmación.

-Ok Danny. – dijo ella orgullosa, y agregó al escuchar el timbre de la puerta de entrada- debe ser Ricardo, tu pretendiente. Aún no bajes, quiero hablar con él.

-Pero tía…

Ella puso su pesada vista encima de mí. Con esas miradas que cierran la conversación. Entonces bajó la escalinata y escuché cuando le abrió la puerta a Ricardo. Oí voces, el sonido de unos envases de cerveza destapándose y algunas risas. Yo estaba la mar de nerviosa cuando media hora más tarde fue ella la que me pidió que bajara. Y cuando llegue ante ellos, Ricardo me abrazo y plantó un gran beso frente a ella, al tiempo que elogiaba mi belleza y mi buen gusto con la ropa. En ese momento no entendí que estaba ocurriendo, porque él solía ser muy respetuoso frente a Bertha, pero esa tarde, parecía estar más ansioso y querendón. Y la tía solo reía y hacia comentarios sobre lo lindos que nos veíamos y la tierna pareja que éramos.

-Pues aquí se la traigo más tarde Bertha. -comento Ricardo sin que parara de abrazarme- Vamos a dar una vuelta por ahí.

-Si hijo. Vayan con cuidado. No se preocupen por la hora, al fin que ella está en buenas manos.

-Si, gracias Señora Bertha- dijo el mientras le daba la mano y me llevaba hasta su coche.

Una vez en el vehículo, Ricardo me llevo a pasear por el malecón, me llevó a comer a un restaurante de mariscos que él conocía, y sin que nos diéramos cuenta nos sorprendió la noche entre risas, entre charla y la abundante cerveza de la costa. Y él en todo momento se portaba como un caballero, abriéndome las puertas, acercándome la silla y sin dejar de mencionar lo hermosa que le parecía y lo muy enamorado que se sentía de mí.

Todo esto de verdad me hacía sentir en las nubes, pues ya he dejado en claro que Ricardo era un hombre profundamente viril, con quien cualquier mujer se sentiría halagada y dispuesta: su altura, lo ancho de su espalda y lo fuerte de sus brazos solo eran el prefacio de lo que en él verdaderamente mostraba el signo del macho, una enorme tranca que se le notaba de lado en sus jeans color claro, a la que sin mayor disimulo se le quedaban viendo las chicas del lugar.

Una vez que terminamos la cena, y él pagó por nuestro consumo, subimos de nuevo al auto. Yo pensé que era el momento de llevarme a casa, pero en su mente había otros planes, sobre los que habré de contarles en el siguiente capítulo.

No dejen de hacer comentarios. Me gustaría interactuar con ustedes y saber que les ha parecido este relato, que si bien tiene parte de verídico, me he tomado licencias literarias para adaptarlo a este portal.

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