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De la admiración al amor y el deseo, hay una línea delgada
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Al principio pensé que se trataba solamente de una admiración corriente, pero el tiempo me enseñó que también se trataba de deseo.

Casi que a la mitad de mi carrera fue cuando conocí a Jesús Gabriel, mi novio, ese suceso precioso que lo cambió todo en mi, y no por él. Me gustaba, quizás, por las razones equivocadas: era el típico chico malo, y además, un tipo muy lindo. Él es moreno, alto y de ojos claros, su cuerpo está muy bien marcado, y sus muchos tatuajes lo hacen ver rudo y varonil; eso me excitaba, durante el sexo, me encantaba verlo encima de mi, y verme por completo dominada en todo sentido.

En el sexo, era muy bueno, apasionado, rudo y romántico al mismo tiempo, todo un manjar para una chica como yo. Si bien no soy fea, había descubierto por terceros que muchas de sus ex, eran demasiado bonitas; a mi criterio, ni siquiera Gabriel podría estar realmente a su altura. Estas cosas comenzaron a inquietante, porque pensé que podría pronto perder a mi chico.

Todas estas dudas comenzaron a amargarme. Mi relación se arruinaba con el paso del tiempo por un tipo extraño de celos amargos por minas que yo jamás había conocido, y todo empeoró el día en el que descubrí que Gabo aún tenía, en su computadora, fotografías muy viejas de Raquel, una de sus ex.

Raquel había pasado con mi ahora marido alrededor de cinco años, luego llegué yo. Ella me pareció en esas fotos demasiado hermosa: de tez blanca, mejillas rojas, y cabello negro, largo y ondulado. En sus hombros, tenía unas cuantas pequitas cafés, y sus atributos eran envidiables: senos firmes, y redondos; caderas amplías, vientre plano y por lo que descubrí en redes, un trasero precioso. Más bien para mí era sorprendente el hecho de que Gabriel por mi la cambiara, aunque como luego me contaron, así no fueron las cosas.

Esta mujer se convirtió en mi pesadilla, en una especie de malsana obsesión. Casi no dormía pensando en que en secreto, esta tipa se comía a mi esposo. Incluso, cuando Jesús Gabriel no estaba en casa, me disponía a revisar y escarbar en los archivos de su laptop, para descubrir qué cosa de ella encontraba. Y así, el dicho es muy cierto: la que busca, encuentra, y sí que encontré. Vi una carpeta con algunas fotografías y archivos con el nombre de "mi amor 2012", y lo revisé. Eran muchas rotos de ella, comprometedoras, no como las otras, que pretendían sensatez y recado. Era ella, desnuda sobre un sofá, ella de nuevo, con una atrevida lencería, otra vez esa mujer, con una risa coqueta y luciendo una pequeña minifalda; ella y ella en escenarios eróticos y de fantasía. ¡Descargué todo el material!

Durante los días siguientes, cuando mi marido no estaba, especialmente durante la mañana y en las tardes, cogí la rara costumbre de revisar una y otra vez las fotografías. Cuando hacía esto, una rara sensación de rabia y envidia en la garganta me consumía, pero a la vez, esa misma emoción se hizo adictiva. Me fijaba en ella y la examinaba de arriba abajo, y entonces esos sentimientos despertaban. Con el transcurrir de las fechas, eso se convirtió en una especie de admiración envidiosa. Admiraba cuan hermosa y sensual era Raquel, y eso me impulsó a imitarla: me teñí el cabello y lo ondule, y busque la mejor lencería para satisfacer los deseos de mi esposo.

Sin embargo no estaba contenta con ello, y además, esa obsesión seguía creciendo y creciendo, aunque no entendía el porqué. De esta manera, hice lo posible y conseguí su Instagram, para seguirla. Pude ver qué ahora se veía diferente, mucho más liberal y menos femenina. Tenía su cabello algo rapado, en la parte derecha de su cabeza, mientras el resto de su pelo, caía hasta los hombros. Era ahora lacio, y se había tinturado unos rayitos de color azul. Tenía un piercing en forma de anillos en su nariz respingada, y ahora, en ambos brazos aparecían tatuajes muy bien logrados, y se vestía de forma ancha, como un muchacho. No podía dejar de admitirlo, se veía mucho más bella ahora, aún con un estilo que procuraba muchas vibras lésbicas. La seguí desde entonces en cada post y ponía corazoncitos a cada una de sus publicaciones. No me di cuenta que incluso sacaba capturas de pantalla cuando ella subía foticos ligera de ropa. De esa manera pasaron los días.

Mis emociones tencionantes pronto se convirtieron en anhelos de deseo. Era obvio que me gustaba la ex de mi marido, y que incluso me parecía sexualmente muy atractiva, tanto así que soñaba muchas veces en poseerla, en que hiciera el amor conmigo. Cuando tenía intimidad con Gabo, la pensaba a Raquel, y llegaba al éxtasis.

Pronto mis pequeños comentarios sugerentes a sus historias dieron resultado y se contactó conmigo. Hablamos, ella supo de inmediato con quién hablaba, y yo confirmé que Raquel prefería la compañía femenina a la masculina. Era muy respetuosa, y se comportaba varonilmente, aunque sin exagerar. Las conversaciones pronto fueron escalando a ser más comprometedoras, y sin embargo, manteníamos entre las dos un pacto de complicidad. Ella no fue quien se abalanzó, sino yo, estando pendiente de ella y llenándola de cumplidos y piropos.

Pero un día en que mi esposo salió de la ciudad por cuestiones de trabajo, aproveché esa oportunidad para invitarla a tomar algo y ver películas. Llegó puntual, y se veía fascinante, su estilo ''Tomboy'' me atraía demasiado. Las sonrisas entre nosotras dos no ocultaban el romance, aunque fingimos ignorarlo. Durante ese mes, ella se quedó conmigo en casa, y entonces nos fuimos haciendo más y más íntimas. Yo siempre la esperaba con el almuerzo servido, y entonces nos la pasábamos juntas hablando, mirando tv acurrucadas en el sofá, y compartiendo mucho. Pronto era común que en la privacidad de la casa, nos tomáramos de las manos, argumentando siempre que todo se trataba de amistad.

Puesto que ella se quedaba en la habitación para huéspedes, una noche le dije que a fin de charlar, podría dormir conmigo, a lo que accedió. Nos Acostábamos ahora juntas, pero dormíamos muy cerca la una de la otra, casi que manera exagerada, y fuera de lo común, y más aún, cómo asumiendo, de manera inconsciente, roles. Ella extendía su brazo izquierdo y yo pasaba mi cabeza allí, en su antebrazo, cerca del pecho y debajo de su mentón (me encantaba el olor del sudor de cuello, por el bochorno del clima); y ella, posaba su otro brazo alrededor de mi cintura y dejaba caer su mano sobre la parte baja de mi espalda. Nuestras piernas, entre tanto, se entrecruzaban, y así despertábamos ambas.

Con el correr de los días, ambas fuimos subiendo la apuesta. Por mi parte, en lugar de la acostumbrada pijama, use un pequeño short que cubría escasamente mis nalgas, un pequeño top negro, que dejaba mi vientre desnudo, y poco más. Ella, Usaba una pijama camisón de seda, con un encaje muy bello, y que se detenía hasta arriba de sus muslos. Durante esos días, adoptamos una nueva posición a la hora de dormir: en posición de cucharita, nos acurrucamos. Ella, extendía tiernamente sus brazos y me aferraba la cintura, tirando de ella para sí, colocando sus manos en mi abdomen plano, y atrayendo a su pelvis mi trasero. A medida que avanzaba la noche, podía sentir como golpeaba su pelvis con pequeños salticos a mi trasero, y entonces, yo correspondía haciendo mucha más presión en su pelvis. Se sentía muy rico.

Pero todo eso revolucionó una mañana. Durante la noche que antecedía a esa madrugada, deseché el típico top y el short, y en su lugar, me quedé solamente con un interior sumamente pequeñito de encaje, color rojo. Un accesorio que más que otra prenda revelaba mi gran trasero a la desconocida. Arriba, un brasier del mismo color muy sexy, y ella, usó un camisón de pijama algo más largo pero sin nada bajo él. Así nos acostamos, y nuestra posición favorita, la cucharita, se repitió. Durante la velada, eran más intensas las veces en que chocábamos nuestros sexos, ella por atrás mío, y yo, haciendo presión muy fuerte, mi culito en su vagina. Sentía sus manos aferrarme con fuerza, y ella, seguramente, mi trasero que empujaba su pelvis a la pared. Ella, más aún, se atrevió a más y fingiendo que dormía, deslizó su mano izquierda por debajo de mi pantaloncillo, en la parte de mi cadera, y su derecha, apretó uno de mis senos.

Cuándo despertamos, no nos dijimos nada, pero ella empezó a acariciarme y a sonreírme, y yo también. Fue entonces cuando nos acercamos y nos besamos. Nos comimos la boca, la lujuria nos consumía, parecíamos desesperadas, como si nunca hubiésemos amado. Nuestras lenguas se recorrían una a la otra y los besos iban y venían: las mejillas, la frente, el cuello. Ella me dominó a su gusto, y pronto descendió besando mi garganta hasta llegar a entretenerse en mis senos, los cuales devoró y chupó como nunca nadie lo hizo, ¡gemía yo de placer! Sus manos, rasgaron mi ropa interior y entonces miró ella lo mojada que estaba. Inmediatamente, me desnudó, y se desnudó ella, abrió de par en par mis piernas, y se puso encima mío para restregar su coño contra el mío. Era un sexo delicioso pero sin duda hacíamos el amor. Se movía rápido, restregando su vagina contra la mía, las dos estábamos húmedas, y entre tanto, nos besábamos y nos decíamos que nos amábamos. Me puse en cuatro para ella, y entonces, se comió todo mi culito, ella solamente disfrutaba jugueteando con mi coñito y todo mi cuerpo. La cosa se puso mejor cuándo sacó de su ropa un gran consolador con correa, se lo puso, y comenzó a penetrarme con fiereza, tantas y tantas veces, que perdí la cuenta de los orgasmos que me produjo.

Luego de esa experiencia, nos seguíamos viendo de seguido a escondidas para hacer el amor. Y nadie me ha hecho el amor como ella, y la quiero y la deseo tanto, que estoy abandonando a mi marido por esa mujer.

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