No atravesaba un buen momento en mi vida, tenía un empleo como mesero en un restaurante que no me dejaba mucho y en la universidad estaba obteniendo malas notas, ocupaba tanto de mi tiempo que ya prácticamente no tenía amigos ni vida social. Vivía en un pequeño departamento que contaba únicamente con un cuarto y un baño, me había mudado solo a la ciudad para continuar con mis estudios. Mi vida amorosa tampoco era la mejor, mi novia me había dejado hace unos días sin darme mayor explicación "se acabó el amor" fue lo único que me dijo. Atribuyo que quizás pudo deberse a que ella vivía en mi pueblo natal y apenas tenía tiempo para hablar con ella.
Yo era un joven muy delgado, de piel blanca y de metro setenta de estatura. Nunca fui deseado entre las mujeres, pero eso no impidió que tuviera tres novias hasta el momento que cumplí 22 años.
Ese día estaba como de costumbre, me encontraba muy cansado por haber tenido que estudiar para un examen. De igual forma tuve que ir al trabajo y comenzó el infierno de siempre.
– ¡Esto está mal! ¡¿Quién tomó este pedido?!- Escuche gritar al chef desde la cocina, era un gordo gruñón de unos 50 años de edad. Su pregunta era totalmente innecesaria, ya que yo era el único mesero del lugar.
– Fui yo señor… ¿qué sucede?- pregunté algo temeroso de recibir sus siempre molestos regaños.
– ¡¿Te parece que está bien que anotes el plato de fondo antes que la entrada?!- me grito totalmente indignado, yo sabía que había anotado las cosas bien. Él sólo hacía ese tremendo escándalo para culparme de la demora por el servicio. Yo estaba tan cansado que ni pelear quise.
– Lo siento don Rodrigo… le daré las excusas a las mesas.- dije para luego ir donde los clientes para dar las respectivas disculpas, quienes no lo tomaron para nada bien y se marcharon indignados por la larga espera.
Al finalizar la jornada mi jefe me llamó a su oficina, se llamaba Juan, un joven de más o menos mi edad, que heredó aquel restaurante de su padre. Siempre lo veía acompañado de hermosas mujeres y conduciendo costosos vehículos, la verdad me provocaba mucha envidia.
– José, todos los días tenemos retrasos en los pedidos por tu culpa- me dijo mirándome con una mirada molesta, yo simplemente me quedaba en silencio.
– ¡Dime algo! ¡¿Hay alguna razón para no despedirte?!- me grito molesto por mi falta de personalidad para defenderme.
– Lo siento don Juan… – fue lo único que dije, él me miraba furioso. Lo tenía que tratar con mucho respeto a pesar de tener la misma edad, si lo trataba de tú se enojaba muchísimo.
– Esto ya es el colmo, no puedo seguir perdiendo tiempo con alguien tan poco comprometido. Mañana ya no vengas, pasa por la caja para recibir tu sueldo de esta semana y no vuelvas más.- me quedé helado, ese trabajo era lo que me mantenía. De verdad no podía perderlo.
– Por favor… sólo una oportunidad más, le demostraré que… – no alcancé a terminar, ya que fui interrumpido por él.
– No insistas, ya tomé la decisión. Puedes irte.- me dijo sin darme oportunidad a replica, no me quedó más que ponerme de pie e ir por mi dinero.
Me marché conteniendo mis ganas de llorar, debía buscar un trabajo pronto o todo se pondría muy feo para mi.
Me subí al transporte público, ya no aguanté más. Cubrí mis ojos con mis manos y comencé a llorar amargamente, deseando que mi vida cambiara. Poder ser alguien a quien la gente no tratara como a un don nadie.
De pronto algo llamó mi atención, mientras limpiaba mis lágrimas pude ver algo en uno de los asientos a mi derecha. Era algo brillante, pensé que probablemente se le cayó a algún pasajero.
Me levanté y caminé hacia aquel asiento, pude ver mejor de que se trataba. Era una pulsera dorada, en el centro tenía una joya que parecía ser una esmeralda. Pensé que seguramente era una réplica, pero de igual manera la tomé. Quizás con algo de suerte podría valer algo.
Al llegar a casa tomé un baño y luego me fui a la cama, me encontraba demasiado cansado. Ya no podía seguir con ese estilo de vida.
Podía escuchar a mi vecino Jean haciendo mucho ruido, eso ya era habitual. Escuchaba música muy fuerte y cuando le iba a reclamar me echaba la bronca. Su nacionalidad no importa, pero era un negro de casi dos metros y muy musculoso, no era tan tonto como para insistir y recibir un golpe de su parte.
Tape mis oídos con la almohada y cerré los ojos. Luego de algunos minutos me relaje y fue entonces cuando comencé a soñar, fue algo muy extraño. En mi sueño pude verme a mi mismo, pero yo no tenía cuerpo. Mi cuerpo se alejaba cada vez más de mi y yo lo seguía, flotando por los aires con lentitud. Sentía que debía atraparme o algo malo sucedería. De pronto pude ver como mi cuerpo caía por un acantilado y desaparecía de mi vista.
Desperté sudando y respirando agitado. Pude sentir una gran presión en mi pecho. Me levanté con dificultad, sentía que perdería el equilibrio. Lentamente camine hacia el baño, con el objetivo de lavar mi rostro para sentirme mejor.
Encendí la luz del baño y me paré frente al espejo, abrí el grifo y agaché la cabeza para llenar mis manos de agua y luego pasarlas por mi rostro. Se sentía extraño, mis manos se sentían distintas. Muy pequeñas, finas y suaves, por otro lado mi rostro no parecía ser el de siempre. Sentía que tenía una pequeña nariz, el rostro suave y unos labios más gruesos. Mi mentón era puntiagudo.
No entendía que pasaba, levanté la mirada para observar el espejo. Lo que vi me hizo paralizar y dar un pequeño brinco hacia atrás.
En el reflejo podía ver a una mujer, una muy hermosa. Tenía rasgos nórdicos, piel muy blanca y sin imperfecciones. Ojos color azul y brillantes, además de unos labios gruesos, de color rojizo. Su cabello era rubio, casi tirando a blanco, muy liso y también largo, podía ver como se extendía casi hasta la altura de sus caderas. Otra cosa que llamo mi atención fue esos bultos que tenía en el pecho, eran enormes sin ser grotescos. Desafiaban a la gravedad manteniéndose bien parados a pesar de su gran volumen.
¿Qué hacía esa belleza en mi casa? Me preguntaba a mi mismo, pensando en que hacer o decir. Pronto el horror llegó a mí, analice la situación y era evidente… eso era un espejo y los espejos no hacen más que reflejar lo que están frente a ellos ¡Esa belleza nórdica era yo!
– ¡Ah!- exclamé del asombro, de mis labios salió una femenina y dulce voz. Me toque el rostro repetidas veces para confirmar que no fuese mi imaginación, pude comprobar como el reflejo de la chica hacia exactamente lo que yo. Fue entonces cuando me fije en algo, el brazalete que encontré en el bus estaba en mi muñeca. ¿Acaso sería él el responsable de esta transformación? Con desesperación intente quitármelo, pero me fue imposible.
Rápidamente salí del baño. Me costó mucho caminar, sentía mis grandes pechos rebotar y me costaba mantener el equilibrio. Sin duda ese nuevo cuerpo era demasiado distinto al que tenía antes. Llegué hasta el cajón de mi cómoda, saqué un pequeño destornillador de paleta e intenté hacer palanca con él contra el brazalete, sin embargo lo único que logré fue dañar levemente mi piel. Esa cosa estaba adherida a mi piel, como si fuese parte de ella. Me quedé impotente, no sabía que hacer ahora. Lo que me estaba pasando era imposible, nadie me creería ¿qué debería hacer? ¿Ir al doctor? Lo único que lograría era que me tomaran como una loca y me sacaran del lugar por hacerles perder el tiempo.
Con frustración me recosté sobre la cama boca arriba. Pude sentir esas enormes masas que tenía por pechos ejerciendo mucha presión sobre mí. De verdad no podía creer que todo eso fuese real. Me quedé unos segundos en la cama hasta que me levante y me puse frente a un espejo de cuerpo completo. Vestía con shorts y una camisa blanca como pijamas
Pude ver mi pequeña cintura, era delgada y hacía que mis caderas lucieran aún más grandes. Tenía un trasero bien levantado y firme. Mis piernas lucían largas y estaban gruesas en los lugares adecuados. Simplemente estaba buenísima por todos lados ¿acaso me volví loco? Tenía que sacarme las dudas, cogí mi teléfono y me tomé una foto frente al espejo. Sin comentar nada se la mande a uno de mis amigos del pueblo. Espere la respuesta y me quede de piedra.
– "Uuuf ¿Instagram de la minita?"- no estaba soñando ni alucinando, era todo totalmente real. Deje caer mi teléfono al piso ¿y ahora que haría?
Me senté sobre la cama, ya sabía que la pulsera era la culpable. Ahora debía investigar cómo sacarla. Me quedé investigando en mi laptop durante muchas horas, hasta que finalmente caí dormido mientras navegaba por internet.
Al día siguiente desperté pensando que todo se trató de un extraño sueño, pero esa posibilidad se desvaneció al bajar la mirada y ver los enormes pechos que cargaba. Me puse de pie y caminé, cada vez me adaptaba más a ese nuevo cuerpo. Fui al baño y me senté a hacer mis necesidades, mi pene ya no estaba y me tocaba hacerlo así.
No sabía que hacer, no podía salir así a la calle. Pensé que quizás un baño de tina me ayudaría a aclarar mis ideas. Puse el agua caliente y llené la bañera, añadiendo algunos polvos que me habían regalado para navidad. Luego de eso me saque la pijama, al quedar desnuda pude apreciar aún más mi cuerpo.
Mis pezones eran rosados y estaban siempre erectos, la piel de mi cuerpo era totalmente perfecta, sin rastro de celulitis ni ninguna de esas marcas habituales en una mujer. Por otro lado pude ver que era totalmente lampiña, no tenía nada de pelo en mis piernas, brazos, axilas y entrepierna.
Improvisando con una cuerda, amarre mu cabello en una especie de tomate deforme. Lo que importaba era que fuese funcional, luego de eso me metí a la bañera, lentamente comencé a frotar mi cuerpo con mis manos, las pase por mis brazos, piernas y en mi plano abdomen. De cierta forma estaba evitando tocar mis nuevos atributos, hasta que finalmente decidí que no podía seguir evitándolo.
Agarre mis pechos, eran suaves y firmes a la vez. Mis manos no podían cubrirlos por completo. Sentía una cálida sensación cada vez que rozaba mis dedos por mis pezones.
Manosearlos era casi terapéutico, me relajaba mucho haciéndolo. Deje una de mis manos ahí y baje la otra hasta mi entrepierna. Comencé a frotar suavemente aquella vagina.
– Hmm… ¡Ah!- comencé a gemir con sólo tocarla superficialmente, no podía verme, pero sabía que mis mejillas ya debían estar muy rojas.
– Bueno, estoy solo y nadie se enterara, no tiene nada de malo experimentar un poco.- Dije para mi mismo mientras comencé a frotar más rápido. Recordaba las instrucciones de mi exnovia cuando tocaba su vagina.
Con dos de mis dedos comencé a jugar con mi clítoris, era una sensación espléndida. Seguí explorando, pronto me metía dedos frenéticamente sin dejar de gemir. Estaba experimentando el sueño de muchos, saber cómo sentía placer una persona del sexo opuesto.
El agua de la bañera se agitaba a medida de que me masturbaba, estaba en un estado de excitación total. Me sentía en el cielo, en eso estaba hasta que escuche como tocaban la puerta abruptamente.
– ¡José! ¡José abre la puerta!- reconocía esa voz, era Ernesto, el viejo casero que cobraba semana a semana el arriendo.
Con desesperación me puse de pie, cubrí mi desnudo y mojado cuerpo con una toalla. Fui a mi cuarto buscando que ponerme, no quería que ese viejo me viera así.
– ¡Sé que estás ahí, no saliste en la mañana! – me insistía mientras yo no encontraba soluciones.
– ¡Abre o lo hago yo! – ese abusivo hombre tenía llaves de todas las habitaciones y se metía a ellas cuando quería. Era un trato totalmente repudiable, pero nosotros los inquilinos no teníamos donde más ir por tan poco dinero y terminábamos aceptando eso.
– ¡Espere por favor! – al final me dirigí hacia la puerta solamente cubierta por la toalla. De mi billetera saqué el dinero requerido. Abrí levemente la puerta e intente pasarle el dinero por ahí, sin embargo el empujo y la abrió por completo.
– ¡¿Por qué demoras tanto?! – gritaba, su expresión cambió totalmente al verme. Pude notar como su mirada me recorría de pies a cabeza repetidas veces.
– Oh, lo siento señorita. No sabía… – su personalidad cambió abruptamente, ahora me trataba de manera distinta.
– Ya no importa, ahí está el dinero. – respondí rápido, intentando que se vaya.
– Que maleducado por mi parte, soy Ernesto, el dueño del lugar – decía orgulloso, sacando pecho por su propiedad.
– Oh sí, ya lo sé… digo, José me dijo. – replique nervioso, sólo quería que se fuera.
– Ah, entonces usted debe ser la novia ¿cuál es su nombre, señorita? – me pregunto mirándome, pude ver como su vista se iba a mi pecho-
– Eh sí… soy su novia, me llamo… Josefina. – mentí rápidamente, el tipo sacó una carcajada.
– Así que José y Josefina, que linda pareja. – respondió intentando parecer gracioso.
– Bueno señor… tengo cosas que hacer. Aquí está el dinero- se lo acerque nuevamente y lo recibió.
– ¿Se quedará a vivir aquí?- me pregunto contando el dinero.
– Eh… sí, viviré aquí. – respondí sabiendo que probablemente me quedaría mucho tiempo así.
– Entonces me deben más dinero, es lo justo. Son dos personas después de todo- me miró con seriedad, fui un tonto al decirle la verdad-
– No tengo más… – me quedé mirando con miedo de su reacción, pero no fue mala.
– Está bien, le daré más plazo jeje. Si no junta el dinero no se preocupe, aquí tenemos un método de pago especial para señoritas jeje.- me quedé absolutamente de piedra, sabía a que se refería. Muchas universitarias incapaces de pagar el arriendo pasaban a su departamento y luego las escuchaba gemir de manera escandalosa.
– No será necesario, le pagaré a tiempo- respondí con notables nervios. Debía reunir el dinero o tendría que acostarme con ese horrible viejo.
– Jeje, bueno. En dos días vengo otra vez. – sólo eran dos días, tendría que encontrar trabajo rápido. – Adiós señorita- se despidió de mi y abandonó el lugar.
Rápidamente comencé a vestirme con unos pantalones deportivos y una camisa. Recorrí toda la ciudad buscando trabajo, pude sentir muchas miradas y comentarios por mi manera de vestir. Esa ropa holgada ocultaba en parte mis atributos, pero eso no me evitaba recibir asquerosos comentarios de muchos hombres.
Me fue imposible encontrar empleo, por mi aspecto muchos se interesaron por mi, pero todo se derrumbaba cuando me pedían documentos. No tenía nada para acreditar mi nombre, estudios ni nada sobre mi. Me decían que era una verdadera lástima, pero que no podían aceptar indocumentados para no arriesgar multas.
Llegue a casa con frustración, le pedí dinero a mis conocidos, quienes se negaban porque yo tardaba más de tres meses en devolverles el dinero cuando les pedía prestado.
El plazo se cumplió y no tenía el dinero, me sentía muy ansioso y nervioso. Sabía que en cualquier momento llegaría el viejo a exigir el pago.
Y el momento llegó, escuché como tocaban la puerta. Tarde unos momentos pero fui a atender, vestía únicamente unos shorts y una camisa. Obviamente tampoco tenía dinero para comprar ropa de mujer.
– Jeje, hola señorita Josefina ¿cómo ha estado? – preguntó Ernesto con una gran sonrisa.
– Bien… ¿y usted? – pregunte con notables nervios, él sonreía imaginando el motivo.
– Bien jeje, vine por lo acordado.- dijo extendiendo su mano. Yo baje la mirada.
– Lo siento… no tengo el dinero. Si me da más tiempo podré pagarle. – intente apelar, pero él se puso muy feliz al ver que no tenía como pagarle.
– No, no, no. Lo siento mucho, si no me paga se tendrá que ir.- el tipo gozaba la situación, me tenía tal y donde quería. Obviamente no deseaba quedarme en la calle, la única opción que tenía era la que ambos ya sabíamos.
– Pero ya sabe… existe el método de pago especial para señoritas. Dependiendo de la señorita se define el monto… – me miró completamente una vez más, recorriendo mis curvas con los ojos
– En su caso podría cubrir un mes entero con este método.- me dijo frotando sus manos, seguramente ya estaba ansioso de que le dijera que sí.
Ya no tenía opción, al menos si me acostaba con él estaría un mes completo libre del acoso de ese hombre.
– Esta bien… pero también debe cubrir el pago de mi novio.- Negocie con él, ya no quería más sorpresas. Él me miró con mucho deseo, sin dudas no desperdiciarla la oportunidad de darse un revolcón con el monumento de mujer que tenía en frente.
– ¡Claro señorita! ¡Trato hecho! – estrecho fuertemente mi mano, cerrando el acuerdo.
– La espero a las nueve de la noche en mi departamento, es el número dos, en el primer piso.- dijo casi con euforia, no me quedaba nada más que hacer mi decir.
– Bien, ahí estaré… – cerré la puerta, pude escucharlo celebrar luego de eso. Que hombre mas repulsivo.
Me quedé el resto del día con miedo y nervios, cada vez que cerraba los ojos me imaginaba a mi misma abierta de piernas, siendo cogida con violencia por el viejo y gordo casero. Gimiendo fuerte al igual como el resto de inquilinas que hicieron efectiva esa forma de pago.
Ya eran cinco para las nueve de la noche, me armé de valor y abandoné mi hogar. Al bajar pude ver a don Ernesto hablando con unos viejos.
– Créanme, es un hembrón. Parece europea y está buena por todos lados jeje y lo mejor de todo es que me la voy a coger hoy mismo.- el resto de viejos reían, no le creían para nada. Una mujer de esas características jamás haría eso con un viejo verde como él.
Yo estaba roja de vergüenza, ahora todos sabrían que ese hombre me iba a coger. Me acerqué tímidamente a ellos.
– Uuuf hablando de la reina de Inglaterra. Aquí llegó- todos voltearon a verme, quedaron impresionados por mi físico escultural. Balbuceaban mientras me acercaba a don Ernesto.
– Señorita Josefina, le presento a estos viejos, son mis amigos jeje.- decía orgulloso, presumiendo con ellos el monumento de mujer que se iba a comer. Posó su mano en mi cintura y me mantuvo apegada a él. Uno a uno salude a los viejos.
– Es un gusto señores… – dije tímidamente mientras todos ellos me miraban con morbo y deseo.
– El gusto es nuestro jeje. – decían sin despegar su mirada de mis pechos. Don Ernesto me acariciaba suavemente las caderas.
– Bueno viejos, vamos a estar ocupados así que no molesten jeje. Nos vemos mañana.- ellos se despidieron y yo también. Miraban con envidia como entraba muy pegada a su viejo amigo.
La casa del hombre estaba limpia, siempre pensé que ese hombre sería desordenado, pero no era el caso. Sin dudas ese lugar era más grande y con más habitaciones que mi pequeño y precario departamento. Me llevo hasta un sofá y me hizo sentar ahí.
– ¿Le ofrezco algo de beber? – me dijo para por fin soltar mi cintura, yo sabía que necesitaría algo de alcohol en el cuerpo para revolvarme con ese viejo desagradable.
– Sí… un whisky estaría bien. – respondí al ver una de las botellas que estaban en la vitrina de su bar.
– ¡En camino señorita! – Riendo fue hacia el bar y sirvió los vasos. Me lo entrego y me bebí el contenido de golpe.
– Que nena más extravagante eres ¿tienes ascendencia nórdica? – me pregunto mientras se sentaba a mi lado.
– No, para nada. – respondí mirando como llevaba su mano a mi pierna y me acariciaba.
– Vaya, pensé que lo eras. Otra cosa que me llama la atención es la ropa que llevas, nunca te he visto con ropa de mujer.- pregunto mirando mis masculinas prendas.
– Es que me fui de mi hogar y no he tenido ni tiempo ni dinero para comprarme ropa. Esta es de José. – le dije con nervios, siempre me costó mentir.
– Vaya… José es un descuidado, si fueses mi mujer te tendría con todas las comodidades. – respondió riendo, yo no le seguí el juego. Ni en sueños me gustaría ser su mujer.
Él siguió recorriendo mis piernas, pronto acabó su trago y supe que el momento de mi pesadilla se acercaba. Se puso de pie y me llevó de la mano hacia su cuarto.
– Hmm… métete al baño y quítate todo. Quiero que salgas toda encueradita, como Dios te trajo al mundo.- me dijo y acepte, me daría mucha más vergüenza desnudarse frente a él.
Entre al baño y rápidamente me desprendí de toda prenda, me quedé largo rato viendo mi cuerpo frente al espejo. Que injusta era la vida, ese viejo feo y horrible se iba a comer a una mujer de fantasía. Y lo peor de todo era que yo era esa mujer.
– ¡¿Estas lista, mi niña?! – el hombre comenzaba a impacientarse.
– ¡Ya voy! – respondí para que dejara de gritar.
Respire profundamente y salí del baño completamente desnuda, lo primero que pude ver fue la enorme barriga del viejo. Él también se había sacado la ropa. Tenía el pecho y barriga muy peludas, por otro lado su entrepierna lucia de igual manera. Tenía una erección de unos 15 centímetros y todo cubierto con una espesa capa de vellos.
Sus ojos casi se le salieron al verme, pude ver como abría su boca, prácticamente babeaba por mi. Eso me hizo sentir extraño, jamás nadie me había visto con tanto deseo.
– ¡Gracias Dios mío! – celebraba el hombre poniéndose de pie. Yo me mantenía casi tiritando de nervios, sentía mi larga melena rozando mis nalgas.
Se acercó a mi y sin mayor espera puso sus manos en mis enormes pechos y comenzó a manosearlos con desesperación. Yo tenía la cara toda roja y me sentía realmente humillado.
– ¡Que tetazas! ¿Qué te daban de comer, pendeja? – me dijo el hombre, ya poco quedaba de la caballerosidad mostrada hace unos minutos.
Agacho la cabeza y comenzó a chupar mis pechos, parecía un becerro mamando de las ubres de su madre. Me dolían los pezones, era muy bruto en su actuar.
– Despacio… por favor. – reclamé mientras Ernesto continuaba con su tarea, no parecía tener ninguna intención de soltar mis pechos.
Escuchaba su asqueroso succionar, me dejó las tetas llenas de babas hasta que finalmente se aburrió y me hizo voltear. Con sus manos alcanzó mis nalgas y comenzó a jugar con ellas.
– Uf, no puedo creer que el fracasado José sea tu novio. Mereces algo mucho mejor.- me hizo sentir mal aquellas palabras, tenía el autoestima tan bajo que ni siquiera le respondí.
En cosa de minutos pude sentir como rozaba su pene entre mis nalgas, mientras me agarraba los pechos desde atrás. Ambos teníamos alturas similares, alrededor de metro y setenta centímetros.
– Que delicia de hembra eres. – esa era mi nueva realidad, era una atractiva mujer a la disposición de ese viejo verde. Me provocaba asco la manera en la que se frotaba contra mi.
– Bueno Josefina, hora de efectuar el pago.- dijo tomándome de los hombros y empujándome hacia abajo hasta quedar de rodillas ante él.
Mi rostro quedó a sólo centímetros de su pene, podía sentir su hedor y podía verlo palpitar. No podía creerlo, estaba a punto de chupársela a mi asqueroso casero.
– Vamos, llévame al cielo rubia exquisita. – se la agarró de la base y la apego a mis labios. Pude sentir lo resbaloso y salado que estaba.
Fui cediendo ante su insistencia. Abrí mi boca para él y su pene comenzó a entrar. Jamás imaginé estar en una situación como esa, era heterosexual y nunca vi a un hombre con el más mínimo deseo.
Ahora estaba de rodillas, chupando un asqueroso miembro, el hombre gruñía mientras deslizaba su pene dentro y fuera de mi boca. Sentía el glande rozando mi lengua una y otra vez.
– ¡UF! Que boca golosa tienes. – me dijo con excitación, yo mantenía mis ojos cerrados. No quería ver su rostro de satisfacción por mi labor.
Pronto me acostumbré a la situación, su pene ya estaba totalmente dentro, mi nariz estaba pegada a su peluda pelvis. Lo mismo mi mentón con sus testículos.
– Muévete tú, ponle empeño. – mostro molestia por mi baja participación. Ya había llegado muy lejos como para echarme atrás.
Apoye mis pequeñas manos en sus gordos muslos, comencé a mover mi cabeza de atrás hacia adelante. Pude saber que lo hacía bien ya que escuchaba los gemidos de placer del hombre.
– Así mi niña, lo haces bien. Sigue, no te detengas. – me ordenaba él, me era muy fácil tragarme todo su pene. Entraba y salía con facilidad, no podía creer que estuviese mamando un pene con tanta normalidad.
Succionaba con fuerza su miembro, sentía como la baba escurría por la comisura de mis labios. No pude evitar abrir los ojos y levantar la mirada, sin embargo no pude ver su rostro ya que su enorme panza me impedía la visibilidad.
– ¡Espera! Descanso… ¡UF! – me detuve de inmediato, la saqué de mi boca. Él se sentó en la cama, estuvo a punto de eyacular en mi boca.
– Ah, eres una fiera Josefina. Casi me haces acabar en segundos. – dijo sudando y jadeando. Me miró fijamente a los pechos. Mientras tanto yo me puse de pie para descansar mis rodillas.
– Quiero probar esas delicias de tetas, hazme una rusa. – exigió el viejo casero, nunca había hecho eso con mis ex novias, así que no tenía idea de cómo hacerlo.
– No sé cómo se hace. – replique con las mejillas muy coloradas. Él carcajeo por mi respuesta.
– Jeje, ese novio que tienes es un tonto. Qué manera de desperdiciar a una hembra. – respondió acariciando su peluda verga.
– Arriba de ese velador tengo un lubricante, traerlo y ven para acá.- apunto hacia el lugar.
Lo agarre y se lo lleve hasta la cama. Lo recibió no sin antes darme una pequeña nalgada.
– De rodillas. – me ordenó otra vez. Le hice caso y me acomode entre sus piernas. Entonces abrió el lubricante y lo dejo caer entre en mis pechos.
Se sentía muy frío y resbaladizo. Con sus manos lo esparció bien por mis tetas. Luego hizo lo propio con su pene.
– Listo, ahora coloca mi verga entre esas bellezas. – agarre mis pechos entre mis manos y de manera lenta puse su pene entre ellas. Me sentía humillado, totalmente reducido a un simple juguete sexual. Maldecía que eso me pasara a mi.
– Hmm así mamita… ahora mueve esas lecheras para mi. – dijo sin dejar de mirarme con perversión. De inmediato comencé a mover mis pechos de arriba abajo.
Ernesto se retorcía de placer, sin dejar de gemir y gruñir producto de la paja rusa que le estaba otorgando. Me miraba con deseo y superioridad, nunca pensé en estar en esa posición.
– ¡UF! ¡Mueve las tetas, apriétalas! – me seguía indicando como hacerlo. Pronto le estaba haciendo la paja a toda velocidad. El lubricante era excelente y mis pechos se deslizaban con total comodidad.
Podía ver la punta de su pene asomándose entre mis pechos, no me detuve ni un segundo. El viejo me decía a cada rato que estaba en el paraíso y que yo era una mujer de ensueño.
– ¡Ah! ¡Para, para, para! – me advirtió, sin embargo cuando lo solté fue demasiado tarde. Su pene comenzó a eyacular sobre mis pechos.
– ¡Dios! ¡Te pasaste, rubia! – me dijo mientras su miembro me llenaba de semen. Pude sentir su calidad y densa esperma sobre mis pechos.
Luego de eso su pene se ablando y él se recostó hacia atrás en la cama. Sudando y respirando muy agitado.
– Ah… cuando me recupere seguimos. – me quedé aterrado, sabía que cuando recuperara su erección lo que seguía era el sexo… sin embargo eso nunca ocurrió.
– Maldición. – lo escuché decir luego de muchos minutos. Me ordenó agarrar su pene con la mano y masturbarlo, pero nunca pudo volver a colocarse duro.
– Ya está, se acabó. Hice todo lo que me dijo. – me puse de pie, aún con su semen entre mis pechos. Él me miraba frustrado, no pudo cumplir con su fantasía de poseer mi cuerpo.
– Espera… debo pedirte un favor. – me dijo nervioso y algo avergonzado.
– ¿De qué se trata? – pregunte volteando a verlo.
– Necesito que gimas un rato… para no quedar mal con esos viejos.- me dijo y yo no podía creerlo, era tal su necesidad de presumir que me estaba pidiendo eso.
– Me niego, se acabó. – respondí con más seguridad, me comenzaba a sentir mejor.
– Por favor… es parte del acuerdo. – me dijo intentando incluirlo en el trato. Yo sonreí pensando poder sacar provecho.
– No lo es, si quiere que lo haga, págueme.- lo dije más que nada para molestarlo. Pero me sorprendió que aceptó a regañadientes.
– ¿Cuánto quieres? – dijo mirándome con algo de molestia.
– Cien dólares, no voy a negociar. Si se niega le diré a sus amigotes de su pequeño problema de erección. – tomaba cada vez más confianza, como ese hombre resultó ser un perdedor me hizo sentir más seguro.
– Ok, como digas. Ahora sólo gime y grita lo que te diga. – me dijo resignado.
Escuche atentamente sus instrucciones y me volví a sonrojar muchísimo. Pero ya había aceptado el trato.
– ¡Sí, dios mío! ¡Que pija más rica! ¡Delicioso! – comencé a exclamar muy fuerte, una tras otra cada una de las frases que me dijo.
– ¡Don Ernesto, me encanta! ¡Ah sí! ¡Lo amo demasiado! – repeti sus palabras, ya entendía porque las chicas eran tan escandalosas cuando entraban a aquel lugar, todo era una petición del inseguro viejo para quedar bien con sus amigos.
Una vez termine recibiendo el pago y me fui a limpiar al baño. Una vez con la ropa puesta me dispuse a abandonar del lugar, él viejo casero no me dijo nada. Se sentía muy mal por su pésimo desempeño en la cama. Aproveche de decirle algo.
– A José no le pasan estas cosas, siempre me responde en la cama. – dije para hacerlo sentir aún peor y desquitándome de todos los insultos que dijo sobre mi persona.
Luego de eso me fui, pude ver a los vejetes murmurando sobre la supuesta cogida que me dio su amigo. No les di mayor importancia y subí hacia mi departamento. Entre y me di un baño.
Ya tenía dinero, podría comprar ropa para que se adecue a mi cuerpo. Además tenía que trabajar en un lugar informal, donde no necesitara mayor documentación. Ya más tranquilo pude ver la solución más sencilla.
En mi antiguo trabajo como mesero se trabajaba por semana y sin contrato alguno, podría postularme ahí.
Me recosté en la cama y pude escuchar una vez más a mi vecino Jean haciendo ruido con su música. Me levanté con molestia, nuevamente estaba sólo en shorts y camiseta.
Pensé un rato, ahora que era una chica no podría amenazar con golpearme. Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Salí de mi hogar para dirigirme a donde se producía el ruido. Toqué la puerta con insistencia y el abrigo abruptamente.
– ¡Deja de gol… – se detuvo al verme, sus ojos reflejaban total impresión por mi aspecto.
Me crucé de brazos para increparlo. Pero mi mirada fue hacia su cuerpo, estaba únicamente en boxers. Pude ver su trabajado y negro abdomen, no sabía que me pasaba, no podía dejar de mirarlo.
– ¿Diga? -me interrumpió y levanté la mirada para verlo.
– Eh sí. – agite mi cabeza para abandonar esos indeseables pensamientos.
– Por favor algo de respeto, baje la música. – le dije mientras lo miraba a los ojos.
– Por supuesto, te ofrezco una disculpa. – accedió de inmediato, con su teléfono bajo el volumen. Me sorprendió mucho, nunca me había hecho caso.
– Eh… gracias. – dije respirando agitada, no entendía, ese hombre provocaba sensaciones extrañas en mi cuerpo.
– No te había visto antes ¿cómo te llamas? – pregunto el moreno sin dejar de ver hacia mis pechos.
– Soy Josefina, me mudé hace una semana a la casa de al lado. – respondí y baje aún más la mirada. Me quedé totalmente de piedra. Su pene estaba todo parado, parecía una tienda de campaña.
Era enorme, la humedad del glande permitía que se transparentara el bóxer y se viera parte de su miembro. Sentí como mi vagina se humedecida y un intenso cosquilleo en ella.
– Un gusto Josefina, soy Jean.- el hombre notó mi mirada en su pene y comenzó a reír orgulloso. Di pasos hacia atrás, alejándome de ese moreno que alteraba mis sentidos.
– El gusto es mío… nos vemos otro día. Buenas noches. – retrocedí hasta quedar a una distancia prudente.
– Claro vecina, que tengas buena noche. Y no dudes en pedirme lo que sea que te haga falta. – Descaradamente acomodó su miembro con su mano.
Me fui rápido hasta mi hogar, sentía mi pecho acelerado. Mi vagina seguía caliente y picando. No entendía lo que pasó. Era hetero, ¿por qué diablos me excite con Jean?
Me deje llevar por mis instintos, me saqué la ropa y me tumbe sobre la cama. Lentamente comencé a masturbarme, con mis dedos estimulaba mi vagina.
Cerré mis ojos y pude ver a Jean, me tenía agarrada por los tobillos y me embestía dándome su enorme pene con fuerza. Mis pechos se balanceaban al ritmo de sus penetradas. Me sentía en el paraíso.
Gemía de placer, jamás me sentí tan caliente. Mi vagina chapoteaba mientras imaginaba que el poderoso Jean me poseía.
– Sí, te daré todas rusas que quieras… Jean. – en mi fantasía envolvía ese pene negro con mis tetas y los movía rítmicamente de arriba a abajo. A diferencia de con Ernesto, en esta ocasión lo hacía con total gusto.
En mi mente sólo estaba ese robusto pene negro. Seguí en mi faena hasta que estalle en un orgasmo. Sentí mi vagina palpitar, y solté fluidos. Así que así se sentía el orgasmo femenino, como hombre nunca sentí tal placer.
Me recuperé del orgasmo acostada en la cama. Luego de varios minutos comencé a recuperar la razón. Me puse de pie y corrí hacia el baño. Me comencé a duchar con agua fría.
Ya había recuperado la cordura ¿por qué diablos me excito Jean? Yo era un hombre, no era gay. No entendía que me pasó, me calme con el agua fría, luego seque mi cuerpo y me fui a la cama.
Pensaba que seguro fue sólo un traspié que no se repetiría, ahora me tenía que enfocar en encontrar trabajo para cubrir la renta y nunca más verme obligado a entregarme al viejo casero Ernesto.
Pensando en eso fue que finalmente caí en un profundo sueño.