Hola a todos. Me presento, soy Daniela, una chica trans de la CDMX. Tengo 23 años y casi dos de terapia de reemplazo hormonal. Esto me ha ayudado al crecimiento de mis caderas y nalgas, así como a favorecer el desarrollo de una piel más suave. Mis senos -a pesar de tener la forma decididamente femenina- aún son pequeños, pero por el momento no me disgusta, ya que pasó por una mujer delgada (que si lo soy) y atlética. Creo ser muy bonita de cara: tengo ojos grandes, nariz delgada y labios finos; mi cabello es abundante, y si bien no es lo largo que me gustaría, bien peinado luce increíble. Así soy al día de hoy y me gusta.
Como muchas, mi lugar en el mundo lo empecé a intuir desde mi adolescencia. No es que me gustara jugar con muñecas, ni cambiarles el pañal a bebés de plástico. Pero por algún motivo que aún ignoro, mi cuerpo no se desarrolló como el de mis compañeros. Y al cumplir la mayoría de edad, era más que evidente que había algo raro en mí: mis glúteos eran más grandes y redondos que los de los demás hombres. Había una curva que ya se formaba entre mi delgada cintura y las caderas que, si bien no eran como las que tengo hoy, si eran más prominentes incluso que las de algunas chicas de mi edad. Además, mi piel es blanca y lampiña y mi voz algo andrógina. Esto me causaba ya algunos conflictos: en la universidad solían tratarme como mujer, en la calle me gritaban piropos (algunos muy groseros) y en muchos sitios se sorprendían cuando mostraba mis credenciales y se mostraba el sexo masculino.
He de confesar que, cuando estaba más joven, esas confusiones me desagradaban. Pero con el paso del tiempo, entendí que posiblemente era el mundo quien estaba en lo correcto: yo tenía más el tipo de una chica.
Así que, un día en que no hubo clases en la Universidad (recién había iniciado mis estudios ahí), me infiltre al cuarto de mi mamá. Ella trabajaba todo el día, por lo que en la casa solo estábamos yo y mis encendidas dudas. Tomé de su cajón unas bragas cacheteras que hacía mucho que no se ponía, unas pantimedias, una falda corta y una blusa ligera. Un sujetador y unas zapatillas de tacón bajito completaron el vestuario que me pondría por vez primera. Entonces me desnudé por completo, y me fuí acomodando cada prenda. Ahí descubrí la maravillosa sensación de tener unos calzones diminutos pero cómodos, la suavidad de las telas y lo bien que me ajustaba todo. Antes de verme al espejo, solté mi cabello y lo peiné de la manera más femenina que se me ocurrió. Y entonces sucedió.
Lo que pude apreciar en la imagen reflejada era bellísimo: la falda daba un brinco en mi trasero y caía delicadamente en unas piernas largas y estilizadas. La blusa me quedaba ceñida y me hacía ver más delgada y linda. Y muy sexy. Y sensual. Mi cabello castaño hacía un magnífico marco a una cara que, aún sin gota de maquillaje, lucía bonita y agradable y todo lo que aparecía en ese reflejo gritaba al cielo que una hermosa muchacha habitaba ahí. Y entonces lloré, porque me di cuenta de que está era la imagen que estaba guardada en mi imaginación todo este tiempo. Porque descubrí que, a partir de esos momentos, mi vida estaría consagrada a reivindicar esta forma de ser, y que no me importaban más las consecuencias a fin de dejar vivir a Daniela e ir dejando en el olvido a quien, en un mal día, se le llamo Daniel…
Espero que les haya gustado este breve relato de mi vida. En los siguientes días iré comentando más al respecto y de la vez que me entregué a mi primer hombre.