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De cómo me acosté con la jefa de mi mujer
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Antes de las fiestas navideñas suele ser habitual en España celebrar comidas de compañeros, comidas de empresa, comidas de gimnasios, etc.  Debido a la pandemia por Covid, en el año 2020 no se celebró ninguna de mi entorno más cercano, pero en el 2021 con el avance en la vacunación y otras medidas, la empresa donde trabaja mi mujer decidió celebrar una comida a principios de diciembre.

Asistió casi toda la plantilla, muchos con pareja y otros y otras sin compañía, como la jefa de mi mujer.

Es Eva una mujer bastante atractiva, ojos azules, rubia natural, 160 de altura y delgada, con buen tipo a pesar de haber sido madre en dos ocasiones y de entrar en una edad cercana a la madurez, 39 años en concreto.

Durante la comida en mesa alargada Eva se sentó justo enfrente de nosotros, y aunque mi mujer se lleva bastante bien con ella, su relación no deja de ser una relación laboral respetuosa y cordial.

Transcurrió toda la comida como suele ser habitual en estos casos. Mi mujer se sentó junto a una compañera con la que se lleva de maravilla y a mi lado coincidió uno de sus compañeros más petardos, vamos un aburrimiento por mi parte.

Para más inri yo no podía beber alcohol ya que estaba tomando antibióticos por una leve infección, así que mi mujer sabiendo que era yo quien conduciría de regreso tomaba vino durante la comida.

En una de estas, estaba mirando (y deseando) a la jefa de mi mujer cuando alzó de imprevisto la mirada y me pilló mirándola, sin embargo sonrió y continuó a lo suyo.

He de decir que yo soy un hombre ya maduro, 52 años y de pelo cano. Pero el hecho de haber practicado mucho deporte y haberme cuidado sin excesos ha resultado crucial para mantener un físico bastante atractivo.

Después de la comida vinieron las copas en barra libre y ahí estaba yo tomando refrescos y los demás incluida mi mujer bien alegres y bailando bajo los efluvios del alcohol.

A las 8 de la tarde la jefa de mi mujer que había continuado bebiendo comunicó que se tenía que marchar ya que su marido y los niños la esperaban.

Comenzaron todos a decirle que en ese estado no podía conducir y menos a donde debía ir, una urbanización de chalés alejada 7 u 8 kilómetros de la población con varias rotondas donde solían hacer controles. Y en esto se le ocurre a mi mujer decir que como yo no he bebido nada de alcohol, sea yo quien la lleve.

Accedí y Eva aunque no iba excesivamente bebida se agarró de mi brazo por si tropezaba y caía por los tacones que llevaba.

Nada más montarnos Eva no acertaba a ponerse el cinturón de seguridad, así que me incliné para ponérselo y con mi cara rocé sus pechos. Tiene unas tetas ni grandes ni pequeñas, ligeramente inclinadas hacia arriba y el roce y el olor que desprendía su cuerpo me puso a mil.

Iba en silencio conduciendo cuando me preguntó: ¿qué me mirabas antes en la comida?

Y me salió sin pensarlo: Lo guapa que eres.

Se rio y me dijo: a unos 100 metros a la derecha sale un camino, entra en él y cuando puedas paras que tengo que hacer pipí.

Así lo hice y tuve que recorrer 200 o 300 metros hasta que vi un lugar apropiado bien arropado de árboles a ambos lados. Se bajó dejó la puerta abierta y ahí junto al coche hizo sus necesidades.

Se montó de nuevo y me dijo: tu también estas muy bien, te sientan bien esos pantalones apretados. Y me pasó la mano por el pelo.

Acerqué mi boca a su boca y nos fundimos en un beso casi interminable, comenzamos a comernos como si no hubiera mañana y susurrándome al oído me dijo: vamos a la parte de atrás.

Comencé a besarla con más fuerza, chocando a veces nuestros dientes y mientras tanto iba acariciando el interior de sus muslos por debajo del vestido negro que llevaba puesto. De los muslos subí más arriba y con cuidado metí mi mano debajo de sus pantys negros y el tanga también negro de encajes.

Me sorprendió lo mojada que estaba como si se hubiera corrido y no era más que la intensa lubricación con la que ya estaba. Como dos locos nos desnudamos y a pesar del frio de diciembre estábamos ardiendo en nuestras propias brasas.

Comencé a comerle y succionarle esos pechos que me tenían loco y con mi mano derecha jugaba con su clítoris. Eva gemía y me mordía el cuello suavemente bajé hasta su ombligo y de ahí a su coño. Tenía un sabor algo salado pero riquísimo. Estuve comiéndole el coño un buen rato mientras que con mis dedos introducidos en su interior comencé a jugar con la parte anterior rugosa de su vagina. Aquello terminó de encenderla aún más, comenzó a gemir mucho más fuerte y a mover sus caderas hasta que se corrió en mi boca. Me abrazó y me dijo: ¿tienes condones? No, respondí.

Se inclinó, cogió su bolso y sacó un pequeño frasco. Lo abrió, se untó los dedos y se aplicó una buena cantidad en la enteada de su ano, incluso se untó algo más en dos de sus dedos y los introdujo en el culo. Cogió un poco más y me lo puso en la verga. Se subió encima mía a horcajadas, frente a mi, se colocó la punta de mi verga en la entrada de su culo y con un suave movimiento comenzó a introducírsela poco a poco mientras me decía: no podemos arriesgarnos a quedarme embarazada, estoy en los días mas fértiles.

Casi sin resistencia mi verga entró entera en su culo, comenzó suavemente a subir y bajar nuevamente, al principio muy despacio, después incrementando el ritmo y a medida que lo hacía se comenzó a acariciar el clítoris. Yo ya estaba a punto de estallar y ella comenzó una cabalgada impresionante, echó su cabeza hacia atrás, apretó el esfínter de su culo y soltó un grito impresionante cuando sintió mi leche caliente invadir todo su interior.

Nos abrazamos empapados en sudor, nos dimos un beso sin fin y comenzamos a limpiarnos.

Al dejarla en la puerta de su chalé me dijo: nos hemos vengado de la mejor manera. ¿Como? Dije yo.

Y Eva me dijo, "mi marido se está follando a tu mujer".

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