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Cuando las peleas acaban bien
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Fue en estos días de cuarentena cuando le pedí prestada la computadora a Julio para poder ver unos e-mails importantes de la universidad, mejor dicho, fue una noche de fin de semana.

Estaba investigando unas carpetas ya que no podía encontrar los archivos, cuando me encontré con algo que hubiese preferido no ver. Una conversación de Julio con otra chica. Hablaban cosas fogosas, fuertes y eso me enojó muchísimo.

Para que pudiesen comprender, es una chica que habíamos pensado para hacer un trío y a mí me gustaba, pero definitivamente leer algo que no estaba bajo las normas no me agradó ni un poco. No me había comentado absolutamente nada de esa charla, yo no era partícipe de lo que hablaban y se seducían mutuamente. Definitivamente era algo fuera de lo acordado y eso hacía que me doliera bastante.

Solo había sido eso, una charla no más. Pero aun así me desestabilizó por un segundo.

Discutimos un poco esa noche. Julio intentó calmarme y explicarme que era parte del juego, que para poder proponérselo debía primero seducirla. Pude comprenderlo pero aun así tenía muchísima furia.

Bronca, calor, fuego. Eran tantas las palabras y emociones que se acercaban a mi mente y tan difícil de manejarlas todas a la misma vez.

Bebimos un vino después de cenar para descontracturar el mal momento que había sucedido. Él me pedía perdón por lo que había pasado y a mí aún me costaba dar el brazo a torcer.

Ya estábamos ebrios, ya no era solo el vino, ahora también eran las cervezas en nuestro organismo. Estábamos un poco borrachos debo admitir.

Borrachos, música de fondo y largas charlas de medianoche. Dejamos de hablar de lo ocurrido para comenzar a hablar exclusivamente de nosotros mismos.

Para variar el alcohol siempre nos pone más calientes de lo normal y no fuimos la excepción. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos besándonos apasionadamente, pegados contra la pared mientras nos masturbábamos el uno al otro, éramos placer a punto de explotar. No tardamos demasiado en ocupar el sillón para hacernos el amor.

Era violento, brutal.

Bajó mis calzas que llevaba puesta, me tenía en cuatro, me tomaba del pelo fuerte mientras me cogía bien duro. Mi vagina estaba completamente húmeda y estaba en una especie de trance, de goce absoluto. Quería que me cogiera tan duro como podía, necesitaba de alguna manera olvidar lo que había ocurrido.

Subimos las escaleras, estábamos en el cuarto. Me desnudé para él y me senté encima de su verga, como intentando dominar la situación. Comencé a cabalgarlo, lo volvía loco. Se excitaba y comenzaba a sentir cada vez más duro su miembro, más mojado. Penetraba mi concha de una manera hermosa, con una sensación tan cálida y placentera.

Le pedía más y más. Que me lo hiciera duro, fuerte. Me gustaba que fuese bruto. Me agarró de la cara y del pelo, me excitaba. Hice lo mismo y le pegué una pequeña bofetada: ¿Asique te gustó mucho la putita?, ¿te calentó tanto como yo?, ¿vos sabés que nadie te va a coger como lo hago yo, no?

Acabé, no sé cuántas veces. Una, dos, tres, cuatro… fueron tantas que ya no lo recuerdo:

-Me da bronca, ¿sabes? Pero me calienta, me calienta mucho la trolita esa.

-Vos querés que te coja también, ¿qué le querés hacer?

-Quiero cogerla, sí. Cogerla con bronca, sabés que me da bronca que hayas hecho eso ¿Por qué lo hiciste? No era parte del trato. Sabías que me gustaba.

-Quiero ver cómo le haces todo a ella, ¿cuándo esté con nosotros cómo vas a hacer? Si te encanta.

Tenía razón y eso era lo que me generaba mayor morbo.

Me gustaba y fantaseaba con sumar a una chica a nuestra cama.

Quería besarla, que nos viera Julio mientras se calentaba. Que él comenzará a masturbarme y se convirtiese todo en un perfecto triángulo amoroso, que de amoroso no tendría absolutamente nada.

La bronca se convirtió en fuego y el fuego en un placer inmenso.

-Quiero que me cojas bien fuerte- le decía mientras sentía su verga entrar una y otra vez.

El sexo era brutal. Nos cogíamos los dos como si no existiese un mañana, mientras fantaseábamos con la idea de estar con ella.

Lo dejé que me practicara sexo anal mientras tocaba mi vagina estimulando mi clítoris. Me volvía loca, era una explosión de placer recorriendo todo mi cuerpo y él un ardor a punto de estallar.

Éramos dos animales salvajes, comiéndonos como si el mundo fuese a acabarse. Por suerte los que “acabamos” fuimos nosotros, en un acto sexual perfecto que nos devoró en la noche. Mi enojo se convirtió en placer y en un morbo perfecto por cumplir.

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